Sunday, September 13, 2009

CIRCO. JOSÉ JOAQUÍN BURGOS


Indocencias

Circo

José Joaquín Burgos


En cada niño hay un circo que con la vida y los años corre, serenamente, hacia la hora en la cual cesan todas las sensaciones, se apagan los pensamientos y el tiempo sigue, con sus aguas, corriendo hacia la eternidad. Es, como bien puede decirse, un equipaje para ese viaje sin retorno que emprendemos, inexorablemente, desde el instante mismo de la concepción. Primero, en los sueños de la madre y el padre. Después, entre los asombros que seguramente produce sentirse vivo, respirar, expandir los pulmones con el llanto y la risa, saborear el placer de la lactancia mientras las aguas amnióticas del océano en el cual se formaron las carnes y los huesos, se diluyen en el más elemental de los olvidos. Todo es parte del gran misterio. De ese gran misterio en el cual nos envuelve la existencia, tan elemental y tan críptica que jamás ser alguno llegará a comprenderla del todo... Tal vez, en el fondo, el circo sea la magia, la única magia verdadera para entender o por lo menos para aceptar la vida como un regalo de ese niño que en el fondo es Dios; ese Dios que en el fondo es un niño embrujado por su propia magia.

Eso, en la placidez de un domingo entregado al placer del reposo, pienso mientras releo, con inagotable fruición, el breve pero inmenso libro "El elefante muere", de Guillermo Cerceau. Una plaquette, en términos tipográficos; pero una inmensa lección de sabiduría para quienes por fortuna llevamos siempre palpitante el corazón de un niño en nuestro propio corazón. El elefante "este ser enigmático, más antiguo que el hombre y los libros", muere sin ceremonias; "muere, porque está más allá de la ubicuidad del Ser, de lo Mismo, de todos los círculos en los que nos encieran y nos encerramos". En el fondo, la muerte del elefante es algo así como nuestra propia muerte. El elefante muere, pero siempre habrá un elefante en la vida y en el corazón de cada niño. Guillermo Cerceau es, sin duda alguna, un mago lleno de sabiduría.

Wednesday, September 09, 2009

BRÚJULA Y CARTAS MARCADAS. 2 TEXTOS DE YILLY ARANA


BRÚJULA


Antes era el artista del alambre. Daba saltos mortales sin la red y el público gritaba entusiasmado con la secreta esperanza de que fallara. Sin embargo cada pirueta mía era mejor que la anterior; por lo que no les quedaba otra alternativa que aplaudir rabiosamente a la negra y orgullosa figura voladora.


Definitivamente la confianza da asco y uno se va acostumbrando a hacer fácil lo difícil. De allí a ensayar lo imposible con los ojos vendados sólo hay "un brinquito", valga la metáfora. La tentación fue muy fuerte y por eso un mal día no defraudé a la ansiosa concurrencia: La caída me rompió todos los huesos. Ahora vitorean sin mucha convicción a otro saltimbanqui, menos temerario; pero con un traje más colorido. Y cumplen con sonreir ante una destreza libre de sorpresas. Los bastardos quieren sangre y sólo obtienen la fotografía de un bistec.


Hoy trabajo como payaso. La verdad es que no se me da mal. No obstante, la sonrisa pesa más que la mancuerna descomunal de Piotr el calvo forzudo de ridícula trusa rayada, imitación de piel de leopardo. Porque aunque la galería aplauda todos mis chistes malos, yo sé bien que muchas veces ya los conocían de otras rutinas ya vistas, de anteriores funciones, de cuando en las alturas de la carpa yo retaba a la única y verdadera democracia. Aplauden y se ríen por inercia; sus bocas se curvan por costumbre, casi diría que por cortesía con el bufón que resbala y cae sin mayores consecuencias.


Lo peor de todo es cuando no quiero salir a escena porque me duelen los mal soldados huesos; o cuando los niños me ensucian con sus helados; o cuando gritan si me acerco mucho porque a los más pequeños de los mocosos les asusta mi estrambótica nariz colorada; o, sencillamente, cuando no me apetece hacer muecas o simular golpes y chichones. Sin embargo, tengo que hacer todo esto y más porque el que paga manda y al igual que todos necesito comer. Ríe y el mundo reirá contigo... me repite sin cesar la misma voz burlona que me incitaba a colgarme con una sola mano cuando bien podía haberlo hecho con las dos. Parece que no se cansa de apretar donde molesta.


