DEL NUEVO AÑO ESCOLAR EN VENEZUELA
José Carlos De Nóbrega
Ante la inminencia del año escolar 2015-2016 en Venezuela y, desprovisto de nostálgicos lugares comunes, nos mueven gratos recuerdos ligados a la escolaridad. Más allá de la condición de aparato ideológico del Estado, se desarrolla un panorama íntimo y contingente: el magisterio matriarcal de Augusta en las primeras letras y la aritmética que va del convento portugués al hogar caraqueño y luego valenciano; los preciosos y blancos pies de la maestra de segundo grado; la presencia en la ausencia física de condiscípulos y profesores que marcaron nuestra adolescencia en Valencia [los compañeros Cruz Blanco y Mariela, amén de la docencia exigente y amorosa de Chelena y Lolita, por ejemplo]; y nuestra formación universitaria ucista y upelista cargada de disidencia y agradecimiento [los profesores María Narea, Carlos Zambrano, Alberto González, Elba Álvarez y Efrén Barazarte, además de los escritores Pérez Só, Rivero, Téllez y Angulo]. Mamá, mi primera maestra, nos recomendó siempre asociarnos a buenos docentes y amigos para inmediatamente agradecerles las atenciones recibidas. He aquí estas líneas reivindicativas, devotas y agradecidas.
Por otra parte, pese a los desencuentros propios de la socialización escolar, nos sentimos orgullosos y satisfechos de nuestro oficio de obreros de la educación. Cuánta alegría nos da que algunos alumnos nuestros hayan accedido a la Universidad y a la profesionalización: Desde aquel travieso y díscolo muchacho que hoy ejerce la docencia, hasta los nuevos escritores que ofrecen muestras de inequívoca y sentida calidad literaria. La confrontación generacional, pese al perjudicial influjo de la educación autoritaria, el funcionarismo indolente y la mediocridad de muchos medios de comunicación, se convierte en diálogo transparente en casos muy significativos. La abuela del “Cuento Blanco” de Manuel Díaz Rodríguez, por fortuna, nos acompaña: “Maniáticos y egoístas, creemos que nuestra mezquina experiencia personal es compendio y resumen de todo el saber y desdeñamos a los jóvenes, con más razón a los niños”. No se puede combatir las modas impuestas por la banalidad del discurso mediático chillón e ideologizante, con viciosas poses beatas y moralistas que son diques secos que pretenden reprimir la fuerza avasalladora de la imaginación y la vida misma.
Para reconvertir la escuela, no podemos ahogar la pertinencia y agudeza de las voces críticas que vindican tan solidaria y necesaria empresa. La educación no puede afincarse en frases hechas que ocultan el despropósito político e ideológico, mucho menos debe holgazanear en esa categoría espantosa que es la resignación. Como nos lo recuerda todavía la pluma anarquista y revulsiva de Manuel González Prada, no podemos conformarnos con integrar una orden mendicante de la Ciencia y la Literatura. La crítica que apuesta por una transformación en todos los órdenes, no se asimila a la maledicencia, la mezquindad y la revancha politiquera de voces tales como Auris Rivero y Orlando Alzurú. Las reivindicaciones salariales y de seguridad social de los docentes, no pueden ir a contracorriente de los intereses y derechos de estudiantes y representantes. Estamos conscientes de la delicada coyuntura económica que afecta al país. Por lo tanto, es menester que las comunidades educativas asuman su rol protagónico en el diseño y toma de decisiones que permitan superar el modelo rentista de una buena vez por todas.
Sin condicionamientos enceguecidos, apoyamos las recientes declaraciones del Ministro del Poder Popular para la Educación, profesor Rodulfo Pérez, en lo tocante a la reorganización del currículo de educación media, la desburocratización del sistema educativo y la consolidación de un Sistema Nacional de Investigación y Formación Pedagógica. Por supuesto, partiendo del Decir transparente, el diagnóstico realista y la planificación ajena al ensayo y el error, para acometer realizaciones y soluciones que redunden en la calidad educativa que a su vez consoliden un modelo productivo emancipador. En tal sentido, es imprescindible el seguimiento y la evaluación permanentes –y sin miramientos- de este proceso de edificación de un país que nos contente y reconforte día a día. Sólo se puede entrar y salir de la escuela, el liceo y la universidad abriendo de par en par puertas generosas.
Que este artículo sea final abierto que se muerda la cola, ello en la relectura del diccionario cínico de Bierce: “Emancipación. El cambio que experimenta un cautivo al pasar de la tiranía de otro amo al despotismo de sí mismo”.
Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Tuesday, September 15, 2015
Tuesday, September 08, 2015
SE SOLICITA CRONISTA CON PLUMA PROPIA. José Carlos De Nóbrega
SE SOLICITA CRONISTA CON PLUMA PROPIA
José Carlos De Nóbrega
Después de dos años, el 3 de septiembre de 2015 fue constituido el consejo consultivo que elegirá al cronista de Valencia, en este caso, la persona que sustituirá al Doctor Guillermo Mujica Sevilla. No nos sorprende esta curiosa tardanza, dadas la paupérrima institucionalidad cultural local, de espalda a los cultores y artistas, y la banalización del discurso político en el país. El equipo que asume esta responsabilidad, no sólo debe determinar quién será el cronista y mayordomo patrimonial e histórico de Valencia, sino también adeuda a esta sufrida ciudad una posición crítica y asertiva en torno a su depredación ambiental, urbanística y mercantilista.
Por tal urgente razón, el consejo consultivo encabezado por José Varela, presidente del Concejo de Valencia, y complementado por los ediles Fernando Núñez, Amarily Morales, Orlando Tortolero, Henry Alvarado y Manuel Molina, además del cronista Evencio Díaz, el historiador Carlos Cruz y el funcionario municipal Santiago Rodríguez, ha de enfrentar el afán manipulador del cabildeo o lobby que pervierta el proceso de postulación, consignación de recaudos y elección del cronista valenciano. Nuestra ciudad no puede seguir tolerando su desmantelamiento y destrucción de parte de los poderes fácticos e intereses de clase o tribu.
Si bien las postulaciones y recaudos se recibirán en la sede de la Cámara Municipal hasta el jueves 10 de septiembre, este polemista compulsivo propone públicamente cuatro ases de la baraja y un comodín: los poetas José Joaquín Burgos y Luis Alberto Angulo, los ensayistas Pedro Téllez y Carlos Yusti, amén del promotor cultural Richard Montenegro. Todos ellos están avalados por una obra literaria y periodística, además de su indudable actuación de divulgación cultural y protección patrimonial. Por supuesto, nos anima también el hecho de que, cada quien en su estilo, ninguno se convertirá en una voz débil, burocratizante y claudicante en lo que toca a la defensa integral de la ciudad. Conocemos, de muy buena fuente, postulaciones políticamente correctas que entrañan la continuidad del bachaqueo multifactorial que ha convertido a nuestra Valencia de San Desiderio en una ciudad bombardeada inmisericordemente por la indolencia burocrática, el despropósito político y la mezquinad mercachifle.
El nuevo cronista de Valencia ha de esgrimir pluma propia, a contracorriente del ejercicio vertical y bancario del Poder. No puede sepultarse en este Mausoleo de Desperdicios, de facto y metafórico, a esta ciudad cercada de odios, perjuicio estructural de lesa humanidad cuyos autores intelectuales están identificados: los dos más recientes y chirriantes burgomaestres, Edgardo Parra y Miguel Cocchiola. Como se puede constatar, no importa la etiqueta política e ideológica, cuando de vapulear a la ciudad y a los ciudadanos se trata. En el primer caso, tenemos el imperio del nepotismo y, en el segundo, la administración municipal remeda a la del Club Ítalo o a la de Maderas Imeca. Las “fuerzas vivas” persisten en quebrantar a Valencia en dos toletes clasistas: el Norte y el Sur, sólo que la fealdad física y arquitectónica, la contaminación ambiental y su espíritu hostil los hermana en la más abyecta decadencia.
El cronista de Valencia no puede distraerse en la colección y la curaduría romántica de fragmentos históricos y anécdotas edulcoradas que, peor aún, funcionen como coronas fúnebres de este desmadre de larga data. Por el contrario, su apuesta amorosa va por una reconstrucción histórica y crítica de la ciudad, muy distante del fetichismo ideológico, la esterilidad academicista y la improvisación insubstancial. ¿Es posible la reconstrucción de la urbe que reivindique a la ciudadanía? ¿La institucionalidad política, cultural y académica tendrá el coraje de asumir la reflexión autocrítica necesaria que conduzca al rescate del patrimonio material e inmaterial de Valencia? No se trata entonces de los malos hábitos del funcionariado que justifican su salario y peripatético poder en la medianía funcional y, sobre todo, en la ausencia e ignorancia de una cultura de auténtico servicio a las comunidades.
He aquí dos poderosos referentes y puntos de apoyo para aquel que se precie de ser un atento cronista de su ciudad y tiempo histórico: los escritores José Rafael Pocaterra y Enrique Bernardo Núñez. No basta quitar el moho y la mierda de las palomas en sus estatuas, sino una reconsideración crítica y sentida de su obra literaria. Es menester el rigor y la transparencia del Decir y el Quehacer por la Valencia de nuestros afectos.
Blasina Ríos de Marín, valenciana nacida en Los Sauces,
simpática matrona y trabajadora insigne
José Carlos De Nóbrega
Después de dos años, el 3 de septiembre de 2015 fue constituido el consejo consultivo que elegirá al cronista de Valencia, en este caso, la persona que sustituirá al Doctor Guillermo Mujica Sevilla. No nos sorprende esta curiosa tardanza, dadas la paupérrima institucionalidad cultural local, de espalda a los cultores y artistas, y la banalización del discurso político en el país. El equipo que asume esta responsabilidad, no sólo debe determinar quién será el cronista y mayordomo patrimonial e histórico de Valencia, sino también adeuda a esta sufrida ciudad una posición crítica y asertiva en torno a su depredación ambiental, urbanística y mercantilista.
Por tal urgente razón, el consejo consultivo encabezado por José Varela, presidente del Concejo de Valencia, y complementado por los ediles Fernando Núñez, Amarily Morales, Orlando Tortolero, Henry Alvarado y Manuel Molina, además del cronista Evencio Díaz, el historiador Carlos Cruz y el funcionario municipal Santiago Rodríguez, ha de enfrentar el afán manipulador del cabildeo o lobby que pervierta el proceso de postulación, consignación de recaudos y elección del cronista valenciano. Nuestra ciudad no puede seguir tolerando su desmantelamiento y destrucción de parte de los poderes fácticos e intereses de clase o tribu.
Si bien las postulaciones y recaudos se recibirán en la sede de la Cámara Municipal hasta el jueves 10 de septiembre, este polemista compulsivo propone públicamente cuatro ases de la baraja y un comodín: los poetas José Joaquín Burgos y Luis Alberto Angulo, los ensayistas Pedro Téllez y Carlos Yusti, amén del promotor cultural Richard Montenegro. Todos ellos están avalados por una obra literaria y periodística, además de su indudable actuación de divulgación cultural y protección patrimonial. Por supuesto, nos anima también el hecho de que, cada quien en su estilo, ninguno se convertirá en una voz débil, burocratizante y claudicante en lo que toca a la defensa integral de la ciudad. Conocemos, de muy buena fuente, postulaciones políticamente correctas que entrañan la continuidad del bachaqueo multifactorial que ha convertido a nuestra Valencia de San Desiderio en una ciudad bombardeada inmisericordemente por la indolencia burocrática, el despropósito político y la mezquinad mercachifle.
El nuevo cronista de Valencia ha de esgrimir pluma propia, a contracorriente del ejercicio vertical y bancario del Poder. No puede sepultarse en este Mausoleo de Desperdicios, de facto y metafórico, a esta ciudad cercada de odios, perjuicio estructural de lesa humanidad cuyos autores intelectuales están identificados: los dos más recientes y chirriantes burgomaestres, Edgardo Parra y Miguel Cocchiola. Como se puede constatar, no importa la etiqueta política e ideológica, cuando de vapulear a la ciudad y a los ciudadanos se trata. En el primer caso, tenemos el imperio del nepotismo y, en el segundo, la administración municipal remeda a la del Club Ítalo o a la de Maderas Imeca. Las “fuerzas vivas” persisten en quebrantar a Valencia en dos toletes clasistas: el Norte y el Sur, sólo que la fealdad física y arquitectónica, la contaminación ambiental y su espíritu hostil los hermana en la más abyecta decadencia.
El cronista de Valencia no puede distraerse en la colección y la curaduría romántica de fragmentos históricos y anécdotas edulcoradas que, peor aún, funcionen como coronas fúnebres de este desmadre de larga data. Por el contrario, su apuesta amorosa va por una reconstrucción histórica y crítica de la ciudad, muy distante del fetichismo ideológico, la esterilidad academicista y la improvisación insubstancial. ¿Es posible la reconstrucción de la urbe que reivindique a la ciudadanía? ¿La institucionalidad política, cultural y académica tendrá el coraje de asumir la reflexión autocrítica necesaria que conduzca al rescate del patrimonio material e inmaterial de Valencia? No se trata entonces de los malos hábitos del funcionariado que justifican su salario y peripatético poder en la medianía funcional y, sobre todo, en la ausencia e ignorancia de una cultura de auténtico servicio a las comunidades.
He aquí dos poderosos referentes y puntos de apoyo para aquel que se precie de ser un atento cronista de su ciudad y tiempo histórico: los escritores José Rafael Pocaterra y Enrique Bernardo Núñez. No basta quitar el moho y la mierda de las palomas en sus estatuas, sino una reconsideración crítica y sentida de su obra literaria. Es menester el rigor y la transparencia del Decir y el Quehacer por la Valencia de nuestros afectos.
Blasina Ríos de Marín, valenciana nacida en Los Sauces,
simpática matrona y trabajadora insigne
Sunday, September 06, 2015
EL DESIERTO EDITORIAL DE CARABOBO. José Carlos De Nóbrega
EL DESIERTO EDITORIAL EN CARABOBO
José Carlos De Nóbrega
“Conservador. Hombre de Estado al que los males presentes le encantan y que por tanto difiere del liberal, quien desea sustituirlos por otros diferentes”. Ambrose Bierce: Diccionario del Diablo.
Fuimos invitados, sin saber a ciencia cierta por qué, a una reunión en la sede de la Secretaría de Cultura de la Gobernación del estado Carabobo, ubicada en el adefesio arquitectónico llamado “Museo de la Cultura”. La agenda de tan inusual cónclave se centraba en un censo de escritores, la política editorial estadal y la seguridad social de los cultores literarios.
La reunión, además de un bajo y poco significativo quórum –lo cual apunta a una frágil convocatoria-, se inició con una hora de retraso. El presídium estuvo integrado por especialistas jurídicos y una pléyade de funcionarios con cargos rimbombantes: los abogados Johnny Pérez, Jesús Villegas, Pedro Cabrera y las directoras ejecutiva y de Desarrollo Humano de la Secretaría de Cultura, Mónica Valencia y Chemir Colina. Repentinamente, surgió un tema fuera de la agenda en la convocatoria: el Plan Nacional de los Derechos Humanos. Los abogados ductores realizaron una exposición general sobre los derechos culturales de los venezolanos, haciendo referencia a la Constitución, la Ley Orgánica de Cultura y otros instrumentos jurídicos relacionados con el tema. Observamos con desconcierto que el discurso estéril del panel exaltaba, en una perniciosa lectura de solapa, a los colectivos [organizaciones sociales de vital importancia] para despreciar lo individual [una cosa es individuo y otra individualismo]. Nos quedamos con ciertas voces solitarias y aguafiestas, como Ambrose Bierce y Domingo Alberto Rangel, pues nos previenen acerca de las manipulaciones demagógicas de politicastros y burócratas de medio pelo.
Lo que más nos indignó, fue el discurso y la praxis del funcionarismo que se enseñoreó de este lamentable encuentro. Por ejemplo, la seguridad social no es una contraprestación para los ciudadanos, se convierte en un valor de cambio para mantener a funcionarios indolentes en sus puestos, en otras palabras, la intermediación burocrática es un dique oscuro que contiene los procesos de cambio. Incluso, se estaba ponderando las bondades de los contratos de seguros privados, como si se tratase de una sesión de ventas de Dianética o Tupperware. Esa gran masa de dinero que va a la banca y las aseguradoras, debería destinarse para fortalecer el sistema nacional de salud. Desde el punto de vista político, los funcionarios apostaron entre líneas por la representatividad a expensas de la democracia participativa. Es la reivindicación del claustro en donde pocos transan nuestra calidad de vida con fines inconfesables.
Respecto a la política editorial de la Secretaría de Cultura, aduciendo la crisis del papel en el país, la Directora Ejecutiva y de Publicaciones desterró del estado Carabobo la publicación de libros en físico. Nos parece que esta grey de burócratas considera que se ahorran costos por partida doble: no publicándolos para no quemarlos en la pira funeraria del arte literario local. Se sacrifican dos pájaros en un solo holocausto. Propuso la publicación digital de los títulos, sin hacer referencia a ningún tipo de detalles que le escamotearan el almuerzo (la funcionaria apeló al estribillo para cantar una pavosa elegía: ¡apuren pues las propuestas, que ya son las doce!). Por supuesto, los libros serán sometidos a un Tribunal encapuchado [o, peor aún, encapillado] bajo el eufemismo del arbitraje. La estulticia y mediocridad del discurso inculpó a los cultores de la precaria promoción de las artes en Valencia de San Simeón el estilita: sus desencuentros y egos importunan de nuevo el almuerzo y la siesta de funcionarios tan abnegados. Es un anatema publicar la obra completa de Vicente Gerbasi, José Rafael Pocaterra, Teófilo Tortolero, Ida Gramcko o Tomasa Ochoa, entre otros, según esta nueva resolución de provincias.
Reiteramos, pues, que esta Secretaría arroje la máscara y acompañe a las autoridades universitarias al Sambil, pues esta locación es la más adecuada a su despropósito mercantil. Dejen que los escritores hagamos justicia poética por nuestra propia cuenta.
