Friday, September 23, 2011

RICARDO PIGLIA O EL DESMONTAJE DEL CANON POLICIAL. José Carlos De Nóbrega


RICARDO PIGLIA O EL DESMONTAJE DEL CANON POLICIAL
José Carlos De Nóbrega


En los países de América Latina, la afiliación al género viene, pues, por imitación, dado que la presencia de un detective, secreto, privado u oficial, no inspira la confianza ni atrae la atención colectiva, como ocurre del otro lado del Atlántico. Es más bien al investigador europeo a quien admira. Ilán Stavans: Breviario de literatura policial en América Latina (1990).

Siguiendo este argumento de Stavans, el escritor latinoamericano se comporta como la tiña o la parasitaria a la hora de buscarse a sí mismo: se adhiere compulsivamente al antecedente foráneo del mal llamado primer mundo, chupa su savia y se desquicia secándolo sin misericordia. Claro, se puede fracasar como hijo lamesuelas e hijo pródigo, o lograr el cometido parricida yendo a contracorriente. La historia del género policial en América Latina apunta en ambos sentidos: la pésima imitación que se precia ser fiel al canon (Cuatro Crímenes, Cuatro Poderes de Mármol León) o la revisita que supone su creativa superación (Castigo Divino de Sergio Ramírez). Nos complace la lectura de la novela Blanco Nocturno (2010) de Ricardo Piglia, la más reciente acreedora del Premio Rómulo Gallegos, no sólo a raíz de sus propias virtudes (que comentaremos más adelante), sino también porque nos remite –y acompaña- a otras piezas maestras del relato policial latinoamericano: Seis problemas para Don Isidro Parodi (1942) de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares –con el pseudónimo de Honorio Bustos Domecq-, remedo inquisitivo en torno al habla popular y culterana argentina; los cuentos Continuidad de los parques y Las babas del diablo de Julio Cortázar, La muerte y la brújula y El Acercamiento a Almotásim de Borges, El perjurio de la nieve de Bioy Casares; y las novelas El Túnel de Ernesto Sábato, Crónica de una muerte anunciada (1981) de Gabriel García Márquez, Abril Rojo (2006) de Santiago Roncagliolo y la antes citada Castigo Divino de Ramírez (1988). Valga esta enumeración, pues nuestra narrativa mestiza excede el discurso académico, mediático y mercadotécnico que provoca la salvación ansiosa de lectores desprevenidos ante su cacareada rigidez fascinante.

En Blanco Nocturno, Piglia desmonta sin estridencia ni artificios el canon del relato policial heredado de Poe, Conan Doyle, Hammett y Chandler: se recompone el género en una suerte de sentimientos encontrados que transita de la devoción a la repulsión. No importa el mero esclarecimiento del enigma –en este caso, el asesinato de Tony Durán-, ni tomar la intrigante trama como pretexto expresivo –sea el lenguaje refinado, un vehículo apolíneo de la lógica o soez en la usanza de la novela negra o hard-boiled de Hammett y Cain. Se trata de una apropiación crítica, humanística y ontológica del entorno que seduce y perturba al autor: Porque los géneros populares, como la ciencia ficción y el policial, han sido muy críticos del capitalismo, de su funcionamiento: el policial y la ciencia ficción, con toda su mirada lúcida acerca de los instrumentos de renovación técnica, se van reduciendo con el aumento de la producción mercantil y no por su propio uso, arguye Piglia. Importa, pues, develar la envilecedora estructura del poder rural en una localidad de la Provincia de Buenos Aires, con sus estancieros, comerciantes y funcionarios corrompidos. En especial, cuando los argentinos eran asaltados por la incertidumbre que traía consigo el retorno de Perón al país en 1972 (se respira una atmósfera lánguida que prefigura el principio del fin: la caída del caudillo y el predatorio imperio de los milicos). La conciencia histórica no involucionará en la propaganda ideológica, por el contrario, asimilará la búsqueda interior de los personajes y la problematización de la escurridiza categoría que es la verdad: Todo el pueblo colaboraba en ajustar y mejorar las versiones (…) No había hechos nuevos, sólo otras interpretaciones (p. 53). La multiplicidad de los puntos de vista, no oscurecerá la trama artificialmente en pos del efectismo o el suspenso; la manipulación del lector no es el lúdico recorrido de un laberinto a lo Hitchcock, sino un dramático viaje alucinante a nuestro corazón de las tinieblas, paradójico y caníbal, susceptible a la épica ascendente del ser o a la más abyecta de las derrotas. La densa humanidad de esta obra es equiparable al Rashomon de Akira Kurosawa, amén de la brillante estrategia narrativa –polifónica por demás-: La verdad oscila en el baile de máscaras que atenúa nuestra mísera fragilidad.

La muerte de Tony Durán y el libidinoso vínculo de este mulato con las gemelas Belladona, Ada y Sofía, afectará inevitablemente a todo el pueblo: condiciona la pesquisa solitaria del comisario Croce, al punto arrebatarlo de las calles “piojosas” de Adrogué y confinarlo en el mausoleo que representa todo Hospital Psiquiátrico (implacable es el brazo del Poder, personificado en el aura nazarena y tenebrosa del fiscal Cueto); revierte la estadía del periodista Emilio Renzi, héroe sempiterno de la ficción paranoica de Piglia, al investirlo cómplice de Croce en la resolución del misterio, no en balde incendiar la cama de la subyugante Sofía Belladona; acorrala la obstinada empresa idealista de Luca Belladona, dejándola a merced de los desencuentros familiares, los complots políticos y la competencia desleal de los capitalistas (si revisamos la descripción de la fábrica, páginas 255-257, la alusión al Aleph de Borges y a la maquinaria moreliana de Bioy Casares es evidente y maravillosa; por otra parte, tenemos el film Tucker de Ford Coppola, una balada en clave de jazz big band sobre las causas perdidas). Como corresponde a la impunidad promovida por nuestros tribunales, el sistema provee un perfecto chivo expiatorio: Yoshio Dazai, el Nikkei o argentino de origen japonés, a quien se atribuyó el crimen por motivo pasional con piquete homosexual. Es oportuno citar a Joseph de Maistre, misionero del pensamiento reaccionario: No existe nada tan justo, docto e incorruptible como los grandes tribunales españoles, y si a ese carácter general añadimos el del sacerdocio católico, nos convenceremos, sin ninguna necesidad de pruebas, de que no puede haber en el universo nada más tranquilo, circunspecto y humano por naturaleza que el tribunal de la Inquisición. Embadurnados de rituales y misterios que recrean la conservación patológica del Poder, el sacerdocio, la fuerza armada y el ejercicio político vertical integran una misma secta que aún oprime a los hombres.

