Wednesday, April 06, 2011

LA BITÁCORA SOLIDARIA DE JUAN MEDINA. José Carlos De Nóbrega

Caricatura de Rubén


LA BITÁCORA SOLIDARIA DE JUAN MEDINA


José Carlos De Nóbrega




Siglo XXI. Educación y Revolución, por fortuna, es un libro desconcertante e inclasificable. Lo que podía suponer –inferido el título- un manual de educación postmoderna, constituye un conjunto de cuadernos de navegación que recorren diversos temas en un soporte transgenérico e intertextual. Juan Medina Figueredo profesa su fe en la humanidad por vía de la fusión de la autobiografía, el ensayo, la crónica, la poesía y la conversa pedagógica. Posee un indiscutible carácter objetual, siguiendo los poemas objeto de Joan Brossa, tenemos en las manos un Libro Comuna: el lector puede abordarlo sin importar el plan ni la estrategia (en mi caso, el orden fue arbitrario y anarcotrotkista, he aquí la sucesión de los capítulos leídos I-II-IV-V-IX-VIII-VII-VI-III-X).


Que no nos asusten sus 376 páginas, pues el lomudo volumen se deja llevar, sea la lectura de un solo tirón o por episodios –lo cual implicaría la breve visita de un médico-. Su estructura dialógica no sólo apuesta por la heterogeneidad de los materiales y los géneros (correos electrónicos, poemas, ponencias, tesis, proyectos), sino también por las voces amigas o interpelantes que convoca: Alí Rafael Medina, María Elizabeth, Julio Escalona, Grisel Marroquí, Eugenio Montejo o Jorge de Amorim. La conversación múltiple, como podemos observar, pulveriza la ampulosidad y la ridícula prepotencia de los manuales que mucho pontifican y poco tocan. Tomemos prestado el llamado que nos hace Alejandro Rossi en el pórtico de su “Manual del Distraído”, pues en este caso se aplica a la perfección: “Léelo, si es posible, como yo lo escribí: sin planes, sin pretensiones cósmicas, con amor al detalle”. Este libro pastiche –sí, como los pastiches criollos de Luis Enrique Mármol que festejan a otros poetas-, se regodea en la militancia, el juego que es el habla, la amistad y el amor a la palabra.


El primer capítulo es un inicio imprescindible, pues el tono autobiográfico y confesional atrapa magníficamente al lector: este maestro que ejerce en el momento de la jubilación –esto es júbilo-, vincula la educación con la vida en la trastienda lúdica del Decir: La escuela de la vida y de la muerte excede la prisión que implica el aula, se hace carne en el canto quejumbroso de la batea, la flagelación cruenta e impía de la tortura, o la belleza que campea impune “en medio de la fealdad y la insalubridad”. El confesor, entonces, lee atentamente el libro que es él mismo. Por tal razón, nos complace la calidad retratista del capítulo II: compartimos con Juan el elogio amoroso a los camaradas y amigos Jorge Rodríguez, Julio Escalona y José Alexander Ferrer; por supuesto, en la ausencia del slogan hueco que es trizado por nobles y solidarias pinceladas.


La educación que descansa en la mollera y la panza, tiene como cimientos amar a Dios sobre todas las cosas y, en especial, al Otro –nuestro prójimo, al alcance de la mano-. Lo cual trae consigo quebrantar el individualismo a expensas del amor que debemos al pueblo. Es pertinente la revisita del poema que Luis Enrique Mármol le obsequia a José Tadeo Arreaza Calatrava: “Estaba solo en medio de la noche sombría, / junto al amor unánime de la ciudad vibrante… / Estaba solo, solo… y Gulliver sentía / la tristeza de ser gigante!” El ejercicio del magisterio connota Amor y Control, como bien lo canta Rubén Blades; va a la par de la prosa que oficia Juan Medina Figueredo con ternura cortazariana, eso sí, sin deponer el agudo filo de la crítica. Invitamos a los lectores a revisar las “Proposiciones para un círculo de conversaciones poéticas, políticas y espirituales” que Juan firma con nuestra amiga Solveig Villegas: La Universidad deja de ser ramplona escuela de artes y oficios, casa tenebrosa del despropósito político y farisaico mercado de cachivaches de toda índole; se trata de transformarla en un enclave de inclusión que repotencie al Poder Popular. Es menester acabar de una buena vez por todas con el oscilar universitario venezolano, de lo conservador a lo liberal; la propuesta revolucionaria apunta a edificar la universidad sobre la roca que es la Ciudad educadora y la pedagogía de la ciudad, instancias del diálogo que nos libera definitivamente.


El arte es factor integrador de las ciencias y las humanidades, por lo que prescinde y tritura la odiosa mediación de los comisarios políticos de turno. Este valiosísimo libro ratifica el compromiso del artista que forcejea con el ángel rayando el alba. Bien nos lo advierte Ludovico Silva: “La sociedad capitalista, que tiene más muertos que un gato, ha logrado integrar a ciertos artistas a sus estructuras; pero son pocos casos. La mayoría de los pintores y poetas siguen haciendo contracultura”. A tal efecto, les instamos a leer con lúdico placer el capítulo IX que conversa sobre El Lenguaje y la Poesía. Más allá de su calidad ensayística, configura una antología poética mínima cuya virtud radica en dejar respirar a dos de los nuestros: Eugenio Montejo (su producción más reciente) y Jorge de Amorim. Sean todos bienvenidos a esta Fiesta de la Palabra y el Corazón.




En Valencia de San Simeón el estilita, 31/3/2011.

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