José Carlos De Nóbrega
“Conservador. Hombre de Estado al que los males presentes le encantan y que por tanto difiere del liberal, quien desea sustituirlos por otros diferentes”. Ambrose Bierce: Diccionario del Diablo.
Fuimos invitados, sin saber a ciencia cierta por qué, a una reunión en la sede de la Secretaría de Cultura de la Gobernación del estado Carabobo, ubicada en el adefesio arquitectónico llamado “Museo de la Cultura”. La agenda de tan inusual cónclave se centraba en un censo de escritores, la política editorial estadal y la seguridad social de los cultores literarios.
La reunión, además de un bajo y poco significativo quórum –lo cual apunta a una frágil convocatoria-, se inició con una hora de retraso. El presídium estuvo integrado por especialistas jurídicos y una pléyade de funcionarios con cargos rimbombantes: los abogados Johnny Pérez, Jesús Villegas, Pedro Cabrera y las directoras ejecutiva y de Desarrollo Humano de la Secretaría de Cultura, Mónica Valencia y Chemir Colina. Repentinamente, surgió un tema fuera de la agenda en la convocatoria: el Plan Nacional de los Derechos Humanos. Los abogados ductores realizaron una exposición general sobre los derechos culturales de los venezolanos, haciendo referencia a la Constitución, la Ley Orgánica de Cultura y otros instrumentos jurídicos relacionados con el tema. Observamos con desconcierto que el discurso estéril del panel exaltaba, en una perniciosa lectura de solapa, a los colectivos [organizaciones sociales de vital importancia] para despreciar lo individual [una cosa es individuo y otra individualismo]. Nos quedamos con ciertas voces solitarias y aguafiestas, como Ambrose Bierce y Domingo Alberto Rangel, pues nos previenen acerca de las manipulaciones demagógicas de politicastros y burócratas de medio pelo.
Lo que más nos indignó, fue el discurso y la praxis del funcionarismo que se enseñoreó de este lamentable encuentro. Por ejemplo, la seguridad social no es una contraprestación para los ciudadanos, se convierte en un valor de cambio para mantener a funcionarios indolentes en sus puestos, en otras palabras, la intermediación burocrática es un dique oscuro que contiene los procesos de cambio. Incluso, se estaba ponderando las bondades de los contratos de seguros privados, como si se tratase de una sesión de ventas de Dianética o Tupperware. Esa gran masa de dinero que va a la banca y las aseguradoras, debería destinarse para fortalecer el sistema nacional de salud. Desde el punto de vista político, los funcionarios apostaron entre líneas por la representatividad a expensas de la democracia participativa. Es la reivindicación del claustro en donde pocos transan nuestra calidad de vida con fines inconfesables.
Respecto a la política editorial de la Secretaría de Cultura, aduciendo la crisis del papel en el país, la Directora Ejecutiva y de Publicaciones desterró del estado Carabobo la publicación de libros en físico. Nos parece que esta grey de burócratas considera que se ahorran costos por partida doble: no publicándolos para no quemarlos en la pira funeraria del arte literario local. Se sacrifican dos pájaros en un solo holocausto. Propuso la publicación digital de los títulos, sin hacer referencia a ningún tipo de detalles que le escamotearan el almuerzo (la funcionaria apeló al estribillo para cantar una pavosa elegía: ¡apuren pues las propuestas, que ya son las doce!). Por supuesto, los libros serán sometidos a un Tribunal encapuchado [o, peor aún, encapillado] bajo el eufemismo del arbitraje. La estulticia y mediocridad del discurso inculpó a los cultores de la precaria promoción de las artes en Valencia de San Simeón el estilita: sus desencuentros y egos importunan de nuevo el almuerzo y la siesta de funcionarios tan abnegados. Es un anatema publicar la obra completa de Vicente Gerbasi, José Rafael Pocaterra, Teófilo Tortolero, Ida Gramcko o Tomasa Ochoa, entre otros, según esta nueva resolución de provincias.
Reiteramos, pues, que esta Secretaría arroje la máscara y acompañe a las autoridades universitarias al Sambil, pues esta locación es la más adecuada a su despropósito mercantil. Dejen que los escritores hagamos justicia poética por nuestra propia cuenta.
TRES MUJERES EN NUESTRA POESÍA DE HOY (y III). José Carlos De Nóbrega
Tres Mujeres en nuestra poesía de hoy (y III) José Carlos De Nóbrega
María Alejandra Rendón posee dos libros publicados: "Sótanos" (2006) y "Otros altares" (2007). Además de la poesía, ha incursionado en la actuación. Tuve el privilegio de tenerla como alumna de postgrado en la Maestría de Literatura Venezolana de la Universidad de Carabobo. Su compulsión vital que, por supuesto, repercute en su trabajo poético, se fundamenta en una actitud asertiva e inquisitiva digna de una niña traviesa, vivaz y precoz. El texto “Poética” es una muestra indiscutible de tal compulsión en el Decir: “El poema goza de independencia completa / y en la mayoría de los casos / tiene toda la razón / aunque no diga lo correcto”. La palabra supone una labor insomne y rigurosa que, paradójicamente, nos conduce a un estado de gracia y placer, sustentado en la libertad expresiva y creativa que recrea y cuestiona activamente al mundo. Se vive el poema en la apostasía más descarada, pues la gente “decente” es un dique idiota que contiene la acuciante necesidad del cambio: Esto es que los muertos entierren a sus muertos. En un texto dedicado a un Cristo comunista despojado de slogans automáticos y gritos apocalípticos de comisarios y cardenales, leemos: “Él lo supo / yo siempre lo supe / aún lo sé / lo único que ha cambiado / es la forma de matarnos / unos a los otros”, sean las cruzadas o el yihad campañas no sólo bélicas sino ideológicas. María Alejandra comparte con el poeta brasileño Antonio Miranda, no sólo el cruce de caminos entre la poesía y la dramaturgia, sino también una hermenéutica lúdica que transfigura a Cristo reduciéndolo a la fragilidad carnal, recurso que humaniza a la divinidad de la misma manera que los tallistas populares. El discurso poético comprometido troca en papa caliente que derrite el paladar en la ausencia del despropósito panfletario, lo cual nos reconcilia con "Taberna y otros lugares" de Roque Dalton y "El soldado raso" de Lêdo Ivo. La revolución, en tanto discurso y praxis, no apunta a lo políticamente correcto, reconviene y ataca sin piedad todo convencionalismo mental y estructural; de lo contrario, su implementación física y funcional (la Comuna engullida por el Estado burocrático) declinaría en una monarquía apoyada por un partido comunista.
"Aunque no diga lo correcto" es un poemario inédito que ratifica esta vocación por la diafanidad brillante de la expresión poética. Importa más la vida que el egotismo alienante de una visión trunca del oficio escritural: “Escribo sólo cuando tengo la certeza / de un resultado fiel a la intención, / aun cuando se trate de reconocerme abominable. / Me es útil corregirme en el hecho / más que en la palabra”. Hay un afán desmitificador que se manifiesta en el trazo espontáneo, vivo y franco que se enseñorea de la desnudez primaria de los objetos. La casa, por ejemplo, se nos presenta de par en par, embargada por la ausencia de la pirotecnia formal que conduce a una consideración metafísica y descarnada de la cotidianidad; pareciera decir que el uso abusivo y esteticista de la metáfora enmascara las relaciones de Poder que enmohecen y oprimen a los hombres. Como lo sostienen Gustavo Pereira y Lydda Franco Farías, el peor de los oficios trae consigo una palabra dura que reivindica la transformación de este mundo al alcance de la mollera, el corazón y las tripas: “Hemos recuperado nuestras cabezas / atornillándolas al corazón”.
Esperamos que esta febril glosa apologética a estas tres grandes amigas, Norys, Niddy y María Alejandra, se salga con la suya. Comprobará la comunidad de lectores que la poesía de nuestras mujeres atraviesa un buen momento, más allá del optimismo de cartón piedra que consuela a los incautos con paraísos artificiales.
María Alejandra Rendón posee dos libros publicados: "Sótanos" (2006) y "Otros altares" (2007). Además de la poesía, ha incursionado en la actuación. Tuve el privilegio de tenerla como alumna de postgrado en la Maestría de Literatura Venezolana de la Universidad de Carabobo. Su compulsión vital que, por supuesto, repercute en su trabajo poético, se fundamenta en una actitud asertiva e inquisitiva digna de una niña traviesa, vivaz y precoz. El texto “Poética” es una muestra indiscutible de tal compulsión en el Decir: “El poema goza de independencia completa / y en la mayoría de los casos / tiene toda la razón / aunque no diga lo correcto”. La palabra supone una labor insomne y rigurosa que, paradójicamente, nos conduce a un estado de gracia y placer, sustentado en la libertad expresiva y creativa que recrea y cuestiona activamente al mundo. Se vive el poema en la apostasía más descarada, pues la gente “decente” es un dique idiota que contiene la acuciante necesidad del cambio: Esto es que los muertos entierren a sus muertos. En un texto dedicado a un Cristo comunista despojado de slogans automáticos y gritos apocalípticos de comisarios y cardenales, leemos: “Él lo supo / yo siempre lo supe / aún lo sé / lo único que ha cambiado / es la forma de matarnos / unos a los otros”, sean las cruzadas o el yihad campañas no sólo bélicas sino ideológicas. María Alejandra comparte con el poeta brasileño Antonio Miranda, no sólo el cruce de caminos entre la poesía y la dramaturgia, sino también una hermenéutica lúdica que transfigura a Cristo reduciéndolo a la fragilidad carnal, recurso que humaniza a la divinidad de la misma manera que los tallistas populares. El discurso poético comprometido troca en papa caliente que derrite el paladar en la ausencia del despropósito panfletario, lo cual nos reconcilia con "Taberna y otros lugares" de Roque Dalton y "El soldado raso" de Lêdo Ivo. La revolución, en tanto discurso y praxis, no apunta a lo políticamente correcto, reconviene y ataca sin piedad todo convencionalismo mental y estructural; de lo contrario, su implementación física y funcional (la Comuna engullida por el Estado burocrático) declinaría en una monarquía apoyada por un partido comunista.
"Aunque no diga lo correcto" es un poemario inédito que ratifica esta vocación por la diafanidad brillante de la expresión poética. Importa más la vida que el egotismo alienante de una visión trunca del oficio escritural: “Escribo sólo cuando tengo la certeza / de un resultado fiel a la intención, / aun cuando se trate de reconocerme abominable. / Me es útil corregirme en el hecho / más que en la palabra”. Hay un afán desmitificador que se manifiesta en el trazo espontáneo, vivo y franco que se enseñorea de la desnudez primaria de los objetos. La casa, por ejemplo, se nos presenta de par en par, embargada por la ausencia de la pirotecnia formal que conduce a una consideración metafísica y descarnada de la cotidianidad; pareciera decir que el uso abusivo y esteticista de la metáfora enmascara las relaciones de Poder que enmohecen y oprimen a los hombres. Como lo sostienen Gustavo Pereira y Lydda Franco Farías, el peor de los oficios trae consigo una palabra dura que reivindica la transformación de este mundo al alcance de la mollera, el corazón y las tripas: “Hemos recuperado nuestras cabezas / atornillándolas al corazón”.
Esperamos que esta febril glosa apologética a estas tres grandes amigas, Norys, Niddy y María Alejandra, se salga con la suya. Comprobará la comunidad de lectores que la poesía de nuestras mujeres atraviesa un buen momento, más allá del optimismo de cartón piedra que consuela a los incautos con paraísos artificiales.
Monday, August 10, 2015
LAS PIERNAS BIEN TORNEADAS DE LA SILLA. José Carlos De Nóbrega
LAS PIERNAS BIEN TORNEADAS DE LA SILLA
José Carlos De Nóbrega
A pesar del sustrato machista que anida aún en nosotros, la literatura escrita por mujeres funciona en mí como antídoto y bálsamo que curan el “yo” enamorado. El remedio presenta varias fórmulas que integran una deliciosa nomenclatura: Emily Brönte, su tocaya Dickinson, Susan Sontag, Clarice Lispector, Ana Cristina Cesar, además de las venezolanas Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño, Ana Enriqueta Terán, Laura Antillano, Norys Nicoliello, Ximena Benítez, Annel del Mar Mejías y Sol Linares, entre tantas otras. En verso o en prosa, nuestras escritoras nos han arrullado con palabras mágicas al igual que la joven madre del film “La noche de San Lorenzo” (1982) de los hermanos Taviani. He de confesar mi entusiasmo de enjambre por la obra narrativa de la trujillana Sol Linares, una de nuestras mejores voces en tiempo real. Sus tres volúmenes de cuentos a la fecha [“Cuentafarsas” (2010), “La Circuncisa” (2012) y “La silla cruza las piernas” (2015)], nos obsequian textos que acarician vivaz y eróticamente la perfección. Valga una ojeada cómplice a “Bitácora de ti”, “La circuncisa” y “Cuento de la psicosis” respectivamente. Además, Sol ha incursionado en el cómic con “Chucenita”, esa pelirroja traviesa que nos importuna -por fortuna- en las páginas dominicales del diario “Correo del Orinoco”.
“La silla cruza las piernas”, editado por Fundarte, es un conjunto maravilloso y personal presidido por la diversión lúdica, el sarcasmo y un aliento poético y vitalista de excepción. Constituye un acto de afirmación muy suyo que se verifica también en sus dos novelas “Percusión y tomate” (2011) y “La canción de la aguja” (2013). Más allá del tomacorriente y el enchufe como arquetipos lectores cortazarianos, el discurso narrativo se nos presenta como una red encantadora, contingente y muy bien dicha. Los referentes literarios, a la mayor gloria jesuítica si no S.J. con nosotros, no significan poses culteranas ni narcisistas, pues entrañan devoción amorosa y terrena por los nuestros, sin importar su ubicación topográfica o temporal. La literatura, eso sí, implica ubicuidad emocional y placentera tanto del que da como del que recibe a contracorriente de la muerte. Bien se centren los chismes o comentarios en Eurípides, Dostoyevski o Groucho Marx. Detrás de la conmovedora simplicidad de “El pupitre de un cínico”, se mixtura la candidez adolescente con la lectura salvaje e irreverente del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, por supuesto, para contrariar a la escuela en tanto aparato represor e ideológico del estado burgués o estalinista. No nos olvidemos, por ejemplo, de las peripecias de cuatro venezolanos cebando mate a partir de “Rayuela” que leímos en su segundo libro de relatos. La lectura y la escritura se amalgaman en un juego meta-poético que excede la preceptiva academicista y la aridez del discurso mediático. En “Hipnosis en silla de mimbre”, Loti [¿o Chucena?] considera las vicisitudes del oficio literario al inventar a su escritor fracasado y timador de sí mismo, esto es la inversión y elisión del punto de vista narrativo: “Sin ser un escritor me sentí un escritorzuelo”. La compasión satírica desdice el éxtasis egocéntrico y alienante del medio intelectual como tal.
La brevedad de “La silla de Judas” se nos antoja un texto puente que nos remite a referentes disímiles como la dupla Van Gogh / Pérez Só, Héctor Murena y Miguel Otero Silva. La transfiguración ficcional del episodio bíblico del traidor, alude a la transubstanciación del objeto poético, el discurso ocultista y políticamente incorrecto, amén de la parodia literaria e histórica de fines inconfesables. Los convencionalismos culturales son trizados impíamente en “Crujiente como el nombre de Tarkovski”, pues la confundida protagonista expresa al lector su desazón y abulia sin cuartel. Lo intelectivo no puede deslastrarse de los gustos ni de las repulsiones, tal es la esencia que anima empresas dislocadas como las revistas literarias.
Si algo caracteriza a nuestra afanosa y obsesiva autora, es la configuración problematizadora e introspectiva de los personajes, sobre todo al exponerlos a situaciones límite que bordean el absurdo, la incomunicación y el desarraigo exógeno y endógeno. Hay atractivos vasos comunicantes con Cervantes [la noveleta del Curioso impertinente], Henry James [La lección del maestro] y Clarice Lispector [La Pasión según G.H.]. “Paraguas close up” conjuga un juego de seducción lésbico que se obstina al confrontar con la vacuidad cotidiana, situación sazonada con unas imágenes primarias y eróticas sin par, de donde la cópula de lo objetual y lo imaginario excita y extravía los sentidos: “Pero la mujer que esperaba se hallaba atascada dentro de un paraguas junto a una extraña que olía a peras”. Nos retrotrae las erecciones furtivas provocadas por la película “El Ansia” de Tony Scott, esta vez las vampiras Denueve y Sarandon hacen el amor con Debussy de cortina musical. El motivo de la silla que unifica y se desparrama impunemente en el corpus narrativo, muta en la metáfora del dolor que es el contrapunteo del desamor de “En una terraza dos sillas”: Tatiana y Fernando se baten en un duelo silencioso e inmisericorde que reivindica la fragilidad humana, la precariedad ontológica y el perdón hecho claudicación [“Sufro tanto cuando el sol se guarda”, tal es su fado vallejiano].
Hay dos relatos esquizoides de vinculante e iluminada lectura: “La silla cruza las piernas” y “Cuento de la psicosis”. El primero posee un sesgo auténticamente dadaísta, prevaricador y juguetón. La terapia a la deriva, sin duda otro combate cuerpo a cuerpo entre Gigi y su Freud portátil, se registra en un discurso narrativo y clínico impregnado de la imaginería inmediata de Magritte, además de las películas corrosivas de Nani Moretti que carnavalizan al marxismo y el psicoanálisis en un mercado periférico. La disolución del yo se desarrolla en una sucesión de gags dignos de una comedia de las equivocaciones: “Porque Gigi es tonta para moverse en la realidad, pero dentro de su imaginación es fuerte, vil, despiadada”. El segundo constituye una de las mejores muestras del género psicologista en el país, lo cual emparenta a Sol Linares con el “Abigail Pulgar” de Mariño Palacio, los Sonetos Imbrios de Rafael José Muñoz o el relato “Luz, ceniza y espuma” del paciente A.S.M. que motivó la censura de la revista “Nanacinder” del Psiquiátrico de Bárbula. En este caso, el discurso psicótico se traduce en clave poética y desenfadada que nos solidariza y vincula con el Otro: “Acabó mi monólogo de flan sufrido, delirio, agua vacía derramada en mi piel, la foto de una voz planchada en el crepúsculo. Acaso, ¿no fue el vientre de mi madre mi primer manicomio? La boca del padre sabe a vela, a jabón cansado y sal”. Reiteramos la lectura atenta del cuento “La Circuncisa”, un texto magnífico que rinde un homenaje sentido a la obra de Clarice Lispector, uno de nuestros más grandes y profundos afectos.