El ensamblaje de la aparente trama policial, de índole compleja e intertextual, no desentona con la inmediatez y transparencia del lenguaje. La historia se desarrolla en tres instancias: El relato policíaco como tal, rumiado en letras standard; la conversación amorosa (o novela sentimental) que confronta a Emilio y Sofía Belladona, entonces el reportaje periodístico y la sobredosis erótica se emparentan en cursivas; y las notas al pie de página que establecen la encrucijada transgenérica del texto confesional, la observación sociológica, la estampa paisajística o la miscelánea de equívoco sesgo ornamental. Por supuesto, la antípoda campo-ciudad, tema típico de la literatura argentina, cobra un relieve inusual y personal que entraña móviles sociopolíticos, poéticos y autobiográficos. El desmontaje del canon policial, independientemente de las referencias al cine y a la novela negra ex profeso, es un pretexto para empujar al lector a padecer el intervalo que comprende la muerte de Perón, la dictadura militar de los Videla y Galtieri y la espantosa Guerra de Las Malvinas (acierta dolorosamente Piglia, Blanco Nocturno deviene en una novela postrera o profética que nos conduce a las tinieblas, sin advertencia previa, en el presente ficcional). Rosa Echeverry, custodia de la historia del pueblo –comprimida en el archivo municipal-, lo vislumbra impávida: La historia política argentina se movía a ras de tierra, mientras los acontecimientos pasaban por arriba como una bandada de golondrinas que emigraban en invierno, y los habitantes del pueblo representaban y repetían sin saberlo viejas historias. Ahora estaba ese litigio por la empresa de Luca y la muerte de Tony parecía conectada con la fábrica abandonada (páginas 189-190). A tal respecto, se nos vienen a la cabeza dos obras de nuestro más entusiasta contentamiento: la película Un lugar en el mundo (1991) de Adolfo Aristarain, la cual mixtura los géneros del Western y el cine político para ofrecernos la copa agria del exilio en la pampa; y El Acercamiento a Almotásim de Jorge Luis Borges, texto camaleónico que involucra la reseña bibliográfica, el relato policial, la novela de formación y el discurso místico.

Es gratificante la lectura del capítulo 9, páginas 137-148, pues el viejo Luna (en retrospectiva) y el comisario Croce (en el presente novelado) conversan con Renzi, para proponer un ars poética del género policial. Desde la sigilosa y relativa heroicidad del comisario de policía (Son los especialistas del mal, los encargados de que los idiotas duerman tranquilos, le hacen el trabajo sucio a las bellas almas. Se mueven entre la ley y el crimen, vuelan a media altura), salpicada de referencias cruzadas a Patricia Highsmith y G.K.Chesterton; incluyendo una consideración existencialista del asesinato que nos retrotrae a Camus y a De Quincey (Si la muerte no fue intencional, no fue un asesinato. Por lo tanto hace falta una decisión y un motivo. No sólo una causa, un motivo. –Se detuvo-. Por eso el crimen puro es escaso). Creemos que el asesinato urge también de una visión del mundo, cerebral y visceral, dispuesta a colisionar con la realidad circundante. Pero, solidarios con Joaquín Sabina, tan sólo admitiríamos o concebiríamos el asesinato de móvil pasional. No podemos obviar la mirada inquisitiva del detective en la aprehensión de los hechos, esto es la comunión con la Verdad: Todo es según lo que sabemos antes de ver. –Renzi no entendía hacia dónde apuntaba el comisario-. Vemos las cosas según como las interpretamos. Más adelante, Croce es lapidario en el comentario: Comprender –dijo cuando salió de ahí- no es descubrir hechos, ni extraer inferencias lógicas, ni menos todavía construir teorías, es sólo adoptar el punto de vista adecuado para percibir la realidad. La implicatura transformadora de una realidad impuesta y, por ende, no deseada, se apoya entonces en la multiplicidad de las lecturas. De lo contrario, la colonia de los hombres resbaladizos nos impondrá un misterio inquebrantable, sin más alternativa que la simulación de un espejismo perpetuo e insoluble.

Nos condolemos del alma atormentada por una lluvia hipócrita, tal es el reporte inserto en estos dos tercetos de Rafael José Muñoz: Cae la furia al revés y al derecho / y mi ojo, que no sale de su pecho, / continúa robándome raíces. // Y es que esta lluvia de hoy, esta plenaria / del invierno, esta lluvia campanaria, / logró que se fugaran mis perdices.
Esta magnífica novela no pretende dar respuesta definitiva a Poncio Pilatos, por lo pronto nos invita a subvertir un orden de cosas mustio, eso sí, a través del ejercicio dialógico y comunitario de la lectura, esta forma apetitosa del pensamiento.

En Valencia de San Desiderio, sábado 10 de septiembre de 2011.

No comments: