UN GALLO SE AFILA LAS ESPUELAS
José Carlos De Nóbrega
Foto de José Antonio Rosales
“Se calza las espuelas el gallo / para el camino de la muerte”.
Igor Barreto.
El gallo forma parte de la imaginería occidental así como también de la oriental. La negación de Pedro en tanto discípulo de Cristo es evidenciada por su canto oportuno e inevitable. El ateísmo de José Saramago se postra en una nada seráfica loa: “Alabado seas tú, Señor, nuestro Dios, rey del universo, que diste al gallo inteligencia para distinguir el día de la noche”. Precisamente la yuxtaposición de las luces y las sombras va construyendo el mundo que conocemos, consecuencia y efecto del ser expulsados del paraíso cotidianamente. En El Libro de los Seres Imaginarios, Borges manifiesta que todos los gallos descienden del Gallo Celestial, ave de plumas de oro cuya majestuosa voz estremece la tierra tres veces al día. Además es antepasado del Yang , el principio masculino del Universo. Tomando Anotaciones en la gallera , el poeta Igor Barreto observa que “Cuando los gallos batallan y gritan los apostadores y mana muerte emplumada de los cuerpos, son las palabras que se anudan y tropiezan las que más viven”. El canto del gallo nos recuerda diariamente nuestra contingente y humana condición, pues hasta en la manera de hablar se nos descubre. Al punto lo complementa con lucidez y angustia el mismo Barreto: “La colmena de hombres bulle sobre el modesto redondel de tierra: nadie gana, todos pierden”. La Poesía, como el gallo seguramente, rinde testimonio de la insomne lucha de Jacob y el Ángel al Alba: descoyuntada la cadera del primero y proferida la bendición por el otro, sacrificio y premio a la persistencia.
“Se calza las espuelas el gallo / para el camino de la muerte”.
Igor Barreto.
El gallo forma parte de la imaginería occidental así como también de la oriental. La negación de Pedro en tanto discípulo de Cristo es evidenciada por su canto oportuno e inevitable. El ateísmo de José Saramago se postra en una nada seráfica loa: “Alabado seas tú, Señor, nuestro Dios, rey del universo, que diste al gallo inteligencia para distinguir el día de la noche”. Precisamente la yuxtaposición de las luces y las sombras va construyendo el mundo que conocemos, consecuencia y efecto del ser expulsados del paraíso cotidianamente. En El Libro de los Seres Imaginarios, Borges manifiesta que todos los gallos descienden del Gallo Celestial, ave de plumas de oro cuya majestuosa voz estremece la tierra tres veces al día. Además es antepasado del Yang , el principio masculino del Universo. Tomando Anotaciones en la gallera , el poeta Igor Barreto observa que “Cuando los gallos batallan y gritan los apostadores y mana muerte emplumada de los cuerpos, son las palabras que se anudan y tropiezan las que más viven”. El canto del gallo nos recuerda diariamente nuestra contingente y humana condición, pues hasta en la manera de hablar se nos descubre. Al punto lo complementa con lucidez y angustia el mismo Barreto: “La colmena de hombres bulle sobre el modesto redondel de tierra: nadie gana, todos pierden”. La Poesía, como el gallo seguramente, rinde testimonio de la insomne lucha de Jacob y el Ángel al Alba: descoyuntada la cadera del primero y proferida la bendición por el otro, sacrificio y premio a la persistencia.
Nos hallamos hoy aquí, muy a pesar del miedo escatológico puesto en boga por las aves ebrias de metal estrellándose en torres de cristal, para festejar la denodada e insistente obra poética de uno de los nuestros: el “Gallo” Enrique Mujica. El volumen que comprende su Obra Poética de treinta años, coincide por fortuna con el trigésimo aniversario de la revista Poesía, una de las empresas literarias más consistentes del continente y más apreciadas por nosotros. De la cual, por cierto, ha participado el gran amigo que hoy nos ocupa. Su Obra Poética 1970-2000 nos permite una fructuosa relectura de sus poemarios, enclavados en lo paradojal del acto poético: descifrar el mundo para hacerlo más complejo y asombroso. La voz poética desdice desde el inicio la unidimensionalidad y chatura del mero formato escrito; por ejemplo, constatamos en títulos como Las Formas del Verano y Vaquería una hermeneútica del paisaje sin un ápice de ruido ni barroca tramoya:
“la razón arrasó los pasos abrió franjas mortales sobre la tierra
el melón abierto de las mañanas condenado a rodar como una rueda
sin aire olía de miedo junto a la rosa de rojo ajado y precipicio”.
En Tintas Quemadas, cuya calidad plástica no desmerece dicha técnica pictórica proveniente de China, se persigue el ser poético en la revelación de la riqueza oculta y significativa de los objetos:
“Juguemos ahora con las manos vacías,
errantes, desgarrados,
extraviados y sedientos,
lejos de lo que fue el destino”.
errantes, desgarrados,
extraviados y sedientos,
lejos de lo que fue el destino”.
Del balance apenas se infiere la rotura de los amantes, al igual que la dura cerviz de las piedras por la inclemente y lacerante persistencia del sol del verano. Por su parte, Fondo y Espuma nos sorprende por su diafanidad y frescura: Los textos para una poética nos simpatizan y recuerdan los Proverbios de Antonio Machado y las Greguerías de Gómez de la Serna:
“El hombre moderno ha destrozado, a fuerza de luz,
la esperanzada sombra donde vivía”.
“Todo está en todo. En el sabor del aceite está
la sombra del olivo”.
“La fe no tiene futuro ni pasado, la duda sí”.
“La respiración es una historia de la desesperanza”.
En síntesis, este libro apuesta por los contenidos concretos de la Poesía, fundados en la mirada atenta y originaria de la belleza de las cosas. La Poesía no es un ejercicio lingüístico presuntuoso, más bien nos emparenta en la contemplación emotiva y visceral de nosotros mismos contrapuestos a un mundo cotidiano pero inédito, dispuesto a ser develado y seducido.
Valencia, 9 de octubre de 2001.
Nota del administrador: Valga esta vieja reseña como postal de presentación y salutación al poeta Enrique Mujica, pues Monte Ávila Editores acaba de publicar una antología poética suya y la revista Poesía de la Universidad de Carabobo (número 151, junio 2010) le dedicó la totalidad de sus páginas en un merecido y festivo homenaje.
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