ELOGIO PANORÁMICO A REYNALDO PÉREZ SÓ
José Carlos De Nóbrega
José Carlos De Nóbrega
Fotografía de Rosa Elena Pérez Mendoza
El creador sólo opera golpeando y la sociedad no cotiza los golpes que recibe. César Vallejo.
Reynaldo Pérez Só no sólo es uno de los nuestros, sino también una influencia decisiva en mi obra literaria que comprende el ensayo, la traducción y la narrativa. Gracias a él pude realizar mis primeras publicaciones (desde 1992) en revistas como La Tuna de Oro y Poesía, dos bastiones incontrovertibles de la literatura en la ciudad de Valencia de San Simeón el estilita. Le debo un acercamiento mucho más comprometido a la poesía venezolana y universal (en especial la portuguesa y la brasileña que aún me maravillan), pues en aquellos tiempos se centraba mi atención en lo que él llamaba el diablo de la poesía: la prosa, bien sean los cuentos de Cortázar, las novelas de García Márquez o los ensayos de Montaigne. Asimismo ocurre con mi participación en proyectos editoriales diversos: desde haber sido miembro de la redacción en la revista Poesía, director de La Tuna de Oro, consejero editorial –contingente, si se quiere- en la Imprenta Regional Carabobo de el perro y la rana, hasta bloguero compulsivo en la red. En resumidas cuentas, Reynaldo es un maestro mío imprescindible y, mejor aún, uno de mis más grandes amigos. Contrariamente a su severo y adusto rostro, Reynaldo Pérez Só ha sido para mí una fuente generosa y dialógica de conocimiento poético y literario que excede las escuelas blanquedas de críticos mezquinos y profesores castrantes, las cuales procuran ad infinitum el boicot de la lectura lúdica y amorosa del texto literario.
Reynaldo Pérez Só no sólo es uno de los nuestros, sino también una influencia decisiva en mi obra literaria que comprende el ensayo, la traducción y la narrativa. Gracias a él pude realizar mis primeras publicaciones (desde 1992) en revistas como La Tuna de Oro y Poesía, dos bastiones incontrovertibles de la literatura en la ciudad de Valencia de San Simeón el estilita. Le debo un acercamiento mucho más comprometido a la poesía venezolana y universal (en especial la portuguesa y la brasileña que aún me maravillan), pues en aquellos tiempos se centraba mi atención en lo que él llamaba el diablo de la poesía: la prosa, bien sean los cuentos de Cortázar, las novelas de García Márquez o los ensayos de Montaigne. Asimismo ocurre con mi participación en proyectos editoriales diversos: desde haber sido miembro de la redacción en la revista Poesía, director de La Tuna de Oro, consejero editorial –contingente, si se quiere- en la Imprenta Regional Carabobo de el perro y la rana, hasta bloguero compulsivo en la red. En resumidas cuentas, Reynaldo es un maestro mío imprescindible y, mejor aún, uno de mis más grandes amigos. Contrariamente a su severo y adusto rostro, Reynaldo Pérez Só ha sido para mí una fuente generosa y dialógica de conocimiento poético y literario que excede las escuelas blanquedas de críticos mezquinos y profesores castrantes, las cuales procuran ad infinitum el boicot de la lectura lúdica y amorosa del texto literario.
A la fecha, Pérez Só ha publicado los poemarios Para Morirnos de Otro Sueño (1971), Tanmatra (1972 y 1998), Nuevos Poemas (1975), 25 Poemas (1982), Mirinda Campo (antología, 1984), Matadero (1986), Reclamo (1992), Px (1996), Solonbra (1998) y Antología Poética (2003 y 2006). También publicó Fragmentos de un Taller (1990) que colinda con el ensayo afincado en los aforismos, y el monólogo Sucre, Estampido de Dios (1995). Fue ganador del concurso de cuentos del diario “El Nacional” en 1999 con Viento Sur, un puzzle narrativo en cuatro partes que nos revela una escritura personal y transgenérica divorciada de especulaciones literarias, la cual vindica su incansable vinculación con la vida y la poesía que todavía toca el corazón de los hombres. Desde su primer poemario hasta el más reciente, incluyendo poemas dispersos en publicaciones periódicas diversas, la poesía de Pérez Só descansa en la desnudez y la transparencia estilística, amén de lo fragmentario e inmediato de la expresión poética en la recreación del discurso de voces disímiles que estremecen su mundo interior.
