LOS MURCIÉLAGOS
Los murciélagos se esconden entre las cornisas
del almacén. ¿Pero dónde se esconden los hombres,
que todavía vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?
La casa de nuestro padre estaba llena de murciélagos
pendiendo, como lámparas, de las viejas vigas
que soportaban el tejado amenazado por las lluvias.
“Estos hijos nos chupan la sangre”, suspiraba mi padre.
¿Qué hombre arrojará la primera piedra a ese mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de otros animales
(¡mi hermano! ¡mi hermano!) y, comunitario, exige
el sudor de su semejante aun en la oscuridad?
En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las monedas doradas de su amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda el día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos y a mí)
su casa donde de noche llovía por las tejas partidas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los murciélagos.
Y entre nuestras paredes ellos se debaten: ciegos como nosotros.
ORDEN DE ARRIBA.
Nunca vi su rostro.
Sólo conozco la voz
que transmite las órdenes
por el altoparlante.
¿Es la voz de Dios
que está en el cielo
o la del gerente
que es el Señor de la Tierra?
Los murciélagos se esconden entre las cornisas
del almacén. ¿Pero dónde se esconden los hombres,
que todavía vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?
La casa de nuestro padre estaba llena de murciélagos
pendiendo, como lámparas, de las viejas vigas
que soportaban el tejado amenazado por las lluvias.
“Estos hijos nos chupan la sangre”, suspiraba mi padre.
¿Qué hombre arrojará la primera piedra a ese mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de otros animales
(¡mi hermano! ¡mi hermano!) y, comunitario, exige
el sudor de su semejante aun en la oscuridad?
En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las monedas doradas de su amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda el día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos y a mí)
su casa donde de noche llovía por las tejas partidas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los murciélagos.
Y entre nuestras paredes ellos se debaten: ciegos como nosotros.
ORDEN DE ARRIBA.
Nunca vi su rostro.
Sólo conozco la voz
que transmite las órdenes
por el altoparlante.
¿Es la voz de Dios
que está en el cielo
o la del gerente
que es el Señor de la Tierra?
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