En la senda de otros salmos
Carlos Yusti
La biblia que es de esos libros que uno lee a ratos, no tanto por urgencias espirituales sino más bien por culpa de aquella sentencia de Borges: “Somos producto de la Biblia y los cantos homéricos”. Bíblicamente hablando me inclino más por los proverbios que por los salmos. Mi amigo José Carlos De Nóbrega ha publicado un libro, “Salmos compulsivos”, ediciones Protagoni, c.a. (2011). A decir verdad los textos del libro tienen más de compulsivos que de salmos.
Antes de conocerlo personalmente leí primero sus escritos publicados en periódicos y revistas en los que notaba cierto desdén inteligente (y razonado) por lo sagrado. Luego hemos coincidido con nuestros amigos en común (nada comunes por cierto) que de alguna manera crean invisibles redes, necesarios puntos de encuentros. Después hemos conversado y bebido lo necesario. En nuestras diálogos, nada platónicos, pasamos revista a ese zoológico de escritores de la ciudad de Valencia en la que escasean eruditos, pero sobran agoreros con título universitario, escritores de cubículo universitario, poetas con agudos despechos nostálgicos por las musas, novelistas de entelarañadas pasiones con obra que nadie lee y demás bicho de uña con veleidades de escritores domingueros, todos buscando un espacio en un medio cultural que aburre y lastra cualquier iniciativa artística. No obstante De Nóbrega ha tratado de salir del bostezo valenciano de la manera más elegante: escribiendo.
De Nóbrega ha utilizado como trinchera el ensayo para dispararle al tedio con ínfulas y al boato con discurso de orden o sotana. Octavio Paz, un gran ensayista, aseguraba que los buenos ensayistas eran escasos debido a que el género poseía una sutil complejidad y que en sus extremos rozaba con el tratado y por el otro con el aforismo, la sentencia y la máxima, pero que aparte poseía cualidades un tanto locas y contrarias: debía ser breve, pero no lacónico, ligero y no superficial, hondo sin pesadez, apasionado sin patetismo telenovelero, completo sin ser exhaustivo y a un tiempo también tenía que ser leve y penetrante, risueño sin mover músculo alguno del rostro, melancólico sin lagrimas y en fin ser convincente sin argumentar.
A pesar de ello el ensayo fue tomado por asalto por profesores para infumables tesinas e investigaciones de ascenso o postgrado, por poetas rumiantes para el elogio almibarado a otros poetas y allanar así el camino para gestionarse algún premio. Devolverle al ensayo su tono irreverente para incomodar a la administración, su aire de creación literaria autónoma que nada a contracorriente como único camino posible que se traza el genuino ensayista.
De Nóbrega ha tratado de asumir el ensayo desde esa perspectiva del incordio y la incomodidad, pero no con un sentido de vengador justiciero, sino más bien como el invitado desaliñado que dice aquello que nadie desea escuchar. Su libro “Salmos Compulsivos” (dividido en dos partes) es un exacto ejemplo de su estilo: incomodar con inteligencia, sobriedad (o ebriedad sobria que es lo mismo) y un preciso manejo de las palabras.
Los ensayos del libro son variados y el nexo común podría ser lo literario analizado desde una perspectiva abierta, intentado encontrar esos ocultos puntos de contactos de la vida con lo literario y viceversa. Como por ejemplo cuando escribe sobre ese sempiterno protagonista de la novela “El hombre de hierro” de Rufino Blanco Fombona: ”…Críspin tenía como slogan ‘mis derechos, los derechos que la sociedad y la iglesia me acuerdan’, traducido en el paradigma del buen ciudadano que no duda en ningún momento de su rol impuesto de guisa inconsulta por la sociedad”. O cuando hace referencia al trabajo fotográfico de Rulfo ligado a su narrativa: “Recordamos una secuencia fotográfica suya, Los músicos, Oaxaca (1955): En el agreste paisaje de campo, la soledad y la desesperanza se adueñan de los músicos y los instrumentos. No pareciera haber un ánimo festivo, más bien amargo como los surcos que el verano abrió a cuchilladas en la tierra. Tal secuencia fotográfica la podemos hallar en Juan Rulfo…”
El libro “Salmos compulsivos” es un paseo por autores particulares en dupla como Mariño Palacio y Salvador Garmendia, Francisco Masiani y Eduardo Liendo, Pedro Téllez y Slavko Zupcic. Del mismo modo da cuenta por separado de escritores como Israel Centeno, Orlando Chirinos, Juan Rulfo, Guillermo Meneses, Rufino Blanco Fombona. La segunda parte del libro: “El libro de los aforismos comentados” pasa revista a Diane Arbus, Elías Canetti, Mijail Batjin. Todos estos abordajes ensayísticos que hace de De Nóbrega los realiza desde la piel del lector insomne alejado años luz del crítico literario de solapa ensopada y nariz respingada al que todo le huele a estructuralismo, hipertextualidad y posmodernidad con música de joropo al fondo para no desentonar con los tiempos que corren de identidad (como perfil de los pueblos) y fervor de fronteras cerradas (con su cuota de xenofobia) a pesar la globalización y la Internet. De Nóbrega va a los temas literarios sin ínfulas de profesor ni petulancias estudiadas de crítico literario en ciernes y esto se agradece.
El ensayo es un ejercicio del yo, de los gustos literarios y mundanos del autor. Otra característica de los genuinos ensayistas es que siempre están reflexionando sobre el ensayo como género, sobre sus posibilidades y sobre lo que no es. Como es lógico Dé Nóbrega ensaya con respecto al ensayo buscándole una quinta extremidad a un felino poco dado a la comodidad tanto del pensar como del estilo y por ese motivo escribe: “Si bien el ensayo se caracteriza por su sentido de la totalidad (al contrario de la especificidad de la crítica literaria), no es su pretensión decirlo y abarcarlo todo: es un diálogo abierto y continuo en su discontinuidad”.
Andrés Mariño Palacio. Ilustración de Orlando Oliveros.
Uno que tiene más de advenedizo de las letras que de escritor profesional sabe que la escritura ensayística comporta un compromiso en primer lugar con la forma estilística y en segunda instancia con eso que llaman yo. Se ensaya para hacer un conteo de lo odiado y lo amado sin perder el humor (a veces vitriólico) y con toda la desfachatez posible (ah y con demasiado libros colocados en la estantería del alma como bien lo enseñó Montaigne). No por azar el mismo De Nóbrega escribe: “El ensayo no da nunca por concluida la discusión y la confrontación: el diálogo es perpetuo, en ocasiones cíclico pero enriquecedor; tiene el poder de reexpresar cuadros abstrusos con una conmovedora sencillez e inmediata contundencia. A contracorriente de los vetustos manuales de literatura, procura una aproximación en libertad a lo que nos toca, preocupa, constituye y seduce”.
“Quien tiene cuidado de lo que dice, nunca se mete en problemas”, asegura un proverbio bíblico. Ese no es el caso de mi amigo De Nóbrega. Escribir desde lo compulsivo siempre concita amigos y enemigos no siempre en proporciones equilibradas, pero escribir para formar parte de las focas o de la manada es tedioso y desangelizado. El libro “Salmos compulsivos” tiene ese tono de eso que se escribe con cierta aprehensión, pero su alabanza (si hay alguna) es hacia la inteligencia prodigada en una variedad de temas que presentan la cara menos enfática y fúnebre de lo literario. De Nóbega escribe estos salmos con cierta dosis de sátira, de humor sagaz, lo que convierte su escritura es un paseo despreocupado por la buena literatura.
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