Friday, August 22, 2008

UNA TRILOGÍA POÉTICA DE OSWALDO GONZÁLEZ


UNA TRILOGÍA POÉTICA DE OSWALDO GONZÁLEZ


José Carlos De Nóbrega
Ilustración: Esaú vende su primogenitura de Hendrick ter Brugghen


Tuve noticia de Oswaldo González Quiñones cuando Carlos Villaverde me había mostrado las galeradas de un volumen suyo de ensayo sobre los judíos sefarditas en América Latina. Años más tarde, en mayo de 2007, una participación suya en una charla que dimos Guillermo Cerceau y yo sobre la obra de Elías Canetti nos permitió conocerlo; la ocasión fue propicia para leer su poesía, pues me obsequió la trilogía poética de la cual vamos a conversar: Canto Rodado (2005), Solidaria Herrumbre (2005) y Abrevadero (2006). No me equivoco al afirmar que es un afortunado y paradójico hallazgo: no hay divorcio entre el poeta y el docente, pues un ejercicio sobrio y significativo de la metodología configura su discurso poético; sí, la metodología en tanto camino crítico que afecta hasta el acto mismo de cepillarse los dientes, tal como él mismo la define con impune soltura. El texto poético se presenta en una escritura precisa e impecable, desprovista de adjetivaciones innecesarias que debilitarían al objeto poético mentado a través de los sustantivos e incluso redondeado por los verbos. Me sugiere la claridad conceptual de Baltasar Gracián, no obstante el estilo barroco con el cual no comulga Oswaldo. Persiste en el inicio peculiar del poema: una primera estrofa a la manera del haiku que se basta a sí misma, no en balde su conexión sólida con el resto del texto; ello en un tratamiento heredado quizá del trabajo del mexicano José Juan Tablada en el libro dedicado a Li Po, publicado en nuestro país a principios de siglo. Veámoslo en este caso: “En ti piedra / detuvo el tiempo / su ala buena”. Luego prosigue el poema: “Tu sueño // de anclaje involuntario / habitado por el vuelo / fue suficiente / para renacer cometa // Pluma y arcilla / en un intento”. Pertenece al poemario Canto Rodado, conjunto de una fuerza juvenil atenta a la sensualidad del entorno; nos conmueve en la transición hacia el canto rodado, pues el impacto de los elementos en la piedra es desgaste pero también cambio que la inscribe en una canción por la vida: “Piedra / que viaja y canta” o mejor aún “piedra / de agua / que sufría / de río”. Por supuesto, no compartimos las críticas adversas a este magnífico libro expresadas en la oscuridad del pseudónimo-hembra, más afín a las hablillas de callejón que al ejercicio responsable de la crítica literaria. A tal efecto, escuchen el poema 20 de Piedra, segunda parte del libro, con los ojos cerrados aguzando el oído, la lengua y el tacto: “Cuando llueva / recogeré una gota / en mi dedo pequeño // Convertiré el arca / de piedra carcomida / en líquida colmena // lloverá sobre / guijarros de aguacero”.


Solidaria Herrumbre apuesta de nuevo por el poema breve, despojado de hueca retórica que procura mentir en el ornamento absurdo y en la futilidad de la filigrana verbal trasnochada. Evidentemente el tratamiento del paisaje, primario e interiorizado, lo enlaza a Canto Rodado: “Hay un verde / que el hombre mira / después su alambre // Ancho y largo / no cuenta el alto / busca encerrarse // Para qué púas / rezonga el viento” –es semejante a la poética paisajística de Carlos Hernández Guerra en la simplicidad y la contundencia del trazo-; sólo que el vigor en la mirada asombrosa del mundo que nos ofrece el primer poemario, da paso a la preeminencia del tema de la soledad patente en el segundo. El poema 44 nos remite al pasajero ebrio de un autobús que resbala peligrosamente en la autopista: “Ella se fue / yo me quedé // Aquí en la lluvia // No dijo adiós / ni dejó papel // Qué hago / si se me muere / la soledad”. La solidaridad con el proletario lo emparenta con el texto de Ledo Ivo referido a la estación o terminal de autobuses: “Verdaderamente los pobres no saben ni morir. / (Tienen casi siempre una muerte fea y de mal gusto) / Y en cualquier lugar del mundo molestan, / viajeros inoportunos que ocupan nuestros lugares / aun cuando vayamos sentados y ellos viajen de pie”. Como se puede ver, en el primero nos marca la ternura mientras que en el segundo nos solidarizamos por vía de la impostura crítica del respingado discurso estúpido de la clase media. Son muchos los monólogos de la voz poética viendo llover sobre el mundo: “Quién / mató al gallo / si está de luna // su voz / que empapa / lajas de altura // Abro la puerta / de par en par / hasta que venga // la noche / del aguacero // sus escalones / llorando frío”. Se naufraga, estragados el cuerpo y el alma, en una casa sola, reducida a cenizas del hastío que manchan la albura de la camisa. Hay otros textos que abordan sin cortapisas el tema de la muerte que desarrollará con mayor amplitud en el libro aún inédito Tierra de Difuntos: “Iba tan solo / pero cayó / desprevenido // Son días / oliendo a muerto // El perro sabe / guarda y espera // porque su amo / leyó en la Biblia / una palabra // resurrección”. Nos retrotrae a Cancerbero custodiando el Hades, por una parte, y por la otra la magnífica tensión del relato La insolación de Horacio Quiroga en el que los perros son testigos aterrados de la muerte del amo.


