Wednesday, July 26, 2006

PASTICHE DE AFORISMOS SOBRE EL ENSAYO (SERIE 2).




Al ensayista, amigo y cómplice Miguel Ángel Campos: desgarrando fatuas escuelas.

1.- Nada más ridículo que el ensayista hablando o escribiendo acerca del ensayo. En todo ensayo el autor trata de sí mismo, hablar además de su escritura sería un exceso. Por eso los mejores ensayistas no son ensayistas, es decir, no lo parecen. Pedro Téllez . El aserto se refiere al duodécimo apóstol convidado por Cristo a la Última Cena: ¿Juan, el discípulo bien amado que recostó la cabeza en su pecho? ¿Judas Iscariote, el último que mojó con Él el pan en el plato? El discurso ensayístico va más allá de la ambigüedad prefabricada tan de gusto de los lectores y críticos snobistas: Se superponen la ternura del púber y el adusto y atormentado rostro del zelote traidor. No en balde el corazón de Jesús se halla espinado y encunetado entre el beso y las treinta monedas de plata. Se puede exorcizar al endemoniado, como manifestación del milagro, despeñando cerdos al mar; anatema es intentar explicar el portento en una positiva mesa de disección. Como bien nos lo recuerda Borges hasta la saciedad: “La rosa es sin porqué, dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede”.

2.- Híbrido, s. Diferencia conciliada. Ambrose Bierce, Diccionario del Diablo. El ensayo, desde hace mucho tiempo, es una manifestación escritural hipertextual. Por más que los pésimos lectores declaren que es un hallazgo reciente a la luz de la Transdisciplina, categoría elástica y maleable heredada de la polémica en el seno de la escuela neoescolástica, bien se miente a sí misma como post-estructuralista, pragmática o postmoderna. No es un mero vehículo ideológico; es la carreta, el cochero y los caballos a la vez, se coloquen como le venga al antojo del que escribe y del que lee. ¿Se puede afirmar que Las Mil y Una Noches posee una estructura ensayística en el que convergen la poesía, la narrativa y la filosofía que dignifican a la humanidad? ¿Acaso Los Pastiches Criollos de Luis Enrique Mármol no son ejercicios ensayísticos que duplican y desdoblan la voz del otro (por ejemplo, Antonio Arraiz o Ramos Sucre), caricatura o exageración fundamentada en el cabal conocimiento del discurso poético ajeno?

3.- El ensayo es la ciencia, menos la prueba explícita.José Ortega y Gasset . Quizá el aforismo resulte reduccionista a nuestros oídos perdidos en la distracción. Sin embargo, el discurso ensayístico no pretende imponer al lector su contenido, o mejor aún su aproximación al tema u objeto de su golosa fruición, bien sea en el malabarismo argumental e intelectual o en la barroca ornamentación de ideas que esconden la faz tenebrosa de la intolerancia. El ensayo no es más que una conversación entre el autor y el lector que se solazan a la luz y a la sombra de la libertad. Ni el púlpito ni la tribuna, con sus terroríficas admoniciones y paradisíacas ofertas, tienen cabida en un territorio preñado de contradicciones, elipsis y giros alocados que sí retratan y reivindican la condición de ser hombres. El ensayo no construye complejísimas teorías a la vera de un cuadro metodológico drástico y seco como un redoblante funeral. Fernando Savater lo complementa sin medias tintas: “Sirve sobre todo como aguijón contra la gran teoría, contra la casa consistorial levantada por el sentido común o contra el rascacielos edificado por la ciencia y la política. Esta cualidad demoledora le viene de su condición inocultablemente subjetiva”.

4.- La maleabilidad del ensayo da al escritor una libertad que podría llamarse ‘camaleónica’. Porque la forma literaria se pliega, en este caso, a las condiciones personales, adquiere diversas coloraciones individuales, sin exigir del escritor –y quizás sea esa la vana fortuna del ensayista- el previo sometimiento a reglas institucionales, a normas suprapersonales. Juan Marichal . En otros términos, el ensayo es un género endiabladamente pachuco, como decíamos en una ocasión sometiéndonos al escarnio de profesores atados a las columnas de la Academia. Se exhibe regodeándose en su variopinta vestimenta y en su paradójica manera de decir las cosas en función del placer por la recreación de la vida. Allá aquellos académicos victimarios del placer y víctimas de su frigidez intelectual desvinculada del mundo que nos tocó vivir, padecer y sobre todo disfrutar. El aforismo no amerita de más comentarios que lluevan sobre mojado.
5.- Mi pluma lo mató. Juan Montalvo . Más allá de la circunstancia histórica que motivó el aserto (el asesinato del dictador ecuatoriano Gabriel García Moreno en 1875), subyace el hecho de la escritura ensayística como instrumento político e ideológico - en tanto declaración de principios o falsa conciencia -. En el caso de América Latina, el ensayo y la acción política establecen vínculos peculiares no exentos de contradicciones. El período de Independencia no sólo fue marcado por las armas y el protagonismo militar, pues bajo su ensangrentado suelo se incubaban las invectivas contra la Corona y la Península bajo el influjo de la literatura liberal y enciclopedista proveniente de Francia. La cultura política de nuestros libertadores fue de contrabando, tal como nos lo dice Efrén Barazarte al abordar la conformación heterogénea de la raza cósmica de Vasconcelos. Andrés Bello, no sólo en sus largas Silvas, sino sobre todo en el Prólogo a la Gramática Castellana para el Uso de los Americanos, propugnó la independencia intelectual de América con suma pertinencia, oportunidad y brillantez. La prosa romántica de Juan Vicente González apostó por el entusiasmo patriótico en tanto simiente de la República a construir: La Épica Militar no desdice la civilización; la visión mítica de los libertadores es la piedra de ángulo del país. Más adelante, producto de la desilusión causada por la anarquía heredada de las guerras intestinas, los positivistas latinoamericanos se balancearon entre el ideal del progreso y el imperio de caudillos y jefes supremos. Tal es el caso de uno de sus más brillantes exponentes: Laureano Vallenilla Lanz y su libro Cesarismo Democrático, obra polémica tildada de reaccionaria, pero con una voluntad y talento estilísticos de gran valía en el devenir de nuestras letras. Del otro lado de la acera, José Carlos Mariátegui hace una interesante revisión de las tesis marxistas, plantada esta vez en la problemática indígena y de la tenencia de la tierra en el Perú de los años veinte. Valga la oportunidad para destacar la obra ensayística de Ludovico Silva, enmarcada en una atenta lectura del marxismo clásico, embistiendo con claridad argumental y maestría estilística los desaguisados de la escuela ortodoxa de la Unión Soviética y sus satélites. Agua y aceite, o ébano y marfil, es innegable la relación entre ensayo y política; sólo que compartimos hoy este aforismo de Bierce: Gobierno Monárquico, s. Gobierno.

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