Consciente de la encrucijada en que me encuentro, también sé que podría ser incluso peor: al cabo que no estoy encargado de bañar a los elefantes o de barrer la jaula de las fieras. Sin embargo estoy seguro de que si no logro escapar, ese es el fin que me espera. O quizás termine mis días, viejo y derrotado, zurciéndole las medias a la mujer barbuda que últimamente me sonríe con una rara mezcla de inocencia y picardía, esperando quizás a que me rinda de una vez y me vuelva su confiable proveedor de consuelo. Pero aunque esa fuese una forma tan válida como cualquier otra para conseguir comida y techo, lo cierto es que prefiero el alimento del aire enredado en mi cuerpo antes que la seguridad del potaje. El calor de una cama tranquila no se compara jamás con la canción que entona mi sangre cuando golpea rítmicamente las puntas de mis dedos mientras busco en medio de la nada el incierto asidero del trapecio.


Lo dije: amo volar.


Y cuanto más alto, mejor.


No importa si el vuelo es breve; ni tampoco si es el último. Por eso llevo meses robando puñados de pólvora que escondo en una caja de madera oculta bajo mi catre, bien seca y segura. Porque cuando reúna los diez kilos que necesito voy a purgar al hombre-bala justo antes de que inicie su acto. Así tomaré su lugar y entonces la máxima atracción del circo no se limitará a cruzar el espacio de la gran carpa para aterrizar en la red, sonreírle al público y recibir sus aplausos. Esa noche el impulso me sacará del espectáculo y a ellos de su hipocresía. Ahí los dejaré a todos con su nada, con sus rostros felices de ser ellos mismos, preguntándose cómo diablos hará ese extraordinario hombre-bala para regresar de la luna.



CARTAS MARCADAS

Todas las claves han sido dadas,
todas sus infinitas combinaciones han sido formuladas ya.
A cada instante elegimos uno de estos resultados previstos
y a esto, ilusamente, llamamos libre albedrío.

Yilly Arana. Es abogado egresado de la Universidad de Carabobo. Perteneció a la redacción de las revistas Nostromo y El Perro Azul, en las cuales ha publicado ensayos, dibujos y tiras cómicas. Es miembro fundador del Grupo de incursiones culturales y científicas Li Po.

Ilustró el libro El Elefante Muere (2007) de Guillermo Cerceau. Un cuento suyo, Un asunto privado, forma parte de la Antología Terrorista (2008) del Grupo Li Po.

Sunday, September 06, 2009

HAMPONATO POLÍTICO. ARMANDO AMANAÚ


HAMPONATO POLÍTICO
Armando Amanaú


La ilustración (nada que ver con los enciclopedistas franceses) es cortesía de Juventud Activa 2007 (revisita balurda de las juventudes hitlerianas).

La delincuencia desatada en este momento en el país, mucha gente en el gobierno y en la oposición convencional no quiere aceptarlo, representa y es un hecho absolutamente de naturaleza política. Hay opositores a la 5ta. República que disfrutan (mientras a ellos nada les suceda) de ese clima terrible que se cierne sobre nuestra sociedad. Se hacen eco del tiempo de la violencia, son propagandistas de eso porque asumen (de manera descocada o ingenua), que es un asunto que sólo le compete al gobierno y que finalmente, frente al caos, los ganadores serán ellos, los opositores de Chávez.


Hay, también, gente en el gobierno que no es capaz de ver lo que en realidad sucede y argumenta a favor de no ejercer violencia alguna en ciertos sectores, porque así se expresaría la violencia sobre los más débiles. La verdad es que es el pueblo llano quien más sufre de los embates de esta continua agresión del hampa organizada que de manera impune asesina, secuestra, roba, ultraja, viola, chantajea, prostituye, degrada y obstinadamente obstaculiza los mayores y mejores intentos del país sobre la sociedad en general. Las llamadas clases altas y medias son agredidas económicamente con las vacunas y el secuestro, a los otros, a los pobres, les arrancan, junto a la esperanza y sus escasos recursos, lo único que poseen, nada menos que sus propias vidas.