Para Morirnos de Otro Sueño es un libro inicial asombroso, hasta el punto de llamar la atención de voces críticas del calibre de Juan Liscano y Guillermo Sucre. El discurso, si bien austero y radical –siendo extremista en la abolición de las mayúsculas y la metástasis de los signos de puntuación-, exhibe una compenetración mística y a la vez táctil de los objetos con los que se regocija la mirada poética: Esa maravillosa silla de Van Gogh confrontada en París aviva la memoria sin apelar a un soso y plañidero ejercicio de la nostalgia: esta es una silla / sólo una silla / en ella / se sentó mi padre / mis hermanos / todos / mis mejores amigos // ahora / está sola / sin nadie // una silla.
Tanmatra se nos antoja una consolidación de esa sorprendente voz poética que aborda el laberinto de adentro –me llamo legión porque somos muchos- sin remedar ojos rasgados por navajas, mucho menos aprisionar las imágenes en medio del estrépito de demoníacos traseros fusilando atmósferas surrealistas que le faltan el respeto al Bosco o a René Magritte. Habíamos anotado en anteriores oportunidades que Pérez Só maneja magistralmente, aquí y en el resto de su obra poética, el encabalgamiento y la anáfora para reivindicar el concierto abstruso y la más de las veces ininteligible que nos acosa cotidianamente, y que paradójicamente nos conduce a una posible vía de expiación: me escondo de mí / me asusto // he llegado tarde ya / cambiaron mis campos // trabaja la muerte noche y / día como mi padre // tengo que esconderme no importa / dónde / debo esconderme.
En la nota de solapa de Nuevos Poemas, el poeta Alejandro Oliveros destaca la condición dialógica de Pérez Só en la contemplación y aprehensión de su entorno cotidiano. No obvia, por supuesto, su respeto por el silencio que implica una particular conversación interior (en este caso ajeno a las metáforas y construcciones grandilocuentes del lenguaje poético de otras voces). Para muestra tenemos el poema XVI: no puede / el trago de la vida / ver esta mano // elevado rostro / nada incluso que la / mano // qué cuesta de alta / para bajar / tocar la mesa.
25 Poemas, editado por Fundarte, es un poemario también transparente que nos contentó en su momento (disfrutábamos a los dieciocho años Demián de Hermann Hesse, así como también Última luna en la piel de Orlando Chirinos). Es una colección poética solar, de una luz clarísima hasta el enceguecimiento que nos retrotrae a un maestro como Armando Reverón. No sé por qué se me antoja un poemario ligado a la literatura de formación o bildungsroman: Hallamos muchos textos cheios de frescura y lozanía (estoy pleno / de sol y corro / entre campos / crece el árbol crece / en mi vista) que conviven con otros pocos más duros (he dejado que la muerte / me socave / no he hecho nada), siendo estos últimos un puente para un libro puntual y fundamental como Matadero.
Matadero, publicado por Editorial Amazonia –una empresa alternativa propia e interesante-, constituye un sustancial cambio sin ruido en el devenir de su obra poética. Decimos cambio silente que se contrapone al bullicio, pues Pérez Só insiste con su visión propia del poema breve, su despojo formal y su multisugerente ruptura semántica, para transitar una tonalidad más descarnada y cruel que se derrama sobre el cuerpo poseído por un erotismo caníbal, fatalista y fetichista. Apunta Liscano que el conjunto desarrolla “una visión despedazada de la sexualidad, del cuerpo, de la carne expresada con una escritura que sigue siendo la suya, pero entrecortada, tasajeada”. He aquí una muestra estremecedora que raya en dura palabra masticada por la lucidez: deben trabajar / en el matadero / fruncir la carne / sobajar los muslos / para decir el arte es mío // aprender a dar a cambio / de otro dar a cambio / y luego forman el amasijo / del mañana // el sí substituye / al ojo o al sentido / hasta que tasan todo / sin poder oír / el verdadero precio.
El libro Reclamo, editado también por Amazonia, si bien comprende la recapitulación crítica –sin alusiones profesorales, mucho menos cientificistas- del intervalo que va de 1967 a 1991 (esto incluye los poemarios antes comentados), es justo acreedor de nuestra más curiosa y afectuosa simpatía, la cual compartimos con el poeta Oswaldo González.
