Monday, October 31, 2011

CICLO DE CHARLAS "NOVIEMBRE DIABÓLICO, 2011" DEL GRUPO LI PO Y EL GRUPO LITERARIO ENRIQUETA ARVELO LARRIVA



Están cordialmente invitados a participar en el Ciclo Noviembre Diabólico, una serie de conversatorios dedicados a estudiar la presencia del diablo como personaje en diversas manifestaciones culturales.


A continuación el cronograma de actividades:


Sábado 05 de noviembre:

"El diablo y la música" a cargo del músico Régulo Castro.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.

Hora: 10 am


Sábado 12 de noviembre:

Conversatorio sobre "Amalec" a cargo del poeta Reynaldo Pérez Só y una charla sobre el narcocorrido por el escritor José Carlos De Nóbrega.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.

Hora: 10 am

Sábado 19 de noviembre:

Charla: "Dos textos lúdicos sobre el diablo" a cargo del escritor José Carlos De Nóbrega.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.

Hora: 10 am


Sábado 26 de noviembre:

Charla: "La maldad cotidiana según Saki" a cargo del ensayista Pedro Téllez.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.

Hora: 10 am

2 comments:

Anonymous said...

Actos de amor
El ladrón le robó la chistera al mago.
Después, en su guarida, sacó del sombrero
dos policías que lo arrestaron.
Luis Carlos Neves



Después de treinta años, el circo donde yo trabajaba volvió a la ciudad. Junto con mi esposa yo hacía el clásico acto de desaparición. Laura entraba en un gabinete de madera, y yo cerraba tras ella unas cortinas. Seguidamente le daba unos golpecitos a la caja con mi varita mágica, la hacía girar varias veces y abría las cortinas. Se escuchaba entonces el rumor de asombro del público: la caja estaba vacía. Mi esposa ya no estaba en su interior. Pedía un voluntario para que comprobara que, efectivamente, no había nadie en la caja y verificara su solidez. La persona entraba al gabinete y constataba la imposibilidad de salir de él. Después del examen, el voluntario regresaba a su asiento. Yo volvía a cerrar las cortinas, le daba vueltas a la caja, esta vez en sentido contrario, le daba unos golpecitos con mi varita mágica y abría las cortinas. Y de nuevo el asombro del público se dejaba oír: mi esposa estaba otra vez en el interior de la caja.
Durante una de las funciones conocí a Manón, mi segunda y actual esposa. Cuando me dirigí al público solicitando un voluntario, nuestras miradas se buscaron, se encontraron y se tocaron. Sentí la magia del amor por primera vez. Y cuando le di los golpecitos a la caja, lo deseé con todas mis fuerzas.
Hoy, cuando Manón me dijo que quería volver a ver el acto, tuve un feo presentimiento y sentí miedo. Al principio me negué rotundamente. Pero después pensé que ya había pasado mucho tiempo ¡treinta años!; que ya todo el mundo habría olvidado el incidente y que sería imposible que regresara. Lo cual era mi verdadero y único temor. Porque de Manón, estaba absolutamente seguro.
Esa noche, cuando nos sentamos a cenar, puse las dos entradas sobre la mesa.
Durante todo el acto Manón estuvo como hechizada. No le quitó la mirada de encima al mago ni por un instante. Y cuando él pidió un voluntario y miró a Manón, me estremecí. Sus miradas se parecían a las nuestras hacía treinta años. Manón se zafó de mi mano y subió al escenario. Comprobó, con unos golpecitos de los nudillos, como hacía treinta años, la solidez de la caja y volvió a mi lado. El mago cerró las cortinas, tocó la caja con su varita mágica y la hizo girar. Y cuando abrió las cortinas de nuevo, dio un salto hacia atrás del susto. Yo me levanté de mi asiento y salí corriendo del teatro: Laura, mi primera esposa, había reaparecido después de treinta años.

Autor: Pedro Querales. Del libro:Fábulas urbanas"

Anonymous said...

Secreto burocrático



Como criatura de la ciudad y, sobre todo, como funcionario público, estoy acostumbrado a los más engorrosos, desesperantes y extraños trámites burocráticos: que si la estampilla no es del precio correcto; que si falta un sello o la firma del director; que si traiga el recibo anterior; que si solamente es de lunes a jueves de 11:30 a.m. a 3:00 p.m. ; que si no es por esta taquilla, es por la otra; que si el funcionario está almorzando; que si la secretaria está de reposo… Pero lo que ocurrió ayer, en la compañía de teléfonos, es sencillamente increíble. Ínsólito, por decir lo menos.
Llegué al edificio y tomé mi lugar en la inmensa cola. Saqué una revista de crucigramas y sopa de letras y me dispuse a esperar mi turno pacientemente. Pasaban en grupos de diez. <<1. Horizontal. Práctica de los ejércitos antiguos que consistía en eliminar a los enemigos o prisioneros de guerra matando a uno de cada diez. 1. Vertical. Cubo de seis caras con punticos, usado en juegos de mesa…>> Después de no sé cuánto tiempo, entré.
En el interior de la cómoda y fresca oficina, cinco bellas muchachas, ante sendos terminales de computadoras, atendían amablemente al público. Mi vista erraba por el espacioso y brillante salón. Todo brillaba allí. Hasta el aire emitía destellos plateados. En mi desinteresado examen del lugar pude ver, de lado y fugazmente, que uno de los suscriptores, sentado en el borde de la silla, e inclinado hacia adelante, le decía algo en el oído a la muchacha que lo atendía. Quien también se inclinaba en su asiento hacia adelante, y le ofrecía, solícita, su mejilla y su oído. Pero no le di mucha importancia y continué con mi apático inventario.
Cuando volví a mirar hacia las muchachas y sus terminales, me extrañé. Todas las personas que estaban frente a las funcionarias, se inclinaban hacia adelante y les decían algo en el oído a las jóvenes. Estas, sonrientes, afirmaban o negaban con la cabeza. Y de vez en cuando le decían algo al contribuyente y, tapándose la boca con una mano, reían bajito. Se echaban hacia atrás en sus sillas y veían a su interlocutor durante unos instantes. Luego volvían a inclinarse hacia ellos para seguir oyéndolos o decirles algo. Por último, y retirándose un poco del mostrador, lo que hacía que se les vieran las piernas, sacaban una planilla de una de las gavetas, se la entregaban al suscriptor y lo despedían con una sonrisa forzada, otras completamente serias, como si no acabaran de tener una larga y amena conversación con ellos. Luego, con un leve movimiento de la cabeza, le ordenaban al siguiente que se sentara. Y recomenzaba todo otra vez. Las personas pasaban, se sentaban y cumplían de lo más tranquilas con el extraño trámite. Así fueron pasando todos. Sólo faltaban dos para que me tocara a mí. Estaba muy asustado. Pues, evidentemente, había que decirles algo al oído a las muchachas. Pero ¿qué? Traté de averiguar de qué hablaban los que estaban detrás de mí. Pero no me sirvió de nada. Conversaban del alto costo de la vida, del tráfico, del clima, del juego de ayer, de sus hijos, del gobierno, de sus trabajos… de nada extraño o especial. Cuando llegó mi turno, la secretaria me hizo la imperceptible seña. Le cedí el lugar al que tenía detrás. Así fui postergando mi turno. Hasta que llegó la hora de cerrar y no pude pagar el teléfono.


Autor: Pedro Querales. Del libro. "Fábulas urbanas"