Wednesday, May 06, 2015

TRES MUJERES EN NUESTRA POESÍA DE HOY (II). José Carlos De Nóbrega

Tres Mujeres en nuestra poesía de hoy (II)
José Carlos De Nóbrega

La obra poética de Niddy Calderón comprende los títulos Sonata con animales (2002), Poesía (una risa que se ríe de mí) de 2005 y Poemas para llevar (2013, aún inédito). La primera incursión poética, como reza su título, deviene en una revisión libre y concienzuda del género del Bestiario. Por tal razón, Cristo envió una legión de demonios a una manada de cerdos que posteriormente se despeñaría al mar. Nos reconocemos, pues, en la animalidad: “en los animales de mi espejo / hay una voz antigua / frente a la que suelo callar”. Hay entonces una alusión y una revisita crítica que va de las Fábulas de Esopo, pasando por los textos de zoología fantástica de Jorge Luis Borges, hasta arribar al Bestiario hecho cuentos y novelas de Wilfredo Machado.

"Poesía (una risa que se ríe de mí)" es una estupenda propuesta de Ars Poética, caracterizada esta vez por un cortante y desmitificador sentido del humor en el abordaje del oficio poético como tal. Desdiciendo los inútiles escarceos de la crítica profesoral en la apropiación del poema -vocación estúpida e inevitable en los cursos de letrillas de nuestras universidades-, simula una sonsa taxonomía que se afinca en su corteza como una traviesa tiña: desfilan poemas necios, cursis de mujer, onanistas, acreedores de concursos amañados, new age, lunares, efectistas, político aleccionadores, necrofílicos, inútiles y pare usted de catalogar. Por ejemplo, en el POEMA CURSI DE MUJER hallamos la requisitoria de cierto discurso que estigmatiza la poesía hecha por mujeres en Venezuela desde los años ochenta; la cama no es más que la mesa en la que la voz poética se desgañita en un panfleto feminista, diseccionando el cuerpo en tanto sujeto u objeto sexual asediado por el macho de turno: “Nombra al menos una parte del cuerpo / habla de pezón, labio, pene, piel / Es capaz de conquistar a cualquiera / suscitar erecciones o alergias”. No se trata del sollozo ramplón que se sumerge en la abulia, sino del llorar y crujir de dientes que apareja fallar en la revelación profética de la poesía (patente, por ejemplo, en la música sutil de los pétalos del tulipán que caen al piso; patética en el tañer obsceno de trompetas apocalípticas). Por otra parte, el POEMA GANADOR se cose y cuece en la condena a las posiciones acomodaticias que son irreconciliables con la majestad de la Poesía: “Está bien escrito / consigue un hallazgo poético / se amolda a los criterios que alega / el comité que lo examina / puede ser un poema malo o bueno / no importa / El poema ganador es lo más cercano / al gusto del jurado / y a veces nada más”. La intención no deja lugar a dudas, detrás del tratamiento satírico del tema se oculta una sentida preocupación por el poema, corpus textual que trasciende su frágil soporte. Su coraje ovárico va más allá del afán de diferenciarse respecto a la versificación desencaminada de escuelas poéticas absurdas, las cuales no son más que la proyección del espíritu amputado de una crítica enceguecida y atribulada.

"Poemas para llevar" es una reunión inédita de textos que recapitula el libro anterior. Nos parece colindante con una propuesta más conversada, espontánea y antipoética en una celebración pertinente a la voz del centenario y adolescente Nicanor Parra. La mordacidad y el desparpajo arremeten contra el consumo de cachivaches y fetiches de diverso tipo. Incluso nos retrotrae la terca e irreverente propuesta musical de Joaquín Sabina, la cual –por fortuna y afán libertario- hace añicos la insoportable lírica presuntuosa del guatemalteco Ricardo Arjona. El tratamiento del lenguaje se hace cada vez más hablado, inmediato y prevaricador. El Centro Comercial, como lo hemos dicho muchas veces, se ha impuesto impíamente como la propuesta museística burguesa del siglo XXI. Tal adefesio arquitectónico y social se hace extensivo en el diseño y el funcionamiento de nuestras urbanizaciones, centros académicos, medios de comunicación y organizaciones políticas. El descarnado sarcasmo apuesta al desmontaje del latrocinio mercachifle.

                                                          Óleo de Richard Camacho

Sunday, May 03, 2015

AQUÍ Y AHORA. Luis Alberto Angulo

AQUÍ Y AHORA
Luis Alberto Angulo

     Una de las características del envejecimiento es la que nos ensimisma en los recuerdos más lejanos. La pérdida de la memoria cercana nos retrotrae entonces a lo distante. Cuando envejecemos, la mirada, sin embargo, se centra en lo inmediato, en lo que nos rodea. Apenas si vemos el conjunto. Es peculiar que lleguemos a un sitio y no reconozcamos a nadie. Algunas veces porque no hay a quien reconocer o porque no vemos a nadie más, centrados sólo en el desplazamiento de nuestra dolida humanidad.

     Es natural que al envejecer vivamos aferrados al pasado, siendo la única certidumbre para asirnos al presente. El hoy trocado en perplejidad certifica, no obstante, la certeza de un ciclo que prescinde de nosotros sin solicitar licencia, pese a las ostensibles señales que va dejando. Cuando somos jóvenes vivimos el presente con la certidumbre de que existe un futuro. Carecemos entonces de “memoria histórica, experiencia, pasado”, hecho sustituido continuamente por las ideas y el parecer del mundo en que vivimos. El peso de la cultura y lo “digerido” es alojado a través del lenguaje y sus sistemas, al joven integrante que vive la ilusión de estar pensando por sí mismo.

     Pese a las contradicciones y los antagonismos sociales, las ideas que van a prevalecer en un mundo caduco son las mismas ideas envejecidas que lo reproducen, justifican y salvaguardan. La presunta autonomía del pensamiento y de la individualidad, obedece a un complejo discurso que amalgama a todo, pese a la fragmentación que también cercena su totalidad. El viejo añorando empecinadamente el pasado y el joven anhelando futuro, comparten actitudes similares. El extrañamiento es equivalente. La percepción condicionada del presente en ambos sujetos es ostensible. Los extremos de la negación y de la credulidad impregnados de sentimientos y emociones, perturban la comprensión del momento único e irrepetible de la vida a secas, sin proyecto, de cada uno de ellos.

     Sin embargo, no hay que ser viejo para sentir nostalgia. Ni es imprescindible ser joven para tener esperanza. Continuamente asumimos ambas tendencias sin que una excluya totalmente a la otra, y pese a que se señalen campos antagónicos, para decirlo de alguna manera, entre el llamado nihilismo y los anhelantes. El problema sin embargo, no es la hipotética o real contradicción entre esas actitudes, que por demás ha permitido una discusión plena de hallazgos y de lucidez intelectual. No es entonces filosófico lo que intento plantear ahora. En primer lugar porque ese es un campo demasiado fecundo para asumirlo desde el puro estatuto del decir y de la licencia poética que otorga. Tampoco es el tema de un modesto artículo de opinión sobre lo cultural. La contradicción que señala es la imposibilidad de percibir correctamente la realidad enfocados en el pasado o intentar vivir el presente desde la ilusión del porvenir.

     La realidad venezolana, por ejemplo, no puede ser avistada de manera significativa por quienes todavía están procesando el pasado desde la nostalgia, los prejuicios y las aspiraciones que prefiguran el incierto futuro. Ciertamente “el país” reclama de sus intelectuales a que se le piense, pero desde luego, también reclama a sus lectores, conocer y reconocerse en quienes lo hacen. Estudiar y ver al país desde esa perspectiva debe tornarse en presencia, actualidad y no mera nostalgia y justificación para encubrir la somnolencia, el desgano y la esterilidad. La negación pura es una forma de caducidad, pero la afirmación del puro optimismo se muta en desvarío. “Ver las cosas como son, aquí y ahora”, es superar los condicionamientos que conducen a los extremos de la ilusión.

     Los restauradores, que plantean el retorno del país hasta donde lo dejaron cuando perdieron el control político del mismo, están en el extremo que les conduce a negar la realidad y entrabarse en una ineptitud sin precedente. La “enfermedad infantil”, según un revolucionario sin fronteras, asentada en el otro extremo, es otro peso muerto que termina beneficiando a quienes pretende combatir. Un efecto inesperado que, desde luego, también acompaña a los primeros. En medio de esos extremos existe una otra realidad, posiblemente la realidad, que al no ser reconocida como tal hace que todos se despedacen contra ella.

     Hay que leer mejor y discutir a Picón Salas, también a otros “aceptados” como: Rengifo, Briceño Guerrero, Araujo, Miliani, Mosonyi, Mosca, Nazoa, Ludovico, Prieto, Acosta Saignes, Brito Figueroa, Malavé Mata, Bernardo Núñez, Pardo, Otero Silva, Domingo Alberto, Uslar Pietri, Liscano, Adriani, Díaz Solís, Briceño Iragorry, Díaz Sánchez, Cabrujas, Febres Cordero, Fombona Pachano, Gabaldón Márquez, García Bacca, Maiz Valenilla, Ramón y Rivera, Argenis Rodríguez, Lanz, viajeros hacia el amanecer.

ANA ENRIQUETA TERÁN O EL CORAZÓN DEL ÁGUILA. José Carlos De Nóbrega

ANA ENRIQUETA TERÁN O EL CORAZÓN DEL ÁGUILA
José Carlos De Nóbrega

     “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” (2014) de Doña Ana Enriqueta Terán, primera incursión novelística publicada por la Fundación Editorial El perro y la rana, nos obsequió una experiencia inigualable y harto placentera: Esta maravillosa novela coquetea, por fortuna, con la musicalidad clásica del soneto y la oralidad popular, rural y andina de la décima. La palabra recrea así nomás mestizajes alambicados y entrañables, eso sí, en el predatorio y dinámico marco de las relaciones de poder que encabritan a los hombres. Si bien no sólo hay alusiones autobiográficas sino también al devenir mismo de su obra poética [léase, por ejemplo, en voz alta el poema “Estancia de las Casas Vividas”, Piedra de Habla, 2014, Biblioteca Ayacucho, pp. 305-309], la novela nos parece uno de los mejores ejercicios de ficción literaria de los últimos treinta años en el país. Son abundantes sus virtudes narrativas que redundan en la calidad plástica de sus atmósferas, la construcción apasionada de los personajes y las modulaciones múltiples de la voz que cuenta y canta hasta cien para desandar o revisitar un siglo. Paradójicamente, autores como Gabriel García Márquez o Adriano González León cierran el ciclo con libros sobre la depreciación nostálgica de la vejez; en cambio, Doña Ana intenta la senda inversa, esto es la recuperación poética de la infancia que trasciende la Utopía romántica.

     Las protagonistas son indudablemente maravillosas en la precariedad, la contrariedad, la fortaleza y los silencios de afuera y de adentro: Doña Juana Teresa, la abuela y la casa; Ama Ina, la sierva devota y celestina; y, por supuesto, Manuela, Isabel María, Niña Chayo, y Niña Candela, nietas y cuentas preciosas del rosario familiar contingente que se reconcilia con los anillos de la sierpe que pende de la viga principal del techo. Panchita, la culebra tuquí, no encarna la culpabilidad de la mujer infligida por el macho semental y patriarca, ni muerde su calcañar, por el contrario, las acompaña en las lazadas cómplices viga a viga. El mea culpa tampoco funciona a nivel socio-económico, pues cunde la humanidad inmediata de godos y campesinos, niñas mantuanas y guarichas: “¿A ras de quién establecer culpas? Eran circunstancias. Intensos momentos en extensión de paño interno”. He aquí la hermosísima irrupción del Bestiario, factor poético y metafórico de primer orden que afinca la compleja, sentida y escurridiza personalidad de cada quien, “el goce del tacto era el acercamiento a la bestia de uno”: el escudo matriarcal encarnado en el águila de Doña Juana Teresa, encadenadas ambas en la casa; el cordero de Isabel María; o el coleccionismo entomológico de Niña Chayo que se apropió no sólo de coleópteros y escarabajos, sino de otros animales y seres humanos amados.

     Por supuesto, nuestras mujeres se oponen sutil y silenciosamente al conservadurismo seco de la sociedad andina de aquel entonces: el “PURO LEER” de la matriarca, desde los clásicos rusos al Siglo de Oro español; pasando por la depredación sexual de Niña Candela o el ateísmo encubierto en la compulsiva religiosidad de Niña Chayo; hasta el dolorosísimo y vindicador ejercicio escritural de Manuela, desprovista de toda Victoria posible, “¿Será la palabra la única victoria de Manuela?” [¿Qué tal les parece este llamado interior: “Despacito, Manuela, no se desboque; prados de hoja menuda no destruya”, sazonado con la musicalidad inherente de un verso de arte mayor?].

     Reiteramos que el lenguaje, en sus diversas implicaciones, es la línea central e indagatoria de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes”. Constituye por una parte la revisión y recapitulación de la pasión escritural de nuestra autora. Son evidentes los puentes que establece con la “Autobiografía en tercetos…” de 2007, especialmente en los casos de “Invocación a la madre” y “Ríos de infancia”; asimismo con la “Antología poética” de 2005, lo cual comprende la afinidad temática y las peculiaridades musicales e imaginativas de su discurso vital y personalísimo. Más importante aún, hemos de destacar el afán multidisciplinario que repercute hondamente en la construcción de este microcosmos novelístico: la prosa es olorosa al fogón de Ama Ina y al jardín cuidado por el infértil Juan Carlos Macchi; el discurso científico botánico y zoológico es motivo de apropiación y reconversión poéticas de la tierra y el paisaje; la condición de mujer se expone con bella crudeza comadrona y sin concesiones estilísticas: “Qué significa sangre menstrual en trapos viejos, (…), como si la sangre necesitara símbolos de poder, de tradición, para el holocausto de la inocencia y el suceso inaudito de la belleza”. Los recovecos del habla que mixturan lo culto y lo popular no sólo recobran viejos términos, sino que imponen al cuerpo y el alma significados inéditos y juguetones: <>. La lengua absuelta por el vuelo y el reptar poético, nos mueve al morbo y al voyerismo cuando de espejos se trata: la mirada oblicua que se desparrama en el pie equino de Isabel María (acariciado por Cheo Castejón o el mismísimo lector) o la desnudez virginal de Niña Chayo. La ceremonia transcurre entre la mascarada y la deglución caníbal del objeto luminoso del deseo, digresión sensual mediante.

     Aplastando la cabeza mezquina de la deslenguada mapanare que fracasa en herir su calcañar, nos reunimos en el hospitalario patio para enhebrar un texto amoroso, encuentro de la poesía, el ensayo y la pintura, con el cual José María, Luis Alberto, Vladimir y José Carlos celebren a Ana Enriqueta acicalándose y persignándose en la ceremonia cotidiana y salvífica del poema.

     Excusen, pues, el entusiasmo de estas notas dispersas y enamoradas, que celebran a nuestra queridísima Ana Enriqueta en su cumpleaños pleno de mocedades.