HUGO CHÁVEZ: NI SUBESTIMACIÓN NI CULTO PERSONALISTA
José Carlos De Nóbrega
La figura de Hugo Rafael Chávez Frías me confundió desde su primera insurgencia en la política venezolana de los noventa. A mis terrores antimilitaristas se sumó la respuesta amarillista e interesada de los medios de comunicación social nacionales e internacionales. La subestimación pequeñoburguesa llegó incluso a acusarlo de ser el autor intelectual de la Masacre de Cararabo con sus sangrientas “corbatas colombianas”. Ni me creí este crimen de laboratorio ni tampoco el magnicidio frustrado de Carlos Andrés Pérez, represor de primer orden durante la insurrección guerrillera de los sesenta y autoridad implacable respecto a los miles de muertos que escupió “El Caracazo” de 1989 (a tambor batiente y a metralla caliente).
A Hugo Chávez me lo topé en 1997 ó 1998 durante un acto de graduación en Valencia, la de Venezuela, correspondiente a una institución educativa de “reciclaje” –esto es el antiguo Parasistema- para la cual trabajaba. Se parecía en ese entonces más al “Tribilín” que ingresó años atrás en la Academia Militar, ataviado de liquiliqui verde oliva, que al robusto presidente de años después a la vera del calor popular y el desprecio enfermizo de la pequeña burguesía venezolana. No me molestó su carisma llanero que atravesó impune la Sala Turpial del Hotel Don Pelayo, sino la reacción afectada, snob y -si se quiere- babosa de ciertos profesores saltimbanquis que pujaban por sacarse una foto para embadurnarse de su fama mediática y no de su peculiar humanidad.
Sin embargo, la gula burguesa se asomó obscenamente el 11 y 12 de abril de 2002. Sobre el Puente Llaguno y la Avenida Baralt se desató el instrumental terrorista de la burguesía en toda su intensidad: LA MÁS CARA MASACRE, en voz de Juan Calzadilla, se enseñoreó sin distinción de los venezolanos de uno y otro partido que caían despedazados por las balas y la vil homilía mediática en un Holocausto tenebroso e inconcebible. Afortunadamente, el Golpe no duró más de cuarenta y ocho horas. Los victimarios fueron víctimas de sí mismos, del desconocimiento internacional y, mejor aún, de la participación activa de los ciudadanos anónimos que a pie pelado restituyeron el hilo constitucional. A finales de año, sin plena evaluación de su fracaso político, el eje sindicalero, politiquero, arzobispal y empresarial activó un Paro Cívico inconsulto e impío, al cual se sumaría la cúpula tecnocrática de PDVSA. No importaba quebrar fraudulentamente la economía venezolana, si se lograba recuperar el obsceno Festín de Baltazar que caracterizó ese contrato excluyente llamado Pacto de Punto Fijo. No me pareció entonces que la ciudadanía soportaba las colas para adquirir la gasolina, el gas doméstico y los productos de primera necesidad de modo estoico; por el contrario, se leía entre líneas una actitud de resistencia a los antiguos amos, eso sí, sin apelar a la violencia y la anarquía propias del resentimiento social. El gobierno fue acompañado nuevamente por la ennoblecida masa mestiza en la retoma de PDVSA y el control del país, mientras cierta clase media bailaba aeróbica y ridículamente en el este de Caracas.
Las victorias electorales de Hugo Chávez no sólo se justifican en una atinada y aguda percepción del momento político, amén de la instrumentación estratégica subsecuente, sino también en una particular visión histórica, la cual permitió la paulatina construcción de un Proyecto de País e incluso del Continente, con sus idas y vueltas, susceptible de involucrar a las mayorías en un recorrido autogestionario, soberano y emancipador. Si bien se coqueteó, en un inicio, con la fracasada Tercera Vía del laborista Tony Blair, el pensamiento latinoamericano –Bolívar, Rodríguez, Martí, Mariátegui y la Teología de la Liberación- constituyó las raíces de una propuesta que aún se encuentra en plena edificación: el Socialismo del Siglo XXI, el cual ha de exceder la banalización del discurso político, la confortabilidad simplista del slogan de ocasión y la estéril inmediatez mediática. Por ejemplo, de esa cosmovisión política, económica, social y cultural se desprenden las Misiones Sociales que no han de configurar un Estado paralelo, sino más bien la antítesis de nuestra hipertrofiada burocracia estatal, confinada a las miserias del funcionarismo denunciado por Gramsci. Evidentemente, erradicar la áspera burocracia de corazón burgués sigue siendo un objetivo del proceso bolivariano en el país; por lo que no podemos consentir su coexistencia así nomás con el empoderamiento del pueblo. Asimismo, la revolución educativa, cultural y comunal ha de apuntar a la superación material –no materialista-, política y espiritual de la población, pues de lo contrario las nuevas instituciones serían socavadas por los vicios del pasado. No se trata de iniciar una cacería de brujas con fines inconfesables, sino de desenmascarar y derrotar a la madeja burocrática, oportunista e infiel que aún está enquistada en la República.
Los sectores reaccionarios de Venezuela, en la precariedad y el envilecimiento de su espíritu, han subestimado a Hugo Chávez Frías de manera simplista y disociada. No sólo en el plano político, sino incluso en el mismísimo mundo íntimo. Las gríngolas que la mezquindad pequeñoburguesa se ha forjado, les impide ver, especialmente, la condición de vivo y atento lector que caracterizó a Chávez durante su breve e intenso periplo vital. Las intervenciones públicas del compañero y compadre Hugo Rafael jamás obviaron el mundo maravilloso de los libros. Observamos, en este interesantísimo caso, una concepción lúdica de la lectura y la cultura que apuesta por una Poética del Decir: Esto es la simbiosis esencial habida entre lo culto y lo popular, fenómeno amoroso del espíritu humano que está comprobado hasta la saciedad por la Historia de los hombres y sus ideas.
El odio, los prejuicios y la crítica traída por los cabellos, fallan en la demonización del Presidente Chávez por parte del aparato mediático nacional e internacional. Su habla directa, popular e irreverente no calza con un espíritu represivo y absolutista; sino más bien demarca un territorio propicio para la discusión, la autocrítica, el combate y la polémica sin cuartel. Manifiesta la indignación ante la injusticia y la solidaridad con los oprimidos. Una de sus más notables contribuciones políticas y discursivas, estribó en colocar en el hasta entonces raído tapete la incorporación de los excluidos e invisibles a la construcción de la patria, el continente y el mundo, esto es el forjamiento de su ciudadanía activa y en libertad. Por tal razón, reconvenimos también la adulación de corte mesiánico y utilitarista. Tampoco nos gusta la cultura necrofílica propia de fascistas y de podridos politiqueros llorones: Nos simpatiza el fervor y la franca y amorosa tristeza del pueblo que le acompañó al Cuartel de la Montaña, al igual que “en los entierros de mi pobre gente pobre”. Apostamos por una evaluación crítica y auténtica de Hugo Chávez en una biografía por venir.
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