Sol nos invita a despedazar el ego en la latencia del Amor Loco, apelando a las más diversas y paradójicas vías, para posibilitar la ruptura de la homogeneización opresora del alma y sus entresijos. No en balde, Legión nos llamamos todos porque somos muchos.
Wednesday, May 06, 2015
TRES MUJERES EN NUESTRA POESÍA DE HOY (II). José Carlos De Nóbrega
Tres Mujeres en nuestra poesía de hoy (II)
José Carlos De Nóbrega
La obra poética de Niddy Calderón comprende los títulos Sonata con animales (2002), Poesía (una risa que se ríe de mí) de 2005 y Poemas para llevar (2013, aún inédito). La primera incursión poética, como reza su título, deviene en una revisión libre y concienzuda del género del Bestiario. Por tal razón, Cristo envió una legión de demonios a una manada de cerdos que posteriormente se despeñaría al mar. Nos reconocemos, pues, en la animalidad: “en los animales de mi espejo / hay una voz antigua / frente a la que suelo callar”. Hay entonces una alusión y una revisita crítica que va de las Fábulas de Esopo, pasando por los textos de zoología fantástica de Jorge Luis Borges, hasta arribar al Bestiario hecho cuentos y novelas de Wilfredo Machado.
"Poesía (una risa que se ríe de mí)" es una estupenda propuesta de Ars Poética, caracterizada esta vez por un cortante y desmitificador sentido del humor en el abordaje del oficio poético como tal. Desdiciendo los inútiles escarceos de la crítica profesoral en la apropiación del poema -vocación estúpida e inevitable en los cursos de letrillas de nuestras universidades-, simula una sonsa taxonomía que se afinca en su corteza como una traviesa tiña: desfilan poemas necios, cursis de mujer, onanistas, acreedores de concursos amañados, new age, lunares, efectistas, político aleccionadores, necrofílicos, inútiles y pare usted de catalogar. Por ejemplo, en el POEMA CURSI DE MUJER hallamos la requisitoria de cierto discurso que estigmatiza la poesía hecha por mujeres en Venezuela desde los años ochenta; la cama no es más que la mesa en la que la voz poética se desgañita en un panfleto feminista, diseccionando el cuerpo en tanto sujeto u objeto sexual asediado por el macho de turno: “Nombra al menos una parte del cuerpo / habla de pezón, labio, pene, piel / Es capaz de conquistar a cualquiera / suscitar erecciones o alergias”. No se trata del sollozo ramplón que se sumerge en la abulia, sino del llorar y crujir de dientes que apareja fallar en la revelación profética de la poesía (patente, por ejemplo, en la música sutil de los pétalos del tulipán que caen al piso; patética en el tañer obsceno de trompetas apocalípticas). Por otra parte, el POEMA GANADOR se cose y cuece en la condena a las posiciones acomodaticias que son irreconciliables con la majestad de la Poesía: “Está bien escrito / consigue un hallazgo poético / se amolda a los criterios que alega / el comité que lo examina / puede ser un poema malo o bueno / no importa / El poema ganador es lo más cercano / al gusto del jurado / y a veces nada más”. La intención no deja lugar a dudas, detrás del tratamiento satírico del tema se oculta una sentida preocupación por el poema, corpus textual que trasciende su frágil soporte. Su coraje ovárico va más allá del afán de diferenciarse respecto a la versificación desencaminada de escuelas poéticas absurdas, las cuales no son más que la proyección del espíritu amputado de una crítica enceguecida y atribulada.
"Poemas para llevar" es una reunión inédita de textos que recapitula el libro anterior. Nos parece colindante con una propuesta más conversada, espontánea y antipoética en una celebración pertinente a la voz del centenario y adolescente Nicanor Parra. La mordacidad y el desparpajo arremeten contra el consumo de cachivaches y fetiches de diverso tipo. Incluso nos retrotrae la terca e irreverente propuesta musical de Joaquín Sabina, la cual –por fortuna y afán libertario- hace añicos la insoportable lírica presuntuosa del guatemalteco Ricardo Arjona. El tratamiento del lenguaje se hace cada vez más hablado, inmediato y prevaricador. El Centro Comercial, como lo hemos dicho muchas veces, se ha impuesto impíamente como la propuesta museística burguesa del siglo XXI. Tal adefesio arquitectónico y social se hace extensivo en el diseño y el funcionamiento de nuestras urbanizaciones, centros académicos, medios de comunicación y organizaciones políticas. El descarnado sarcasmo apuesta al desmontaje del latrocinio mercachifle.
Óleo de Richard Camacho
José Carlos De Nóbrega
La obra poética de Niddy Calderón comprende los títulos Sonata con animales (2002), Poesía (una risa que se ríe de mí) de 2005 y Poemas para llevar (2013, aún inédito). La primera incursión poética, como reza su título, deviene en una revisión libre y concienzuda del género del Bestiario. Por tal razón, Cristo envió una legión de demonios a una manada de cerdos que posteriormente se despeñaría al mar. Nos reconocemos, pues, en la animalidad: “en los animales de mi espejo / hay una voz antigua / frente a la que suelo callar”. Hay entonces una alusión y una revisita crítica que va de las Fábulas de Esopo, pasando por los textos de zoología fantástica de Jorge Luis Borges, hasta arribar al Bestiario hecho cuentos y novelas de Wilfredo Machado.
"Poesía (una risa que se ríe de mí)" es una estupenda propuesta de Ars Poética, caracterizada esta vez por un cortante y desmitificador sentido del humor en el abordaje del oficio poético como tal. Desdiciendo los inútiles escarceos de la crítica profesoral en la apropiación del poema -vocación estúpida e inevitable en los cursos de letrillas de nuestras universidades-, simula una sonsa taxonomía que se afinca en su corteza como una traviesa tiña: desfilan poemas necios, cursis de mujer, onanistas, acreedores de concursos amañados, new age, lunares, efectistas, político aleccionadores, necrofílicos, inútiles y pare usted de catalogar. Por ejemplo, en el POEMA CURSI DE MUJER hallamos la requisitoria de cierto discurso que estigmatiza la poesía hecha por mujeres en Venezuela desde los años ochenta; la cama no es más que la mesa en la que la voz poética se desgañita en un panfleto feminista, diseccionando el cuerpo en tanto sujeto u objeto sexual asediado por el macho de turno: “Nombra al menos una parte del cuerpo / habla de pezón, labio, pene, piel / Es capaz de conquistar a cualquiera / suscitar erecciones o alergias”. No se trata del sollozo ramplón que se sumerge en la abulia, sino del llorar y crujir de dientes que apareja fallar en la revelación profética de la poesía (patente, por ejemplo, en la música sutil de los pétalos del tulipán que caen al piso; patética en el tañer obsceno de trompetas apocalípticas). Por otra parte, el POEMA GANADOR se cose y cuece en la condena a las posiciones acomodaticias que son irreconciliables con la majestad de la Poesía: “Está bien escrito / consigue un hallazgo poético / se amolda a los criterios que alega / el comité que lo examina / puede ser un poema malo o bueno / no importa / El poema ganador es lo más cercano / al gusto del jurado / y a veces nada más”. La intención no deja lugar a dudas, detrás del tratamiento satírico del tema se oculta una sentida preocupación por el poema, corpus textual que trasciende su frágil soporte. Su coraje ovárico va más allá del afán de diferenciarse respecto a la versificación desencaminada de escuelas poéticas absurdas, las cuales no son más que la proyección del espíritu amputado de una crítica enceguecida y atribulada.
"Poemas para llevar" es una reunión inédita de textos que recapitula el libro anterior. Nos parece colindante con una propuesta más conversada, espontánea y antipoética en una celebración pertinente a la voz del centenario y adolescente Nicanor Parra. La mordacidad y el desparpajo arremeten contra el consumo de cachivaches y fetiches de diverso tipo. Incluso nos retrotrae la terca e irreverente propuesta musical de Joaquín Sabina, la cual –por fortuna y afán libertario- hace añicos la insoportable lírica presuntuosa del guatemalteco Ricardo Arjona. El tratamiento del lenguaje se hace cada vez más hablado, inmediato y prevaricador. El Centro Comercial, como lo hemos dicho muchas veces, se ha impuesto impíamente como la propuesta museística burguesa del siglo XXI. Tal adefesio arquitectónico y social se hace extensivo en el diseño y el funcionamiento de nuestras urbanizaciones, centros académicos, medios de comunicación y organizaciones políticas. El descarnado sarcasmo apuesta al desmontaje del latrocinio mercachifle.
Óleo de Richard Camacho
Sunday, May 03, 2015
AQUÍ Y AHORA. Luis Alberto Angulo
AQUÍ Y AHORA
Luis Alberto Angulo
Una de las características del envejecimiento es la que nos ensimisma en los recuerdos más lejanos. La pérdida de la memoria cercana nos retrotrae entonces a lo distante. Cuando envejecemos, la mirada, sin embargo, se centra en lo inmediato, en lo que nos rodea. Apenas si vemos el conjunto. Es peculiar que lleguemos a un sitio y no reconozcamos a nadie. Algunas veces porque no hay a quien reconocer o porque no vemos a nadie más, centrados sólo en el desplazamiento de nuestra dolida humanidad.
Es natural que al envejecer vivamos aferrados al pasado, siendo la única certidumbre para asirnos al presente. El hoy trocado en perplejidad certifica, no obstante, la certeza de un ciclo que prescinde de nosotros sin solicitar licencia, pese a las ostensibles señales que va dejando. Cuando somos jóvenes vivimos el presente con la certidumbre de que existe un futuro. Carecemos entonces de “memoria histórica, experiencia, pasado”, hecho sustituido continuamente por las ideas y el parecer del mundo en que vivimos. El peso de la cultura y lo “digerido” es alojado a través del lenguaje y sus sistemas, al joven integrante que vive la ilusión de estar pensando por sí mismo.
Pese a las contradicciones y los antagonismos sociales, las ideas que van a prevalecer en un mundo caduco son las mismas ideas envejecidas que lo reproducen, justifican y salvaguardan. La presunta autonomía del pensamiento y de la individualidad, obedece a un complejo discurso que amalgama a todo, pese a la fragmentación que también cercena su totalidad. El viejo añorando empecinadamente el pasado y el joven anhelando futuro, comparten actitudes similares. El extrañamiento es equivalente. La percepción condicionada del presente en ambos sujetos es ostensible. Los extremos de la negación y de la credulidad impregnados de sentimientos y emociones, perturban la comprensión del momento único e irrepetible de la vida a secas, sin proyecto, de cada uno de ellos.
Sin embargo, no hay que ser viejo para sentir nostalgia. Ni es imprescindible ser joven para tener esperanza. Continuamente asumimos ambas tendencias sin que una excluya totalmente a la otra, y pese a que se señalen campos antagónicos, para decirlo de alguna manera, entre el llamado nihilismo y los anhelantes. El problema sin embargo, no es la hipotética o real contradicción entre esas actitudes, que por demás ha permitido una discusión plena de hallazgos y de lucidez intelectual. No es entonces filosófico lo que intento plantear ahora. En primer lugar porque ese es un campo demasiado fecundo para asumirlo desde el puro estatuto del decir y de la licencia poética que otorga. Tampoco es el tema de un modesto artículo de opinión sobre lo cultural. La contradicción que señala es la imposibilidad de percibir correctamente la realidad enfocados en el pasado o intentar vivir el presente desde la ilusión del porvenir.
La realidad venezolana, por ejemplo, no puede ser avistada de manera significativa por quienes todavía están procesando el pasado desde la nostalgia, los prejuicios y las aspiraciones que prefiguran el incierto futuro. Ciertamente “el país” reclama de sus intelectuales a que se le piense, pero desde luego, también reclama a sus lectores, conocer y reconocerse en quienes lo hacen. Estudiar y ver al país desde esa perspectiva debe tornarse en presencia, actualidad y no mera nostalgia y justificación para encubrir la somnolencia, el desgano y la esterilidad. La negación pura es una forma de caducidad, pero la afirmación del puro optimismo se muta en desvarío. “Ver las cosas como son, aquí y ahora”, es superar los condicionamientos que conducen a los extremos de la ilusión.
Los restauradores, que plantean el retorno del país hasta donde lo dejaron cuando perdieron el control político del mismo, están en el extremo que les conduce a negar la realidad y entrabarse en una ineptitud sin precedente. La “enfermedad infantil”, según un revolucionario sin fronteras, asentada en el otro extremo, es otro peso muerto que termina beneficiando a quienes pretende combatir. Un efecto inesperado que, desde luego, también acompaña a los primeros. En medio de esos extremos existe una otra realidad, posiblemente la realidad, que al no ser reconocida como tal hace que todos se despedacen contra ella.
Hay que leer mejor y discutir a Picón Salas, también a otros “aceptados” como: Rengifo, Briceño Guerrero, Araujo, Miliani, Mosonyi, Mosca, Nazoa, Ludovico, Prieto, Acosta Saignes, Brito Figueroa, Malavé Mata, Bernardo Núñez, Pardo, Otero Silva, Domingo Alberto, Uslar Pietri, Liscano, Adriani, Díaz Solís, Briceño Iragorry, Díaz Sánchez, Cabrujas, Febres Cordero, Fombona Pachano, Gabaldón Márquez, García Bacca, Maiz Valenilla, Ramón y Rivera, Argenis Rodríguez, Lanz, viajeros hacia el amanecer.
Luis Alberto Angulo
Una de las características del envejecimiento es la que nos ensimisma en los recuerdos más lejanos. La pérdida de la memoria cercana nos retrotrae entonces a lo distante. Cuando envejecemos, la mirada, sin embargo, se centra en lo inmediato, en lo que nos rodea. Apenas si vemos el conjunto. Es peculiar que lleguemos a un sitio y no reconozcamos a nadie. Algunas veces porque no hay a quien reconocer o porque no vemos a nadie más, centrados sólo en el desplazamiento de nuestra dolida humanidad.
Es natural que al envejecer vivamos aferrados al pasado, siendo la única certidumbre para asirnos al presente. El hoy trocado en perplejidad certifica, no obstante, la certeza de un ciclo que prescinde de nosotros sin solicitar licencia, pese a las ostensibles señales que va dejando. Cuando somos jóvenes vivimos el presente con la certidumbre de que existe un futuro. Carecemos entonces de “memoria histórica, experiencia, pasado”, hecho sustituido continuamente por las ideas y el parecer del mundo en que vivimos. El peso de la cultura y lo “digerido” es alojado a través del lenguaje y sus sistemas, al joven integrante que vive la ilusión de estar pensando por sí mismo.
Pese a las contradicciones y los antagonismos sociales, las ideas que van a prevalecer en un mundo caduco son las mismas ideas envejecidas que lo reproducen, justifican y salvaguardan. La presunta autonomía del pensamiento y de la individualidad, obedece a un complejo discurso que amalgama a todo, pese a la fragmentación que también cercena su totalidad. El viejo añorando empecinadamente el pasado y el joven anhelando futuro, comparten actitudes similares. El extrañamiento es equivalente. La percepción condicionada del presente en ambos sujetos es ostensible. Los extremos de la negación y de la credulidad impregnados de sentimientos y emociones, perturban la comprensión del momento único e irrepetible de la vida a secas, sin proyecto, de cada uno de ellos.
Sin embargo, no hay que ser viejo para sentir nostalgia. Ni es imprescindible ser joven para tener esperanza. Continuamente asumimos ambas tendencias sin que una excluya totalmente a la otra, y pese a que se señalen campos antagónicos, para decirlo de alguna manera, entre el llamado nihilismo y los anhelantes. El problema sin embargo, no es la hipotética o real contradicción entre esas actitudes, que por demás ha permitido una discusión plena de hallazgos y de lucidez intelectual. No es entonces filosófico lo que intento plantear ahora. En primer lugar porque ese es un campo demasiado fecundo para asumirlo desde el puro estatuto del decir y de la licencia poética que otorga. Tampoco es el tema de un modesto artículo de opinión sobre lo cultural. La contradicción que señala es la imposibilidad de percibir correctamente la realidad enfocados en el pasado o intentar vivir el presente desde la ilusión del porvenir.
La realidad venezolana, por ejemplo, no puede ser avistada de manera significativa por quienes todavía están procesando el pasado desde la nostalgia, los prejuicios y las aspiraciones que prefiguran el incierto futuro. Ciertamente “el país” reclama de sus intelectuales a que se le piense, pero desde luego, también reclama a sus lectores, conocer y reconocerse en quienes lo hacen. Estudiar y ver al país desde esa perspectiva debe tornarse en presencia, actualidad y no mera nostalgia y justificación para encubrir la somnolencia, el desgano y la esterilidad. La negación pura es una forma de caducidad, pero la afirmación del puro optimismo se muta en desvarío. “Ver las cosas como son, aquí y ahora”, es superar los condicionamientos que conducen a los extremos de la ilusión.
Los restauradores, que plantean el retorno del país hasta donde lo dejaron cuando perdieron el control político del mismo, están en el extremo que les conduce a negar la realidad y entrabarse en una ineptitud sin precedente. La “enfermedad infantil”, según un revolucionario sin fronteras, asentada en el otro extremo, es otro peso muerto que termina beneficiando a quienes pretende combatir. Un efecto inesperado que, desde luego, también acompaña a los primeros. En medio de esos extremos existe una otra realidad, posiblemente la realidad, que al no ser reconocida como tal hace que todos se despedacen contra ella.
