Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Friday, September 30, 2011
LUIS BUÑUEL O LA ENTOMOLOGÍA SALVAJE (1/2). José Carlos De Nóbrega
LUIS BUÑUEL O LA ENTOMOLOGÍA SALVAJE (1/2)
José Carlos De Nóbrega
1.- Su legado espera y su revisión no hace sino encontrar a uno de los cineastas más auténticos y más sinceros de ese arte séptimo, que a través de sus ojos fue un magnífico intento por atravesar los mundos construidos a fuerza de no reconocer lo que está sucediendo. Marisol Pradas. Más allá de su militancia en el surrealismo (movimiento estético post-romántico que, al igual que el Modernismo dariano, fue agotado por pésimos imitadores), amén del banal intento por explicar su obra cinematográfica en función de una consideración reduccionista de su biografía, Don Luis Buñuel Portolés (22/2/1900-29/7/1983) nos sigue seduciendo e inquietando en su rigurosa y descarnada visión del mundo. Muy pocos han sido capaces de estudiar, diseccionar y derruir los fundamentos equívocos de la sociedad burguesa. No sólo hay una lectura anarquista del mundo que le tocó vivir, la cual no descansa a su vez en los meros referentes (Sade, Goya, Gómez de la Serna o Pérez Galdós), sino también la configuración de un discurso artístico, político y ético que está enraizado en su periplo vital (estridente como los tambores de su Calanda natal que aún retumban en los oídos de Nazarín o en los locos amantes de “La Edad de Oro”). Este artista no escatima detalles que evidencian las contradicciones que marcaron su vida entera: el conservadurismo como estilo de vida en contraposición al espíritu libertario; las obsesiones que involucraban el fetichismo católico muy español, además de tabúes y perversiones sexuales que –según él mismo- tocaban su morbosa curiosidad intelectual pero no su práctica cotidiana; la austeridad discursiva no en balde su profusa e incendiaria imaginación (equiparable, si se quiere, a “Historia del Ojo” de Georges Bataille). No olvidemos la disciplina y la eficiencia en el oficio de rodar, montar y producir películas, rasgo que va a contracorriente –sólo en las mentes desprevenidas- de un desbordado vuelo imaginativo. Si bien hay irregularidades en su obra fílmica (nos encanta el período mexicano más que su segunda etapa francesa), Luis Buñuel es un clásico en todo el sentido de la palabra: Cada vez que le releemos, nos gusta más y nos hace mucho más cómplices de su campaña rebelde y anarquista sin concesiones de ningún tipo (ni estéticas, ni políticas, mucho menos crematísticas). La colmena que es nuestro mundo continúa a merced de su mirada entomológica, salvaje y caníbal.
2.- Buñuel es un moralista y protesta contra el racionalista: como el puritano, intenta aplicar las normas de la moral a todo impulso y sentimiento del hombre. Raymond Durgnat. En su biografía “Luis Buñuel”, este crítico anglosajón hace una interesante aproximación no exenta de contradicciones internas: Plantea que Buñuel es un exponente moralista –suponemos que en la tradición de moralistas españoles como Gracián, Quevedo e incluso Ignacio de Loyola- del “cine de tesis”, lo cual ha sido desmentido por el mismo autor cinematográfico en los siguientes términos “es absurdo fijar un problema a priori e intentar demostrar algo en una película”. Creemos que Drugnat, titubeando y dándose de coces con el aguijón, se topa con la respuesta: “Buñuel se expresa a sí mismo, no en el sentido de hacer manifiestos, sino en el sentido de vivir experiencias con nosotros”. He allí el espíritu de la comuna inmerso en lo más esencial de su filmografía. El ojo entomológico es el hilo conductor que nos permite compartir una contemplación cruda de nuestra sociedad: Entre otras cosas, Buñuel apela a la transición discursiva que parte del cine documental para desembocar en el de ficción (por ejemplo, tenemos el inicio de La Edad de Oro de 1930 que se refiere a un aparente tratamiento positivista de la vida de los escorpiones, o el arranque documental de Los Olvidados de 1950 que expone la marginalización de una significativa mayoría infantil y juvenil a la sombra del mítico progreso de las grandes urbes occidentales). Tenemos también la exposición despiadada de la decadente cultura burguesa, esta vez en el laboratorio ácido y objetivista de las situaciones extremas: Trátese de los burgueses apresados en el gran salón –luego, al final, en la nave central de la Catedral- de El Ángel Exterminador (1962); o de otros burgueses que infructuosamente logran disfrutar una cena en El discreto encanto de la burguesía (1972), tiroteados en la modorra por terroristas o expuesta su precariedad mientras caminan sin rumbo en una carretera rural sin fin (en la intermitencia que comprende la ensoñación impía y la realidad escurridiza). La crítica es contundente también respecto al lumpen-proletariado: Recuérdese la orgía desagradecida e inmoral de los mendigos en Viridiana (1961) que parodia La Última Cena de Da Vinci; o el trato envilecedor y depredador que se tributan entre sí el Jaibo, Pedro y su madre, Ojitos y el ciego en la barriada de Los Olvidados, pues son víctimas y victimarios que reproducen las relaciones de poder auspiciadas por el sistema capitalista. Desconfiamos con Buñuel, en un acto rebelde e hiperrealista, de la bondad innata que Rousseau le atribuye a la humanidad.
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