Biblioteca Personal del Diablo
Pedro Téllez
Pedro Téllez
Lo primero que tenemos que tener en cuenta al conjeturar la misteriosa biblioteca del Diablo, es que éste nunca lee, siempre relee libros antes de ser escritos por sus autores, o los que nunca se llegaron a escribir. Lo segundo es distinguirla de la biblioteca del infierno en cuanto institución, que es la de todos los libros malos, de antes y después, ¿y que alimentan (y alimentarán) las llamas infinitas del infierno? Si no, ¿de qué otra manera podría mantener el fuego eterno? -sin duda con los libros malos-. Pero la incandescente biblioteca no es la biblioteca "personal" del Diablo, y lo que una tiene de extensa, la otra tiene de mínima. El Diablo relee no por sabiduría o nuevos conocimientos, lo hace sólo por placer.
En ese estante de madera negra africana, apenas imaginamos trece libros, donde no están ni la Divina Comedia ni la edición ilustrada por los surrealistas de los Cantos de Maldoror, y menos el Paraíso Perdido, pues le molesta la adulación. Mucho menos los tratados sobre él: Scott, Defoe, Pompeyo Gener, Papini, Fomari o Collin de Plancy. De éstos hemos traído algunos para con sus imágenes hacer más amena la exposición. De estos dos últimos: Diccionario infernal y su álbum, la Historia curiosa y pintoresca de las brujas, y de un viejo tratado de salamandrología, sobre el único animal que resiste el fuego y por lo tanto posible ratón de estas bibliotecas (y de las otras, pues la mía está llena de salamandras amarillas).
Pero volviendo a lo que nos ocupa, la biblioteca personal del Diablo, y siendo él como los niños, un lector perverso polimorfo, prefiere los cuentos infantiles, mientras más crueles mejor (alguien dice que a él se debe el haber inspirado el final feliz donde al lobo le extraen la abuela por cesárea, y le rellenan de piedras y sed, para que se hunda en el río). Los cuentos de Hadas de Ch. Perrault (sus fuentes, sus continuaciones y reescrituras), y el manuscrito original, con dibujos del mismo Lewis Carroll de las Aventuras de Alicia, son sus libros de cabecera. Prefiere la versión infantil de Galland de las eróticas Mil y una Noches: El Diablo se excita con los místicos del siglo de Oro español, con las traducciones del Cantar de Los Cantares de Fray Luis de León, y con la tercera redacción del Cántico Espiritual de San Juan de La Cruz y con la Séptima morada de Santa Teresa. Literatura divina "a lo erótico". Pero el niño diablo también lee, relee para placer de la inteligencia; y con intensión teológica prefiere la Psychopathia sexualis de Kraff-Ebing en su edición en latín, y considera "no sé por qué" poemas místicos a las 120 Jornadas de Sodoma en especial las ultimas diez jornadas apenas esbozadas, bocetos y apuntes que el Diablo debe tener acabados. Con el Diablo estamos de acuerdo, aunque no las conocemos, en la perfección de las Soledades tercera y cuartas de Góngora como poesía y de la tragedia el Rey Lear de Pierre Menard. En ese pequeño estante está el teatro completo de Esquilo, por cuya lectura habría bien cambiado su alma a Dios el joven Nietzsche.
Van once libros, deben ser un poquito más, dijimos trece, podrían ser más o menos, agregar o cambiar por ediciones ilustradas sobre enfermedades tropicales y sus parásitos, tratados de anatomía patológica, el códice o libro de las horas del Duque de Berry, algún numero del Nanacinder, colecciones de suplementos (comic) de la pequeña Lulú (como piensa Yusti), la guía telefónica de Ciudad de México, el manual de funcionamiento de un aire acondicionado, o la segunda parte de la Historia de Venezuela de Oviedo y Baños desde aquellos días hasta el dos mil veintiuno, ¿por qué no? Podrían estos y otros libros formar con igual razón o sin razón el espiral de lecturas posibles de ese señor.
A estas alturas les confieso que no me consta que la Biblioteca personal del Diablo exista, pero por libros sé que anda por ahí. Compartiré tres evidencias del gusto del Diablo por la lectura. La primera es de orden editorial, tipográfica; la segunda compete a lectores y escritores; y la tercera es apenas una mancha de tinta: Los estudios carmelitas que titularon Satán, impresos el 25 de mayo de 1948, y que sin proponérselo sus editores, monjes carmelitas, fue impreso en 666 paginas, como Uds. bien sabrán a estas alturas del ciclo, es el número de ese señor.
