Monday, August 10, 2015

LAS PIERNAS BIEN TORNEADAS DE LA SILLA. José Carlos De Nóbrega


LAS PIERNAS BIEN TORNEADAS DE LA SILLA
José Carlos De Nóbrega

     A pesar del sustrato machista que anida aún en nosotros, la literatura escrita por mujeres funciona en mí como antídoto y bálsamo que curan el “yo” enamorado. El remedio presenta varias fórmulas que integran una deliciosa nomenclatura: Emily Brönte, su tocaya Dickinson, Susan Sontag, Clarice Lispector, Ana Cristina Cesar, además de las venezolanas Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño, Ana Enriqueta Terán, Laura Antillano, Norys Nicoliello, Ximena Benítez, Annel del Mar Mejías y Sol Linares, entre tantas otras. En verso o en prosa, nuestras escritoras nos han arrullado con palabras mágicas al igual que la joven madre del film “La noche de San Lorenzo” (1982) de los hermanos Taviani. He de confesar mi entusiasmo de enjambre por la obra narrativa de la trujillana Sol Linares, una de nuestras mejores voces en tiempo real. Sus tres volúmenes de cuentos a la fecha [“Cuentafarsas” (2010), “La Circuncisa” (2012) y “La silla cruza las piernas” (2015)], nos obsequian textos que acarician vivaz y eróticamente la perfección. Valga una ojeada cómplice a “Bitácora de ti”, “La circuncisa” y “Cuento de la psicosis” respectivamente. Además, Sol ha incursionado en el cómic con “Chucenita”, esa pelirroja traviesa que nos importuna -por fortuna- en las páginas dominicales del diario “Correo del Orinoco”.

     “La silla cruza las piernas”, editado por Fundarte, es un conjunto maravilloso y personal presidido por la diversión lúdica, el sarcasmo y un aliento poético y vitalista de excepción. Constituye un acto de afirmación muy suyo que se verifica también en sus dos novelas “Percusión y tomate” (2011) y “La canción de la aguja” (2013). Más allá del tomacorriente y el enchufe como arquetipos lectores cortazarianos, el discurso narrativo se nos presenta como una red encantadora, contingente y muy bien dicha. Los referentes literarios, a la mayor gloria jesuítica si no S.J. con nosotros, no significan poses culteranas ni narcisistas, pues entrañan devoción amorosa y terrena por los nuestros, sin importar su ubicación topográfica o temporal. La literatura, eso sí, implica ubicuidad emocional y placentera tanto del que da como del que recibe a contracorriente de la muerte. Bien se centren los chismes o comentarios en Eurípides, Dostoyevski o Groucho Marx. Detrás de la conmovedora simplicidad de “El pupitre de un cínico”, se mixtura la candidez adolescente con la lectura salvaje e irreverente del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, por supuesto, para contrariar a la escuela en tanto aparato represor e ideológico del estado burgués o estalinista. No nos olvidemos, por ejemplo, de las peripecias de cuatro venezolanos cebando mate a partir de “Rayuela” que leímos en su segundo libro de relatos. La lectura y la escritura se amalgaman en un juego meta-poético que excede la preceptiva academicista y la aridez del discurso mediático. En “Hipnosis en silla de mimbre”, Loti [¿o Chucena?] considera las vicisitudes del oficio literario al inventar a su escritor fracasado y timador de sí mismo, esto es la inversión y elisión del punto de vista narrativo: “Sin ser un escritor me sentí un escritorzuelo”. La compasión satírica desdice el éxtasis egocéntrico y alienante del medio intelectual como tal.

     La brevedad de “La silla de Judas” se nos antoja un texto puente que nos remite a referentes disímiles como la dupla Van Gogh / Pérez Só, Héctor Murena y Miguel Otero Silva. La transfiguración ficcional del episodio bíblico del traidor, alude a la transubstanciación del objeto poético, el discurso ocultista y políticamente incorrecto, amén de la parodia literaria e histórica de fines inconfesables. Los convencionalismos culturales son trizados impíamente en “Crujiente como el nombre de Tarkovski”, pues la confundida protagonista expresa al lector su desazón y abulia sin cuartel. Lo intelectivo no puede deslastrarse de los gustos ni de las repulsiones, tal es la esencia que anima empresas dislocadas como las revistas literarias.

     Si algo caracteriza a nuestra afanosa y obsesiva autora, es la configuración problematizadora e introspectiva de los personajes, sobre todo al exponerlos a situaciones límite que bordean el absurdo, la incomunicación y el desarraigo exógeno y endógeno. Hay atractivos vasos comunicantes con Cervantes [la noveleta del Curioso impertinente], Henry James [La lección del maestro] y Clarice Lispector [La Pasión según G.H.]. “Paraguas close up” conjuga un juego de seducción lésbico que se obstina al confrontar con la vacuidad cotidiana, situación sazonada con unas imágenes primarias y eróticas sin par, de donde la cópula de lo objetual y lo imaginario excita y extravía los sentidos: “Pero la mujer que esperaba se hallaba atascada dentro de un paraguas junto a una extraña que olía a peras”. Nos retrotrae las erecciones furtivas provocadas por la película “El Ansia” de Tony Scott, esta vez las vampiras Denueve y Sarandon hacen el amor con Debussy de cortina musical. El motivo de la silla que unifica y se desparrama impunemente en el corpus narrativo, muta en la metáfora del dolor que es el contrapunteo del desamor de “En una terraza dos sillas”: Tatiana y Fernando se baten en un duelo silencioso e inmisericorde que reivindica la fragilidad humana, la precariedad ontológica y el perdón hecho claudicación [“Sufro tanto cuando el sol se guarda”, tal es su fado vallejiano].

     Hay dos relatos esquizoides de vinculante e iluminada lectura: “La silla cruza las piernas” y “Cuento de la psicosis”. El primero posee un sesgo auténticamente dadaísta, prevaricador y juguetón. La terapia a la deriva, sin duda otro combate cuerpo a cuerpo entre Gigi y su Freud portátil, se registra en un discurso narrativo y clínico impregnado de la imaginería inmediata de Magritte, además de las películas corrosivas de Nani Moretti que carnavalizan al marxismo y el psicoanálisis en un mercado periférico. La disolución del yo se desarrolla en una sucesión de gags dignos de una comedia de las equivocaciones: “Porque Gigi es tonta para moverse en la realidad, pero dentro de su imaginación es fuerte, vil, despiadada”. El segundo constituye una de las mejores muestras del género psicologista en el país, lo cual emparenta a Sol Linares con el “Abigail Pulgar” de Mariño Palacio, los Sonetos Imbrios de Rafael José Muñoz o el relato “Luz, ceniza y espuma” del paciente A.S.M. que motivó la censura de la revista “Nanacinder” del Psiquiátrico de Bárbula. En este caso, el discurso psicótico se traduce en clave poética y desenfadada que nos solidariza y vincula con el Otro: “Acabó mi monólogo de flan sufrido, delirio, agua vacía derramada en mi piel, la foto de una voz planchada en el crepúsculo. Acaso, ¿no fue el vientre de mi madre mi primer manicomio? La boca del padre sabe a vela, a jabón cansado y sal”. Reiteramos la lectura atenta del cuento “La Circuncisa”, un texto magnífico que rinde un homenaje sentido a la obra de Clarice Lispector, uno de nuestros más grandes y profundos afectos.

     Sol nos invita a despedazar el ego en la latencia del Amor Loco, apelando a las más diversas y paradójicas vías, para posibilitar la ruptura de la homogeneización opresora del alma y sus entresijos. No en balde, Legión nos llamamos todos porque somos muchos.