Abrevadero es un libro muy hermoso, pues remite a la concupiscencia y la saudade de los olores de la infancia. Un homenaje edípico –me confieso militante de este adjetivo-, sentido y delicioso al matriarcado todo rigor con la sazón de la bondad y la abnegación: son los nombres de Adela y María Quiñones y agrego como lector el de Augusta. Degustamos en la memoria los tacones de puta y el caldo de lentejas y la carne guisada en sus implicaciones bíblicas y sefarditas: “Siempre / mi nostalgia llega / oliendo a vainilla // algunas veces a papelón suplicado // cuando la mano / rebozada de tarde / es redondez de canción // en repunte de caldero”. Es comprensible la venta que Esaú hace de la primogenitura apostando a la sensualidad de la boca, el guiso y las lentejas en el tiovivo cariñoso del estómago; ello muy a pesar del ala rozando por siempre la campana en alusión al purgatorio, metáfora terrorista del cura Cacique echada de la casa materna en un dulce exorcismo de clavo y canela. Abrevamos entonces en nuestra educación sentimental primera, la referida al habla vertida en las historias de los abuelos y los padres, sus costumbres, mañas y contingentes modales: “Mi casa infantil / de cúpula verde / erecta sus techos // en riñas de gatos // Tiene aljibe / con edad de abuelo / y risas de primos / moliendo café”. Retomando el tema de la muerte, a la cual se combate por medio de la memoria y la evocación poética, el poema se despoja de una fácil imaginería visual para proferir un desgarrador grito: “El chirrido / es de verja / y camposanto // Tan doliente / que cuelga / en el sollozo // de la tarde” para morderse la cola así “Es chirrido de ataúd tocando fondo”. Sin embargo, María Quiñones, la del rostro severo pintado por otro de sus hijos –Ramón Belisario-, nos ve complacida lidiando con el mundo a punta de palabras amorosas: “Mi madre era aire / anhelando el agua / que esparció terrón // túmulo de espiga // por eso juntó / virutas del tiempo / haciéndonos vidrio / fuego de ocasión”. Nos importa entonces el diálogo franco con la poesía de Oswaldo González Quiñones, no el mercado de libros hipócritas e idiotas que embargan a la mayoría en el autoengaño y la falta de propósito lúdico y placentero en sus vidas.

UNA APROXIMACIÓN HEROICA DE JULIO RAFAEL SILVA A LA OBRA DE JOSÉ LEÓN TAPIA




UNA APROXIMACIÓN HEROICA DE JULIO RAFAEL SILVA A LA OBRA DE JOSÉ LEÓN TAPIA. José Carlos De Nóbrega.


Los libros de ensayo de Julio Rafael Silva pueden obviar el índice: se dejan leer de un solo tirón, pues conjugan erudición amable y respetuosa, transparencia y pasión que rayan al punto en una ternura cortazariana: por supuesto, la que se refiere a los conejitos incubados en el estómago –indudable enclave de las emociones-, el goce sensual que provocan los muslos de Silvia o el estar balbuciendo el asombro ante las puertas del cielo, mientras Celina baila en el bar con todos los parroquianos. De ello doy devota fe afincada en la amistad. En especial cuando leí Cinco ensayos como (pre)textos para a(r)mar a Venezuela (2002), si bien se mantiene aún inédito por razones o peripecias de difícil comprensión, sin embargo constituye el origen de sus otros libros más afortunados: Del retrato a la máscara en el laberinto literario de Arturo Úslar Pietri (2004), el volumen dedicado a Carlos Noguera bajo el sello editorial el perro y la rana (2005), Francisco Lo Russo: Un ángel de María Lionza (2007) y el título que hoy nos ocupa celebrar Héroes y villanos, llaneros y llanura en las narraciones de José León Tapia (2008, UNELLEZ). Julio Rafael, más que agudo ensayista, se nos antoja un bondadoso relator a la manera del capitán Marlow: se conversa con el texto ataviado de blanco, anclado el barco o el bongo en cualquier río emblemático de Venezuela, llámese Tirgua, Apure o Arauca.