La segunda evidencia bibliográfica tiene que ver con el cuento de Max Beerbohm, titulado Enoch Soames, y que conocemos por la Antología de la Literatura Fantástica de Borges y colaboradores. Beerbohm es un caricaturista y escritor londinense que hace un cuento circular, un auténtico nudo en el tiempo: un escritor mediocre da su alma al Diablo a cambio de fama literaria. Por supuesto que el Diablo le engaña y en efecto, como prueba, aparecerá en un diccionario del futuro pero como personaje en un cuento famoso, el que leemos. El 3 de junio de 1997, la fecha está en el cuento, Enoch Soames y el Diablo se reunirán en la Sala de Lectura del Museo Británico. La trama es un círculo en el tiempo porque en efecto Enoch Soames aparece ya en los diccionarios literarios de hoy en día, por lo tanto, el Diablo podría aparecer ese tres de junio del noventa y siete. En la cercanía de esos días yo llamé a Maracaibo a mi amigo Miguel Ángel Campos para comentarle el asunto y para sorpresa mía él estaba enterado y preparaba sus maletas para partir a Londres a la Sala de lectura del Museo Británico. Campos estuvo ahí, en ese momento y en ese lugar junto con otras personas venidas para la ocasión de distintas partes del mundo: no eran muchos, una docena aproximadamente que esperaban a las 7 p.m. la aparición de los dos personajes. Previamente los lectores fueron recibidos por el personal de la biblioteca y acomodados en una sala. Campos no me habló mucho del asunto a la vuelta, y no le pregunté lo obvio. Tan sólo me dijo que pasó algo, pero no lo preciso. Que me disculpe Campos por haber hecho referencia a su participación en esa reunión pero considero que es importante ese dato para la historia de la literatura, él es crítico literario y me entenderá, y espero perdonará mi indiscreción. Yo creo que cada uno vio o creyó ver al Diablo y a Soames en los otros. En pocos textos se ha dado tal mezcla de ficción y realidad. Beerbohm nació en 1872 y murió en 1956, pero sabía que la Sala sería la misma, y que su cuento sale y entra en el tiempo.
La tercera evidencia del Diablo es una marca, y nos concierne. Hace no más de una semana compré en esta misma librería un ejemplar de El Diablo de Arturo Graf, que algunos de ustedes deben tenerlo porque había varios, a mí me lo recomendó Guillén. Pues bien, mi ejemplar, no sé si el de ustedes también (revisen), posee una mancha de tinta en la pág. 96 que se reproduce en la siguiente, la 97 (número que coincide con el año Soames). Para mí es una huella o marca de ese señor, se enteró del ciclo de Charlas, y pasó por la librería a averiguar y ojeó un texto que le interesó. Transcribo los párrafos marcados por si se tratase de un subrayado diabólico, A QUIEN PUEDA INTERESAR. Forman parte del capítulo Burlas, estafas, supercherías, vejaciones y violencias del Diablo, y en el contexto de esta reunión les relacionó con la posesión a través de la lectura, de cualquier texto diabólico o no con la experiencia literaria, con la vida y la muerte del lector y del escritor, con su labor. Un Ars poética del Diablo, su escritura a través del subrayar un texto de otro, su participación en este ciclo. Cito: "En otros casos el diablo usaba métodos distintos: le recordaba al moribundo todos los pecados cometidos y exageraba adrede su gravedad, le imputaba además otros imaginarios y le aseguraba que estaba condenado irremediablemente, todo para hacerlo morir desesperado y condenarlo realmente. Procuraba ... (ilegible)... hacerle creer que ya no había tiempo para arrepentirse y que la atrición era inútil" y en la página siguiente: "Pero para el Diablo, mucho más útil que la obsesión tal como la he definido y descrito, era la posesión. La obsesión procuraba desahogo a su hastío y a su envidia pero la posesión era lo que lo convertía en amo verdadero y absoluto de los hombres. Mientras debían contentarse con tentar y atormentar, los diablos eran como soldados que asedian una fortaleza en la que entrarán o no en... (ilegible)... según los casos: pero cuando pasan de la tentación y la obsesión a la posesión, eran como soldados victoriosos, entrados en la fortaleza y convertidos en los amos absolutos". Fin de la cita y de la conferencia. Gracias.
(Conferencia leída en la Librería del Sur, dentro del ciclo de conversaciones sobre el Diablo del grupo Li Po)
Publicado inicialmente en el periódico Estación Sur, Nº 1, noviembre 2009 en la Pág. 6.
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