APOLOGÍA A UNA JAURÍA JUBILOSA
José Carlos De Nóbrega
He aquí una compilación festiva, crítica y dialógica sobre nuestra poesía más reciente. Efectivamente, las memorias de este “1er. Coloquio sobre Poesía Venezolana Contemporánea. Poesía y poéticas de autores nacidos a partir de 1970” [2014], editadas por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, si bien no niegan el auténtico espíritu inquisitivo de la Academia, propenden a una conversación placentera y atenta sobre la obra de nuestros poetas más jóvenes. El lector se sentirá al punto contento y reivindicado, no sólo por el abordaje diverso y dinámico del trabajo poético de Caneo Arguinzones (1987-2014), Luis Enrique Belmonte (1971), Paola Sabogal (1981), Kattia Piñango (1975), Joel Rojas Carrillo (1973), Freddy Ñáñez (1976), Luis Ernesto Gómez (1977), Julio César Borromé (1972), Ximena Benítez (1974) y José Javier Sánchez (1970), además del Catálogo de poetas chavistas bajo la curaduría políticamente incorrecta de Diego Sequera; sino también por el concierto ensayístico plural e intergeneracional que trae consigo e implica sus virtudes ajenas a las fútiles pretensiones de voces autorizadas: el discurso crítico es igualmente diverso, como corresponde a una muestra contingente y lúdica del ensayo actual en Venezuela. En este caso, tenemos las aproximaciones de Mariajosé Escobar, María Fernanda Toro, Diego Sequera, Marco Aurelio Rodríguez, José Javier Sánchez, William Torrealba, Isaías Cañizález Ángel, Nelson Guzmán, José Carlos De Nóbrega, Luis Ernesto Gómez y Jesús Ernesto Parra. Esta docena de textos críticos comprenden la reseña académica y ensayística, el ensayo libre, el prólogo e incluso la presentación vivaz y respetuosa de libros. Se trata de celebrar la obra de los poetas más jóvenes del país, sin las ataduras artificiales a las etiquetas academicistas, ideológicas, mercantiles, afectivas o repulsivas que perviertan la consideración auténtica de nuestra literatura. Como lo hemos conversado en otras circunstancias, la mirada crítica no puede fracasar en el mezquino compartimiento estanco del directorio telefónico o electrónico de complicidades inconfesables; por el contrario, ha de confrontarse dialécticamente con el hecho de que la literatura venezolana, en el contexto continental y universal, deviene a la par y a contracorriente de nuestro accidentado proceso histórico, dando saltos frenéticos y asimétricos que es necesario puntualizar.
A tal respecto, la Casa Bello constituye un ámbito propicio para tan trascendental y urgente empresa. Esta colección que comenta con solidaridad, audacia y rigor a la nueva poesía venezolana, se suma y glosa a conjuntos antológicos que la compendian tales como Amanecieron de Bala. Panorama actual de la joven poesía venezolana (2007, Fundación Editorial el perro y la rana) y el número 153 de la revista Poesía (Enero-Junio de 2011, Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo), no obstante las coincidencias y las diferencias atinentes al inventario mismo y a la metodología que apareja cada compilación. Destacamos que nuestra casa latinoamericana apuesta con denuedo y vitalidad por un espíritu comunitario, libertario y participativo. Acompañamos al poeta William Osuna en la distribución intelectual, orgánica y lírica de la Casa que fundó Andrés Bello, pues Vivir en comuna es tener memoria histórica compartida desde la integración de la cultura. Las labores del poeta, el gramático y el filólogo se encuentran reñidas con una patología parapolicial y punitiva que esteriliza la lengua. Supone la superación revolucionaria de la fragmentación malsana y burguesa del conocimiento científico, humanístico y artístico, en oposición a un proceso de globalización insincero que transgrede lo universal. La vinculación de lo culto y lo popular es un síntoma inevitable de este obstinado vicio de decir, valga la cita a Belmonte, que padecemos y disfrutamos con sumo apetito. Por ejemplo, la revista digital La Comuna de Bello no discierne, ni solapa, mucho menos invisibiliza la oralidad rural y urbana que se incrusta en el discurso lírico de nuestras grandes voces: desde Ramón Palomares hasta los poetas contemporáneos brasileños como Drummond de Andrade y Manuel Bandeira. Asimismo, lo verificamos en la organización, realización y puesta en escena de nuestro Festival Mundial de Poesía. Sólo se configura la unicidad de la Colmena en la salvaje multiplicidad del enjambre.
Afortunadamente, con la venia de Dios y el Diablo, los poemas y los comentarios se cuecen y respiran en un suculento sancocho o cruzao propiciatorio que dignifica la lengua y la escritura de los venezolanos y los latinoamericanos por igual. Desde la irreverencia estética y política de Diego Sequera; encaminando al arrebatado lector en la ciudad por obra y gracia de la prosa rumbera y callejera de José Javier Sánchez; hasta la precisión crítica y la transparencia expresiva de María Fernanda Toro que, sumadas a los aportes personales de Isaías Cañizález Ángel y Daniel Molina, configuran una curiosa y enriquecedora conversación que nos acerca a Luis Enrique Belmonte. ¿Qué decir del diálogo apolíneo y dionisíaco que sostienen Nelson Guzmán y Freddy Ñáñez, dos de nuestros creadores más apreciados y comprometidos, más allá de los equívocos ideológicos y estéticos? Les encomendamos también solazarse en la danza transgenérica, deliciosamente objetual y asombrosa que Luis Ernesto Gómez realiza a plenitud con el muy tocable corpus poético de Ximena Benítez.
Finalmente, Susan Sontag nos convoca a apostar por una “erótica del arte”, ésta es la vindicación de la crítica libre que concilia lo culto y lo popular sin ataduras profesorales ni ideológicas. ¡Abajo el bienestar pequeñoburgués que desencamina la vida de los hombres!
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