EL DESIERTO EDITORIAL EN CARABOBO
José Carlos De Nóbrega
“Conservador. Hombre de Estado al que los males presentes le encantan y que por tanto difiere del liberal, quien desea sustituirlos por otros diferentes”. Ambrose Bierce: Diccionario del Diablo.
Fuimos invitados, sin saber a ciencia cierta por qué, a una reunión en la sede de la Secretaría de Cultura de la Gobernación del estado Carabobo, ubicada en el adefesio arquitectónico llamado “Museo de la Cultura”. La agenda de tan inusual cónclave se centraba en un censo de escritores, la política editorial estadal y la seguridad social de los cultores literarios.
La reunión, además de un bajo y poco significativo quórum –lo cual apunta a una frágil convocatoria-, se inició con una hora de retraso. El presídium estuvo integrado por especialistas jurídicos y una pléyade de funcionarios con cargos rimbombantes: los abogados Johnny Pérez, Jesús Villegas, Pedro Cabrera y las directoras ejecutiva y de Desarrollo Humano de la Secretaría de Cultura, Mónica Valencia y Chemir Colina. Repentinamente, surgió un tema fuera de la agenda en la convocatoria: el Plan Nacional de los Derechos Humanos. Los abogados ductores realizaron una exposición general sobre los derechos culturales de los venezolanos, haciendo referencia a la Constitución, la Ley Orgánica de Cultura y otros instrumentos jurídicos relacionados con el tema. Observamos con desconcierto que el discurso estéril del panel exaltaba, en una perniciosa lectura de solapa, a los colectivos [organizaciones sociales de vital importancia] para despreciar lo individual [una cosa es individuo y otra individualismo]. Nos quedamos con ciertas voces solitarias y aguafiestas, como Ambrose Bierce y Domingo Alberto Rangel, pues nos previenen acerca de las manipulaciones demagógicas de politicastros y burócratas de medio pelo.
Lo que más nos indignó, fue el discurso y la praxis del funcionarismo que se enseñoreó de este lamentable encuentro. Por ejemplo, la seguridad social no es una contraprestación para los ciudadanos, se convierte en un valor de cambio para mantener a funcionarios indolentes en sus puestos, en otras palabras, la intermediación burocrática es un dique oscuro que contiene los procesos de cambio. Incluso, se estaba ponderando las bondades de los contratos de seguros privados, como si se tratase de una sesión de ventas de Dianética o Tupperware. Esa gran masa de dinero que va a la banca y las aseguradoras, debería destinarse para fortalecer el sistema nacional de salud. Desde el punto de vista político, los funcionarios apostaron entre líneas por la representatividad a expensas de la democracia participativa. Es la reivindicación del claustro en donde pocos transan nuestra calidad de vida con fines inconfesables.
Respecto a la política editorial de la Secretaría de Cultura, aduciendo la crisis del papel en el país, la Directora Ejecutiva y de Publicaciones desterró del estado Carabobo la publicación de libros en físico. Nos parece que esta grey de burócratas considera que se ahorran costos por partida doble: no publicándolos para no quemarlos en la pira funeraria del arte literario local. Se sacrifican dos pájaros en un solo holocausto. Propuso la publicación digital de los títulos, sin hacer referencia a ningún tipo de detalles que le escamotearan el almuerzo (la funcionaria apeló al estribillo para cantar una pavosa elegía: ¡apuren pues las propuestas, que ya son las doce!). Por supuesto, los libros serán sometidos a un Tribunal encapuchado [o, peor aún, encapillado] bajo el eufemismo del arbitraje. La estulticia y mediocridad del discurso inculpó a los cultores de la precaria promoción de las artes en Valencia de San Simeón el estilita: sus desencuentros y egos importunan de nuevo el almuerzo y la siesta de funcionarios tan abnegados. Es un anatema publicar la obra completa de Vicente Gerbasi, José Rafael Pocaterra, Teófilo Tortolero, Ida Gramcko o Tomasa Ochoa, entre otros, según esta nueva resolución de provincias.
Reiteramos, pues, que esta Secretaría arroje la máscara y acompañe a las autoridades universitarias al Sambil, pues esta locación es la más adecuada a su despropósito mercantil. Dejen que los escritores hagamos justicia poética por nuestra propia cuenta.
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