Hay que leer mejor y discutir a Picón Salas, también a otros “aceptados” como: Rengifo, Briceño Guerrero, Araujo, Miliani, Mosonyi, Mosca, Nazoa, Ludovico, Prieto, Acosta Saignes, Brito Figueroa, Malavé Mata, Bernardo Núñez, Pardo, Otero Silva, Domingo Alberto, Uslar Pietri, Liscano, Adriani, Díaz Solís, Briceño Iragorry, Díaz Sánchez, Cabrujas, Febres Cordero, Fombona Pachano, Gabaldón Márquez, García Bacca, Maiz Valenilla, Ramón y Rivera, Argenis Rodríguez, Lanz, viajeros hacia el amanecer.
ANA ENRIQUETA TERÁN O EL CORAZÓN DEL ÁGUILA. José Carlos De Nóbrega
ANA ENRIQUETA TERÁN O EL CORAZÓN DEL ÁGUILA
José Carlos De Nóbrega
“Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” (2014) de Doña Ana Enriqueta Terán, primera incursión novelística publicada por la Fundación Editorial El perro y la rana, nos obsequió una experiencia inigualable y harto placentera: Esta maravillosa novela coquetea, por fortuna, con la musicalidad clásica del soneto y la oralidad popular, rural y andina de la décima. La palabra recrea así nomás mestizajes alambicados y entrañables, eso sí, en el predatorio y dinámico marco de las relaciones de poder que encabritan a los hombres. Si bien no sólo hay alusiones autobiográficas sino también al devenir mismo de su obra poética [léase, por ejemplo, en voz alta el poema “Estancia de las Casas Vividas”, Piedra de Habla, 2014, Biblioteca Ayacucho, pp. 305-309], la novela nos parece uno de los mejores ejercicios de ficción literaria de los últimos treinta años en el país. Son abundantes sus virtudes narrativas que redundan en la calidad plástica de sus atmósferas, la construcción apasionada de los personajes y las modulaciones múltiples de la voz que cuenta y canta hasta cien para desandar o revisitar un siglo. Paradójicamente, autores como Gabriel García Márquez o Adriano González León cierran el ciclo con libros sobre la depreciación nostálgica de la vejez; en cambio, Doña Ana intenta la senda inversa, esto es la recuperación poética de la infancia que trasciende la Utopía romántica.
Las protagonistas son indudablemente maravillosas en la precariedad, la contrariedad, la fortaleza y los silencios de afuera y de adentro: Doña Juana Teresa, la abuela y la casa; Ama Ina, la sierva devota y celestina; y, por supuesto, Manuela, Isabel María, Niña Chayo, y Niña Candela, nietas y cuentas preciosas del rosario familiar contingente que se reconcilia con los anillos de la sierpe que pende de la viga principal del techo. Panchita, la culebra tuquí, no encarna la culpabilidad de la mujer infligida por el macho semental y patriarca, ni muerde su calcañar, por el contrario, las acompaña en las lazadas cómplices viga a viga. El mea culpa tampoco funciona a nivel socio-económico, pues cunde la humanidad inmediata de godos y campesinos, niñas mantuanas y guarichas: “¿A ras de quién establecer culpas? Eran circunstancias. Intensos momentos en extensión de paño interno”. He aquí la hermosísima irrupción del Bestiario, factor poético y metafórico de primer orden que afinca la compleja, sentida y escurridiza personalidad de cada quien, “el goce del tacto era el acercamiento a la bestia de uno”: el escudo matriarcal encarnado en el águila de Doña Juana Teresa, encadenadas ambas en la casa; el cordero de Isabel María; o el coleccionismo entomológico de Niña Chayo que se apropió no sólo de coleópteros y escarabajos, sino de otros animales y seres humanos amados.
Por supuesto, nuestras mujeres se oponen sutil y silenciosamente al conservadurismo seco de la sociedad andina de aquel entonces: el “PURO LEER” de la matriarca, desde los clásicos rusos al Siglo de Oro español; pasando por la depredación sexual de Niña Candela o el ateísmo encubierto en la compulsiva religiosidad de Niña Chayo; hasta el dolorosísimo y vindicador ejercicio escritural de Manuela, desprovista de toda Victoria posible, “¿Será la palabra la única victoria de Manuela?” [¿Qué tal les parece este llamado interior: “Despacito, Manuela, no se desboque; prados de hoja menuda no destruya”, sazonado con la musicalidad inherente de un verso de arte mayor?].
Reiteramos que el lenguaje, en sus diversas implicaciones, es la línea central e indagatoria de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes”. Constituye por una parte la revisión y recapitulación de la pasión escritural de nuestra autora. Son evidentes los puentes que establece con la “Autobiografía en tercetos…” de 2007, especialmente en los casos de “Invocación a la madre” y “Ríos de infancia”; asimismo con la “Antología poética” de 2005, lo cual comprende la afinidad temática y las peculiaridades musicales e imaginativas de su discurso vital y personalísimo. Más importante aún, hemos de destacar el afán multidisciplinario que repercute hondamente en la construcción de este microcosmos novelístico: la prosa es olorosa al fogón de Ama Ina y al jardín cuidado por el infértil Juan Carlos Macchi; el discurso científico botánico y zoológico es motivo de apropiación y reconversión poéticas de la tierra y el paisaje; la condición de mujer se expone con bella crudeza comadrona y sin concesiones estilísticas: “Qué significa sangre menstrual en trapos viejos, (…), como si la sangre necesitara símbolos de poder, de tradición, para el holocausto de la inocencia y el suceso inaudito de la belleza”. Los recovecos del habla que mixturan lo culto y lo popular no sólo recobran viejos términos, sino que imponen al cuerpo y el alma significados inéditos y juguetones: <>. La lengua absuelta por el vuelo y el reptar poético, nos mueve al morbo y al voyerismo cuando de espejos se trata: la mirada oblicua que se desparrama en el pie equino de Isabel María (acariciado por Cheo Castejón o el mismísimo lector) o la desnudez virginal de Niña Chayo. La ceremonia transcurre entre la mascarada y la deglución caníbal del objeto luminoso del deseo, digresión sensual mediante.
Aplastando la cabeza mezquina de la deslenguada mapanare que fracasa en herir su calcañar, nos reunimos en el hospitalario patio para enhebrar un texto amoroso, encuentro de la poesía, el ensayo y la pintura, con el cual José María, Luis Alberto, Vladimir y José Carlos celebren a Ana Enriqueta acicalándose y persignándose en la ceremonia cotidiana y salvífica del poema.
Excusen, pues, el entusiasmo de estas notas dispersas y enamoradas, que celebran a nuestra queridísima Ana Enriqueta en su cumpleaños pleno de mocedades.
José Carlos De Nóbrega
“Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” (2014) de Doña Ana Enriqueta Terán, primera incursión novelística publicada por la Fundación Editorial El perro y la rana, nos obsequió una experiencia inigualable y harto placentera: Esta maravillosa novela coquetea, por fortuna, con la musicalidad clásica del soneto y la oralidad popular, rural y andina de la décima. La palabra recrea así nomás mestizajes alambicados y entrañables, eso sí, en el predatorio y dinámico marco de las relaciones de poder que encabritan a los hombres. Si bien no sólo hay alusiones autobiográficas sino también al devenir mismo de su obra poética [léase, por ejemplo, en voz alta el poema “Estancia de las Casas Vividas”, Piedra de Habla, 2014, Biblioteca Ayacucho, pp. 305-309], la novela nos parece uno de los mejores ejercicios de ficción literaria de los últimos treinta años en el país. Son abundantes sus virtudes narrativas que redundan en la calidad plástica de sus atmósferas, la construcción apasionada de los personajes y las modulaciones múltiples de la voz que cuenta y canta hasta cien para desandar o revisitar un siglo. Paradójicamente, autores como Gabriel García Márquez o Adriano González León cierran el ciclo con libros sobre la depreciación nostálgica de la vejez; en cambio, Doña Ana intenta la senda inversa, esto es la recuperación poética de la infancia que trasciende la Utopía romántica.
Las protagonistas son indudablemente maravillosas en la precariedad, la contrariedad, la fortaleza y los silencios de afuera y de adentro: Doña Juana Teresa, la abuela y la casa; Ama Ina, la sierva devota y celestina; y, por supuesto, Manuela, Isabel María, Niña Chayo, y Niña Candela, nietas y cuentas preciosas del rosario familiar contingente que se reconcilia con los anillos de la sierpe que pende de la viga principal del techo. Panchita, la culebra tuquí, no encarna la culpabilidad de la mujer infligida por el macho semental y patriarca, ni muerde su calcañar, por el contrario, las acompaña en las lazadas cómplices viga a viga. El mea culpa tampoco funciona a nivel socio-económico, pues cunde la humanidad inmediata de godos y campesinos, niñas mantuanas y guarichas: “¿A ras de quién establecer culpas? Eran circunstancias. Intensos momentos en extensión de paño interno”. He aquí la hermosísima irrupción del Bestiario, factor poético y metafórico de primer orden que afinca la compleja, sentida y escurridiza personalidad de cada quien, “el goce del tacto era el acercamiento a la bestia de uno”: el escudo matriarcal encarnado en el águila de Doña Juana Teresa, encadenadas ambas en la casa; el cordero de Isabel María; o el coleccionismo entomológico de Niña Chayo que se apropió no sólo de coleópteros y escarabajos, sino de otros animales y seres humanos amados.
Por supuesto, nuestras mujeres se oponen sutil y silenciosamente al conservadurismo seco de la sociedad andina de aquel entonces: el “PURO LEER” de la matriarca, desde los clásicos rusos al Siglo de Oro español; pasando por la depredación sexual de Niña Candela o el ateísmo encubierto en la compulsiva religiosidad de Niña Chayo; hasta el dolorosísimo y vindicador ejercicio escritural de Manuela, desprovista de toda Victoria posible, “¿Será la palabra la única victoria de Manuela?” [¿Qué tal les parece este llamado interior: “Despacito, Manuela, no se desboque; prados de hoja menuda no destruya”, sazonado con la musicalidad inherente de un verso de arte mayor?].
Reiteramos que el lenguaje, en sus diversas implicaciones, es la línea central e indagatoria de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes”. Constituye por una parte la revisión y recapitulación de la pasión escritural de nuestra autora. Son evidentes los puentes que establece con la “Autobiografía en tercetos…” de 2007, especialmente en los casos de “Invocación a la madre” y “Ríos de infancia”; asimismo con la “Antología poética” de 2005, lo cual comprende la afinidad temática y las peculiaridades musicales e imaginativas de su discurso vital y personalísimo. Más importante aún, hemos de destacar el afán multidisciplinario que repercute hondamente en la construcción de este microcosmos novelístico: la prosa es olorosa al fogón de Ama Ina y al jardín cuidado por el infértil Juan Carlos Macchi; el discurso científico botánico y zoológico es motivo de apropiación y reconversión poéticas de la tierra y el paisaje; la condición de mujer se expone con bella crudeza comadrona y sin concesiones estilísticas: “Qué significa sangre menstrual en trapos viejos, (…), como si la sangre necesitara símbolos de poder, de tradición, para el holocausto de la inocencia y el suceso inaudito de la belleza”. Los recovecos del habla que mixturan lo culto y lo popular no sólo recobran viejos términos, sino que imponen al cuerpo y el alma significados inéditos y juguetones: <
Aplastando la cabeza mezquina de la deslenguada mapanare que fracasa en herir su calcañar, nos reunimos en el hospitalario patio para enhebrar un texto amoroso, encuentro de la poesía, el ensayo y la pintura, con el cual José María, Luis Alberto, Vladimir y José Carlos celebren a Ana Enriqueta acicalándose y persignándose en la ceremonia cotidiana y salvífica del poema.
Excusen, pues, el entusiasmo de estas notas dispersas y enamoradas, que celebran a nuestra queridísima Ana Enriqueta en su cumpleaños pleno de mocedades.
Sunday, April 26, 2015
3 MUJERES DE NUESTRA POESÍA HOY (1). José Carlos De Nóbrega
3 MUJERES DE NUESTRA POESÍA HOY (1)
José Carlos De Nóbrega
"Todavía me sabes, / quemadura de amor! / Y el cuerpo deletrea / el suplicio feliz". María Calcaño.
"callada no hago peso / desnuda estoy a salvo / lo digo ante el espejo / se lo digo a tu silencio". Lydda Franco Farías.
Teniendo como antecedentes las voces de María Calcaño, Enriqueta Arvelo Larriva y Ana Enriqueta Terán, por ejemplo, nos proponemos conversar sobre la obra poética de tres grandes amigas nuestras: Norys Nicoliello (Falcón, 1966), Niddy Calderón (Valencia, 1972) y María Alejandra Rendón (Valencia, 1986), con las cuales hemos compartido espacios culturales, académicos y festivos en la inhóspita, bien amada y descoordinada ciudad de Valencia de San Simeón el estilita o Valencia de San Desiderio como la mienta Slavko Zupcic. Norys
Nicoliello ha publicado a la fecha tres poemarios: El acecho del cordero (2002), Volverme Alúmina (2008) y La Luna de Adelia (2008). Quehaceres de Adentro (2014) constituye su más reciente título, inédito aún. Embargada la voz poética multitudinaria por la diversidad del paisaje (la serranía falconiana, la altura neblinosa de Carayaca o una derruida Valencia del Rey), esta poeta exhibe un denodado compromiso contundente con la palabra, manifiesto en un oficio escritural brillante e inmediato, desprovisto de las estridencias ornamentales y artificiosas del estilo, no en balde la audacia de su propuesta poética. "El acecho del cordero" configura un tríptico lírico que comprende el bestiario, la recreación de la serranía de Falcón (Corubo) y su confrontación con el paisaje urbano descoyuntado (Casa de paso).
"Volverme Alúmina" es uno de sus poemarios más celebrados por nosotros, no sólo por su alto vuelo poético, plástico e imaginativo, sino también porque representó mi segundo libro como editor en la Imprenta Regional Carabobo de la Fundación Editorial el perro y la rana (el primero fue el volumen de cuentos 13 fábulas y otros relatos de Richard Montenegro). En este precioso y carísimo conjunto predomina un careo aproximativo al tema de la muerte, esta vez ligado a la alquimia de la vida y la palabra que transita de la transformación a la resurrección apoteósica de la carne y el alma.
"La Luna de Adelia" nos ratifica la evolución del discurso poético personal de Norys Nicoliello, pues amplía sus preocupaciones temáticas y estilísticas provenientes de las dos incursiones anteriores, amén de depurar la transparencia expresiva y musical asida vívidamente a la Poesía del Decir. Recurre nuevamente a la estructuración de un tríptico: Se suceden eslabones o peldaños en ascenso titulados "Juegos de Niebla", "Soñamos con días ilesos" y "La Luna de Adelia". La interiorización y plasticidad del paisaje de montaña se desdibuja en la inmediatez del lenguaje, mixtura primaria de la lengua culta y la oralidad que tapiza el ámbito familiar (la casa y el conuco). Persiste la simplicidad de la expresión poética en la presencia de metáforas elementales que casi aniquilan a la puntuación y la adjetivación; el ritmo y la melodía son proveídos por el verso breve y despojado.
"Quehaceres de adentro", en las apariencias de una primera lectura apurada, representa la coleta del gracioso papagayo o cometa que es el corpus poético de Norys Nicoliello antes esbozado. Sólo que si la mirada se prende al rabo multicolor, experimentaremos las hojillas que cortan salvajemente el aire y las manos que pretenden asirlo con desesperación. La inmediatez y diafanidad del poema albergan, esta vez, la contundencia y la aspereza de la palabra forjadas en la tensión vertiginosa del vivir: "Me aquejan los quehaceres de la casa / me obnubilan en la rutina / por qué esa manía de orden / por qué esa obsesión de limpieza / la rutina es el escape / de los quehaceres de adentro". Esto es el desencuentro entre Apolos y Dionisio: No logramos distinguir ni conciliar la Utopía y la Distopía en procura del cambio endógeno que repercuta en el entorno exterior.
ELOGIO RETICULAR DEL LIBRO Y SUS ALREDEDORES. José Carlos De Nóbrega
ELOGIO RETICULAR DEL LIBRO Y SUS ALREDEDORES
José Carlos De Nóbrega
A la amada dupla doctoral de Pedro Téllez Carrasco y Teresa Pacheco Miranda.
La obra ensayística de Pedro Téllez Pacheco se goza en la consideración sensual, objetual y conceptual del libro. Por supuesto, dista de una apología fetichista de la literatura, pues el oficio de los escritores de raza se sustenta en su vinculación dialógica con las letras que lo anteceden y la vida misma que acarrea sus objetos voluptuosos, manjares y bebidas. Hoy nos corresponde presentar su más reciente colección de ensayos, Elogio en cursiva del Libro de Bolsillo (2014), bajo el sello amigo de Ediciones Protagoni, c.a. de Luis García. Valga mi entusiasmo como lector y comentarista, nos parece que este título no sólo confirma la recapitulación obsesiva de los temas que siempre han ocupado a Pedro Téllez, amén del afilado instrumental de disección crítica y expresiva, sino también la evolución y consolidación de una de las voces más interesantes y comprometidas del momento literario en Venezuela.
El ensayista es entomólogo, bibliotecario y reportero del mundo que lo embarga en sacudidas que colindan entre la revelación poética y el malabarismo intelectual que despotrica de los convencionalismos academicistas. Los trece comensales de la cena del ensayo, paradójicamente, se trasladan a la carnadura de las trece especies animales que se desplazan con suma vivacidad por el jardín que alude, a su vez, al Paraíso y el Infierno del cual nos habló Malcolm Lowry en sus desquiciantes novelas. Las ratas que no leen pero sí orinan, defecan y habitan los bloques de la biblioteca, nos remiten al poema objeto que es el ensayo homónimo de este libro. El culto al libro como objeto y texto cobra suma vitalidad en un discurso harto amoroso: No nos sorprende la inmediatez y la oralidad picante de una conferencia como Biblioteca Personal del Diablo: Su texto vivo, afín a un espíritu sedicioso y charlatán, centra su desnudez en el cambio frenético de la vestimenta, desde el retruécano hasta la sátira y la carnavalización de su discurso: "El Diablo se excita con los místicos del Siglo de Oro español, con las traducciones del Cantar de los Cantares de Fray Luis de León, y con la tercera redacción del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y con la Séptima Morada de Santa Teresa".