El hamponato político, fundado y sistemático, sobre la sociedad venezolana, es en realidad expresión de una nueva forma de guerra no convencional, pero igualmente sangrienta y sórdida como aquéllas. Corresponde a una estrategia que viene de afuera cuya punta de lanza es el paramilitarismo colombiano y los grandes carteles (o el gran cartel) de la droga, pero cuyas implicaciones van mucho más allá, pues tiene que ver con petróleo y otros grandes recursos naturales sudamericanos.


Una estrategia política suicida es asumida por cierta radicalizada oposición al creer poder establecer con impunidad alianza con esa política foránea de agresión. Será destrozada en cualquier forma, sin embargo es necesario estar consciente de ello y develar frente al mundo el fatídico signo que le marca la frente como al bíblico Caín. No obstante, es en los sectores del gobierno donde es imprescindible, se entienda y se asuma con total radicalidad, el alcance de esta forma de asalto contra la nación. Las mil caras de la corrupción económica, política y social, la ineficacia gubernamental en todos los niveles, el burocratismo, la intolerancia, la ausencia de liderazgo revolucionario auténtico, conspiran en conjunto, como agentes infiltrados en contra de la patria y se constituyen también en enemigos despiadados de la sociedad.


La ofensiva revolucionaria debe ser en todos los terrenos, el internacional, el nacional, los espacios regionales y locales. Deben abrirse, aún más, canales de participación para la denuncia y defensa del país. Frente a la devaluación de nuestros recursos, la valorización de ellos a través del esfuerzo y la grandeza de nuestros colectivos de auténticos hombres y mujeres libres: ¡VIVA LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA!

Friday, September 04, 2009

GUILLERMO MENESES Y EL ACECHO JESUÍTICO. José Carlos De Nóbrega


Guillermo Meneses y el acecho jesuítico

José Carlos De Nóbrega


A Orlando Chirinos: En virtud de los favores recibidos.
Como holocausto maracucho
de plátanos, mercaderías y misceláneos
en el incensario de los chinos.


“El primer preámbulo es la composición de lugar,
que es aquí ver con la vista de la imaginación
la longitud, anchura y profundidad del infierno”.
San Ignacio de Loyola: Ejercicios espirituales.

No soy de aquellos que consideran dividir la obra narrativa de Guillermo Meneses en dos individuos diferentes, o peor aun, en dos antípodas a los efectos de una aproximación que se precie de ser pertinente. Tal cuestionado “razonamiento” me parece válido, por ejemplo, en el lúdico acometimiento de un texto narrativo.

Es el caso del cuento La vida privada de Henry James: el personaje protagonista, un afamado escritor, se escinde en dos; el uno, exhibiendo su carisma en los grandes salones e infaltables ágapes; y el otro, rumiando su misantropía en la oscuridad de la habitación de trabajo. No hay dos escritores denominados Guillermo Meneses 1 y 2; se nos antoja más prudente y adecuado hablar de dos momentos susceptibles de diferenciación en su obra cuentística y novelística. Bien lo asevera Javier Lasarte (1999):


“Sin embargo, en la mayor parte de los casos, la crítica ha preferido quedarse con la última producción del escritor, restando valor a sus primeras obras, tildándolas a menudo de inmaduras, ingenuas y criollistas, o considerándolas como simples esbozos preparatorios de su obra mayor (...), sin entender a menudo el proceso intelectual y artístico que dio base a aquellas primeras producciones y olvidando el carácter y los efectos de las diversas transformaciones ocurridas en la narrativa menesiana a mediados de los años cuarenta” (p. X).


El escritor es uno solo en la diversidad de las voces que le apremian durante su ciclo creativo. Sin duda alguna, el caso de Guillermo Meneses —en cuanto a su peculiar proceso de creación literaria— es uno de los más interesantes de la narrativa venezolana contemporánea.