En este caso, la aproximación de Julio a la obra de José León Tapia es gratamente afectiva, oportuna y estimulante, muy a pesar de la estridencia electoral que nos embarga sin misericordia escurriendo el bulto –la mayoría de las veces- a la discusión de altura. Nos incita a realizar una lectura inédita y poética de la obra narrativa de este gran escritor barinés (valga el intermedio: José León Tapia pertenece a la estirpe de escritores que ejercen la medicina, además de él tenemos por ejemplo a Jesús Semprum, José Solanes, Francisco Herrera Luque, Reynaldo Pérez Só, Pedro Téllez y José Horakyo Guillén). Nuestro amigo ausculta sin arrogancia académica su esencia, dirigida o presidida por una indagación personalísima en la historia venezolana: la vindicación de los vencidos, aquellos seres olvidados por la Academias de la Historia o Sociedades Bolivarianas mediatizadas en los recovecos grasientos del discurso del poder, marcado por el caudillismo de tenor decimonónico, puntofijista o postmoderno. Julio Rafael Silva lo sintetiza sin dar cuartel: “Sus textos son el fiel testimonio de una laboriosa empresa, de una difícil y penosa tarea: buscar en la entraña humana de nuestros héroes patrios, analizar su obra, su vida y sus pasiones desmontándolas (para comprenderlas, aprehenderlas y disfrutarlas más) del parapeto sacro en el cual la ingenuidad, la mojigatería y el negocio político han oficiado por turno su incienso de mentiras, como fieles turiferarios de ocasión” (p. 60). No nos sorprende entonces que este libro funcione también como una antología mínima narrativa de José León Tapia: la panorámica se detiene atentamente en libros tales como Por aquí pasó Zamora (1972), Maisanta, el último hombre a caballo (1974), Tierra de Marqueses (1977) o El Tigre de Guaitó (1979) –es de resaltar, por ejemplo, que una concepción neogoda pretende con su ignorancia histórica reducir a Zamora y a Maisanta como meros bandoleros, contrastándolos con civilistas que han promovido la represión, la corrupción y la exclusión de las mayorías-; las citas destacadas en negrillas respiran de manera espontánea, ello en virtud del ojo atinado y respetuoso del coleccionista en la selección que no desentona con el comentario colindante. La vecindad del texto narrativo y el ensayístico supone entonces una de sus grandes virtudes, pues el diálogo abierto se regodea en el placer único e irrepetible de la lectura en múltiples instancias. Sobre todo en la atmósfera plena de camaradería y solaz que destila el libro en su inicio mismo: el hermoso texto Los Julios (Anotaciones para un centenario) con el que nos obsequia José León Tapia, como si la conversación fluyera de chinchorro a chinchorro una tardecita cualquiera en Barinas, luego de atender a sus pacientes de siempre.


Este libro de una amenidad sin par, no excluye una preocupación crítica del autor en el rescate de nuestros escritores, la mayoría de las veces huérfanos de lectores agradecidos y estudiosos despiertos en la fiesta de la palabra; desdice tan lamentable e imperdonable acto de omisión. Es bien sabida la parasitaria que roe las entrañas de las escuelas, universidades y bibliotecas públicas: el imperio de una burocracia ignorante y ruin, afín al mero marcaje estafador de la tarjeta de entrada y salida del infierno que el poder ha forjado en la promoción de la medianía y la indolencia. Escuchemos a José León Tapia en su denuncia a otro vicio no menos neurálgico: “Vivo inconforme con esta sociedad, te diría asqueado por una sociedad donde el dinero es dios, y donde todo es individualismo, donde todo es ganancia y se explota al otro para enriquecerse tú” (p. 136). El decir poético del discurso narrativo de este curandero de cuerpos y almas es indiscutible, de honda raigambre oral, popular y humanística; parte de la problemática y maravillosa convivencia con los fantasmas de su pueblo y su personal memoria, sin un llorón apego necrológico pero sí en tanto lucha insomne que nos aferra a la vida que nos bendice y ennoblece: “Todavía en mí habitan fantasmas. Tanto así, que me trasnochan: no me dejan dormir, todas las noches me tengo que levantar a escribir. El que más me despierta es mi padre, un gran llanero fantasioso, que supo en vida llenarme de cuentos (…) Con mi bisturí salvé a media Barinas, pero con mi palabra la he salvado toda” (p.137). Este volumen es a la vez diario de lectura o guía enternecida que nos conduce a José León Tapia sin tramoyas ni fanfarronerías del intelecto, mucho menos callejones sin salida; nos recuerda la experiencia comunitaria y divina en el embotellamiento vehicular de la Autopista del Sur fabulada por Julio Cortázar.


