Saturday, October 08, 2011

LUIS BUÑUEL O LA ENTOMOLOGÍA SALVAJE (2/2). José Carlos De Nóbrega



LUIS BUÑUEL O LA ENTOMOLOGÍA SALVAJE
José Carlos De Nóbrega


3.- Una de las encuestas surrealistas más célebres comenzaba con esta pregunta: ‘¿Qué esperanza pone usted en el amor?’ Buñuel, que era uno de los encuestados, respondía: ‘Si amo, toda la esperanza; si no amo, ninguna.’ Carlos Barbáchano. Por supuesto, el aforismo o la cita se refiere a L’amour fou, esto es el Amor Loco en tanto revolucionario punto cenital que abrasará no sólo a los amantes, sino especialmente a la sociedad burguesa que los reprime incansablemente. Los alaridos placenteros de Lya Lys y el rostro convulso y sangrante de Gaston Modot, en el marco del poema surrealista que es La Edad de Oro, se contraponen salvajemente al amor mediatizado y cosificado por el entramado de la cultura burguesa y católica (de este último valga una muestra: el cura glotón del film Él, 1952, sublima su noción al decir que este pollo está muy rico). Si bien San Pablo privilegia el amor muy por encima de la fe y la esperanza (para muchos, su error consistió en que le dio piso a la institucionalidad católica con sus Papas cabeza de pescado y sus salas de tortura), Buñuel le da una gran vuelta al alicate que nos aprieta el cuero: La caridad cristiana ni siquiera es un sucedáneo ilusorio del amor al prójimo, por el contrario, constituye un eufemismo grotesco del más ortodoxo individualismo (que, por supuesto, se traduce en la superioridad moral); de allí el fracaso existencial de Viridiana, Nazarín o Francisco, personajes harto atribulados que transitan el irregular camino de bachacos que se balancea entre la tragedia y la ópera bufa. En Nazarín, observamos que Beatriz no supera la sumisión al machista El Pinto: se dio cuenta, a instancia de la madre castradora, que había sustituido el amor alienado al maltratador por el “piadoso” amor devoto –carnal e histérico también- al cándido cura descalzo. Sólo el enano Ujo persiste en su amor denodado a la fea y publicana Andara. Paradójicamente, Archibaldo de la Cruz –entre la santidad y la abyección- tiene un final sospechosamente feliz: Va del brazo de la hermosísima Lavinia (encarnada por la sensual Miroslava Stern, quien se suicidaría días después de finalizado el rodaje de Ensayo de un Crimen de 1955), pues se le exculpó de sus crímenes del pensamiento y la ensoñación compulsiva. Nos hallamos ante la gratificación que significa la imaginación en estado de erupción amorosa, sin importar las víctimas propiciatorias o sustitutas que nos provee el arte (en el caso de Archibaldo, tenemos la cremación del maniquí que recrea la brutal belleza de Lavinia). Siguiendo al poeta Benjamín Peret, nuestro mundo “hostil al amor y a toda libertad real”, se muerde a sí mismo al separar contranatura el espíritu y la carne, sádica fuente primaria del malestar humano.

4.- Soy el pichón de cóndor desplumado / por latino arcabuz; / y a flor de humanidad floto en los Andes, / como un perenne Lázaro de luz. César Vallejo. Por supuesto, un entomólogo moral como Buñuel nos muestra –muy complacido- su bestiario particular a lo largo de su obra fílmica. Independientemente de quién lo soñó o lo dibujó (Buñuel, Dalí o Pepín Bello), la imagen de los dos burros muertos que se descomponen sobre el piano como eslabón de un rosario traumático (integrado también por un par de seminaristas, un corcho y un melón) que arrastra el protagonista, nos impacta, asquea y maravilla en una escena insoslayable de Un Perro Andaluz. La cultura burguesa es un pesado fardo que nos entorpece el acceso a ese estado de total empatía llamado Amor Loco. En otra escena de la misma película, el hombre enmudece y la palabra se convierte en erizo parido por la lampiña axila de la mujer. A tal respecto, Carlos Barbáchano es categórico en su apropiación de la vida y obra de Luis Buñuel: “Animales y personas conviven bajo los mismos techos, hasta confundirse igualmente. Ambos comparten la misma naturaleza; beben y defecan en las mismas aguas”. En La Edad de Oro, la protagonista espanta a una vaca que hasta entonces dormía plácidamente en una cama de lujo. Se trata de la composición de una fábula negra, sin moraleja ni contenidos edificantes, que desdice nuestra condición humana. En otras palabras, la interacción de bestias y seres humanos implica un intercambio de roles; en nuestro caso, somos víctimas de una metamorfosis licantrópica a la inversa (el hombre como depredador de sí mismo, más allá del instinto, enfermizamente apegado a las relaciones de dominio). He aquí la desengañada fluencia surreal en la poesía de César Moro: “Serás un volcán minúsculo más bello que tres perros sedientos haciéndose reverencias y recomendaciones sobre la manera de hacer crecer el trigo en pianos fuera de uso”. No podemos olvidar el sueño de Pedro en Los Olvidados: La gallina le obsequia al niño un solazador augurio que lo reconcilie con su madre, la cual matará su hambre con sendos filetes; sin embargo, el Jaibo –agazapado debajo del camastro- le frustra el festín cual gallinazo desvergonzado. En El Ángel Exterminador, los burgueses no pueden traspasar su prisión edificada en prejuicios y supersticiones de clase; paradójicamente, los corderos se pasean impunes por toda la mansión, sólo que van en dirección al reducido matadero ocupado por una turba hambrienta y perversa. Definitivamente, el Diablo hecho mujer patea el culo piadoso de San Simeón el estilita, muy a pesar de ser siervo de Dios.

Valencia, 6 de agosto de 2011.

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