La Valencianidad de Origen y Orilla en retrato familiar macabro
Salmos Compulsivos
BIENAL SALÓN ARTURO MICHELENA EN EL EXILIO (1)
José Carlos De Nóbrega
La 66ta Bienal Salón Arturo Michelena es un vía crucis mustio y decadente, no sólo por su disposición en estaciones o locaciones (Galería Braulio Salazar, Gabinete del Dibujo y de la Estampa y el Centro Cultural Eladio Alemán Sucre), sino por la precariedad de la propuesta plástica del conjunto y, en especial, la depreciación evidente de la convocatoria artística misma. No queda otra, este Salón está bien muerto al igual que algunos de los eventos culturales organizados por la Universidad de Carabobo. Es un contrasentido de Perogrullo vincular el arte con el despropósito político, la ignorancia del funcionariato cultural y la mercantilización de cachivaches que los comisarios pretenden hacer pasar por bienes culturales y artísticos.
En esta entrega, nos limitaremos a comentar las dos primeras estaciones: la Galería Universitaria y el museo de los Topel Capriles. La instalación de Augusto Marcano, alusiva al Coliseo de Roma, peca de superficial y exhibicionista: los terrones de azúcar (o su sucedáneo plástico) remedan inútilmente la propuesta arquitectónica clásica; no hallamos ingenio ni vuelo estético que conmuevan al ojo. Martha Viaña Pulido pretende parodiar la imaginería kitsch, introduciendo al desconcertado espectador en cuatro espacios de una casa valenciana con certeza: el colorido chillón, desprovisto de encanto y delirio, tan sólo constituye una apología a su clientela potencial, sí, nuestra miserable y mezquina clase burguesa que confunde la profunda humanidad de Oswaldo Guayasamín con el conformismo copista y chic de Wladimir Zabaleta. Por otra parte, Aguedo Parra fracasa en un truco muy barato y manido: intentar colar una mala y aburrida pieza a costillas de un homenaje a Kandinsky y, peor aún, en el abordaje mediocre de los colores primarios. Por supuesto, no falta la mediática lectura superficial del momento político: Oscar Gutiérrez en Distopías y Constelaciones acuesta su perezosa propuesta en los catres del campamento militar, ello en la ausencia de la crítica al militarismo subyacente en la música de Argenis Salazar o en el genial film Patrulla Infernal de Kubrick. Tampoco nos parecieron dignos los trabajos de Silvia Degwitz ni ese espantoso tapiz de Adrian García que no reivindica ni desmonta el lenguaje del Cómic.
Sin embargo, no en balde la irregular calidad del Salón, destacan las obras de José Caldas (una revisión afortunada del género del Bodegón de magnífico colorido), José Vivenes (un sugestivo rostro mestizo en reposo que delata un dominio compositivo de fiar) y Paul Amundarain con su Entropía 1 y 2, un par de planchas abaleadas limpiamente en la denuncia de la violencia cotidiana que nos acogota sin piedad. También agradecemos otras dos piezas: El Mural de Pedro Domínguez (Jotashock) pintado a punta de spray que alude a los filmes de Ciencia Ficción clase B, tal es el caso de El Planeta de los Simios, y clara está la referencia a los cómics que los originaron, en una consideración crítica de la cultura pop que tanto ha influido en el arte contemporáneo; y el lienzo Pana mío de Julián Villafañe nos contentó por el tratamiento lúdico y poético del color, amén de su trazo afín al expresionismo alemán o local como en el extraordinario caso de Bárbaro Rivas. No podemos tampoco obviar nuestra complacencia por Desvanecer de Silvia Castro, pues el olvido y la muerte se van desvaneciendo a la par de la luz; la composición fotográfica que ennoblece y estudia el color rojo de Cristina Matos Albers; ese hermoso caballo de Arturo Correa que nos retrotrae las insólitas combinaciones cromáticas de las fachadas de La Pastora; o, finalmente, esa versión del Jardín de las Delicias en blanco, negro y rosa de Keyser Siso que explora el universo de la manga y el anime japonés. Nos vemos la próxima entrega sabatina, por supuesto, en la contemplación compulsiva de lo bueno, lo malo y lo feo.
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