CONVERSACIÓN CON EL INCA JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
José Carlos De Nóbrega
El espíritu hispano-americano está en elaboración. El continente, la raza, están en formación también. Los aluviones occidentales en los cuales se desarrollan los embriones de la cultura hispano o latino-americana, -en la Argentina, en el Uruguay, se puede hablar de latinidad- no han conseguido consustanciarse ni solidarizarse con el suelo sobre el cual la colonización de América los ha depositado. José Carlos Mariátegui.
Nos regocija presentar el volumen de ensayo Mariátegui, la revolución bolivariana y el socialismo nuestroamericano de Luis Villafaña, pues es una incitación vivaz y sentida a la lectura de uno de los nuestros: el Amauta José Carlos Mariátegui. Harto pertinente hoy en estos tiempos de confrontación ideológica y mediática: Sin abandonar la lectura de los teóricos del marxismo, hay que reivindicar un pensamiento socialista latinoamericano sin calco ni copia, sino en tanto creación heroica propia, tal como siempre nos chicotea el cogote este ensayista peruano. Por fortuna, además del tema político, Mariátegui desdice a Platón al ofrecer incluir a los poetas en su República amerindia y variopinta. Este libro tiene como fortaleza la apelación a un lenguaje accesible a todo tipo de lector, en especial el ciudadano anónimo ajeno a los callejones sin salida que son ciertas Academias (sobre todo las de misóginos Morones y elitescos Pinos de nauseabunda godarria), espantapájaros de la lectura lúdica y crítica de lo que nos circunda, asombra y reseca (bien nos lo espeta el poeta brasileño Manuel Bandeira: No quiero saber más del lirismo que no es liberación). La estructuración de sus cuatro capítulos –referidos a la biografía del Amauta, su dinámica y polémica concepción del marxismo, además de su oportuna incorporación al corpus teórico de la Revolución Bolivariana-, apuntan a facilitar la formación del ciudadano “como tensión entre el habitante y el activista bolivariano”, sí y sólo sí en la práctica cotidiana de la lectura crítica del entorno; lo cual echa de sí a patadas la homilía vertical de los comisarios políticos de turno. Aún tenemos camaradas que creen que Diosdado Cabello escribió el Manifiesto del Partido Comunista (1848) o, peor aún, su hábito mediático audiovisual no les evita confundir el Manifiesto con El Capital de Marx (títulos de los cuales no han leído ni el lomo, ni el occipucio, mucho menos las solapas). Se han publicado muchísimos títulos en el marco de la Revolución Bolivariana, sólo que cojeamos por la pata de la promoción de la lectura como tal. No se trata de pensarnos partiendo de la nada, de un contrasentido que es la aspiración de ser original, a la usanza demiúrgica de un dios que exprime al Otro sin misericordia, en la absoluta ausencia de la interpretación libre y transformadora de la realidad histórica que le toca vivir. Mariátegui, al igual que Trotsky al referirse a los equívocos de un arte proletario puro, nos advierte que -1925- “El pensamiento hispanoamericano no es generalmente sino una rapsodia compuesta por motivos y elementos del pensamiento europeo”. Por lo que ese proceso de construcción del pensamiento propio o latinoamericano, no puede asirse a la endeblez optimista de una retórica que exalte hasta el paroxismo nuestra condición de raza cósmica; todavía nos preocupa la temática enclavada en el mestizaje, la identidad y la asunción de la problemática tensión entre tradición y renovación. Sin embargo, Villafaña no le saca el culo al bravío miura a la manera de los toreros maulas o marruñecos; vincula al Amauta a un mosaico dialógico que involucra tácitamente a César Vallejo, Simón Rodríguez, César Moro o, de más reciente data (sugerimos nosotros), los ensayos de Adolfo Colombres o la polémica dura pero cordial entre Briceño Guerrero y Ludovico Silva a propósito de América como Europa Segunda (a tal respecto lean con extremado placer El laberinto de los tres minotauros del primero, Monte Ávila, 2007; y también Reflexiones sobre la identificación americana con la Europa segunda de Silva, el perro y la rana, 2009, en una estupenda confrontación iluminista). Además de presentarnos la obra política de José Carlos Mariátegui, sin la estridencia psicodélica del yopo ni del peyote, Luis Villafaña profesa su fe en los poderes creadores del pueblo, afín a Aquiles y Aníbal Nazoa, y no a las depravadas y bobas piruetas cómicas de Claudio, accionista ideológico del Banco Federal con la pezuña en el rabo.
En Valencia de San Simeón el estilita, viernes 13 de agosto de 2010.
