LUIS ALBERTO ANGULO, UN MILITANTE DE LA POESÍA DEL DECIR.
Contra el poder y
contra la miseria
descerrajamos el poema.
El poema como un fuego alto
contra la muerte.
Enrique Mujica. De Poemas del Decir.
Luis Alberto Angulo es, por fortuna, un poeta forjado en el cruce y la fusión de hablas que seducen y configuran a su Barinitas natal, en el piedemonte andino. La leve joroba del ave fantástica que es el estado Barinas, roza cariñosamente palmeando la espalda de los estados Mérida y Trujillo. De allí que su obra poética demuestre sin equívocos su tenor plural y polisémico, ajeno a lo monocorde, lo excluyente y al vacuo precipicio sin fondo de escuelas versificadoras de arrogantes mezquindades. Escribíamos que Luis Alberto gustaba del claroscuro, de anegar las fronteras e hitos que engarrotan los miembros del corpus del poema. En una ocasión nos confesó impunemente que la poesía sólo es vivificada en el afán de salvar a la humanidad, por lo que la autodestrucción que padece nuestra cultura resulta inadmisible y contranatura. No se trata de la absurda salvación que nos hace acumular inútiles indulgencias, sino de la cotidiana vivencia que se intensifica en el presente: aquel revelador modo de vida religioso que conduce al diálogo endógeno y exógeno, producto de la disciplinada actitud de observar y escuchar al prójimo, proximidad y prolongación de nosotros mismos. Concebir el poema desde imágenes poderosas que recreen al mundo, en la ausencia de viles dispositivos retóricos, sólo conduce a la poesía del decir. La militancia poética no será condicionada jamás por la urgencia apresurada y estandarizada del momento político o artístico, mucho menos mediatizada por alcabalas partidistas y/o estéticas. Luis Alberto es un devoto partidario de la poesía que conversa con el Otro y, por ende, consigo misma. El discurso poético cobra una transparencia sin par, antítesis irreconciliable de grises veladuras neblinosas que extravíen a hacedores y lectores en una daltónica comparsa. Como lo dice Tu Fu, al cabo de diez mil, cien mil otoños, no tendrás otro premio que el inútil de la inmortalidad. Delirio suicida de grandeza que deviene en la piedra de tropiezo que a su vez impide aprehender con pasión hasta el acto mismo de comer. El ejercicio de intertextualidad que es el poema Correlato Objetivo, por ejemplo, excede el virtuosismo técnico pues nos propone la vinculación de lo poético, lo político y lo estético:
“enfilo mi arma contra el infinito
para provocar una tormenta ácida
sobre el cubo negro de grandes mercaderes
la estética imponente
la ética fementida
anunciando una creación ajena
una destrucción que no les pertenece”.
La poesía asume la consagración de lo que es nocturno y solar, en este caso la parusía de un nuevo mundo posible, más allá de quiméricas especulaciones que entorpezcan su índole dialógica. Las propuestas líricas de Rimbaud y Baudelaire no en balde simulan un decir prevaricador a fuer de preces invertidas que denuncian la lasitud y chatura de un entorno hipócrita y materialista. El diálogo que ofrenda el ars poética de Luis Alberto se funda, sin duda, en la generosidad y la solidaridad para con el lector, tanto en el decir como en la edificación formal del poema. Mi padre de ochenta es un estupendo texto que nos conmueve en el indescriptible marco de la intimidad y la comunidad que sólo nos puede proveer el lenguaje poético. El Púgil, por otra parte, devela que la poesía es el objetivo exquisito de sí misma, en la pugna que implica atrapar la vida y la muerte entre líneas. La justificación de tal estado de gracia es desplegada por el poeta sin remilgos: “Parafraseando a Julio Cortázar, no se culpe a nadie de las posibles inconsistencias de mi obra, pues he aprendido que de lo que se trata es de vivir mi poesía sin pedirle nada a los inquisidores de turno, pero sí en la esperanza de ganar unos cuantos cómplices entre los que tengan a bien leerme”. La invitación al ágape es desinteresada y desprendida de fondo y forma. Luis Alberto se mantiene fiel aún al espíritu del grupo Talión, la poesía conversacional a la par del hombre de a pie, vindicación de la calle que antecedió las propuestas del grupo Tráfico:
“el poema no está fuera de ti
inicia su camino de palabra desleída
antes que podamos sospecharlo
en medio del silencio se revela
esclavo y señor del mismo reino”.
La Poesía del decir de Luis Alberto Angulo se planta valiente y desafiante para establecer un diálogo que problematiza el mundo, apropiándoselo en la adopción de un aguzado y atento ojo que nos lo ennoblezca y nos lo rescate en la lúdica intermitencia del ritmo, la musicalidad y el tono del lenguaje poético en una garúa sesgada que refresca la tarde y licúa la sangre del San Desiderio que enjuaga los pies de la ciudad.
Valencia de San Desiderio, 1º de noviembre de 2006.
Contra el poder y
contra la miseria
descerrajamos el poema.
El poema como un fuego alto
contra la muerte.
Enrique Mujica. De Poemas del Decir.
Luis Alberto Angulo es, por fortuna, un poeta forjado en el cruce y la fusión de hablas que seducen y configuran a su Barinitas natal, en el piedemonte andino. La leve joroba del ave fantástica que es el estado Barinas, roza cariñosamente palmeando la espalda de los estados Mérida y Trujillo. De allí que su obra poética demuestre sin equívocos su tenor plural y polisémico, ajeno a lo monocorde, lo excluyente y al vacuo precipicio sin fondo de escuelas versificadoras de arrogantes mezquindades. Escribíamos que Luis Alberto gustaba del claroscuro, de anegar las fronteras e hitos que engarrotan los miembros del corpus del poema. En una ocasión nos confesó impunemente que la poesía sólo es vivificada en el afán de salvar a la humanidad, por lo que la autodestrucción que padece nuestra cultura resulta inadmisible y contranatura. No se trata de la absurda salvación que nos hace acumular inútiles indulgencias, sino de la cotidiana vivencia que se intensifica en el presente: aquel revelador modo de vida religioso que conduce al diálogo endógeno y exógeno, producto de la disciplinada actitud de observar y escuchar al prójimo, proximidad y prolongación de nosotros mismos. Concebir el poema desde imágenes poderosas que recreen al mundo, en la ausencia de viles dispositivos retóricos, sólo conduce a la poesía del decir. La militancia poética no será condicionada jamás por la urgencia apresurada y estandarizada del momento político o artístico, mucho menos mediatizada por alcabalas partidistas y/o estéticas. Luis Alberto es un devoto partidario de la poesía que conversa con el Otro y, por ende, consigo misma. El discurso poético cobra una transparencia sin par, antítesis irreconciliable de grises veladuras neblinosas que extravíen a hacedores y lectores en una daltónica comparsa. Como lo dice Tu Fu, al cabo de diez mil, cien mil otoños, no tendrás otro premio que el inútil de la inmortalidad. Delirio suicida de grandeza que deviene en la piedra de tropiezo que a su vez impide aprehender con pasión hasta el acto mismo de comer. El ejercicio de intertextualidad que es el poema Correlato Objetivo, por ejemplo, excede el virtuosismo técnico pues nos propone la vinculación de lo poético, lo político y lo estético:
“enfilo mi arma contra el infinito
para provocar una tormenta ácida
sobre el cubo negro de grandes mercaderes
la estética imponente
la ética fementida
anunciando una creación ajena
una destrucción que no les pertenece”.
La poesía asume la consagración de lo que es nocturno y solar, en este caso la parusía de un nuevo mundo posible, más allá de quiméricas especulaciones que entorpezcan su índole dialógica. Las propuestas líricas de Rimbaud y Baudelaire no en balde simulan un decir prevaricador a fuer de preces invertidas que denuncian la lasitud y chatura de un entorno hipócrita y materialista. El diálogo que ofrenda el ars poética de Luis Alberto se funda, sin duda, en la generosidad y la solidaridad para con el lector, tanto en el decir como en la edificación formal del poema. Mi padre de ochenta es un estupendo texto que nos conmueve en el indescriptible marco de la intimidad y la comunidad que sólo nos puede proveer el lenguaje poético. El Púgil, por otra parte, devela que la poesía es el objetivo exquisito de sí misma, en la pugna que implica atrapar la vida y la muerte entre líneas. La justificación de tal estado de gracia es desplegada por el poeta sin remilgos: “Parafraseando a Julio Cortázar, no se culpe a nadie de las posibles inconsistencias de mi obra, pues he aprendido que de lo que se trata es de vivir mi poesía sin pedirle nada a los inquisidores de turno, pero sí en la esperanza de ganar unos cuantos cómplices entre los que tengan a bien leerme”. La invitación al ágape es desinteresada y desprendida de fondo y forma. Luis Alberto se mantiene fiel aún al espíritu del grupo Talión, la poesía conversacional a la par del hombre de a pie, vindicación de la calle que antecedió las propuestas del grupo Tráfico:
“el poema no está fuera de ti
inicia su camino de palabra desleída
antes que podamos sospecharlo
en medio del silencio se revela
esclavo y señor del mismo reino”.
La Poesía del decir de Luis Alberto Angulo se planta valiente y desafiante para establecer un diálogo que problematiza el mundo, apropiándoselo en la adopción de un aguzado y atento ojo que nos lo ennoblezca y nos lo rescate en la lúdica intermitencia del ritmo, la musicalidad y el tono del lenguaje poético en una garúa sesgada que refresca la tarde y licúa la sangre del San Desiderio que enjuaga los pies de la ciudad.
Valencia de San Desiderio, 1º de noviembre de 2006.
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