CECÍLIA MEIRELES
CANCIÓN
Puse mi sueño en un navío
y el navío encima del mar;
- después, abrí el mar con las manos,
para mi sueño naufragar.
Mis manos aún están mojadas
del azul de las olas entreabiertas,
y el color que escurre de mis dedos
pinta las arenas desiertas.
El viento viene viendo a lo lejos,
la noche se curva de frío;
debajo del agua va muriendo
mi sueño, dentro de un navío...
Lloraré cuanto sea preciso,
para hacer que el mar crezca,
y mi navío llegue al fondo
y mi sueño desaparezca.
Después, todo estará perfecto:
playa lisa, aguas ordenadas,
mis ojos secos como piedras
y mis dos manos quebradas.
MAR ABSOLUTO
Fue desde siempre el mar.
Y multitudes del pasado me empujaban
como el barco olvidado.
Ahora recuerdo que hablaban
de la revuelta de los vientos,
de linos, de cuerdas, de hierros,
de sirenas dadas a la costa.
Y el rostro de mis abuelos estaba caído
por los mares de Oriente, con sus corales y perlas,
y por los mares del Norte, duros de hielo.
Entonces, es conmigo que hablan,
Soy yo que debo ir.
Porque no hay más nadie,
no, no habrá más nadie,
Tan decidido a amar y a obedecer a sus muertos.
Y tengo que buscar a mis remotos tíos ahogados.
Tengo que llevarles redes de rezos,
campos convertidos en velas,
barcas sobrenaturales
con peces mensajeros
y santos naúticos.
Y quedo tonta,
despierta de repente en las playas tumultuosas.
Y me apresan, y no me dejan siquiera mirar la rosa de los vientos.
“¡Para adelante! ¡Por el inmenso mar!
¡Liberando el cuerpo de la lección de la arena!
¡Al mar! - ¡Disciplina humana para la empresa de la vida!”
Mi sangre se entiende con esas voces poderosas.
La solidez de la tierra, monótona,
nos parece flaca ilusión.
Queremos la gran ilusión del mar,
multiplicada en sus mallas de peligro.
Queremos su solidez robusta,
una solidez para todos los lados,
una ausencia humana que se opone al mezquino bullir del mundo,
y hace el tiempo enterizo, libre de las luchas de cada día.
El aliento heroico del mar tiene su polo secreto,
que los hombres sienten, seducidos y medrosos.
El mar es sólo el mar, desprovisto de apegos,
matándose y recuperándose,
corriendo como un toro azul por su propia sombra,
y arremetiendo con bravura contra nadie,
y siendo después la pura sombra de sí mismo,
por sí mismo vencido. Es su gran ejercicio.
No necesita del destino fijo de la tierra,
él que, al mismo tiempo,
es el bailarín y su danza.
Tiene un reino de metamorfosis, para la experiencia:
su cuerpo es su propio juego,
y su eternidad lúdica
no apenas gratuita: mas perfecta.
Baraja sus altos contrastes:
caballo épico, anémona suave,
se entrega todo, desprecia todo,
sustenta en su prodigioso ritmo
jardines, estrellas, colas, antenas, ojos,
mas es deshojado, ciego, desnudo, dueño apenas de sí,
de su contundente grandeza despojada.
No se olvida que es agua, al desdoblar sus visiones:
agua de todas las posibilidades,
mas sin ninguna franqueza.
Y así como agua me habla.
Me arroja caracoles, como remembranza de su voz,
y estrellas erizadas como convite a mi destino.
No me llama para que siga encima de él,
ni por dentro de sí:
mas para que me convierta en él mismo. Es su máximo don.
No me quiere arrastrar como mis tíos otrora,
ni lentamente conducida,
como mis abuelos, de serenos ojos certeros.
Me acepta apenas convertida en su naturaleza:
plástica, fluida, disponible,
igual a él, en constante soliloquio,
sin exigencias de principio y fin,
desprendida de tierra y cielo.
Y yo, que viera cautelosa,
por buscar gente en el pasado,
sospecho que me engañé,
que hay otras órdenes, que no fueran bien oídas;
que otra boca hablaba: no solamente la de antiguos muertos,
y el mar a que me mandan no es apenas este mar.
No es apenas este mar que retumba en mis vitrales,
mas otro, que se parece a él
como se parecen los bultos de los sueños dormidos.
Y entre agua y estrella estudio la soledad.
Y recuerdo mi herencia de cuerdas y áncoras,
y encuentro todo sobrehumano.
Y este mar visible levanta para mí
una cara espantosa.
Y se retrae, al decirme lo que preciso.
Y es luego una pequeña concha hirviente,
mancha líquida e inestable,
célula azul sumiéndose
en el reino de otro mar:
¡ah! Del Mar Absoluto.
SOLOMBRA
Las palabras están con sus pulsos inmóviles.
Caminaría la muerte – y siempre el mismo peso
y la misma sombra cerrarían mis peticiones.
Mas la sangre del amor tiene sueños y silencios,
sabe de lo que aparece apenas porque pasa:
espera sin temer que el universo se explique.
Te mando un sonido de vida, en mis ríos de espanto,
solitaria de mí, repentina exiliada,
con los enigmas ardiendo entre inconstantes ondas.
Nada somos. No en tanto, hay una fuerza que prende
el instante de mi alma a los instantes de la tierra,
como si los mundos dependiesen de ese encuentro,
de esos preludios sobresaltados.
Tomo en los ojos delicadamente
esta noche – jardín de puro tiempo
con ramos de silencio uniendo los mundos.
Todo cuando quisiese aquí se encuentra:
en los arroyos de estrellas – por los bosques
donde hay risas (¿y próximos sollozos?).
Siento perfume y rocío – imágenes tenues
que inventa la soledad, para hacerse
de repente saudade. Y veo en todo
esas cansadas lágrimas antiguas,
esas largas historias sucesivas
con sus cunas y guerras - ¿glorias? – túmulos.
Recojo la noche en mis párpados.
CANCIÓN
Puse mi sueño en un navío
y el navío encima del mar;
- después, abrí el mar con las manos,
para mi sueño naufragar.
Mis manos aún están mojadas
del azul de las olas entreabiertas,
y el color que escurre de mis dedos
pinta las arenas desiertas.
El viento viene viendo a lo lejos,
la noche se curva de frío;
debajo del agua va muriendo
mi sueño, dentro de un navío...
Lloraré cuanto sea preciso,
para hacer que el mar crezca,
y mi navío llegue al fondo
y mi sueño desaparezca.
Después, todo estará perfecto:
playa lisa, aguas ordenadas,
mis ojos secos como piedras
y mis dos manos quebradas.
MAR ABSOLUTO
Fue desde siempre el mar.
Y multitudes del pasado me empujaban
como el barco olvidado.
Ahora recuerdo que hablaban
de la revuelta de los vientos,
de linos, de cuerdas, de hierros,
de sirenas dadas a la costa.
Y el rostro de mis abuelos estaba caído
por los mares de Oriente, con sus corales y perlas,
y por los mares del Norte, duros de hielo.
Entonces, es conmigo que hablan,
Soy yo que debo ir.
Porque no hay más nadie,
no, no habrá más nadie,
Tan decidido a amar y a obedecer a sus muertos.
Y tengo que buscar a mis remotos tíos ahogados.
Tengo que llevarles redes de rezos,
campos convertidos en velas,
barcas sobrenaturales
con peces mensajeros
y santos naúticos.
Y quedo tonta,
despierta de repente en las playas tumultuosas.
Y me apresan, y no me dejan siquiera mirar la rosa de los vientos.
“¡Para adelante! ¡Por el inmenso mar!
¡Liberando el cuerpo de la lección de la arena!
¡Al mar! - ¡Disciplina humana para la empresa de la vida!”
Mi sangre se entiende con esas voces poderosas.
La solidez de la tierra, monótona,
nos parece flaca ilusión.
Queremos la gran ilusión del mar,
multiplicada en sus mallas de peligro.
Queremos su solidez robusta,
una solidez para todos los lados,
una ausencia humana que se opone al mezquino bullir del mundo,
y hace el tiempo enterizo, libre de las luchas de cada día.
El aliento heroico del mar tiene su polo secreto,
que los hombres sienten, seducidos y medrosos.
El mar es sólo el mar, desprovisto de apegos,
matándose y recuperándose,
corriendo como un toro azul por su propia sombra,
y arremetiendo con bravura contra nadie,
y siendo después la pura sombra de sí mismo,
por sí mismo vencido. Es su gran ejercicio.
No necesita del destino fijo de la tierra,
él que, al mismo tiempo,
es el bailarín y su danza.
Tiene un reino de metamorfosis, para la experiencia:
su cuerpo es su propio juego,
y su eternidad lúdica
no apenas gratuita: mas perfecta.
Baraja sus altos contrastes:
caballo épico, anémona suave,
se entrega todo, desprecia todo,
sustenta en su prodigioso ritmo
jardines, estrellas, colas, antenas, ojos,
mas es deshojado, ciego, desnudo, dueño apenas de sí,
de su contundente grandeza despojada.
No se olvida que es agua, al desdoblar sus visiones:
agua de todas las posibilidades,
mas sin ninguna franqueza.
Y así como agua me habla.
Me arroja caracoles, como remembranza de su voz,
y estrellas erizadas como convite a mi destino.
No me llama para que siga encima de él,
ni por dentro de sí:
mas para que me convierta en él mismo. Es su máximo don.
No me quiere arrastrar como mis tíos otrora,
ni lentamente conducida,
como mis abuelos, de serenos ojos certeros.
Me acepta apenas convertida en su naturaleza:
plástica, fluida, disponible,
igual a él, en constante soliloquio,
sin exigencias de principio y fin,
desprendida de tierra y cielo.
Y yo, que viera cautelosa,
por buscar gente en el pasado,
sospecho que me engañé,
que hay otras órdenes, que no fueran bien oídas;
que otra boca hablaba: no solamente la de antiguos muertos,
y el mar a que me mandan no es apenas este mar.
No es apenas este mar que retumba en mis vitrales,
mas otro, que se parece a él
como se parecen los bultos de los sueños dormidos.
Y entre agua y estrella estudio la soledad.
Y recuerdo mi herencia de cuerdas y áncoras,
y encuentro todo sobrehumano.
Y este mar visible levanta para mí
una cara espantosa.
Y se retrae, al decirme lo que preciso.
Y es luego una pequeña concha hirviente,
mancha líquida e inestable,
célula azul sumiéndose
en el reino de otro mar:
¡ah! Del Mar Absoluto.
SOLOMBRA
Las palabras están con sus pulsos inmóviles.
Caminaría la muerte – y siempre el mismo peso
y la misma sombra cerrarían mis peticiones.
Mas la sangre del amor tiene sueños y silencios,
sabe de lo que aparece apenas porque pasa:
espera sin temer que el universo se explique.
Te mando un sonido de vida, en mis ríos de espanto,
solitaria de mí, repentina exiliada,
con los enigmas ardiendo entre inconstantes ondas.
Nada somos. No en tanto, hay una fuerza que prende
el instante de mi alma a los instantes de la tierra,
como si los mundos dependiesen de ese encuentro,
de esos preludios sobresaltados.
Tomo en los ojos delicadamente
esta noche – jardín de puro tiempo
con ramos de silencio uniendo los mundos.
Todo cuando quisiese aquí se encuentra:
en los arroyos de estrellas – por los bosques
donde hay risas (¿y próximos sollozos?).
Siento perfume y rocío – imágenes tenues
que inventa la soledad, para hacerse
de repente saudade. Y veo en todo
esas cansadas lágrimas antiguas,
esas largas historias sucesivas
con sus cunas y guerras - ¿glorias? – túmulos.
Recojo la noche en mis párpados.
1 comment:
Qué bellos estos poemas de Cecilia que seleccionaste...
realmente hermosos.
Te felicito por la elección.
Siento que esta poeta plasma,tal vez como Alfonsina Storni también lo supo hacer, esa inmensidad del mar que hace que el ser humano sea demasiado poco en su presencia.
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