Si nos atenemos a su obra cuentística, compilada por el mismo autor en Diez cuentos —cuya primera edición data de 1968—, hallamos un trajinar evolutivo que va del detritus de la literatura costumbrista a la innovación del discurso narrativo heredera de la vanguardia de principios de siglo —la cual se haría sentir tardíamente en nuestro país a partir de la segunda postguerra. Los primeros cuentos de los años treinta, si se quiere, prefiguran textos posteriores y depurados como “La mano junto al muro” (1951). Persisten las obsesiones temáticas, los personajes marginales, la transición del paisaje rural al urbano; el giro descansa en el tratamiento de dichos aspectos. Del enfoque realista de la trama a la digresión discursiva per se: metamorfosis y metástasis de la narración lineal que muta en la culebra engullendo su cola. Del abordaje exteriorista y local del paisaje a su más interiorizada asunción (¿absorción?) que lo recrea y transforma. Los personajes, mostrados a la luz de la unilateral óptica realista en un primer momento, se descomponen más tarde en los fragmentos afilados del espejo hecho añicos en el piso. Precisamente, el fluir de la conciencia de los personajes se iría desenvolviendo en los relatos de una manera más ambigua y ajustada al atonal y dispar concierto de voces que les embarga. Se trata de la soledad del personaje alienado en el inhóspito paisaje urbano. Siguiendo a Robert Musil: “El envilecimiento es una soledad más y un nuevo muro más sombrío”.


“Adolescencia”, uno de sus primeros cuentos, publicado en 1934, constituye un particular y breve ejemplo de lo que los alemanes categorizaron con el nombre de bildungsroman o novela de formación (1). Recrea la atribulada rebeldía de Julio Folgar contra el orden establecido a su alrededor: el moralismo del hogar encarnado por doña Isabel, su madre; y el severo y acucioso puritanismo, si así puede decirse, de la atmósfera del Colegio Jesuita bajo la impronta espiritual del padre Echevarrieta. Sólo que la rebeldía venía aparejada con los ardores y el paladinismo de la adolescencia: el tener a su merced el mundo y el tiempo, anchurosos por demás. El clímax del relato se hace objeto y símbolo cuando Julio graba en el guayabo el contrato por medio del cual pide al Diablo la satisfacción plena de su concupiscente sed. Sugerido el coito con la negra Mariana, la lavandera, un Folgar acosado por la culpa se rinde ante el padre Echevarrieta, siguiendo quizá las emblemáticas máximas jesuitas perinde ac cadáver y ut senis baculus, confesión del cuerpo inerte sostenido por el bastón de un anciano. Si bien el final de la historia fue juzgado como flojo y pacato, además de lo unidimensional de su tratamiento lineal, este cuento es perfectamente rescatable por aspectos tales como la pericia narrativa apuntalada en la técnica del ensamblaje de “materiales” variados en la configuración del discurso (el largo y tedioso discurso final del padre Echevarrieta a los que pronto egresarán del Colegio, la letra del foxtrot “Salomé”, el retrato juvenil de la madre de Julio Folgar, los cuales se fundirán y reharán en la febril imaginación épica y sensual del adolescente protagonista), cosa poco frecuente en nuestras letras de aquel entonces. Otro punto a favor estriba en la tensión erótica, psicológica y existencial del personaje púber contrapuesto a un entorno oprobioso y asfixiante, muy a pesar del bucolismo de la Caracas de principios de siglo. Al respecto, Domingo Miliani (1973) declara que “Es la ruptura, como en Joyce (2), con el esquema paterno, la fijación maternal, edípica del Eros y su descubrimiento en una sirvienta negra. Ese despertar cierra el cuento de Meneses”. Julio Folgar se prueba ante el espejo las máscaras que componen el juego de simulación que es a la vez la conformación de la personalidad, de la línea de sombra que según Conrad significa el umbral de la adultez. Condicionada al final por el acecho de la atrición —temor al Infierno, excitados los sentidos por la chamusquina de las almas en fuego y azufre, amén de los alaridos y las blasfemias de los condenados— que calza con el utilitarismo terrorista de la Escuela Jesuítica. Hasta este instante, la biografía nos presenta en 1928 a un joven Meneses recién graduado de bachiller, egresado del Colegio San Ignacio, encarcelado y agobiado por los trabajos forzados en Las Colonias, luego de participar políticamente en contra de la dictadura gomecista. Sus medallones y escapularios fueron echados y pisoteados en un gesto de disconformidad.