José Carlos De Nóbrega
El espíritu hispano-americano está en elaboración. El continente, la raza, están en formación también. Los aluviones occidentales en los cuales se desarrollan los embriones de la cultura hispano o latino-americana, -en la Argentina, en el Uruguay, se puede hablar de latinidad- no han conseguido consustanciarse ni solidarizarse con el suelo sobre el cual la colonización de América los ha depositado. José Carlos Mariátegui.
Nos regocija presentar el volumen de ensayo Mariátegui, la revolución bolivariana y el socialismo nuestroamericano de Luis Villafaña, pues es una incitación vivaz y sentida a la lectura de uno de los nuestros: el Amauta José Carlos Mariátegui. Harto pertinente hoy en estos tiempos de confrontación ideológica y mediática: Sin abandonar la lectura de los teóricos del marxismo, hay que reivindicar un pensamiento socialista latinoamericano sin calco ni copia, sino en tanto creación heroica propia, tal como siempre nos chicotea el cogote este ensayista peruano. Por fortuna, además del tema político, Mariátegui desdice a Platón al ofrecer incluir a los poetas en su República amerindia y variopinta. Este libro tiene como fortaleza la apelación a un lenguaje accesible a todo tipo de lector, en especial el ciudadano anónimo ajeno a los callejones sin salida que son ciertas Academias (sobre todo las de misóginos Morones y elitescos Pinos de nauseabunda godarria), espantapájaros de la lectura lúdica y crítica de lo que nos circunda, asombra y reseca (bien nos lo espeta el poeta brasileño Manuel Bandeira: No quiero saber más del lirismo que no es liberación). La estructuración de sus cuatro capítulos –referidos a la biografía del Amauta, su dinámica y polémica concepción del marxismo, además de su oportuna incorporación al corpus teórico de la Revolución Bolivariana-, apuntan a facilitar la formación del ciudadano “como tensión entre el habitante y el activista bolivariano”, sí y sólo sí en la práctica cotidiana de la lectura crítica del entorno; lo cual echa de sí a patadas la homilía vertical de los comisarios políticos de turno. Aún tenemos camaradas que creen que Diosdado Cabello escribió el Manifiesto del Partido Comunista (1848) o, peor aún, su hábito mediático audiovisual no les evita confundir el Manifiesto con El Capital de Marx (títulos de los cuales no han leído ni el lomo, ni el occipucio, mucho menos las solapas). Se han publicado muchísimos títulos en el marco de la Revolución Bolivariana, sólo que cojeamos por la pata de la promoción de la lectura como tal. No se trata de pensarnos partiendo de la nada, de un contrasentido que es la aspiración de ser original, a la usanza demiúrgica de un dios que exprime al Otro sin misericordia, en la absoluta ausencia de la interpretación libre y transformadora de la realidad histórica que le toca vivir. Mariátegui, al igual que Trotsky al referirse a los equívocos de un arte proletario puro, nos advierte que -1925- “El pensamiento hispanoamericano no es generalmente sino una rapsodia compuesta por motivos y elementos del pensamiento europeo”. Por lo que ese proceso de construcción del pensamiento propio o latinoamericano, no puede asirse a la endeblez optimista de una retórica que exalte hasta el paroxismo nuestra condición de raza cósmica; todavía nos preocupa la temática enclavada en el mestizaje, la identidad y la asunción de la problemática tensión entre tradición y renovación. Sin embargo, Villafaña no le saca el culo al bravío miura a la manera de los toreros maulas o marruñecos; vincula al Amauta a un mosaico dialógico que involucra tácitamente a César Vallejo, Simón Rodríguez, César Moro o, de más reciente data (sugerimos nosotros), los ensayos de Adolfo Colombres o la polémica dura pero cordial entre Briceño Guerrero y Ludovico Silva a propósito de América como Europa Segunda (a tal respecto lean con extremado placer El laberinto de los tres minotauros del primero, Monte Ávila, 2007; y también Reflexiones sobre la identificación americana con la Europa segunda de Silva, el perro y la rana, 2009, en una estupenda confrontación iluminista). Además de presentarnos la obra política de José Carlos Mariátegui, sin la estridencia psicodélica del yopo ni del peyote, Luis Villafaña profesa su fe en los poderes creadores del pueblo, afín a Aquiles y Aníbal Nazoa, y no a las depravadas y bobas piruetas cómicas de Claudio, accionista ideológico del Banco Federal con la pezuña en el rabo.
En Valencia de San Simeón el estilita, viernes 13 de agosto de 2010.
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