CHISMARANGÁ: UN EJERCICIO DE VINDICACIÓN Y RESPIRACIÓN DEL HABLA POPULAR.
José Carlos De Nóbrega.
Anormal, adj. Que no responde a la norma. En cuestiones de pensamiento y conducta ser independiente es ser anormal y ser anormal es ser detestado. En consecuencia, el autor aconseja parecerse más al Hombre Medio que a uno mismo. Quien lo consiga obtendrá la paz, la perspectiva de la muerte y la esperanza del Infierno. Ambrose Bierce.
Tuve la oportunidad de reseñar, hace aproximadamente cuatro años, el primer libro de nuestro amigo Arnaldo Jiménez. Se trataba de un poemario titulado Zumos, editado bajo el sello del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo. En aquella ocasión decíamos que tal ópera prima “(...) exhibe el sesgo nostálgico de la voz poética que se mimetiza en dos espacios metafóricos fundamentales: la casa y el jardín. (...) Hay una recreación sentida del ámbito familiar, presidida por la figura materna, que va del origen, de la pujanza de dar la vida, al miedo escatológico que realza las noches de diluvio (a modo de una visión apocalíptica): el cielo se va a caer/ decía mi abuela/ y tapábamos los espejos/ poníamos los peroles/ su sombra/ aparecía/ y desaparecía del suelo/ el cigarrillo dentro de la boca/ esos relámpagos encerrados/ como la casa en nosotros”. Da la impresión que priva en estos versos el habla familiar que se esconde en la intimidad de la casa, con sus confidencias a la luz de las velas, sus vergüenzas y complicidades que se convierten en susurros de adobe y cal. Hoy, otro nuevo libro titulado Chismarangá –esta vez un breve volumen de cuentos- constituye una apología al habla deslenguada de la calle, las esquinas, las bodegas o los mercados periféricos. Es el habla popular que desborda impenitente las alcantarillas para inundar la ciudad en el poderoso caudal de la infidencia. Por fortuna, no hallamos en el tratamiento de tan variopinto y polifónico material, dobles discursos moralistas ni edificantes moralejas que apuntalen la urbanidad y las buenas costumbres. Por el contrario, el hecho que los cuentos tengan por título un número natural, rescata del anonimato a los ciudadanos de a pie, camionetica y cafetera rodante que dan vida y deconstruyen a la ciudad, el Puerto, incansablemente.
Por supuesto, el tema del chisme y el equívoco no es nuevo ni en este caso pretende serlo. ¿Qué decir de los celos de Otelo infundados e inflamados por la insistente hablilla vil de Yago en la quietud aparente de la Corte? ; el conjunto de relatos no niega deudas con textos tales como Los Adioses de Juan Carlos Onetti o, mejor aún, la ebriedad y el discurso amarillista de los albañales de boca en El Inquieto Anacobero de nuestro Salvador Gramendia, quien partiendo del chisme ridiculizaba al Poder en la patética celopatía cabrona del General por obra y gracia de la ninfomanía del hembrón mentado la Tamborito. Más bien los cuentos simulan capítulos de una propuesta novelística signada por el morbo descarado de la voz narrativa. Nos imaginamos las tomas de audio no autorizadas que irrumpen la vida privada de los personajes que cuentan su versión interesada de los hechos, a la manera de un evangelio chismoso, lírico y popular. Si no revisemos el cuento número 17, crónica roja y policial que se solaza en los posibles móviles del asesinato de un jerarca de la Iglesia Católica: “(...) yo también quedé boquiabierto cuando lo leí el padre al parecer tenía una doble vida y salía de noche a buscar zagaletones que le hicieran el favorcito lo cierto es que el puerto se indignó con esas declaraciones y muchos no le dieron crédito total de árbol caído todo el mundo quiere hacer leñas alguien dijo después que tiene una prima que es amiga de la conserje del edificio donde vivía el cura esa conserje y que lo vio varias veces entrando al apartamento con unos marineros”... y pare usted de contar. Si, como nos decía Roberto Pérez León, el Paradiso de Lezama Lima posee el ritmo de la respiración asmática del autor, Chismarangá delata el ritmo trepidante de la lengua dicharachera del pueblo en la construcción de historias apresuradas y susurradas al oído en presencia de sus protagonistas. Nadie escapa a la seducción de la chismografía, tanto en el barrio como en los desencuentros de poetas ebrios y maledicentes en los corrillos de foros y simposios. El ejercicio desbocado y desbraguetado de la lengua es un mal sabroso y preferible a la sinceridad compulsiva y agresiva de los que dicen escupir la verdad a todos sin cortapisas posibles; lo cual no es más que la sublimación de frustraciones y complejos inconfesables. Quien esté libre de pecado, arroje la primera piedra (al que tiene al lado, mientras que los miembros del panel desmontan la tramoya, van por unos tragos y comentan a hurtadillas y sin misericordia sobre las próximas víctimas de la lúdica boca).
Valencia de San Desiderio, lunes 30 de octubre de 2006.
José Carlos De Nóbrega.
Anormal, adj. Que no responde a la norma. En cuestiones de pensamiento y conducta ser independiente es ser anormal y ser anormal es ser detestado. En consecuencia, el autor aconseja parecerse más al Hombre Medio que a uno mismo. Quien lo consiga obtendrá la paz, la perspectiva de la muerte y la esperanza del Infierno. Ambrose Bierce.
Tuve la oportunidad de reseñar, hace aproximadamente cuatro años, el primer libro de nuestro amigo Arnaldo Jiménez. Se trataba de un poemario titulado Zumos, editado bajo el sello del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo. En aquella ocasión decíamos que tal ópera prima “(...) exhibe el sesgo nostálgico de la voz poética que se mimetiza en dos espacios metafóricos fundamentales: la casa y el jardín. (...) Hay una recreación sentida del ámbito familiar, presidida por la figura materna, que va del origen, de la pujanza de dar la vida, al miedo escatológico que realza las noches de diluvio (a modo de una visión apocalíptica): el cielo se va a caer/ decía mi abuela/ y tapábamos los espejos/ poníamos los peroles/ su sombra/ aparecía/ y desaparecía del suelo/ el cigarrillo dentro de la boca/ esos relámpagos encerrados/ como la casa en nosotros”. Da la impresión que priva en estos versos el habla familiar que se esconde en la intimidad de la casa, con sus confidencias a la luz de las velas, sus vergüenzas y complicidades que se convierten en susurros de adobe y cal. Hoy, otro nuevo libro titulado Chismarangá –esta vez un breve volumen de cuentos- constituye una apología al habla deslenguada de la calle, las esquinas, las bodegas o los mercados periféricos. Es el habla popular que desborda impenitente las alcantarillas para inundar la ciudad en el poderoso caudal de la infidencia. Por fortuna, no hallamos en el tratamiento de tan variopinto y polifónico material, dobles discursos moralistas ni edificantes moralejas que apuntalen la urbanidad y las buenas costumbres. Por el contrario, el hecho que los cuentos tengan por título un número natural, rescata del anonimato a los ciudadanos de a pie, camionetica y cafetera rodante que dan vida y deconstruyen a la ciudad, el Puerto, incansablemente.
Por supuesto, el tema del chisme y el equívoco no es nuevo ni en este caso pretende serlo. ¿Qué decir de los celos de Otelo infundados e inflamados por la insistente hablilla vil de Yago en la quietud aparente de la Corte? ; el conjunto de relatos no niega deudas con textos tales como Los Adioses de Juan Carlos Onetti o, mejor aún, la ebriedad y el discurso amarillista de los albañales de boca en El Inquieto Anacobero de nuestro Salvador Gramendia, quien partiendo del chisme ridiculizaba al Poder en la patética celopatía cabrona del General por obra y gracia de la ninfomanía del hembrón mentado la Tamborito. Más bien los cuentos simulan capítulos de una propuesta novelística signada por el morbo descarado de la voz narrativa. Nos imaginamos las tomas de audio no autorizadas que irrumpen la vida privada de los personajes que cuentan su versión interesada de los hechos, a la manera de un evangelio chismoso, lírico y popular. Si no revisemos el cuento número 17, crónica roja y policial que se solaza en los posibles móviles del asesinato de un jerarca de la Iglesia Católica: “(...) yo también quedé boquiabierto cuando lo leí el padre al parecer tenía una doble vida y salía de noche a buscar zagaletones que le hicieran el favorcito lo cierto es que el puerto se indignó con esas declaraciones y muchos no le dieron crédito total de árbol caído todo el mundo quiere hacer leñas alguien dijo después que tiene una prima que es amiga de la conserje del edificio donde vivía el cura esa conserje y que lo vio varias veces entrando al apartamento con unos marineros”... y pare usted de contar. Si, como nos decía Roberto Pérez León, el Paradiso de Lezama Lima posee el ritmo de la respiración asmática del autor, Chismarangá delata el ritmo trepidante de la lengua dicharachera del pueblo en la construcción de historias apresuradas y susurradas al oído en presencia de sus protagonistas. Nadie escapa a la seducción de la chismografía, tanto en el barrio como en los desencuentros de poetas ebrios y maledicentes en los corrillos de foros y simposios. El ejercicio desbocado y desbraguetado de la lengua es un mal sabroso y preferible a la sinceridad compulsiva y agresiva de los que dicen escupir la verdad a todos sin cortapisas posibles; lo cual no es más que la sublimación de frustraciones y complejos inconfesables. Quien esté libre de pecado, arroje la primera piedra (al que tiene al lado, mientras que los miembros del panel desmontan la tramoya, van por unos tragos y comentan a hurtadillas y sin misericordia sobre las próximas víctimas de la lúdica boca).
Valencia de San Desiderio, lunes 30 de octubre de 2006.