Para machucar mi corazón: Una antología poética de Brasil
de José Carlos De Nóbrega.
Guillermo Cerceau.
I La traducción
La traducción literaria tiene múltiples fines y son estos fines los que han contribuido a la proliferación de teorías sobre las traducciones, a modelos normativos, a esquemas de valoración.
Se traduce porque se quiere ampliar al número de lectores de una obra, ya sea que se considere que la misma es importante como para trascender su esfera lingüística, siempre limitada no importa cuan amplia sea; o tal vez se traduce porque se considera que un texto es importante para la humanidad, como sucede con las escrituras sagradas. No olvidemos que las lenguas modernas europeas han sido en parte moldeadas por grandes traducciones: la Biblia de Lutero ayudó a conformar el alemán moderno, como lo hizo la del Rey Jaime con el inglés, o la Vulgata de Jerónimo con la estandarización de un latín que comenzaba a corromperse en lenguas vulgares.
Se traduce por un afán lúdico, como el de aquellos antiguos eruditos que se divertían trasladando un texto de un idioma a otro, o del verso a la prosa. Cuenta Platón, por cierto, que Sócrates pasó sus últimas horas poniendo las fábulas de Esopo en verso.
Se traduce, también, porque hay quienes consideran esta actividad como parte de la literatura. Traducir sería para ellos como crear o recrear un poema o una novela.
Esta incompleta y arbitraria enumeración solo pretende destacar los motivos más conocidos que llevan a alguien a traducir un ensayo, una novela, o como es el caso del libro que presentamos hoy, una selección de poemas. Cada motivo tiene sus propias reglas de valoración. La conocida antítesis entre “transparencia” y “fidelidad” se aplica a todos ellos, pero es obvio que nace de una exigencia literaria, es decir, de quien siente o esta convencido de que traduciendo crea una nueva obra.
Nuestro siglo – me refiero al 20, el 21 es como su suplemento- presenció la saturación del universo simbólico humano, la proliferación sin límite de la Teoría, el agotamiento combinatorio de la capacidad de fabular con ideas. Es poco probable que en el inmenso acervo de las teorías sobre la traducción podamos contribuir con una idea original.
II Brasil
Anota José Carlos, en el prólogo de su libro, las muchas cosas que nos separan de Brasil, ese vecino tan grande y tan cercano y resalta nuestra ignorancia mutua, sobre todo en el terreno de la poesía. Aunque no faltan antologías y traducciones, es verdad que sabemos poco o nada fuera del círculo de los poetas y especialistas. Es posible que esta ignorancia de la poesía del vecino país no sea sino un caso particular de la gran ignorancia que existe sobre nuestra propia poesía – siempre me gusta recordar que conocí al poeta José Joaquín Burgos en una biblioteca de Boston – pero esto nos llevaría a otra discusión, que sin embargo, tarde o temprano debemos dar.
Es cierto, ignoramos casi todo sobre los brasileños y su escritura, tanto como ellos ignoran la nuestra. La cercanía geográfica no es garantía de nada, y las diferencias lingüísticas han demostrado no ser barreras en la época de las traducciones. Tal vez sea ocioso preguntarse por qué es fácil conseguir en nuestras librerías lo último en literatura alemana o norteamericana y casi imposible los clásicos y las novedades de la brasileña. Una explicación parcial (y por lo tanto una media verdad) es que recién ahora estamos mirando hacia el sur. La verdad sociológica e histórica es más compleja.
III Convergencia
Me he detenido en tres temas, para crear un contexto que me permita decir algo con sentido sobre este libro. La Traducción y sus ramificaciones. Brasil y su cercanía que no es tal. La ignorancia de la poesía.
IV
Si traducir es “trasladar” o “llevar de un sitio a otro”, es decir, vincular, elevar puentes, unir los puntos de unas estrellas solitarias para convertirlas en constelaciones, José Carlos hace mucho más que acercarnos a unos textos que para la mayoría permanecerían remotos.
Entre el mundo de las letras en el que se ha formado y al que ha enriquecido, y la experiencia de la vida del pueblo, entre el intelectual y el malandro,
Entre los amigos,
Entre los mundos simbólicos que examina en su amplia y profunda obra ensayística.
V
Antes dije que prefería no acudir a las teorías que saturan nuestro universo mental. Quiero hacer una excepción que tal vez resuma mejor lo que he querido decir. En su célebre ensayo “La tarea del traductor”, el filósofo y místico Walter Benjamín, tributario simultáneamente del Marxismo y de la cábala judía, nos propone una metáfora que, pienso, podemos admitir sin muchas concesiones: que así como una valiosa ánfora quebrada se reduce a miles de fragmentos que han de pegarse, siendo todos desiguales, son todos necesarios e imprescindibles para reconstruir el objeto dañado.
Benjamín propone que de la unidad original del lenguaje, postulada por la Torá y destruida por la ambición humana en la fallida empresa de la Torre de Babel, está hoy dispersa en innumerables fragmentos. Traducir, en esta compleja metáfora sería ir recogiendo los fragmentos del Lenguaje, con mayúsculas, para reconstruir la unidad perdida. Por eso cada traducción es única y sigue sus propias reglas internas, por eso traducir es un imperativo en que colaboramos con Dios o con las fuerzas ocultas de la historia.
José Carlos De Nóbrega tal vez sea un colaborador más en la larga tradición de quienes dedican su vida a unir los fragmentos dispersos de una humanidad escindida. Su calidad humana, su ética de intelectual y la transparencia de su trabajo se dejan ver claramente en este libro que hoy presentamos y que estamos seguros abrirán nuevos horizontes a quienes se paseen por sus páginas, como lo ha hecho con nosotros.
Para acceder a la versión virtual de la antología aquí comentada, tenemos el link:
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