“La balandra Isabel llegó esta tarde”, también de 1934, es un cuento que, pese a su estructura tradicional, llamó la atención de la crítica y los lectores de la época. Tanto en los denuestos de godos y liberales, como en los elogios de lectores menos desprevenidos. Representa el punto más alto en el inicio del intervalo creativo de la obra narrativa de Meneses. Coincidimos con Orlando Araujo (1988) en cuanto a que este cuento simula el cierre de la figura, pues se estructura de forma abierta “en espiral que arrancando de un centro enigmático, al mismo tiempo vivencial y ontológico, vuelve a él y lo circunda como una serpiente interminable cuyos anillos enroscan y aprietan a una víctima que no se rinde” (p. 34). El enfoque realista de la anécdota, centrada en la vida de personajes marginales a la vera del puerto de La Guaira, no oculta una noción cíclica del tiempo que raya en el fatalismo, más allá del determinismo político y socioeconómico de la coyuntura histórica, el positivismo en boga: las máscaras no salvan al hombre, más bien lo cosifican en la calma chicha de una existencia mustia y desesperanzada. Martinote no es más que un sucedáneo de Segundo Mendoza, víctima en pos del cuerno de la abundancia allende el mar, victimario de las románticas aspiraciones de Esperanza en cuanto a redimir su vida atada aún al catre del lenocinio. La masa de meretrices y marineros bailan danzones y boleros toda la noche, embriagados en la esperanza fútil de amores correspondidos y fortunas por venir. Si bien el texto responde aún a los cánones del criollismo y el realismo, sobre todo en lo concerniente al afán didáctico y moralizante, la mirada sobre los personajes está revestida de ternura y cierta simpatía solidaria respecto a su destino inevitable. Es ilustrativo el estribillo “¿Qué será lo que tiene que decir Esperanza?” (Meneses, 1999, p. 31), musitado por el narrador y más adelante por Segundo (“¿Qué es lo que me tienes que decir?”, p. 32), a la manera de los melodramas radiales tan de gusto en la Cuba de antes de la Revolución. No es casual entonces la visión melodramática del cuento en el filme homónimo de Cristhensen (1950) —ajustada por cierto al paradigma del cine mexicano—, protagonizado por Arturo de Córdova, Néstor Zavarce y Tomás Henríquez. En resumidas cuentas, se descuelga la ubicuidad del sacerdote jesuita, facilitada por un intrincado sistema de pasadizos secretos, acechando y reconviniendo piadosamente a los indios guaraníes en estado pecaminoso, teniendo la selva paraguaya como escenario. Se trata de un Guillermo Meneses optimista e ilusionado en el ideal del progreso.


“Borrachera” (1936) y “Luna” (1938) son cuentos de una índole distinta en cuanto a la consideración moral, no moralista, de los personajes. En el primero de los casos, el negro Antonio es expuesto en toda su precariedad y miseria: alienado, tragado y vomitado por la monstruosa urbe, cuya fealdad es sobredimensionada en el “trance” de la ebriedad. A contracorriente de los cuentos anteriores, no encontramos descripciones exterioristas, directas y románticas de la ciudad; por el contrario, el sórdido paisaje se insinúa acosando a este negro pobre, aturdido por la borrachera: “Atravesando sueño, cansancio y borrachera, la idea del trabajo lo despertó. Debía estar en el almacén rápidamente” (Meneses, 1999, p. 64). El obrero a merced de un círculo infernal: de la maloliente buhardilla a la explotación del almacén, siendo la taberna el descanso de la escala que sólo conduce al envilecimiento, cuesta abajo en la rodada. Especulando su teoría de los espejos, Meneses (1953) comenta: “Si me dedicara a cazar las imágenes de entonces, podría pensar en las fronteras de la miseria que eran los callejones del barrio cercano, en la sombra de la escuela” (p. 69). Muy a pesar de su estructura lineal, “Borrachera” acierta en exhibir en atisbos la fragmentación de la conciencia de Antonio, su protagonista atribulado. La transición del paisaje rural (al modo de la Arcadia, el mundo perdido) hacia el urbano fluye de la canción materna (“Antonio Retoño / mató a su mujer / con un cuchillito / del tamaño de él”) a la estridencia de la rocola en el botiquín. Al igual que en “Luna”, el personaje protagónico no puede dar rienda suelta a su lado oscuro, en tanto vía posible de expiación y liberación: ni Antonio asesina a la horrenda puta —víctima propiciatoria que sustituye a la ciudad— con la cual cohabitó en el chirriante y oxidado camastro, ni el indio Malavé logra en el acceso etílico —a falta de hembra— consumar el incesto; ambos cercados por el sombrío mecanismo de la represión enclavada en el resentimiento. Las expresiones que remedan el mágico mantra, el “Quiero. Quiero” de Antonio y el silbido “Ti-ti-ti” de Malavé, no constituyen conjuros que reviertan la áspera y dolorosa realidad que trajinan, tan sólo un estupendo recurso fónico y metafórico del cual se vale Meneses en el acto de enhebrar la trama.