Julio Rafael Silva cree denodadamente en la belleza del libro como objeto de arte, pues la Criba Fotográfica lo convierte en un Álbum Familiar que va del sepia a la fotografía en color: Se retrata a José León Tapia como figura pública y –mejor aún- en la intimidad de su circulo familiar y afectivo. No es para menos, siguiendo a Julio Rafael, pues se trata de celebrar la lectura de este libro-puente que empalma con los libros de amor e imaginación de José León Tapia. Lean entonces en voz alta y se sentirán bien acompañados.




En Valencia de San Desiderio, Librerías del Sur, sábado 16 de agosto de 2008.

Monday, August 11, 2008

KAREN II



Es un travieso alboroto blanco de manchas café. Hija de Lucky y de un pequinés bochinchero cuyo nombre desconocemos, nos la regaló Yajaira muy pequeña sobre un pañito de cocina (en ese entonces cabía en un puño). Sacude el silencio y la oscuridad húmeda de nuestra casa dando carreras desbocadas, mordisqueando las patas de los muebles y ladrando a todo lo que se desliza frente a sus ojos y su olfato. Va a cumplir seis meses el 15 de agosto, esto es tres años y medio en tanto niña de nuestra familia. Cuando es visitada por Fibi, su morocha marrón oscuro salpicada de blanco y negro, la fastidia hasta que ambas desfallecen de cansancio pasados miles de mordiscos juguetones. Los jueves y los viernes acompaña, conversa y le hace arrumacos a Yajaira como pausa dulce de los oficios domésticos. Nos demuestra un feroz aprecio cuando sus dientes marcan nuestras manos y nuestros corazones.

Presentación de los libros de Julio Rafael Silva, Enrique Mujica y Oswaldo González en Librerías del Sur, 16 de agosto de 2008





Estimados Amigos: Tengo el placer de invitarlos a la presentación de los libros:

Héroes y villanos, llaneros y llanura en las narraciones de José León Tapia de Julio Rafael Silva,

Poemas del Decir de Enrique Mujica y

La trilogía poética de Oswaldo González: Canto Rodado, Solidaria Herrumbre y Abrevadero.

lgualmente la cita implica como obsequio un recital poético de Enrique Mujica y Oswaldo González.

Esta celebración se llevará a cabo el sábado 16 de agosto de 2008, 10:30 am, en la sede de Librerías del Sur Valencia, ubicada en el primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.

Tuesday, August 05, 2008

UNA ANTOLOGÍA MÍNIMA DE NUESTRA AMIGA SAMANTHA MORENO, ARTISTA DE VALENCIA DE SAN DESIDERIO (III)


Título: Árbol de mi memoria.


Me encanta representar árboles porque me remontan a mi infancia donde me deleitaba al trepar a ellos. Amo a los árboles, los adoro, tengo una relación muy especial con ellos, que me hace muy feliz. Dentro de mi pintura juego con un color subjetivo, no concerniente al mundo real, pero alusivo a la poesía implícita dentro de la misma naturaleza.


Samantha Moreno.

UNA ANTOLOGÍA MÍNIMA DE NUESTRA AMIGA SAMANTHA MORENO, ARTISTA DE VALENCIA DE SAN DESIDERIO (II)


Título: Más allá de un sueño.


La Memoria, el mundo subjetivo e inconsciente es mucho más importante de lo que a primera vista podría pensarse. Las emociones por ejemplo impregnan sutil pero inevitablemente nuestaras vidas. Este trabajo fue mostrado en una exposición Colectiva del Museo de la Cultura, auspiciada por la Secretaría de la Cultura el 16 de Julio de 2004. Así como también fue exhibido en la Colectiva de Arte del SENIAT en Agosto del 2004.


Samantha Moreno.

UNA ANTOLOGÍA MÍNIMA DE NUESTRA AMIGA SAMANTHA MORENO, ARTISTA DE VALENCIA DE SAN DESIDERIO (I)




Mis Caballos se inspiraron en un principio en los Caballos de Carrusel. Me encantan los Caballos, siempre los incluí en mis dibujos infantiles cuando dibujaba para la escuela o por diversión. Me encantan los Caballos por su fuerza, su ímpetu, su belleza y nobleza. Y por supuesto su sentido de libertad. Mis Caballos son la sublimación de deseos y anhelos que habitan en mí, en ese santuario interior difícil de describir; al que siquiera se le puede llegar a tocar, a través de la metáfora. Estos Caballos son captados desde un espacio onírico.


SAMANTHA MORENO
1.- El caballo enamorado.
2.- Policromía Equina para un Poema.