Monday, April 02, 2012

UNA TRÍADA NARRATIVA DE TANNIA GARCÍA



Les ofrecemos a nuestros lectores estas tres encantadoras estampas textuales de Tannia García que conjugan el arte de narrar con la poesía. Sí, la poesía que muerde gustosa la cáscara del mango maduro para deshilachar su generoso jugo amarillo. Nos atrapa la transparencia de la mirada amorosa de las cosas para componer un paisaje interiorizado e inmediato como en los versos de Enriqueta Arvelo Larriva: Ha hablado el viento una lengua extraordinaria. La mezcla diáfana de imágenes visuales, táctiles, olfativas y gustativas nos conmueven así no más, como si degústáramos un café tinto a la vera de la ensoñación seductora.


I
Carmen no se preocupaba cuando se perdía el morrocoy, yo lloraba y ella me decía eso no es un perro que lo llaman y viene. Mi abuela no usaba guantes como la señora de al lado, no usaba sombrero, ni medias de nylon. Mi abuela andaba descalza en la tierra húmeda llena de hojas de mango.
Ella usaba unas batolas grandotas y olía a Jean Naté, y sus batolas venían de Senegal, una tierra de leones y guerreros muy lejana, que para mí sólo existía en su boca.
Mi abuela tenía en sus ojos todos los cerros del mundo y pobló esta tierra de hijos buenos. Ella ahora tiene el cuerpo en otra parte, pero sigue aquí conmigo, en cada mata de mango, en cada noche clara y calurosa.

II
El hijo se fue a la guerra para no volver. Cuentan que mi abuela lo nombró el día de su muerte antes de saber la noticia de que había sucumbido ante la metralla y la explosión, en otras tierras que también eran de esa patria grande de sus ideales. Carmen llevaba aquel dolor en silencio dicen, como todo, siempre calladita, viendo al cielo y comiendo mango en la tarde. Yo no conocí a mi tío Hugo, pero siempre sentía algo extraño en el pecho cuando veía su retrato en la sala de la casa de Alayon.
El retrato de mi tío permanecía inmóvil en aquella casa, como registro material de su paso por esta tierra, y miraba hacia el patio con ojos fijos y profundos, como buscando a mi abuela entre las matas. Yo siempre le tuve miedo y admiración a aquella imagen, sobre todo porque de reojo tendía a confundirla con algún otro de mis tíos, como aquella vez en que la emoción de aprender a amarrarme los zapatos me encontró gritándole “¡tío! ¡tío!” al celaje de su foto en la pared. Mi tío Hugo no es un recuerdo propio, es una herencia, así como esa foto, como los ojos llorosos de mi papá cuando habla de él, como este cariño que le guardo, por haber estado allí, el día en que aprendí a amarrarme los zapatos.

III
A Bárbara no le quedaban las arepas redonditas, pero siempre cosía buenos ruedos y reparaba bien las camisas. Ella cocinaba de noche como las brujas, moviendo las ollas de aquí para allá y Félix Augusto se levantaba y le decía “Bárbara, son la una, vete a dormir”, pero ella no paraba porque quería dejar todo listo para las muchachas, no le fueran a hacer un reguero.
Todos nos levantábamos a las 5 de la mañana y la dejábamos dormir una hora más, porque sabíamos de su trasnocho y porque su jornada empezaba un poco más tarde. Salíamos de la casa y papá le daba un beso y ella no se daba cuenta, pero entre dormida y despierta nos advertía de algún desastre que habíamos hecho y limpia la mesa, apaga la hornilla, cuidado en la calle, cierra la puerta.

1 comment:

Marco Barragan said...

Genial como era de esperarse, tan familiar, melancolico y nostalgico.

Somos la generacion de dos mundos, del mundo de la metra y el trompo y del mundo de la internet y el smartphone. Del mundo del mandado de mi abuela, la pepsi de botella e vidrio, y de eBay y la soda Light. Somos los abuelos y los hijos, el intermedio, y recordamos.