No podemos pasar por debajo de la mesa un libro carnal, callejero y desternillante: Conversaciones con Taxistas que complace y se conduele del morbo de todo lector que se precie de serlo y vivirlo. Persiste la mirada entomológica que excede la del psiquiatra y el sociólogo, pues no sólo aprisiona los testimonios contra el papel como coleópteros clavados con chinches, sino clasifica a los taxistas además de incorporar categorías como “taxear” y “ruletear”. Incluso nos podríamos topar con un pastiche que involucra los géneros de la crónica urbana, el cuento breve o la fábula que troca en bestiario envilecido. Se mixtura lo académico con lo popular, no obstante lo que le dice el taxista As a su colega Travis Bickle en el film “Taxi Driver” de Martin Scorsese: "No soy Bertrand Russell, tan sólo soy un taxista". El taxista pareciera pues falsificar la voz poética y revulsiva de Juan Calzadilla: "A mí no me gusta mujer con perro, porque al perro le encanta lamer cuca". Otro conductor explotado se redime estrellándose contra las grandes tetas de una mujer: "¡esto es una maravilla!"
Otro de los hallazgos notables de este conjunto ensayístico es el fabuloso Mapa Temporal del Ensayo en la Venezuela del Siglo XX. ¿Persiste entonces el tono entomológico o epidemiológico? Por fortuna, Téllez construye una cartografía crítica invaluable del género en el país nacional y contemporáneo que, junto al Paisaje del ensayo venezolano (1999) de Oscar Rodríguez Ortiz, han de tenerse en cuenta como aproximaciones que se oponen al clima insulso de las Universidades venezolanas, bonapartistas o no. Coexisten en un sancocho cruzado, diverso y disímil el conservadurismo sociológico de Laureano Vallenilla Lanz, la escritura clasicista de Arturo Uslar Pietri, el egotismo de Rufino Blanco Fombona adosado a su comentarista Ángel Rama, y la heterodoxia marxista de Ludovico Silva, por supuesto, en la multiplicidad factorial de sus afectos y repulsiones en el campo político, cultural y estético. En un futuro, a corto o mediano plazo, nos tocará incluir este magnífico mural ensayístico en un Canon nacional flexible, problematizador y dialéctico.
He aquí otro salto en la discontinuidad reticular de este elogio al libro en rústica: Amistad y Sabiduría, homenaje que festeja a su padre, el Doctor Téllez Carrasco, y a sus amigos Humberto Giugni, Roman Prypchan y Rafael Carías. La relación con la figura paterna no es para nada kafkiana, por el contrario, nos remite a una visión plena de ternura y de muy buen humor, tal como lo celebran y lo poetizan los cuentos del escritor y dibujante polaco Bruno Schulz [como si ocurriese en la pista humilde y dionisíaca de un circo latinoamericano].
Leer y revisitar este estupendo libro no es un desangrar del corazón, sino un abrazo fraternal y solidario con el lector de a pie. No nos queda duda, es uno de los mejores libros publicados en los últimos treinta años por los valencianos de San Simeón el estilita, San Desiderio o Rasputín el monje bonchón. Si no lo creen así, sugerimos cruzar y contrastar su lectura con títulos tales como "Antología del Decir" de Luis Alberto Angulo, "La luna no es de pan de horno" de Laura Antillano, "Acento de Cabalgadura" de Enrique Mujica, "Círculo Croata" de Slavko Zupcic, "Matadero" de Reynaldo Pérez Só y "Última luna en la piel" de Orlando Chirinos. Este libro objeto de Pedro Téllez muestra impúdicamente su carnadura, sus coyunturas y cartílagos. No nos interesa, pues, el discurso terrorista de la valencianidad proferido por un ex burgomaestre y sibarita sin alma.
José Carlos De Nóbrega
A la amada dupla doctoral de Pedro Téllez Carrasco y Teresa Pacheco Miranda.
La obra ensayística de Pedro Téllez Pacheco se goza en la consideración sensual, objetual y conceptual del libro. Por supuesto, dista de una apología fetichista de la literatura, pues el oficio de los escritores de raza se sustenta en su vinculación dialógica con las letras que lo anteceden y la vida misma que acarrea sus objetos voluptuosos, manjares y bebidas. Hoy nos corresponde presentar su más reciente colección de ensayos, Elogio en cursiva del Libro de Bolsillo (2014), bajo el sello amigo de Ediciones Protagoni, c.a. de Luis García. Valga mi entusiasmo como lector y comentarista, nos parece que este título no sólo confirma la recapitulación obsesiva de los temas que siempre han ocupado a Pedro Téllez, amén del afilado instrumental de disección crítica y expresiva, sino también la evolución y consolidación de una de las voces más interesantes y comprometidas del momento literario en Venezuela.
El ensayista es entomólogo, bibliotecario y reportero del mundo que lo embarga en sacudidas que colindan entre la revelación poética y el malabarismo intelectual que despotrica de los convencionalismos academicistas. Los trece comensales de la cena del ensayo, paradójicamente, se trasladan a la carnadura de las trece especies animales que se desplazan con suma vivacidad por el jardín que alude, a su vez, al Paraíso y el Infierno del cual nos habló Malcolm Lowry en sus desquiciantes novelas. Las ratas que no leen pero sí orinan, defecan y habitan los bloques de la biblioteca, nos remiten al poema objeto que es el ensayo homónimo de este libro. El culto al libro como objeto y texto cobra suma vitalidad en un discurso harto amoroso: No nos sorprende la inmediatez y la oralidad picante de una conferencia como Biblioteca Personal del Diablo: Su texto vivo, afín a un espíritu sedicioso y charlatán, centra su desnudez en el cambio frenético de la vestimenta, desde el retruécano hasta la sátira y la carnavalización de su discurso: "El Diablo se excita con los místicos del Siglo de Oro español, con las traducciones del Cantar de los Cantares de Fray Luis de León, y con la tercera redacción del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y con la Séptima Morada de Santa Teresa".
No podemos pasar por debajo de la mesa un libro carnal, callejero y desternillante: Conversaciones con Taxistas que complace y se conduele del morbo de todo lector que se precie de serlo y vivirlo. Persiste la mirada entomológica que excede la del psiquiatra y el sociólogo, pues no sólo aprisiona los testimonios contra el papel como coleópteros clavados con chinches, sino clasifica a los taxistas además de incorporar categorías como “taxear” y “ruletear”. Incluso nos podríamos topar con un pastiche que involucra los géneros de la crónica urbana, el cuento breve o la fábula que troca en bestiario envilecido. Se mixtura lo académico con lo popular, no obstante lo que le dice el taxista As a su colega Travis Bickle en el film “Taxi Driver” de Martin Scorsese: "No soy Bertrand Russell, tan sólo soy un taxista". El taxista pareciera pues falsificar la voz poética y revulsiva de Juan Calzadilla: "A mí no me gusta mujer con perro, porque al perro le encanta lamer cuca". Otro conductor explotado se redime estrellándose contra las grandes tetas de una mujer: "¡esto es una maravilla!"
Otro de los hallazgos notables de este conjunto ensayístico es el fabuloso Mapa Temporal del Ensayo en la Venezuela del Siglo XX. ¿Persiste entonces el tono entomológico o epidemiológico? Por fortuna, Téllez construye una cartografía crítica invaluable del género en el país nacional y contemporáneo que, junto al Paisaje del ensayo venezolano (1999) de Oscar Rodríguez Ortiz, han de tenerse en cuenta como aproximaciones que se oponen al clima insulso de las Universidades venezolanas, bonapartistas o no. Coexisten en un sancocho cruzado, diverso y disímil el conservadurismo sociológico de Laureano Vallenilla Lanz, la escritura clasicista de Arturo Uslar Pietri, el egotismo de Rufino Blanco Fombona adosado a su comentarista Ángel Rama, y la heterodoxia marxista de Ludovico Silva, por supuesto, en la multiplicidad factorial de sus afectos y repulsiones en el campo político, cultural y estético. En un futuro, a corto o mediano plazo, nos tocará incluir este magnífico mural ensayístico en un Canon nacional flexible, problematizador y dialéctico.
He aquí otro salto en la discontinuidad reticular de este elogio al libro en rústica: Amistad y Sabiduría, homenaje que festeja a su padre, el Doctor Téllez Carrasco, y a sus amigos Humberto Giugni, Roman Prypchan y Rafael Carías. La relación con la figura paterna no es para nada kafkiana, por el contrario, nos remite a una visión plena de ternura y de muy buen humor, tal como lo celebran y lo poetizan los cuentos del escritor y dibujante polaco Bruno Schulz [como si ocurriese en la pista humilde y dionisíaca de un circo latinoamericano].
Leer y revisitar este estupendo libro no es un desangrar del corazón, sino un abrazo fraternal y solidario con el lector de a pie. No nos queda duda, es uno de los mejores libros publicados en los últimos treinta años por los valencianos de San Simeón el estilita, San Desiderio o Rasputín el monje bonchón. Si no lo creen así, sugerimos cruzar y contrastar su lectura con títulos tales como "Antología del Decir" de Luis Alberto Angulo, "La luna no es de pan de horno" de Laura Antillano, "Acento de Cabalgadura" de Enrique Mujica, "Círculo Croata" de Slavko Zupcic, "Matadero" de Reynaldo Pérez Só y "Última luna en la piel" de Orlando Chirinos. Este libro objeto de Pedro Téllez muestra impúdicamente su carnadura, sus coyunturas y cartílagos. No nos interesa, pues, el discurso terrorista de la valencianidad proferido por un ex burgomaestre y sibarita sin alma.
Sunday, April 19, 2015
ELOGIO A TRES VIEJOS AMIGOS. José Carlos De Nóbrega
ELOGIO A TRES VIEJOS AMIGOS
José Carlos De Nóbrega
Hace un año me despedí de tres amigos de mi adolescencia escurridiza que va y viene impune: Cheo Feliciano, Gabriel García Márquez y Mayra Alejandra. Tres muertes que comprendieron causas disímiles: el accidente de tránsito que incrustó al primero en un poste de concreto, la severa afección respiratoria del Gabo que lo despegó por fin del mal del sueño y el cáncer terminal que apagó el shock postraumático inducido vía TV a la desdichada y acartonada Leonela. Sin embargo, la nostalgia, además de la cruel y traviesa Providencia, los emparentan en ese concierto barroco y maravilloso que es la cultura popular y literaria de América Latina.
La voz tierna y viril de Cheo Feliciano nos acompañó desde la devota sintonización de Radio Aeropuerto, enclave de la Salsa en la Venezuela de los setenta. Recordamos su estilo inigualable, gallardo y heredero de Tito Rodríguez, Joe Cuba y Eddie Palmieri tanto en la tesitura aterciopelada del bolero como en el tenor salvaje y montuno de la guaracha y el sonido boogaloo: “El Ratón”, “El Pito”, “Busca lo tuyo”, “Amada Mía” y “Delirio” así lo ratifican cada vez que la aguja o el láser lamen el acetato o el CD para complacer los oídos y el corazón. Si de yuntas se trata, es histórica la simbiosis perfecta de Feliciano y “Tite” Curet Alonso: “Anacaona”, “Naborí” y “Los Entierros de mi pobre gente pobre” son hitos indiscutibles del Repertorio Latinoamericano en virtud de su poesía sentida, conmovedora y solidaria con las causas contestatarias de nuestros pueblos. Desprovisto de los alardes mediáticos propios de lo políticamente correcto, Cheo adversó la Guerra de Vietnam y el aislamiento con el que aún pretenden los corsarios protestantes oprimir a Cuba por mampuesto. Él fue desde siempre amigo de nuestro país, bien sea en compañía de Tito Rodríguez, La Fania All Stars o la Rondalla Venezolana. Su presentación en PDVSA La Estancia, a propósito del Festival de Boleros en 2012, nos reconcilió con sus mejores días, esta vez echando un pie con Cocó, su mujer bien amada, sazonada la noche con los estupendos arreglos del profesor Luis García.
Qué decir del Gabo, cuando aparentemente todo está dicho y llueve sobre mojado para bien o para mal: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas. Si “La Hojarasca” me trajo a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos míticos [no en balde los 14°C de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes], “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza, bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos, que la que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia de San Desiderio. Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubén Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas de las monstruosas novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el río magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo. No nos importan las lecturas descontextualizadas, escuálidas y reaccionarias de Diomedes Cordero y Héctor Espinoza que fracasan en escatimar la maestría del Gabo. Tampoco cuenta que “Las Venas Abiertas de América Latina” de Galeano aún aguarden a un lector desmemoriado como Barack Obama. Se reencuentran Roque Dalton y Danton en el despropósito converso y predatorio de sus asesinos.
Mi aversión por las teleculebras a lo Delia Fiallo no me alejó de Mayra Alejandra, por el contrario, excitó mi febril sensibilidad e inclinación por las guarichas, hembraje avasallador y pardo no mediatizado por la miopía misógina de Osmel Sousa y sus viles cómplices mediáticos. Sabotear esperpentos dramáticos como “Leonela” fue un oportuno pretexto para importunar al matriarcado amantísimo de mi casa, zanjando brechas generacionales y eludiendo el rigor de la correa o la chancleta airada. Sin embargo, el morbo patente en el tratamiento cursi del tema de la violación y el increíble ascenso social del violador, le imprimió un toque extraño y paradójico a las húmedas ensoñaciones eróticas de entonces: chupar los grandes pezones de bondadosas papayas, perderse en esos ojos negrísimos de muchacha broncínea. Nos simpatizaba más, por supuesto, la Carmen fogosa que encarnó en la película de Chalbaud, o la impúdica Barbarita agarrada del brazo de Cabrujas en la pista de un circo.
Estimado trío que se asomó a mi pubertad: ¡Buen Viaje, Familia! Sus cenizas se sumergirán en las aguas cálidas de los ríos, el bramar de las cataratas y la saudade que trae consigo las lluvias de mayo.
José Carlos De Nóbrega
Hace un año me despedí de tres amigos de mi adolescencia escurridiza que va y viene impune: Cheo Feliciano, Gabriel García Márquez y Mayra Alejandra. Tres muertes que comprendieron causas disímiles: el accidente de tránsito que incrustó al primero en un poste de concreto, la severa afección respiratoria del Gabo que lo despegó por fin del mal del sueño y el cáncer terminal que apagó el shock postraumático inducido vía TV a la desdichada y acartonada Leonela. Sin embargo, la nostalgia, además de la cruel y traviesa Providencia, los emparentan en ese concierto barroco y maravilloso que es la cultura popular y literaria de América Latina.
La voz tierna y viril de Cheo Feliciano nos acompañó desde la devota sintonización de Radio Aeropuerto, enclave de la Salsa en la Venezuela de los setenta. Recordamos su estilo inigualable, gallardo y heredero de Tito Rodríguez, Joe Cuba y Eddie Palmieri tanto en la tesitura aterciopelada del bolero como en el tenor salvaje y montuno de la guaracha y el sonido boogaloo: “El Ratón”, “El Pito”, “Busca lo tuyo”, “Amada Mía” y “Delirio” así lo ratifican cada vez que la aguja o el láser lamen el acetato o el CD para complacer los oídos y el corazón. Si de yuntas se trata, es histórica la simbiosis perfecta de Feliciano y “Tite” Curet Alonso: “Anacaona”, “Naborí” y “Los Entierros de mi pobre gente pobre” son hitos indiscutibles del Repertorio Latinoamericano en virtud de su poesía sentida, conmovedora y solidaria con las causas contestatarias de nuestros pueblos. Desprovisto de los alardes mediáticos propios de lo políticamente correcto, Cheo adversó la Guerra de Vietnam y el aislamiento con el que aún pretenden los corsarios protestantes oprimir a Cuba por mampuesto. Él fue desde siempre amigo de nuestro país, bien sea en compañía de Tito Rodríguez, La Fania All Stars o la Rondalla Venezolana. Su presentación en PDVSA La Estancia, a propósito del Festival de Boleros en 2012, nos reconcilió con sus mejores días, esta vez echando un pie con Cocó, su mujer bien amada, sazonada la noche con los estupendos arreglos del profesor Luis García.
Qué decir del Gabo, cuando aparentemente todo está dicho y llueve sobre mojado para bien o para mal: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas. Si “La Hojarasca” me trajo a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos míticos [no en balde los 14°C de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes], “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza, bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos, que la que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia de San Desiderio. Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubén Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas de las monstruosas novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el río magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo. No nos importan las lecturas descontextualizadas, escuálidas y reaccionarias de Diomedes Cordero y Héctor Espinoza que fracasan en escatimar la maestría del Gabo. Tampoco cuenta que “Las Venas Abiertas de América Latina” de Galeano aún aguarden a un lector desmemoriado como Barack Obama. Se reencuentran Roque Dalton y Danton en el despropósito converso y predatorio de sus asesinos.
Mi aversión por las teleculebras a lo Delia Fiallo no me alejó de Mayra Alejandra, por el contrario, excitó mi febril sensibilidad e inclinación por las guarichas, hembraje avasallador y pardo no mediatizado por la miopía misógina de Osmel Sousa y sus viles cómplices mediáticos. Sabotear esperpentos dramáticos como “Leonela” fue un oportuno pretexto para importunar al matriarcado amantísimo de mi casa, zanjando brechas generacionales y eludiendo el rigor de la correa o la chancleta airada. Sin embargo, el morbo patente en el tratamiento cursi del tema de la violación y el increíble ascenso social del violador, le imprimió un toque extraño y paradójico a las húmedas ensoñaciones eróticas de entonces: chupar los grandes pezones de bondadosas papayas, perderse en esos ojos negrísimos de muchacha broncínea. Nos simpatizaba más, por supuesto, la Carmen fogosa que encarnó en la película de Chalbaud, o la impúdica Barbarita agarrada del brazo de Cabrujas en la pista de un circo.
Estimado trío que se asomó a mi pubertad: ¡Buen Viaje, Familia! Sus cenizas se sumergirán en las aguas cálidas de los ríos, el bramar de las cataratas y la saudade que trae consigo las lluvias de mayo.
Sunday, April 12, 2015
PAÚL DEL RÍO Y LA BATALLA DE ARGEL. José Carlos De Nóbrega
PAÚL DEL RÍO Y LA BATALLA DE ARGEL
José Carlos De Nóbrega
A Gilberto Mora Muñoz, nuestro querido Comisario.