Finalmente, “La mano junto al muro” (1951) consolida la búsqueda y los hallazgos de la narrativa menesiana desde sus inicios mismos. Jesús Puerta (1999) lo resume de manera harto pertinente:
“La evolución de nuestra narrativa hacia la integración de los elementos de denuncia social o ética y los nuevos recursos estéticos vanguardistas, es apreciable incluso en el caso de la obra de algunos escritores considerados individualmente. Un ejemplo claro es el de Guillermo Meneses” (p. 160).


El paisaje urbano va a la par del discurso narrativo, centrado no en la anécdota y sí en la fragmentación del lenguaje. El burdel de puerto, antes un antiguo castillo, supone la devastación de la ciudad romántica y afrancesada de Guzmán Blanco, la cual cede su lozanía al asfixiante y caluroso enseñoramiento del concreto y el hacinamiento en compartimientos estancos. El espejo del cuartucho de Bull Shit, la meretriz asesinada, roe quebrando en pedazos el entorno revelando tan sólo sombras (“La vida de ella podría pescarse en un espejo... O su muerte”, Meneses, 1999, p. 177). El tema del relato no se afinca en la resolución del asesinato, por el contrario, la trama policial forma parte del juego de simulación que apunta más bien a una consideración del tiempo, de lo efímero de la existencia. No la depreciación del tiempo histórico, sometida a los caprichos de las concepciones historiográficas; el relato se refiere más bien a la acción erosiva y disolvente de la entropía, pues el paisaje y los personajes se van desmoronando en las idas y las vueltas cíclicas de los pasadizos y callejones sin salida que propone su discurso. Impera una preocupación de orden metafísico y ontológico. La voz narrativa, forjada la atmósfera nihilista, titubea una y otra vez, se hace repentina y monocorde como el habla de los borrachos ante sus convidados de vidrio. Se metamorfosea y quebranta en los personajes por demás desdibujados, imitando los efectos lumínicos de los lienzos del demiurgo Reverón. “Engañarse y engañar, ocultando que sólo son fantasmagorías que en cada quien tienen su origen, su asidero y su final. Sombras que, en algún momento, pueden aparecer más eficaces que la realidad” (Meneses, 1953, p. 71).
Jesucristo y Judas son los lados complementarios de una misma moneda, con la cual se financian las indulgencias que no llevan a ninguna parte, las traiciones y las orgías a las puertas de los templos y los burdeles.


Notas

(1)Como ejemplos dispersos de este género tenemos Las tribulaciones del joven Törless, de Robert Musil; Retrato del artista adolescente, de James Joyce; La línea de sombra, de Joseph Conrad, y El lobo estepario, de Hermann Hesse, o Piedra de mar, de Francisco Massiani.

(2)Domingo Miliani asevera el paralelismo del relato y la novela Retrato del artista adolescente, de Joyce. En cambio, Javier Lasarte aduce que el planteamiento del cuento está bastante alejado del “modelo joyceano”, si se considera su desenlace.


Referencias bibliográficas

Araujo, Orlando (1988). Narrativa venezolana contemporánea. Caracas: Monte Ávila.
Lasarte, Javier (1999). Prólogo en Diez cuentos de Guillermo Meneses. Caracas: Monte Ávila. Páginas VII-XXXII.
Meneses, Guillermo (1999). Diez cuentos. Caracas: Monte Ávila.
— (1953). “Teoría de los espejos”. Revista Nacional de Cultura, 100 (1), 69-73.
Miliani, Domingo (1973). Prueba de fuego. Caracas: Monte Ávila.
Puerta, Jesús (1999). Modernidad y cuento en Venezuela. Valencia: Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad de Carabobo.

Texto perteneciente al libro Salmos compulsivos por la ciudad editado en PDF por LETRALIA
http://www.letralia.com/ed_let/salmos/index.htm