POR UN LEVE TEMBLOR: UNA PROPUESTA
NOVELÍSTICA FRANCA Y SIN CONTEMPLACIONES
José Carlos De Nóbrega
Sólo
los ojos de Dios se masturbaron. Eduardo Sifontes.
Huíamos de la tempestad y nos
herían otros dolores. Alfredo Armas Alfonzo.
Constituye para mí, un privilegio, por tercera vez, presentar un libro
de Juan Medina Figueredo. Su obra literaria se solaza en la poligrafía: Desde
la musicalidad enternecedora y variada de poemarios tales como
“Reverberaciones” (1995); atravesando por
el libro comuna que es “Siglo XXI, educación y revolución” (2010) con su
estructura reticular que comunica a la crónica y el ensayo; hasta el volumen de
cuentos “La Visita del Ángel” (2010) que hace posible la recuperación del Edén
por asalto, no obstante la desilusión ideológica y estética. Hoy nos toca
conversar brevemente sobre la novela “Por un leve temblor” (2014), mural
narrativo acreedor del IV Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2013. Esta
obra es un ejercicio de apego compulsivo a la tierra que apareja su refundación
poética, no en balde la traición y el despropósito político. El lirismo
inmanente de su propuesta novelística, transgenérica y polifónica, forja una
crónica contingente y mágica de Aragua de Barcelona, prefigurada en textos
poéticos como “La muerte del bodeguero” e iniciada en el conjunto de cuentos
“La Visita del Ángel”.
Es harto destacable la urdimbre de sus múltiples puntos de vista
narrativos: Consta o se apoya en el contrapunteo entre Pancho, profesor y juez
jubilado, y su discípulo Hussein, guerrillero y trabajador sobreviviente. Esta
conversación al borde del precipicio existencial, revela la contundencia
polifónica de su discurso narrativo trémulo y lúdico. La cosa apunta
paradójicamente al tratamiento poético de la acción y el espacio rescatados por
la memoria, la crítica implacable al impío Poder burgués, además de la
impostura y la parodia del discurso ideológico y literario. Este concierto
complejo de voces disímiles y díscolas, roza las situaciones extremas que van
del plagio a la falsificación: Pero,
nunca me he atrevido a escribir esa novela, bajo esa perspectiva o punto de
vista de un homosexual (Tacho, el partero) … van a decir que este viejo como que es un marico, un raro, sería lo
menos que dirían de mí. El inventario portentoso de personajes asemeja al
cardumen de tembladores que asombró al Barón de Humboldt, coreografía fluvial y
eléctrica de Carlos del Pozo mediante. Estos seres de papel, carnadura y tinta
son invocados por la Historia de Venezuela, la imaginación y la memoria
colectiva: por ejemplo, la estirpe de los Arreaza Calatrava, la presencia
solapada de caudillos godos y liberales, así como también la gente de a pie,
Santa Esperanza rezandera, Santa la comadrona, Tacho el partero e incluso el
poeta arriero Juan Villaquirán.
La estructuración y rotulación de los capítulos no sólo apunta a la
consolidación de una propuesta transgenérica que emparenta a la crónica, las
memorias, el cuento popular y la novela misma, sino también a la riqueza
variopinta y conmovedora de las voces que hablan al lector. Sugerimos la
cuidadosa revisión del relato humorístico y escatológico que nos recuerda al
Salvador Garmendia de “El Inquieto Anacobero y otros relatos” (El camino de los
muertos); el cuento breve que, valga la cercanía lingüística y poética, rinde
un sentido homenaje al libro “El Osario de Dios” de Armas Alfonzo con sus
fantasmas de la Guerra Federal; o el discurso lírico-erótico del texto
narrativo de formación que nos vincula al “Cantar de los Cantares” de la dupla
Salomón / Fray Luis de León (No sé si, algún día, escribiré esta carta). ¿Qué
decir de la dicotomía metafórica que es “Ramón Benito cayó sobre su propia
sangre”, en la que la degustación del jobo y el mango supone a la vez el
regreso a la Infancia, la Arcadia o el Paraíso, y una requisitoria viva y cruda
del oro mal habido?
Esta novela se lee y se oye con sumo placer, pues en su discurso
conviven la oralidad de corte popular, el desencuentro entre las voces
autorizadas y los gritos apóstatas, así como también el tenor poético más
acabado. Si en la novela “El Otoño del Patriarca”, Gabriel García Márquez apela
a la enumeración caótica para evidenciar la decadencia senil del Poder
totalitario, Juan Medina Figueredo enumera vocablos y elementos en pos de un
estado de gracia que vindique y reconcilie lo culto y lo popular en tanto
mixtura indisoluble. Lo dialógico se sostiene en lo paradójico de la existencia,
tal como la compulsión por la vida lo hace ante las acechanzas de la muerte.
Sólo nos resta invitarlos a compartir la afortunada experiencia que
representa la inmersión en estas páginas vitalísimas.
En Caracas, bonita hechicera que encapricha y seduce a un Goya rebelde y
solidario, sábado 2 de agosto de 2014.
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