Paúl del Río (1943-2015), alias Máximo Canales, nos acaba de dejar por el momento atascados en estas calles donde Dios y el Diablo juegan una partida de ajedrez incesante. Es otro más de los nuestros, un antihéroe fabuloso y poco conocido que nos vincula a personajes como Rafael de Nogales Méndez, Arévalo Cedeño o el nica Abelardo Cuadra. Este egregio, de los mejores del pardaje nuestro, concilia la osadía rebelde, la solidaridad inquebrantable y el idealismo vivo con que se edifican los sueños. Ascendiendo los escalones sangrientos de “La Pirámide de Quetzalcóatl”, Pablo Antonio Cuadra remeda al represor aterrado “-Mirad- dijeron / allí duerme el soñador, / matémosle, / así veremos de qué le sirven sus sueños”. Sus aventuras guerrilleras no sólo retumbaron en Venezuela [el abordaje corsario del buque “Anzoátegui”, el secuestro del futbolista Alfredo Di Stéfano en Caracas y su participación en “El Porteñazo”], sino en países como Nicaragua donde acompañó al Frente Sur que colaboraría en el derrocamiento del último de los Somoza en 1979. Las operaciones de toma y secuestro, bajo la bandera revolucionaria del MIR originario y las FALN, se caracterizaron por su limpieza en la ejecución, la estridencia pública y mediática y, en especial, la ausencia de crueldad innecesaria. Nos recuerda gratamente a esa “Comuna en Alta Mar” que fue el asalto al trasatlántico portugués “Santa María” el 22 de enero de 1961: El disparate de Galvão, Soutomaior y Velo refundó su navío de locos como el “Santa Liberdade”, siendo el nombre quijotesco de la operación “Dulcinea”, al punto de poner de cabeza no sólo a las dictaduras de Franco y Salazar, sino también a la mismísima VI Flota norteamericana.
El gran personaje que es Máximo Canales, comandante guerrillero, se nos antoja pues una fusión del paladín subversivo y el gentilhombre mestizo que dignifica cualquier conversación de sobremesa. No en balde su estancia en sórdidas prisiones como el Cuartel San Carlos y la Cárcel Modelo, experiencia universal que lo emparenta con Miguel Hernández: “Un hombre que ha soñado con las aguas del mar, / y destroza sus alas como un rayo amarrado, / y estremece las rejas, y se clava los dientes / en los dientes del trueno”. Trocó la amargura del confinamiento por la curaduría del espacio estético, político e histórico que es el Cuartel San Carlos, oponiendo una denodada resistencia a los burócratas que desde siempre buscan ultrajar la memoria con sus adefesios arquitectónicos y discursivos. No resulta, pues, casual que el funcionarismo bancario abominara de una propuesta de epónimo para nuestra escuela del barrio en Valencia de San Desiderio, U.E. Jorge Rodríguez padre, para sustituirlo por otro ligado al conservadurismo local. Paradójicamente, el film “La Batalla de Argel” (1966) de Gillo Pontecorvo sirve de paradigma revolucionario que vindica la violencia como método de liberación de los pueblos y, al mismo tiempo, funciona como recurso audiovisual que explicita la represión burguesa como crueldad necesaria justificada en la campaña contrarrevolucionaria. El Capitalismo nos provee una de sus clásicas contradicciones: Convertir a los héroes de la Resistencia Francesa en un ejército imperialista de ocupación con el General Massu (el Coronel Mathieu de la película) fungiendo de Torturador Mayor. Por fortuna, surgen hombres como el argelino Yacef Saadi, el nicaragüense Carlos Fonseca y el internacionalista Paúl del Río para desgracia de la afectación pequeñoburguesa que se atraganta con las semillas de la patilla y sus babosadas.
Paúl del Río nos legó una obra plástica interesante y harto simpática que mixtura lo clásico y lo contemporáneo. Por ejemplo, el lienzo “Sueño de un obrero sobre fondo rojo” [forma parte de la colección del CELARG] conjuga la eficacia del cartel o mural con la belleza metafórica, simbólica y colorista que nos recuerda a Toulouse-Lautrec o Magritte. ¿Qué decir de la escultura “La Mano Mineral”, sobre cuya palma descansa una torre petrolera, como metáfora posible del desarrollo auténtico? Este artista figurativo de raza, con sus bailarinas en solemne reposo, sus mujeres noctámbulas acodadas en la musicalidad de la serenata, los magos aborígenes y los arlequines rojinegros, rescata la simplicidad de la línea y la inmediatez de los colores primarios que lo ponen a dialogar en la sabrosura con modernistas brasileños de la estatura de Emiliano di Cavalcanti y Vicente do Rêgo Monteiro. Bien lo dice el “Manifiesto de Poesía Palo-Brasil”: “El contrapeso de la originalidad nativa para inutilizar la adhesión académica”. La propuesta artística no es más que un discurso libertario y sin cortapisas. Valga como sugerencia, rogativa y homenaje la realización de una exposición antológica e itinerante de su obra plástica que comprende la caricatura, el dibujo, la pintura y la escultura.
Nos resta entonces crear una sala lúdica y polimórfica, a la manera de Purgatorio, donde vivos y muertos conversen plácidamente: Sus vasos comunicantes empalmarán el artículo sencillo y sentido de Julio Escalona; los textos narrativos de Nelson Guzmán en los que todos somos Palmiro Avilán multiplicado en Paúl del Río, Valdemar Guzmán, Bárbaro Rivas o Alfredo Marcano; los cuentos breves y astillados de Eduardo Sifontes y una muestra arbitraria pero solidaria del Decir Poético en lengua castellana: Hernández, Cuadra, Angulo, Salomón de la Selva o Roque Dalton. Esculpamos en relieve un texto de Pablo Antonio en tanto Epitafio esperanzador: “Sólo tú –guerrillero- con tu inquieta lealtad a los aires nativos / centinela desde el alba en las altas vigilias del ocote / guardarás para el canto esta historia perdida”. He aquí la encrucijada entre la mística y la revolución convertida en poesía morena, tocable y concreta.
José Carlos De Nóbrega
A Gilberto Mora Muñoz, nuestro querido Comisario.
Paúl del Río (1943-2015), alias Máximo Canales, nos acaba de dejar por el momento atascados en estas calles donde Dios y el Diablo juegan una partida de ajedrez incesante. Es otro más de los nuestros, un antihéroe fabuloso y poco conocido que nos vincula a personajes como Rafael de Nogales Méndez, Arévalo Cedeño o el nica Abelardo Cuadra. Este egregio, de los mejores del pardaje nuestro, concilia la osadía rebelde, la solidaridad inquebrantable y el idealismo vivo con que se edifican los sueños. Ascendiendo los escalones sangrientos de “La Pirámide de Quetzalcóatl”, Pablo Antonio Cuadra remeda al represor aterrado “-Mirad- dijeron / allí duerme el soñador, / matémosle, / así veremos de qué le sirven sus sueños”. Sus aventuras guerrilleras no sólo retumbaron en Venezuela [el abordaje corsario del buque “Anzoátegui”, el secuestro del futbolista Alfredo Di Stéfano en Caracas y su participación en “El Porteñazo”], sino en países como Nicaragua donde acompañó al Frente Sur que colaboraría en el derrocamiento del último de los Somoza en 1979. Las operaciones de toma y secuestro, bajo la bandera revolucionaria del MIR originario y las FALN, se caracterizaron por su limpieza en la ejecución, la estridencia pública y mediática y, en especial, la ausencia de crueldad innecesaria. Nos recuerda gratamente a esa “Comuna en Alta Mar” que fue el asalto al trasatlántico portugués “Santa María” el 22 de enero de 1961: El disparate de Galvão, Soutomaior y Velo refundó su navío de locos como el “Santa Liberdade”, siendo el nombre quijotesco de la operación “Dulcinea”, al punto de poner de cabeza no sólo a las dictaduras de Franco y Salazar, sino también a la mismísima VI Flota norteamericana.
El gran personaje que es Máximo Canales, comandante guerrillero, se nos antoja pues una fusión del paladín subversivo y el gentilhombre mestizo que dignifica cualquier conversación de sobremesa. No en balde su estancia en sórdidas prisiones como el Cuartel San Carlos y la Cárcel Modelo, experiencia universal que lo emparenta con Miguel Hernández: “Un hombre que ha soñado con las aguas del mar, / y destroza sus alas como un rayo amarrado, / y estremece las rejas, y se clava los dientes / en los dientes del trueno”. Trocó la amargura del confinamiento por la curaduría del espacio estético, político e histórico que es el Cuartel San Carlos, oponiendo una denodada resistencia a los burócratas que desde siempre buscan ultrajar la memoria con sus adefesios arquitectónicos y discursivos. No resulta, pues, casual que el funcionarismo bancario abominara de una propuesta de epónimo para nuestra escuela del barrio en Valencia de San Desiderio, U.E. Jorge Rodríguez padre, para sustituirlo por otro ligado al conservadurismo local. Paradójicamente, el film “La Batalla de Argel” (1966) de Gillo Pontecorvo sirve de paradigma revolucionario que vindica la violencia como método de liberación de los pueblos y, al mismo tiempo, funciona como recurso audiovisual que explicita la represión burguesa como crueldad necesaria justificada en la campaña contrarrevolucionaria. El Capitalismo nos provee una de sus clásicas contradicciones: Convertir a los héroes de la Resistencia Francesa en un ejército imperialista de ocupación con el General Massu (el Coronel Mathieu de la película) fungiendo de Torturador Mayor. Por fortuna, surgen hombres como el argelino Yacef Saadi, el nicaragüense Carlos Fonseca y el internacionalista Paúl del Río para desgracia de la afectación pequeñoburguesa que se atraganta con las semillas de la patilla y sus babosadas.
Paúl del Río nos legó una obra plástica interesante y harto simpática que mixtura lo clásico y lo contemporáneo. Por ejemplo, el lienzo “Sueño de un obrero sobre fondo rojo” [forma parte de la colección del CELARG] conjuga la eficacia del cartel o mural con la belleza metafórica, simbólica y colorista que nos recuerda a Toulouse-Lautrec o Magritte. ¿Qué decir de la escultura “La Mano Mineral”, sobre cuya palma descansa una torre petrolera, como metáfora posible del desarrollo auténtico? Este artista figurativo de raza, con sus bailarinas en solemne reposo, sus mujeres noctámbulas acodadas en la musicalidad de la serenata, los magos aborígenes y los arlequines rojinegros, rescata la simplicidad de la línea y la inmediatez de los colores primarios que lo ponen a dialogar en la sabrosura con modernistas brasileños de la estatura de Emiliano di Cavalcanti y Vicente do Rêgo Monteiro. Bien lo dice el “Manifiesto de Poesía Palo-Brasil”: “El contrapeso de la originalidad nativa para inutilizar la adhesión académica”. La propuesta artística no es más que un discurso libertario y sin cortapisas. Valga como sugerencia, rogativa y homenaje la realización de una exposición antológica e itinerante de su obra plástica que comprende la caricatura, el dibujo, la pintura y la escultura.
Nos resta entonces crear una sala lúdica y polimórfica, a la manera de Purgatorio, donde vivos y muertos conversen plácidamente: Sus vasos comunicantes empalmarán el artículo sencillo y sentido de Julio Escalona; los textos narrativos de Nelson Guzmán en los que todos somos Palmiro Avilán multiplicado en Paúl del Río, Valdemar Guzmán, Bárbaro Rivas o Alfredo Marcano; los cuentos breves y astillados de Eduardo Sifontes y una muestra arbitraria pero solidaria del Decir Poético en lengua castellana: Hernández, Cuadra, Angulo, Salomón de la Selva o Roque Dalton. Esculpamos en relieve un texto de Pablo Antonio en tanto Epitafio esperanzador: “Sólo tú –guerrillero- con tu inquieta lealtad a los aires nativos / centinela desde el alba en las altas vigilias del ocote / guardarás para el canto esta historia perdida”. He aquí la encrucijada entre la mística y la revolución convertida en poesía morena, tocable y concreta.
Sunday, April 05, 2015
LAS POESÍAS DE SANTA TERESA DE JESÚS. José Carlos De Nóbrega
LAS POESÍAS DE SANTA TERESA DE JESÚS
José Carlos De Nóbrega
A Monseñor Romero, en los 35 años de su martirio.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582), sin aparente intencionalidad estética, incursionó en diversos géneros literarios: la poesía mística en prosa [Las Moradas] y en verso, el diario de viajes [Libro de las Fundaciones], la autobiografía [Libro de la Vida] y el ensayo [Conceptos del amor de Dios sobre algunas palabras de los Cantares de Salomón]. Nos identificamos con su obra literaria más allá de sus implicaciones religiosas, por supuesto, a contracorriente de la burocracia episcopal y de la Inquisición. Se abraza con fuerza al evangelio del amor predicado por Cristo que desdice al conservadurismo cardenalicio, la salvaguarda avara de las riquezas y su discurso de Poder. No creemos que sus “Poesías” sean parte de una obra menor, sino una humilde y deliciosa prolongación de sus libros capitales.
A propósito de su Quinto Centenario que se cumple el sábado 28 de marzo de 2015, es menester releer su obra y la de sus coetáneos San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, en el reencuentro de la llama viva de su poesía y la militancia cristiana auténtica. La dulzura del habla mística y ferviente, afín a lo festivo, nos reivindica en la esterilidad y el doble discurso del episcopado venezolano que se oponen a Santa Teresa, voz paladina que sazona con la conversación cotidiana una propuesta poética del Decir. Valga como pretextos el diálogo ecuménico o la chirriante discusión que involucra a un budista del camino del diamante, un ateo y un anarco-teísta.
La poesía en verso de Santa Teresa de Jesús coquetea con la inefable experiencia mística y una épica cristiana comprometida. No sorprende que el estribillo persiga tanto la armonía musical como la recreación proverbial de las atmósferas propias del Amor que el Alma le tributa a Cristo, el esposo apetecido por el lenguaje llano. La oración constituye no sólo un acto de fe sino una instancia de celebración permanente. Se establece no sólo un diálogo con “El Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz y, por ende, con el “Cantar de los Cantares” de Salomón, sino también con las raíces mismas de la literatura española: las jarchas mozárabes, su arista lírica. En “Vivo sin vivir en mí”, el juego lúdico del barroco se nos muestra complejo, revelador y paradójico en correspondencia con el idilio provisto por la inteligencia mística: “Vivo ya fuera de mí, / después que muero de amor, / porque vivo en el Señor, / que me quiso para sí: / cuando el corazón le di / puso en él este letrero, / que muero porque no muero”. La poeta también apuesta con una simplicidad sin par por himnos militantes como “Hacia la Patria” o “Abrazadas a la Cruz”, este último de un tenor marcial que emparenta a las Carmelitas Descalzas con la Orden Jesuita, ello en la esencia combativa de la Contrarreforma. La Trova sorprendente se pasea por la recreación balbuceante del éxtasis místico patente en Las Moradas [cuyo Castillo interiorizado nos remite a Sade y a Kafka], los villancicos [Pastores que veláis y Al Nacimiento de Jesús], las canciones emblemáticas de la orden carmelita y, en especial, el coloquio amoroso entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
“Ayes del destierro” es una endecha conmovedora, cuya cadencia y saudade vinculan la anécdota terrena o peripatética y el éxtasis en Amor místico superlativo, lo que traducido en voz de San Juan de la Cruz es ‘adamar’ o amar mucho. El destierro es sinónimo de la desadaptación al medio, lo cual trae consigo la disconformidad de la voz poética que se encarnará luego en el Quijote de Cervantes o el Nazarín de la dupla Pérez Galdós-Buñuel: “¿Quién es el que teme / la muerte del cuerpo, / si con ella logra / un placer inmenso?”. La fusión incendiaria de Dios y el alma, a la luz de la poesía de todos los tiempos, recurre al orgasmo sexual como una analogía aproximativa a la anulación del ego. Coincidiendo con Auden, el éxtasis místico y el amor erótico no son idénticos. Por supuesto, leer la sensualidad de la escultura de Bernini con ojos caníbales, nos conduce al estremecimiento revulsivo y concupiscente. Santa Teresa no sólo sufrió el acoso inquisitorial y la incomprensión de la nomenclatura católica, sino incluso la intermediación de pésimos correctores y censores [es el caso del padre Gracián, cuyos yerros fueron revertidos por Fray Luis de León en una cuidadosa edición de Las Moradas].
Encontramos dos curiosos textos poéticos dedicados a la circuncisión con su sangre vertida y su llanto infantil derramado al punto: El ritual terrorista que sacude la condición de pecado desde el inicio, al cual se contrapone el amor maternal. El habla se convierte en una contra o un mantra que provee un bálsamo amoroso: “¿Tú no lo has mirado, / que es niño inocente? / -Ya me lo han contado Brasillo y Llorente. / Gran inconveniente / será no amarle, / ¡Dominguillo, eh!”; o la simbología inmanente en el rito que simula a su vez las calamidades de la existencia: “Vino del cielo a la tierra / para quitar nuestra guerra; / ya comienza la pelea, / su sangre se está derramando. / Mírale, Gil, que te está llamando”. Parafraseando la apología de Fray Luis de León, la poesía de Santa Teresa compone asombrosas y ardientes canciones de Amor con la elegancia y la inmediatez del habla castellana del siglo XVI. Responde decidida y obcecadamente a la frase “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”, eso sí, en la contradicción que implica la dispersión atormentada del alma, la cual coincidió con el desmembramiento de su propio cuerpo (al igual que el de su amigo San Juan de la Cruz) a merced de los fines inconfesables de los mercaderes de reliquias y fetiches religiosos. A nuestros poetas místicos hay que leerlos en Carnavales que excitan más que la Cuaresma.
