Tuesday, March 31, 2015

EL MALESTAR DE MI ESCUELA. José Carlos De Nóbrega

EL MALESTAR DE MI ESCUELA
José Carlos De Nóbrega

“Pastiche Criollo a la manera de Ambrose Bierce”, dedicado a todos mis alumnos.

Mi liceo se encuentra ubicado en una barriada del sur de Valencia de San Desiderio, a la buena de Dios y el Diablo, olvidada por los gobernantes de medio pelo y los burócratas indolentes de siempre. Pareciera más bien una ficción funcional y educativa propia de la acumulación histórica del desvarío y el despropósito de la nación. Si bien la letra y el espíritu de la Ley (CRBV, LOE y LOPNNA) pretenden colocar a la muchachada como centro de atención (programas de inclusión mediante), la mezquina y bancaria práctica de la pedagogía les excluye con desprecio e impunidad. Se ha constituido una sociedad de cómplices –a contracorriente de maestros como Simón Rodríguez y Prieto Figueroa- que se solaza con horarios a la carta y sesiones de clase a media gallina, pues priva un espíritu opuesto a la bella Colmena comunitaria: Pasean rencores, frustraciones y complejos que convierten el aula en una sala de torturas anclada en la más vil rutina. A estos autómatas pequeñoburgueses les aterra codearse con su prójimo adolescente de a pie, vallenato y reggaetón, pues la Universidad Autónoma –a la cual se le quemaron los fusibles- les incrustó en la cabeza vacía y el mísero corazón la discriminación clasista e incluso racista. Se hacen llamar “colectivo”, cuando sólo cada quien acredita y tributa a su insulso ego, eso sí, en una comparsa macabra que se encamina día a día al desbarrancadero. La alienación de educadores, educandos y funcionarios vacía de significado vivo cualquier auditoría académica y administrativa, o –peor aún- la tan ansiada y necesaria contraloría social.

Está en el “Diccionario del Diablo” el significado de la palabra “Educación, s. Lo que revela al sabio y esconde al necio su falta de comprensión”. Mi escuela es una familia disfuncional que se encuentra estancada en una disputa absurda e incomprensible por el Poder: Un sector accidental de colegas ha acorralado a la directiva sin argumentación política (maquiavélica o no) ni pedagógica que nos explique este desmadre. ¿Se trata de dar un golpe de estado o de proveerse de tontos útiles proclives a un clima bochinchero? Unos y otros se extravían y aturden en la gritería histérica de insultos mutuos. Bien lo diagnostica Carlos Fuentes en un asombroso libro de cuentos del 2006: “Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo”. En esta operación de división organizacional sin cociente, sólo tenemos el resto o residuo: los docentes, los alumnos y los representantes preocupados naufragan en una marea artificial y envilecedora. Se nos parece a la película “Ensayo de Orquesta” (1978) de Federico Fellini: Los experimentos de cogobierno comunal o gestión tecnocrática mal asimilados, nos conducen a la figura autoritaria del director musical, académico, administrativo o político so pena que el edificio nos caiga encima.

No hay interés pedagógico ni afectivo por la calidad educativa, pues se trata de la instrucción mediocre de los extraños y no de la formación integral de los hijos propios. La anomalía no puede achacarse al despropósito del cínico –pues el cinismo implica un ejercicio de alta y perversa inteligencia-, sino a la estrechez de corazón y a la falta de talento común en el docente bancario retratado magistralmente por Paulo Freire: “El educador se enfrenta a los educandos como su antinomia necesaria. Reconoce la razón de su existencia en la absolutización de la ignorancia de estos últimos”. De aquí se reproduce con creces la esclavitud asalariada que va del uno al otro, por supuesto, enclavada en la negación del diálogo educativo como acto de liberación.

Es notoria una paráfrasis bíblica de la Parábola de los Tres Talentos (Mateo 25:14-30): El maestro malvado y negligente no multiplica el talento, por el contrario, lo esconde en la tierra para esterilizarlo sin piedad. Ni una suspensión abrupta de las clases ni sus causas escandalosas lo conmueven un ápice, pues ahogado en la arrogancia se queja de que le “hicieron perder el viaje” o, ¡maldición!, no le permitieron encabalgar el horario. O cuando ante las protestas tímidas de las madres del barrio nuestro de cada bicentenario, alega que también tiene “otra vida privada” de la cual ocuparse en el horario laboral [síntoma notorio del ser escindido y alienado que asoma una cara dura]. Hay otros casos más patéticos, los que transmiten conocimientos insípidos como si vendieran helados baratos de colores y sabores artificiales en la calurosa tarde. Del torrente magisterial desparramado en la patria, reflejo del sindicalismo espurio de tirios y troyanos, preferimos no llover sobre mojado.

Sin embargo, el pardaje libertario abunda en sus amorosas íes latinas, maestras voluntariosas y comprometidas; en la picaresca revoltosa de la muchachada despierta y emprendedora; en los piqueteros y trabajadores dignificados en la auténtica lectura que concilia lo político y lo estético, lo culto y lo popular; y, mejor aún, en los colectivos transformados en los héroes de nuevo cuño que persisten en la unión por la liberación y se oponen al poder vertical que divide para reinar. Esperanza que se edifica en el ejercicio libre de la palabra y la ciudadanía que hace trizas la retórica hueca de las ideologías, opresoras en su esencia dañina. Reivindicamos entonces la prudencia de la razón y el optimismo de la voluntad creadora, tal como nos lo plantea Gramsci.

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