Saturday, May 05, 2007

TRES AFORISMOS MÁS SOBRE ELIAS CANETTI CON SU COMENTO


3.- Desde entonces, es decir, a partir de los diez años, se articula en mí como una especie de dogma: que estoy hecho de mucha gente de la que no soy en absoluto consciente. La escritura de Elias Canetti es producto de la afluencia de lenguas y culturas enclavadas en la diversidad. Si bien nace en Bulgaria (1905), el idioma nacional cede terreno al ladino (habla familiar íntima) y al alemán (lengua literaria); en una entrevista concedida en 1965, asumía en ocasiones la identidad de “un escritor español de expresión alemana. Cuando leo obras de clásicos españoles, como La Celestina o Los sueños de Quevedo, tengo la impresión de hablar desde ellos”. Su biografía comprende un éxodo inquieto con la saudade sefardita empacada en las maletas: De Rustschuk a Manchester, Viena, Zurich, Frankfurt y unas cortas pero significativas estancias en el atribulado Berlín de los años treinta. Londres constituyó el refugio idóneo para escribir Masa y Poder, luego de ser anexada Austria al Reich hitleriano. La letanía onírica, oriunda de la infancia, tiene como motivo central su lengua acechada por la navaja de un hombre sonriente, el cual en el instante crítico pospone la amputación para el día siguiente: Transfiguración ficcional del episodio bíblico del sacrificio abortado de Isaac por vía de la palabra de Dios. Muchos años después, 1998, el poeta Reynaldo Pérez Só escribe en el ladino de la casa, si bien extemporáneo en estos tiempos de globalización, pero que nos conmueve en la construcción sentida del poema: Gran Grande / dame balor para parar luenga / meoyo deskaminado / abacha la mi cabesa / estropajada. Hay, en ambos casos, una asunción responsable en el ejercicio del habla a contracorriente del ruido de la masa que ha cambiado la primogenitura humana por un guiso de slogans consolatorios. El alemán literario de Elias Canetti es fruto del amor maternal en la temprana viudez y se contrapone –en consecuencia- a la muerte: “No consintió que abandonara las demás lenguas, la cultura se hallaba en la literatura de todas las lenguas que conocía, pero la lengua de nuestro amor -¡y qué gran amor!- sería el alemán”. Entonces no nos sorprenden otras preferencias afines: Jorge Luis Borges y Joseph Conrad; en el primer caso del inglés materno a un uso maravilloso de la lengua de Cervantes, mientras que en el segundo conviven la pronunciación infame del idioma de Shakespeare y un impecable ejercicio de la escritura manifiesta en libros como Lord Jim, El Corazón de las Tinieblas y Nostromo.
O estuporado pequeño tem fome.


4.- La situación de la supervivencia es la situación central del poder. En primera instancia, tenemos al perseguidor encabezando a las masas de acoso, todos sedientos del espíritu o mana (una encarnación sobrenatural e impersonal del poder que pasa de un hombre a otro) de los enemigos asesinados en el campo de batalla o en las callejuelas de la judería arrasada en un inmisericorde y estridente pogrom. Las victorias afirman la supervivencia del grupo en la acumulación de ese poder que trasciende al prójimo. Los ejércitos vencedores no han cedido un ápice en la matanza masiva del contrincante; no hay excusa que dispense a los nazis en Europa, ni a los norteamericanos en Asia (Japón, Vietnam o Afganistán), mucho menos a Pol Pot en una Camboya triturada a mansalva; qué decir de las víctimas del Holocausto, de la población civil de Hiroshima y Nagasaki o de los musulmanes masacrados y torturados en la Guerra Secesionista de la extinta Yugoslavia. De todos modos, el poderoso se vale de los enemigos y de las masas aliadas para solazarse en su unicidad, la de haber sobrevivido a todos para que nadie le sobreviviera. He allí la mezquindad del poder, más allá de sus eufemismos ideológicos, deterministas, religiosos o económicos.

5.-No puede ser tarea del escritor dejar a la humanidad en brazos de la muerte. En la visita que Canetti tributa al Melah o barrio judío en Marruecos, hallamos la contraposición de Eros y Tánatos: El bullicio orgiástico de la plaza que lo retrotraía a su origen sefardita (“Veía expresada toda la densidad y calor de la vida que sentía en mí mismo. Cuando me encontraba allí yo era esa plaza. Pienso que siempre vuelvo a esa plaza”) y la esterilidad del cementerio (“Es el desierto de los muertos sobre el que ya nada crece; el último, el desierto póstumo”). En Masa y Poder se resalta sin cortapisas que el poder de los muertos descansa en la envidia respecto a los sobrevivientes. La muerte somete en el terror a los vivos que temen ser llevados por difuntos posesivos y espíritus chocarreros. El acoso de los muertos en pena es combatido por nuestros abuelos a través de la rudeza del habla inmersa en la coprolalia. Los mexicanos hacen picnic sobre los sepulcros el día de los muertos y las calacas se cubren de una piel achocolatada. Las manifestaciones de duelo no son más que la simulación de un sentimiento onanista de satisfacción en el sobreviviente cuando se asoma al ataúd en el que yace el otro. Por supuesto, el poder tiene una morbosa predilección por apoyarse en la muerte del individuo y el colectivo; a tal fin ha diseñado múltiples estrategias y técnicas que emparentan a los inquisidores del Santo Oficio con el discurso seglar de la policía política de cualquier país de Occidente. Las cruzadas obedecen a móviles que exceden el paladinismo de corte religioso y pseudoliterario que pende del cordel. Los accesos místicos de expansión y salvaguarda de relicarios de toda índole, la mayoría de las veces, amparan razones bien afincadas en lo terrenal. La metamorfosis, manifiesta en miles de formas de vida que sostienen a todo escritor, no se aviene con la sintaxis insomne y fatalista de la muerte. Priva entonces un mandamiento que incluye todas las exigencias a los escritores que se precien de serlo en una disposición responsable: No arrojarás a la nada a nadie que se complazca en ella. Sólo buscarás la nada para encontrar el camino que te permita eludirla, y mostrarás ese camino a todo el mundo. Perseverarás en la tristeza, no menos que en la desesperación, para aprender cómo sacar de ahí a otras personas, pero no por desprecio a la felicidad, bien sumo que todas las criaturas merecen, aunque se desfiguren y destrocen unas a otras.

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