José Carlos De Nóbrega
A Monseñor Romero, en los 35 años de su martirio.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582), sin aparente intencionalidad estética, incursionó en diversos géneros literarios: la poesía mística en prosa [Las Moradas] y en verso, el diario de viajes [Libro de las Fundaciones], la autobiografía [Libro de la Vida] y el ensayo [Conceptos del amor de Dios sobre algunas palabras de los Cantares de Salomón]. Nos identificamos con su obra literaria más allá de sus implicaciones religiosas, por supuesto, a contracorriente de la burocracia episcopal y de la Inquisición. Se abraza con fuerza al evangelio del amor predicado por Cristo que desdice al conservadurismo cardenalicio, la salvaguarda avara de las riquezas y su discurso de Poder. No creemos que sus “Poesías” sean parte de una obra menor, sino una humilde y deliciosa prolongación de sus libros capitales.
A propósito de su Quinto Centenario que se cumple el sábado 28 de marzo de 2015, es menester releer su obra y la de sus coetáneos San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, en el reencuentro de la llama viva de su poesía y la militancia cristiana auténtica. La dulzura del habla mística y ferviente, afín a lo festivo, nos reivindica en la esterilidad y el doble discurso del episcopado venezolano que se oponen a Santa Teresa, voz paladina que sazona con la conversación cotidiana una propuesta poética del Decir. Valga como pretextos el diálogo ecuménico o la chirriante discusión que involucra a un budista del camino del diamante, un ateo y un anarco-teísta.
La poesía en verso de Santa Teresa de Jesús coquetea con la inefable experiencia mística y una épica cristiana comprometida. No sorprende que el estribillo persiga tanto la armonía musical como la recreación proverbial de las atmósferas propias del Amor que el Alma le tributa a Cristo, el esposo apetecido por el lenguaje llano. La oración constituye no sólo un acto de fe sino una instancia de celebración permanente. Se establece no sólo un diálogo con “El Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz y, por ende, con el “Cantar de los Cantares” de Salomón, sino también con las raíces mismas de la literatura española: las jarchas mozárabes, su arista lírica. En “Vivo sin vivir en mí”, el juego lúdico del barroco se nos muestra complejo, revelador y paradójico en correspondencia con el idilio provisto por la inteligencia mística: “Vivo ya fuera de mí, / después que muero de amor, / porque vivo en el Señor, / que me quiso para sí: / cuando el corazón le di / puso en él este letrero, / que muero porque no muero”. La poeta también apuesta con una simplicidad sin par por himnos militantes como “Hacia la Patria” o “Abrazadas a la Cruz”, este último de un tenor marcial que emparenta a las Carmelitas Descalzas con la Orden Jesuita, ello en la esencia combativa de la Contrarreforma. La Trova sorprendente se pasea por la recreación balbuceante del éxtasis místico patente en Las Moradas [cuyo Castillo interiorizado nos remite a Sade y a Kafka], los villancicos [Pastores que veláis y Al Nacimiento de Jesús], las canciones emblemáticas de la orden carmelita y, en especial, el coloquio amoroso entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
“Ayes del destierro” es una endecha conmovedora, cuya cadencia y saudade vinculan la anécdota terrena o peripatética y el éxtasis en Amor místico superlativo, lo que traducido en voz de San Juan de la Cruz es ‘adamar’ o amar mucho. El destierro es sinónimo de la desadaptación al medio, lo cual trae consigo la disconformidad de la voz poética que se encarnará luego en el Quijote de Cervantes o el Nazarín de la dupla Pérez Galdós-Buñuel: “¿Quién es el que teme / la muerte del cuerpo, / si con ella logra / un placer inmenso?”. La fusión incendiaria de Dios y el alma, a la luz de la poesía de todos los tiempos, recurre al orgasmo sexual como una analogía aproximativa a la anulación del ego. Coincidiendo con Auden, el éxtasis místico y el amor erótico no son idénticos. Por supuesto, leer la sensualidad de la escultura de Bernini con ojos caníbales, nos conduce al estremecimiento revulsivo y concupiscente. Santa Teresa no sólo sufrió el acoso inquisitorial y la incomprensión de la nomenclatura católica, sino incluso la intermediación de pésimos correctores y censores [es el caso del padre Gracián, cuyos yerros fueron revertidos por Fray Luis de León en una cuidadosa edición de Las Moradas].
Encontramos dos curiosos textos poéticos dedicados a la circuncisión con su sangre vertida y su llanto infantil derramado al punto: El ritual terrorista que sacude la condición de pecado desde el inicio, al cual se contrapone el amor maternal. El habla se convierte en una contra o un mantra que provee un bálsamo amoroso: “¿Tú no lo has mirado, / que es niño inocente? / -Ya me lo han contado Brasillo y Llorente. / Gran inconveniente / será no amarle, / ¡Dominguillo, eh!”; o la simbología inmanente en el rito que simula a su vez las calamidades de la existencia: “Vino del cielo a la tierra / para quitar nuestra guerra; / ya comienza la pelea, / su sangre se está derramando. / Mírale, Gil, que te está llamando”. Parafraseando la apología de Fray Luis de León, la poesía de Santa Teresa compone asombrosas y ardientes canciones de Amor con la elegancia y la inmediatez del habla castellana del siglo XVI. Responde decidida y obcecadamente a la frase “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”, eso sí, en la contradicción que implica la dispersión atormentada del alma, la cual coincidió con el desmembramiento de su propio cuerpo (al igual que el de su amigo San Juan de la Cruz) a merced de los fines inconfesables de los mercaderes de reliquias y fetiches religiosos. A nuestros poetas místicos hay que leerlos en Carnavales que excitan más que la Cuaresma.
Tuesday, March 31, 2015
EL MALESTAR DE MI ESCUELA. José Carlos De Nóbrega
EL MALESTAR DE MI ESCUELA
José Carlos De Nóbrega
“Pastiche Criollo a la manera de Ambrose Bierce”, dedicado a todos mis alumnos.
Mi liceo se encuentra ubicado en una barriada del sur de Valencia de San Desiderio, a la buena de Dios y el Diablo, olvidada por los gobernantes de medio pelo y los burócratas indolentes de siempre. Pareciera más bien una ficción funcional y educativa propia de la acumulación histórica del desvarío y el despropósito de la nación. Si bien la letra y el espíritu de la Ley (CRBV, LOE y LOPNNA) pretenden colocar a la muchachada como centro de atención (programas de inclusión mediante), la mezquina y bancaria práctica de la pedagogía les excluye con desprecio e impunidad. Se ha constituido una sociedad de cómplices –a contracorriente de maestros como Simón Rodríguez y Prieto Figueroa- que se solaza con horarios a la carta y sesiones de clase a media gallina, pues priva un espíritu opuesto a la bella Colmena comunitaria: Pasean rencores, frustraciones y complejos que convierten el aula en una sala de torturas anclada en la más vil rutina. A estos autómatas pequeñoburgueses les aterra codearse con su prójimo adolescente de a pie, vallenato y reggaetón, pues la Universidad Autónoma –a la cual se le quemaron los fusibles- les incrustó en la cabeza vacía y el mísero corazón la discriminación clasista e incluso racista. Se hacen llamar “colectivo”, cuando sólo cada quien acredita y tributa a su insulso ego, eso sí, en una comparsa macabra que se encamina día a día al desbarrancadero. La alienación de educadores, educandos y funcionarios vacía de significado vivo cualquier auditoría académica y administrativa, o –peor aún- la tan ansiada y necesaria contraloría social.
Está en el “Diccionario del Diablo” el significado de la palabra “Educación, s. Lo que revela al sabio y esconde al necio su falta de comprensión”. Mi escuela es una familia disfuncional que se encuentra estancada en una disputa absurda e incomprensible por el Poder: Un sector accidental de colegas ha acorralado a la directiva sin argumentación política (maquiavélica o no) ni pedagógica que nos explique este desmadre. ¿Se trata de dar un golpe de estado o de proveerse de tontos útiles proclives a un clima bochinchero? Unos y otros se extravían y aturden en la gritería histérica de insultos mutuos. Bien lo diagnostica Carlos Fuentes en un asombroso libro de cuentos del 2006: “Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo”. En esta operación de división organizacional sin cociente, sólo tenemos el resto o residuo: los docentes, los alumnos y los representantes preocupados naufragan en una marea artificial y envilecedora. Se nos parece a la película “Ensayo de Orquesta” (1978) de Federico Fellini: Los experimentos de cogobierno comunal o gestión tecnocrática mal asimilados, nos conducen a la figura autoritaria del director musical, académico, administrativo o político so pena que el edificio nos caiga encima.
No hay interés pedagógico ni afectivo por la calidad educativa, pues se trata de la instrucción mediocre de los extraños y no de la formación integral de los hijos propios. La anomalía no puede achacarse al despropósito del cínico –pues el cinismo implica un ejercicio de alta y perversa inteligencia-, sino a la estrechez de corazón y a la falta de talento común en el docente bancario retratado magistralmente por Paulo Freire: “El educador se enfrenta a los educandos como su antinomia necesaria. Reconoce la razón de su existencia en la absolutización de la ignorancia de estos últimos”. De aquí se reproduce con creces la esclavitud asalariada que va del uno al otro, por supuesto, enclavada en la negación del diálogo educativo como acto de liberación.
Es notoria una paráfrasis bíblica de la Parábola de los Tres Talentos (Mateo 25:14-30): El maestro malvado y negligente no multiplica el talento, por el contrario, lo esconde en la tierra para esterilizarlo sin piedad. Ni una suspensión abrupta de las clases ni sus causas escandalosas lo conmueven un ápice, pues ahogado en la arrogancia se queja de que le “hicieron perder el viaje” o, ¡maldición!, no le permitieron encabalgar el horario. O cuando ante las protestas tímidas de las madres del barrio nuestro de cada bicentenario, alega que también tiene “otra vida privada” de la cual ocuparse en el horario laboral [síntoma notorio del ser escindido y alienado que asoma una cara dura]. Hay otros casos más patéticos, los que transmiten conocimientos insípidos como si vendieran helados baratos de colores y sabores artificiales en la calurosa tarde. Del torrente magisterial desparramado en la patria, reflejo del sindicalismo espurio de tirios y troyanos, preferimos no llover sobre mojado.
Sin embargo, el pardaje libertario abunda en sus amorosas íes latinas, maestras voluntariosas y comprometidas; en la picaresca revoltosa de la muchachada despierta y emprendedora; en los piqueteros y trabajadores dignificados en la auténtica lectura que concilia lo político y lo estético, lo culto y lo popular; y, mejor aún, en los colectivos transformados en los héroes de nuevo cuño que persisten en la unión por la liberación y se oponen al poder vertical que divide para reinar. Esperanza que se edifica en el ejercicio libre de la palabra y la ciudadanía que hace trizas la retórica hueca de las ideologías, opresoras en su esencia dañina. Reivindicamos entonces la prudencia de la razón y el optimismo de la voluntad creadora, tal como nos lo plantea Gramsci.
José Carlos De Nóbrega
“Pastiche Criollo a la manera de Ambrose Bierce”, dedicado a todos mis alumnos.
Mi liceo se encuentra ubicado en una barriada del sur de Valencia de San Desiderio, a la buena de Dios y el Diablo, olvidada por los gobernantes de medio pelo y los burócratas indolentes de siempre. Pareciera más bien una ficción funcional y educativa propia de la acumulación histórica del desvarío y el despropósito de la nación. Si bien la letra y el espíritu de la Ley (CRBV, LOE y LOPNNA) pretenden colocar a la muchachada como centro de atención (programas de inclusión mediante), la mezquina y bancaria práctica de la pedagogía les excluye con desprecio e impunidad. Se ha constituido una sociedad de cómplices –a contracorriente de maestros como Simón Rodríguez y Prieto Figueroa- que se solaza con horarios a la carta y sesiones de clase a media gallina, pues priva un espíritu opuesto a la bella Colmena comunitaria: Pasean rencores, frustraciones y complejos que convierten el aula en una sala de torturas anclada en la más vil rutina. A estos autómatas pequeñoburgueses les aterra codearse con su prójimo adolescente de a pie, vallenato y reggaetón, pues la Universidad Autónoma –a la cual se le quemaron los fusibles- les incrustó en la cabeza vacía y el mísero corazón la discriminación clasista e incluso racista. Se hacen llamar “colectivo”, cuando sólo cada quien acredita y tributa a su insulso ego, eso sí, en una comparsa macabra que se encamina día a día al desbarrancadero. La alienación de educadores, educandos y funcionarios vacía de significado vivo cualquier auditoría académica y administrativa, o –peor aún- la tan ansiada y necesaria contraloría social.
Está en el “Diccionario del Diablo” el significado de la palabra “Educación, s. Lo que revela al sabio y esconde al necio su falta de comprensión”. Mi escuela es una familia disfuncional que se encuentra estancada en una disputa absurda e incomprensible por el Poder: Un sector accidental de colegas ha acorralado a la directiva sin argumentación política (maquiavélica o no) ni pedagógica que nos explique este desmadre. ¿Se trata de dar un golpe de estado o de proveerse de tontos útiles proclives a un clima bochinchero? Unos y otros se extravían y aturden en la gritería histérica de insultos mutuos. Bien lo diagnostica Carlos Fuentes en un asombroso libro de cuentos del 2006: “Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo”. En esta operación de división organizacional sin cociente, sólo tenemos el resto o residuo: los docentes, los alumnos y los representantes preocupados naufragan en una marea artificial y envilecedora. Se nos parece a la película “Ensayo de Orquesta” (1978) de Federico Fellini: Los experimentos de cogobierno comunal o gestión tecnocrática mal asimilados, nos conducen a la figura autoritaria del director musical, académico, administrativo o político so pena que el edificio nos caiga encima.
No hay interés pedagógico ni afectivo por la calidad educativa, pues se trata de la instrucción mediocre de los extraños y no de la formación integral de los hijos propios. La anomalía no puede achacarse al despropósito del cínico –pues el cinismo implica un ejercicio de alta y perversa inteligencia-, sino a la estrechez de corazón y a la falta de talento común en el docente bancario retratado magistralmente por Paulo Freire: “El educador se enfrenta a los educandos como su antinomia necesaria. Reconoce la razón de su existencia en la absolutización de la ignorancia de estos últimos”. De aquí se reproduce con creces la esclavitud asalariada que va del uno al otro, por supuesto, enclavada en la negación del diálogo educativo como acto de liberación.
Es notoria una paráfrasis bíblica de la Parábola de los Tres Talentos (Mateo 25:14-30): El maestro malvado y negligente no multiplica el talento, por el contrario, lo esconde en la tierra para esterilizarlo sin piedad. Ni una suspensión abrupta de las clases ni sus causas escandalosas lo conmueven un ápice, pues ahogado en la arrogancia se queja de que le “hicieron perder el viaje” o, ¡maldición!, no le permitieron encabalgar el horario. O cuando ante las protestas tímidas de las madres del barrio nuestro de cada bicentenario, alega que también tiene “otra vida privada” de la cual ocuparse en el horario laboral [síntoma notorio del ser escindido y alienado que asoma una cara dura]. Hay otros casos más patéticos, los que transmiten conocimientos insípidos como si vendieran helados baratos de colores y sabores artificiales en la calurosa tarde. Del torrente magisterial desparramado en la patria, reflejo del sindicalismo espurio de tirios y troyanos, preferimos no llover sobre mojado.
Sin embargo, el pardaje libertario abunda en sus amorosas íes latinas, maestras voluntariosas y comprometidas; en la picaresca revoltosa de la muchachada despierta y emprendedora; en los piqueteros y trabajadores dignificados en la auténtica lectura que concilia lo político y lo estético, lo culto y lo popular; y, mejor aún, en los colectivos transformados en los héroes de nuevo cuño que persisten en la unión por la liberación y se oponen al poder vertical que divide para reinar. Esperanza que se edifica en el ejercicio libre de la palabra y la ciudadanía que hace trizas la retórica hueca de las ideologías, opresoras en su esencia dañina. Reivindicamos entonces la prudencia de la razón y el optimismo de la voluntad creadora, tal como nos lo plantea Gramsci.
APOLOGÍA A UNA JAURÍA JUBILOSA. José Carlos De Nóbrega
APOLOGÍA A UNA JAURÍA JUBILOSA
José Carlos De Nóbrega
He aquí una compilación festiva, crítica y dialógica sobre nuestra poesía más reciente. Efectivamente, las memorias de este “1er. Coloquio sobre Poesía Venezolana Contemporánea. Poesía y poéticas de autores nacidos a partir de 1970” [2014], editadas por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, si bien no niegan el auténtico espíritu inquisitivo de la Academia, propenden a una conversación placentera y atenta sobre la obra de nuestros poetas más jóvenes. El lector se sentirá al punto contento y reivindicado, no sólo por el abordaje diverso y dinámico del trabajo poético de Caneo Arguinzones (1987-2014), Luis Enrique Belmonte (1971), Paola Sabogal (1981), Kattia Piñango (1975), Joel Rojas Carrillo (1973), Freddy Ñáñez (1976), Luis Ernesto Gómez (1977), Julio César Borromé (1972), Ximena Benítez (1974) y José Javier Sánchez (1970), además del Catálogo de poetas chavistas bajo la curaduría políticamente incorrecta de Diego Sequera; sino también por el concierto ensayístico plural e intergeneracional que trae consigo e implica sus virtudes ajenas a las fútiles pretensiones de voces autorizadas: el discurso crítico es igualmente diverso, como corresponde a una muestra contingente y lúdica del ensayo actual en Venezuela. En este caso, tenemos las aproximaciones de Mariajosé Escobar, María Fernanda Toro, Diego Sequera, Marco Aurelio Rodríguez, José Javier Sánchez, William Torrealba, Isaías Cañizález Ángel, Nelson Guzmán, José Carlos De Nóbrega, Luis Ernesto Gómez y Jesús Ernesto Parra. Esta docena de textos críticos comprenden la reseña académica y ensayística, el ensayo libre, el prólogo e incluso la presentación vivaz y respetuosa de libros. Se trata de celebrar la obra de los poetas más jóvenes del país, sin las ataduras artificiales a las etiquetas academicistas, ideológicas, mercantiles, afectivas o repulsivas que perviertan la consideración auténtica de nuestra literatura. Como lo hemos conversado en otras circunstancias, la mirada crítica no puede fracasar en el mezquino compartimiento estanco del directorio telefónico o electrónico de complicidades inconfesables; por el contrario, ha de confrontarse dialécticamente con el hecho de que la literatura venezolana, en el contexto continental y universal, deviene a la par y a contracorriente de nuestro accidentado proceso histórico, dando saltos frenéticos y asimétricos que es necesario puntualizar.
