Friday, April 06, 2012

EL PASO DE LOS ANDES SEGÚN MIGUEL ANGULO. José Carlos De Nóbrega



EL PASO DE LOS ANDES SEGÚN MIGUEL ANGULO
José Carlos De Nóbrega


Durante mucho tiempo la cámara nos ha traído noticias de chiflados y parias, sus miserias y sus peculiaridades. Nos ha mostrado la trivialidad de lo anormal. Nos ha convertido a todos en mirones. Susan Sontag.

Hemos tenido acceso a la fotografía de Miguel Alberto Angulo Oliveros, a través de los museos de papel que son las revistas literarias y culturales: especialmente, los casos de Redve (2005) y Zona Tórrida (2010 y 2011). Observamos un ejercicio personal de dos géneros fotográficos: el retrato y el paisaje, los cuales se integran en una propuesta estética que colinda con la literatura de aventuras y la crónica de viajes. La composición, independientemente del plano general o el plano detalle, dispara una mirada asombrosa y lúdica del hombre, la flora, la fauna y el entorno natural. Esta actitud dialógica, divorciada del reporterismo gráfico convencional, se traduce vivaz y cuestionadota en estos versos de Freddy Ñáñez: Qué buscaba el diafragnma / en esa puerta abierta / en esa silla sin jinete // A quién apunta / ese primer plano // (…) // Qué hace aquí ese retrato sin nosotros / Con quién posa la resolana / Por qué tanta belleza / despoblada. Por ejemplo, un escalador se extravía o mimetiza en la pared gris del risco; o la mirada apenas sobresale del río rumoroso, ambos amparados por el cielo vegetal. ¿Qué decir de la araña que nos obstruye el acceso a esa montaña de concreto, vidrio y tabiquería? En resumidas cuentas, el trabajo fotográfico de Miguel Alberto es un homenaje permanente a la luz y a la transparencia, más allá de la anécdota ecologizante y políticamente correcta.

4000 metros constituye una muestra que se detiene con suma atención en los páramos colombo-venezolanos. Si bien la figura humana está ausente –no cuenta acá la épica egótica del escalador-, la consideración del paisaje descansa en el estado de gracia que nos provoca su mirada, eso sí, desprovista de la lagaña urbana. Las 18 fotografías no conforman un portafolio turístico-exótico, por el contrario, se nos antoja un ascenso místico de la sensibilidad: Cuanto más alto se sube, / tanto menos se entendía, / que es la tenebrosa nube, / que a la noche esclarecía; / por eso quien la sabía / queda siempre no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo. Miguel Angulo no necesita untarle manteca efectista al lente, para redactar sin retórica hueca su aproximación particular y aventurera del oficio fotográfico.

Respecto al problema de la distancia ideal entre el fotógrafo y el objeto, nos dice Raúl Beceyro: Cada imagen establece sus propias reglas de juego (incluso determinando la distancia entre el objetivo y el personaje), normas que sólo sirven para ella. Cada fotógrafo, en cada imagen, resuelve el problema de la distancia al objeto casi como si ese problema se planteara por primera y al mismo tiempo por única vez. En este caso, Angulo se sirve de planos generales y medios enriquecidos por la multiplicidad de los puntos de vista: prevalecen las tomas cenitales, a ras del rocoso peldaño (si así puede decirse) y en pleno ascenso (las nevadas cumbres reducen el ego alpinista a su más discreta expresión). Permítasenos una extrapolación histórica: Simón Bolívar desarrolla el Paso de los Andes fundiéndose en la masa soldadesca, previo a la Batalla de Boyacá. Se anula entonces la distancia entre el ojo –siempre hambriento- y la magnífica hermosura del paisaje, prescindiendo de los arrebatos románticos y los remilgos del “yo”. Nos lanzamos un clavado –onírico y no suicida- hacia la laguna glaciar en un afán glotón: azul y esmeralda que embargan benéfica y plácidamente los sentidos. En su Responso a la vieja pulpería nacional, nos cuenta Briceño Iragorry: La base de la dieta del peón trujillano fue la curbina del Lago, conservada al sol y a la sal. Así el pueblo, sin necesidad de caer en los peligrosos alfabetos de la industria vitamínica, tomaba su buena ración de rayos solares al natural. La luz del páramo andino, patente en toda la exposición, fue un aliño fundamental del “pescado blanco” que se despachaba en las pulperías trujillanas a principios del siglo XX. En este instante, como bien lo canta Ramón Palomares, el compañero Sol (convertido en gallo salvaje) nos hace un llamado que no podemos rechazar: Mi amigo que has venido de tan abajo / vamos a beber / y cayó dulce del cielo, cayó leche hasta la boca del sol.

La perspectiva o la puesta dialógica en escena, según Roland Barthes, posibilita la esencia paradójica de la fotografía: la que hace de un objeto inerte un lenguaje y transforma la incultura de un arte “mecánico” (digital, de esta era postindustrial), en la más social de las instituciones. “4000 metros” no debería degustarse pasiva e idílicamente, tal como lo impone el soso discurso turístico de las páginas dominicales de diarios mercachifles; su fruición sinestésica conduce a la participación del espectador en una conversación poética con el paisaje. ¿Se puede decir que esta colección interioriza el paisaje andino? Sí, por supuesto, a la vera de las emociones que remueve una lectura desinhibida y placentera de las imágenes. El frailejón nos invita a asomarnos por la ventana mágica del encuadre: se rinde el verde valle –atravesado por un río azul- a la blancura invasiva de la cumbre. La luz transfigura la montaña en un día soleado: el amarillo terroso ata cielo despejado y tierra agradecida. La laguna y las piedras verdes abrevan en la bóveda celeste: (…) Empeño solitario: / USAR EL ESPEJO PARA ENCERRAR EL ÁGUILA ¡Oh! / rosa de tinieblas / parada en la imagen del sueño, declama Ana Enriqueta Terán con su voz inigualable.

La connotación que se desprende de esta propuesta fotográfica, excede los artificios técnicos, sin evadir el momento histórico: la captación y composición del paisaje se inscribe en la reivindicación poética de la comunidad de hombres libres, viable en la deconstrucción de la perorata desarrollista y depredadora de los señores del Dinero.

En Valencia de San Desiderio, jueves 15 de septiembre de 2011.

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