Salmos Compulsivos
UN DÍPTICO POÉTICO DE NELSON GUZMÁN
José Carlos De Nóbrega
Hay una incontrovertible vocación polígrafa en la escritura del poeta, filósofo y novelista Nelson Guzmán. Por ejemplo, su primera novela Nostalgias de la Calle Larga (Fundarte, 2012) nos confirma, amén del discurso transgenérico per se, la relación simbiótica y esencial entre la narrativa, la historia y la poesía: La multiplicidad de las voces abigarradas en torno a la desilusión ideológica y existencial, patentes en el episodio del Falke y el terremoto de Cumaná, se puede leer en su contundente y sentida discontinuidad. No cuenta un seguimiento convencional de la anécdota, sino el catar la carnadura emotiva y anímica de los personajes históricos y ficticios en su franca precariedad. Como lo observa Luis Ernesto Gómez, polígrafo en lo poético y lo sinfónico, el abordaje de la novela puede ser posible a partir de cualquiera de esos pasajes que nos reconcilian con la prosa poética de Ramos Sucre o los Pastiches de Luis Enrique Mármol. Muecas del Tiempo (Fundación Editorial el perro y la rana, 2007) es un díptico poético (“Miedos Infinitos” e “Historias”) que nos complace sobremanera. Prefigura la novela que acabamos de reseñar, lo cual connota una persistencia terca –por fortuna- en su Decir poético muy particular. Algunos textos poéticos en prosa y en verso no sólo aluden a hechos históricos como el episodio del Falke o el Porteñazo, sino también proponen el trazo terrible, descarnado y poético de tales fracasos insurreccionales. El discurso amatorio no se afinca en la pulcritud de tipo clásico, tal como se observa en la poesía de Eugenio Montejo, precisa más bien de un apego por el balbuceo, la contingencia y los rodeos de un lenguaje descarnado. Se trata, esta vez, de Compañeros de Viaje que se funden bajo tinglados improvisados y se distancian en las inclemencias peripatéticas de toda comunión humana. Prevalece el murmullo, el retorcimiento que juega con los miedos y el olfato aturdido por el kerosén diluido por la lluvia. Los escarceos, por vía dupla –carnal y lingüística-, convocan una acepción picante y cachonda de la Nostalgia, en esta ocasión anclada en ese universo travieso y destemplado que es la pubertad (revisemos con morbo la prosa poética “Mujer”): Tu murmullo hizo el esguince deseado (…) Los sonidos inesperados siguieron hasta que se vaciaron en tu alma. Después te volví a encontrar riendo debajo del tinglado. Permítasenos citar otro texto poético en prosa, “La muerte de Elpenor”, del brasileño Ivo, traducido por Jorge Lobillo: Ese lamentable accidente me privó, en aquella tarde, del placer habitual de respirar, junto a las putas de mi ciudad, el olor a jazmín que se anudaba, como un dulce y largo coito conducido por el bochorno, a todos los perfumes del Océano. Los sonidos lúbricos primerizos y los olores son materia prima para el ejercicio de la memoria, en especial, si se realiza su evocación y reconstrucción por vía lírica. Tratamiento particular de la Nostalgia, en ambos casos, que complementa este aforismo de Pablo de Rokha sin comento alguno: Y, además, que se ría solo y llore solo, y llore solo con la más morena de las colegialas, sacándose la camisa. Qué decir de “Viejona”, cuyo erotismo sitúa la Nostalgia en un ejercicio que parodia la necrofilia, ello en pos de un tiempo escurridizo y burlón que fractura el pensamiento y el sentir (bajo la mediación de los mecanismos del olvido): Las aguas del río me fueron durmiendo entre tus arrullos. Esperé crecer y llegar a tu lado, para ese entonces tu cuerpo estaría descompuesto, definitivamente no pudiste acerarte en mi espera, // He reaparecido añorándote. Este texto acompaña a Daniel Santos, Julio Jaramillo, Julio Cortázar, Orlando Chirinos y Guy de Maupassant en la línea de indagación que celebra a nuestras queridísimas putas y ficheras, eso sí, con el indecoro que les caracteriza. “Arrebato” es una miniatura textual que pareciera describir a las cruentas nínfulas pintadas por Balthus. No podemos dejar por fuera la Trilogía fundacional de la calle El Mamón, pues la pasión oceánica confronta dos paisajes bajo la óptica sagrada del exilio: la aldea de pescadores y la ampulosa Caracas. Si Vicente Gerbasi en Mi Padre, el Inmigrante lo hace con dos pueblos, Vibonatti y Canoabo, lo cual implica el juego dialógico de dos lenguas; Guzmán, atento también a antecedentes como Bello y Lazo Martí, refunda Cumaná invocando a los guerreros homéricos, los senos bondadosos y el pubis fantasmal de Liduvina, amén de la voz matriarcal invocando la esperanza de utopías por cristalizar y el imaginario ardoroso que se acuesta con la Virgen María en Caracas: aquí se enterraron los sueños de los hombres, pero volverán a retoñar como anhelos, la felicidad se venderá a fardos. El Diario de Viajes nos permite regresar a Ítaca de nuevo.
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