La temática y el tono de Reclamo, muy variados para pretender una forzada unidad de conjunto, deparan momentos de indudable goce poético: Desde el paradójico hálito religioso del inicio, madre agua / de cerro / tibio / piedra padre / en mis pies // yo vengo / con dios empobrecido / son mis labios / de miedo // mi ofrenda; la arista cuestionadora fundada en una fe asediada por las contradicciones, de ahí su tenor dialéctico, apenas una piedra / que no se tuerce / dura soy / y no converso más / que pasaba por fuerte / y ya me adhiero al olvido / como para ser hombre / y seguir esperando; hasta las peripecias de la antípoda atracción - confrontación amorosa convertida en unidad de vida, espoleada por un cortante sentido humorístico en un espejo extraordinario, ir al baño agachado como mujer / ir al baño y bañado por la mujer / salir del baño / y vestido por la mujer / calzado por la mujer / besado por la mujer / femenino / inválido, lo cual nos mueve a cantar con Chico Buarque “Todo el día yo pienso en poder parar, / al mediodía pienso en decir no, / luego pienso en la vida y continuar, / y me callo con boca de arroz”.
Px, en cambio, constituye una colección poética conmovedora que se afinca en la consideración del Otro, el enfermo o la parturienta atados a la cama de cualquier precario hospital de América Latina.
Es inolvidable la metáfora viva, completada al final de la guardia mientras el hambre se resguarda bajo el toldo de una panadería: porque al lado tengo una cama con / un niño / todavía despierto a estas horas / uno cree que todo el hospital sea un barco / por el ruido o por los cambios / de adentro y afuera / cuando cada mañana atraca / al lado de la calle.
Después que la lluvia amarga ha rasgado el paisaje, la calma chicha anuncia un retorno a otra jornada preñada de trajín y tedio, lo cual trae consigo el énfasis de la condición anónima de los pacientes, los Px según la nomenclatura propia del oficio; no es stultifera navis, pues de esa masa informe leudará la transubstanciación del pan y el café de la mañana en un trozo / de bello objeto / un cuadro sin ser aún naturaleza muerta / con desdibujamiento / fuera de la idea de perfección / cuando la soledad pertenece al silencio / de quien no habla.
Solonbra es un título cuya asidua relectura nos permite experimentar el más grato de los asombros: se contrapone el castellano estándar al ladino o castellano del siglo XV, lo cual supone una vinculación por partida doble: al habla de su infancia a la manera de la lengua del afecto familiar, y a Sefarad como la entrañable patria fundada en los inicios de la Diáspora en la Península Ibérica. No se trata de un traicionero juego de traducción que va de un habla a la otra, pues Pérez Só no las confronta “en el sentido de dos versiones lingüísticas de una sola naturaleza”; sino en un diálogo enriquecedor que explora sus vasos comunicantes, fortalezas y aspectos diferenciales “como si fueran octavas musicales diferentes, de modo que los hallazgos se multipliquen en los patrones de lecturas”. Establezcamos las asociaciones no sólo relativas al tema, el entorno religioso y cultural sefardí, sino también apreciemos la musicalidad distinta que sin embargo las hermana y complementa: yerba / yerbika / ke al Gan Eden me memora / tenra y fresca en la berdor / ke de Dio / me bas meldando (pequeño / puño de yerba / pequeña que el Gan Eden me recuerda / tierna y fresca en tu verdor / que de Dios / me vas enseñando) // de bes en bes / bolta la pekenyes / si ti desmiro / agora (vuelve la niñez / si te contemplo / de un instante al otro / ahora). Confluyen Don Sen Tob y Jorge Manrique en un diálogo poético que ennoblece el castellano, sin mediar las tensiones históricas que no sirven de pretexto para sostener la intolerancia de larga data entre vecinos mal avenidos.
Sólo me resta ofrecer esta panorámica modesta de la obra poética de Reynaldo Pérez Só, como obsequio que manifieste sin cortapisas el privilegio de ser no sólo su lector, sino también un discípulo agradecido y, por supuesto, un amigo solidario y orgulloso en el más denodado de los entusiasmos.