A tal respecto, la Casa Bello constituye un ámbito propicio para tan trascendental y urgente empresa. Esta colección que comenta con solidaridad, audacia y rigor a la nueva poesía venezolana, se suma y glosa a conjuntos antológicos que la compendian tales como Amanecieron de Bala. Panorama actual de la joven poesía venezolana (2007, Fundación Editorial el perro y la rana) y el número 153 de la revista Poesía (Enero-Junio de 2011, Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo), no obstante las coincidencias y las diferencias atinentes al inventario mismo y a la metodología que apareja cada compilación. Destacamos que nuestra casa latinoamericana apuesta con denuedo y vitalidad por un espíritu comunitario, libertario y participativo. Acompañamos al poeta William Osuna en la distribución intelectual, orgánica y lírica de la Casa que fundó Andrés Bello, pues Vivir en comuna es tener memoria histórica compartida desde la integración de la cultura. Las labores del poeta, el gramático y el filólogo se encuentran reñidas con una patología parapolicial y punitiva que esteriliza la lengua. Supone la superación revolucionaria de la fragmentación malsana y burguesa del conocimiento científico, humanístico y artístico, en oposición a un proceso de globalización insincero que transgrede lo universal. La vinculación de lo culto y lo popular es un síntoma inevitable de este obstinado vicio de decir, valga la cita a Belmonte, que padecemos y disfrutamos con sumo apetito. Por ejemplo, la revista digital La Comuna de Bello no discierne, ni solapa, mucho menos invisibiliza la oralidad rural y urbana que se incrusta en el discurso lírico de nuestras grandes voces: desde Ramón Palomares hasta los poetas contemporáneos brasileños como Drummond de Andrade y Manuel Bandeira. Asimismo, lo verificamos en la organización, realización y puesta en escena de nuestro Festival Mundial de Poesía. Sólo se configura la unicidad de la Colmena en la salvaje multiplicidad del enjambre.
Afortunadamente, con la venia de Dios y el Diablo, los poemas y los comentarios se cuecen y respiran en un suculento sancocho o cruzao propiciatorio que dignifica la lengua y la escritura de los venezolanos y los latinoamericanos por igual. Desde la irreverencia estética y política de Diego Sequera; encaminando al arrebatado lector en la ciudad por obra y gracia de la prosa rumbera y callejera de José Javier Sánchez; hasta la precisión crítica y la transparencia expresiva de María Fernanda Toro que, sumadas a los aportes personales de Isaías Cañizález Ángel y Daniel Molina, configuran una curiosa y enriquecedora conversación que nos acerca a Luis Enrique Belmonte. ¿Qué decir del diálogo apolíneo y dionisíaco que sostienen Nelson Guzmán y Freddy Ñáñez, dos de nuestros creadores más apreciados y comprometidos, más allá de los equívocos ideológicos y estéticos? Les encomendamos también solazarse en la danza transgenérica, deliciosamente objetual y asombrosa que Luis Ernesto Gómez realiza a plenitud con el muy tocable corpus poético de Ximena Benítez.
Finalmente, Susan Sontag nos convoca a apostar por una “erótica del arte”, ésta es la vindicación de la crítica libre que concilia lo culto y lo popular sin ataduras profesorales ni ideológicas. ¡Abajo el bienestar pequeñoburgués que desencamina la vida de los hombres!
José Carlos De Nóbrega
He aquí una compilación festiva, crítica y dialógica sobre nuestra poesía más reciente. Efectivamente, las memorias de este “1er. Coloquio sobre Poesía Venezolana Contemporánea. Poesía y poéticas de autores nacidos a partir de 1970” [2014], editadas por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, si bien no niegan el auténtico espíritu inquisitivo de la Academia, propenden a una conversación placentera y atenta sobre la obra de nuestros poetas más jóvenes. El lector se sentirá al punto contento y reivindicado, no sólo por el abordaje diverso y dinámico del trabajo poético de Caneo Arguinzones (1987-2014), Luis Enrique Belmonte (1971), Paola Sabogal (1981), Kattia Piñango (1975), Joel Rojas Carrillo (1973), Freddy Ñáñez (1976), Luis Ernesto Gómez (1977), Julio César Borromé (1972), Ximena Benítez (1974) y José Javier Sánchez (1970), además del Catálogo de poetas chavistas bajo la curaduría políticamente incorrecta de Diego Sequera; sino también por el concierto ensayístico plural e intergeneracional que trae consigo e implica sus virtudes ajenas a las fútiles pretensiones de voces autorizadas: el discurso crítico es igualmente diverso, como corresponde a una muestra contingente y lúdica del ensayo actual en Venezuela. En este caso, tenemos las aproximaciones de Mariajosé Escobar, María Fernanda Toro, Diego Sequera, Marco Aurelio Rodríguez, José Javier Sánchez, William Torrealba, Isaías Cañizález Ángel, Nelson Guzmán, José Carlos De Nóbrega, Luis Ernesto Gómez y Jesús Ernesto Parra. Esta docena de textos críticos comprenden la reseña académica y ensayística, el ensayo libre, el prólogo e incluso la presentación vivaz y respetuosa de libros. Se trata de celebrar la obra de los poetas más jóvenes del país, sin las ataduras artificiales a las etiquetas academicistas, ideológicas, mercantiles, afectivas o repulsivas que perviertan la consideración auténtica de nuestra literatura. Como lo hemos conversado en otras circunstancias, la mirada crítica no puede fracasar en el mezquino compartimiento estanco del directorio telefónico o electrónico de complicidades inconfesables; por el contrario, ha de confrontarse dialécticamente con el hecho de que la literatura venezolana, en el contexto continental y universal, deviene a la par y a contracorriente de nuestro accidentado proceso histórico, dando saltos frenéticos y asimétricos que es necesario puntualizar.
A tal respecto, la Casa Bello constituye un ámbito propicio para tan trascendental y urgente empresa. Esta colección que comenta con solidaridad, audacia y rigor a la nueva poesía venezolana, se suma y glosa a conjuntos antológicos que la compendian tales como Amanecieron de Bala. Panorama actual de la joven poesía venezolana (2007, Fundación Editorial el perro y la rana) y el número 153 de la revista Poesía (Enero-Junio de 2011, Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo), no obstante las coincidencias y las diferencias atinentes al inventario mismo y a la metodología que apareja cada compilación. Destacamos que nuestra casa latinoamericana apuesta con denuedo y vitalidad por un espíritu comunitario, libertario y participativo. Acompañamos al poeta William Osuna en la distribución intelectual, orgánica y lírica de la Casa que fundó Andrés Bello, pues Vivir en comuna es tener memoria histórica compartida desde la integración de la cultura. Las labores del poeta, el gramático y el filólogo se encuentran reñidas con una patología parapolicial y punitiva que esteriliza la lengua. Supone la superación revolucionaria de la fragmentación malsana y burguesa del conocimiento científico, humanístico y artístico, en oposición a un proceso de globalización insincero que transgrede lo universal. La vinculación de lo culto y lo popular es un síntoma inevitable de este obstinado vicio de decir, valga la cita a Belmonte, que padecemos y disfrutamos con sumo apetito. Por ejemplo, la revista digital La Comuna de Bello no discierne, ni solapa, mucho menos invisibiliza la oralidad rural y urbana que se incrusta en el discurso lírico de nuestras grandes voces: desde Ramón Palomares hasta los poetas contemporáneos brasileños como Drummond de Andrade y Manuel Bandeira. Asimismo, lo verificamos en la organización, realización y puesta en escena de nuestro Festival Mundial de Poesía. Sólo se configura la unicidad de la Colmena en la salvaje multiplicidad del enjambre.
Afortunadamente, con la venia de Dios y el Diablo, los poemas y los comentarios se cuecen y respiran en un suculento sancocho o cruzao propiciatorio que dignifica la lengua y la escritura de los venezolanos y los latinoamericanos por igual. Desde la irreverencia estética y política de Diego Sequera; encaminando al arrebatado lector en la ciudad por obra y gracia de la prosa rumbera y callejera de José Javier Sánchez; hasta la precisión crítica y la transparencia expresiva de María Fernanda Toro que, sumadas a los aportes personales de Isaías Cañizález Ángel y Daniel Molina, configuran una curiosa y enriquecedora conversación que nos acerca a Luis Enrique Belmonte. ¿Qué decir del diálogo apolíneo y dionisíaco que sostienen Nelson Guzmán y Freddy Ñáñez, dos de nuestros creadores más apreciados y comprometidos, más allá de los equívocos ideológicos y estéticos? Les encomendamos también solazarse en la danza transgenérica, deliciosamente objetual y asombrosa que Luis Ernesto Gómez realiza a plenitud con el muy tocable corpus poético de Ximena Benítez.
Finalmente, Susan Sontag nos convoca a apostar por una “erótica del arte”, ésta es la vindicación de la crítica libre que concilia lo culto y lo popular sin ataduras profesorales ni ideológicas. ¡Abajo el bienestar pequeñoburgués que desencamina la vida de los hombres!
LAS CELESTIALES: UN ESTIMADO LIBRO CINCUENTENARIO. José Carlos De Nóbrega
LAS CELESTIALES: UN ESTIMADO LIBRO CINCUENTENARIO
José Carlos De Nóbrega
"El padre parecía una capitular de oro; yo, junto a él, una insignificante minúscula impresa en tinta roja". José Rubén Romero: La Vida inútil de Pito Pérez.
La agudeza literaria de Miguel Otero Silva se exhibe sin freno en dos de sus obras más disímiles entre sí: Tenemos la incendiaria parodia del discurso católico que es “Las Celestiales”, con sus Santos asaeteados por la picante lengua popular, y la aproximación poética a la figura de Jesucristo vertida en el texto novelístico de “La piedra que era Cristo” (no podemos olvidar el impactante monólogo de la cabeza cortada de Juan el Bautista que escarnece la banalidad impía del rey Herodes). Ambos textos no sólo refieren el espíritu rojo y ateo de su autor (rebatido hoy por el insulso desencanto burgués de su hijo, Miguel Henrique, pésimo editor y peor editorialista del diario El Nacional), sino el apetito descarado del escritor por desmontar los discursos autorizados que sustentan el Poder vertical, mezquino y usurero que tritura sin clemencia a las mayorías. La literatura acomete la labor profética de promover e instaurar a como dé lugar la justicia social. Ya lo manifiesta ese vagabundo y borracho de Pito Pérez: “¡Pobre de los pobres! Yo les aconsejo que respeten siempre la ley, y que la cumplan, pero que se orinen en sus representantes”. Por supuesto, la ley hecha carne en la lucha revolucionaria de a de veras, no la propuesta por los grandes laboratorios de la propaganda periodística, historiográfica e ideológica que pretenden pervertirla y envilecerla.
El discurso diabólico, como ocurre con el habla salvaje y primaria de los niños y los locos, es un recurso insoslayable para atacar y poner en evidencia la fragilidad y la corrupción de un orden de cosas bizarro que ha invadido a los templos y las academias: La política de ultratumba, con sus cielos de algodón y sus infiernos carbonizados –no entendemos aún por qué la burocracia eclesiástica nos quita la sala de espera que es el purgatorio-, engorda las finanzas vaticanas y protestantes, amén de proveer de carne fresca a curas y obispos pedófilos; nuestras universidades autónomas, experimentales y privadas coinciden en la tercerización laboral de docentes y empleados y la cosificación del conocimiento a expensas de los intereses de grupos de poder. La Iglesia está penetrada por la politiquería más árida, en tanto que las academias son el detritus de organizaciones religiosas que hacen acólitos con su verborrea terrorista y macabra. Es justa y necesaria la lucidez satánica para ir a contracorriente del imperio de la lasitud vital.
Este gran rosario inverso titulado “Las Celestiales”, integrado por 25 coplas picantísimas y prevaricadoras, tuvo dos ediciones: la primera de 1965, firmada con el pseudónimo doble de Iñaki de Errandonea (alias Miguel Otero Silva), Sacerdote Jesuita, como compilador y comentarista, además de Fray Joseba Escucarreta (alias Pedro León Zapata), S.J., en tanto ilustrador que caricaturiza a santos y mártires. Fue una bomba que estalló simultáneamente en la meritita cara de la histérica feligresía y en las barbas remojadas de la anquilosada jerarquía católica. Valga la desaprobación del Cardenal José Humberto Quintero: No está de sobra advertir que ese libro, en el que a drede se ataca a la Religión y a las buenas costumbres y se hace mofa de los santos, se halla por ello mismo comprendido en la publicación del canon 1.399 del Código de Derecho Canónico. La segunda edición data de 1974, Ediciones de José Agustín Catalá, la cual agrega un prefacio de Miguel Otero Silva en carne y hueso que simula una apología exquisita de tan vituperado texto diabólico. Las Celestiales constituye un ejercicio transgenérico a la par de referentes notables como Borges, Bioy Casares e incluso Héctor Murena: La copla, destacada en negritas y caracteres gigantes, se fusiona con la prosa dialógica que se regodea en la impostura, el humor negro y una apasionada óptica crítica de la Historia de la Iglesia Católica. El Papado es la alcabala religiosa que tan sólo merece un jalón de papada aparejado con la carcajada del vulgo: “Al Papa Ruperto Doce / ni lo menciona la Historia, / porque se cagó una noche / en la Silla Gestatoria”. En este fetiche, nada que ver con la estupenda silla de Van Gogh, queda al descubierto el trasero y los testículos del Papa electo, pues el colegio cardenalicio debe templar las dos bolitas para evitar que otra Juana la Papisa escarnezca tan sagrada institución machista. Fetichismo y escatología van de la mano en lo que toca a la crítica del catolicismo, a los fines de configurar un intervalo estético y apóstata que nos retrotrae a Rabelais, el Decamerón de Boccaccio y Pasolini, el Nazarín de Galdós y Buñuel, el Satiricón de Petronio y Fellini e incluso el crucifijo inverso del cura Carlos Borges que lame y eyacula el voluptuoso cuerpo femenino. Qué decir de los prejuicios y mitos urbanos que aún despierta la orden jesuítica, suponemos entonces una dulce venganza de parte de ambos coautores: “Hiciste lo que quisiste, / San Ignacio de Loyola, / pero quisiste ser Papa / y te pisaste una bola”.
A la espera de una pía, edificante y sensata actitud del Episcopado venezolano que le permita reencontrar al país, les invitamos a releer este libro extraordinario y cincuentenario. Sólo Dios y el Diablo nos complacen en la compulsión por la vida.
José Carlos De Nóbrega
"El padre parecía una capitular de oro; yo, junto a él, una insignificante minúscula impresa en tinta roja". José Rubén Romero: La Vida inútil de Pito Pérez.
La agudeza literaria de Miguel Otero Silva se exhibe sin freno en dos de sus obras más disímiles entre sí: Tenemos la incendiaria parodia del discurso católico que es “Las Celestiales”, con sus Santos asaeteados por la picante lengua popular, y la aproximación poética a la figura de Jesucristo vertida en el texto novelístico de “La piedra que era Cristo” (no podemos olvidar el impactante monólogo de la cabeza cortada de Juan el Bautista que escarnece la banalidad impía del rey Herodes). Ambos textos no sólo refieren el espíritu rojo y ateo de su autor (rebatido hoy por el insulso desencanto burgués de su hijo, Miguel Henrique, pésimo editor y peor editorialista del diario El Nacional), sino el apetito descarado del escritor por desmontar los discursos autorizados que sustentan el Poder vertical, mezquino y usurero que tritura sin clemencia a las mayorías. La literatura acomete la labor profética de promover e instaurar a como dé lugar la justicia social. Ya lo manifiesta ese vagabundo y borracho de Pito Pérez: “¡Pobre de los pobres! Yo les aconsejo que respeten siempre la ley, y que la cumplan, pero que se orinen en sus representantes”. Por supuesto, la ley hecha carne en la lucha revolucionaria de a de veras, no la propuesta por los grandes laboratorios de la propaganda periodística, historiográfica e ideológica que pretenden pervertirla y envilecerla.
El discurso diabólico, como ocurre con el habla salvaje y primaria de los niños y los locos, es un recurso insoslayable para atacar y poner en evidencia la fragilidad y la corrupción de un orden de cosas bizarro que ha invadido a los templos y las academias: La política de ultratumba, con sus cielos de algodón y sus infiernos carbonizados –no entendemos aún por qué la burocracia eclesiástica nos quita la sala de espera que es el purgatorio-, engorda las finanzas vaticanas y protestantes, amén de proveer de carne fresca a curas y obispos pedófilos; nuestras universidades autónomas, experimentales y privadas coinciden en la tercerización laboral de docentes y empleados y la cosificación del conocimiento a expensas de los intereses de grupos de poder. La Iglesia está penetrada por la politiquería más árida, en tanto que las academias son el detritus de organizaciones religiosas que hacen acólitos con su verborrea terrorista y macabra. Es justa y necesaria la lucidez satánica para ir a contracorriente del imperio de la lasitud vital.
Este gran rosario inverso titulado “Las Celestiales”, integrado por 25 coplas picantísimas y prevaricadoras, tuvo dos ediciones: la primera de 1965, firmada con el pseudónimo doble de Iñaki de Errandonea (alias Miguel Otero Silva), Sacerdote Jesuita, como compilador y comentarista, además de Fray Joseba Escucarreta (alias Pedro León Zapata), S.J., en tanto ilustrador que caricaturiza a santos y mártires. Fue una bomba que estalló simultáneamente en la meritita cara de la histérica feligresía y en las barbas remojadas de la anquilosada jerarquía católica. Valga la desaprobación del Cardenal José Humberto Quintero: No está de sobra advertir que ese libro, en el que a drede se ataca a la Religión y a las buenas costumbres y se hace mofa de los santos, se halla por ello mismo comprendido en la publicación del canon 1.399 del Código de Derecho Canónico. La segunda edición data de 1974, Ediciones de José Agustín Catalá, la cual agrega un prefacio de Miguel Otero Silva en carne y hueso que simula una apología exquisita de tan vituperado texto diabólico. Las Celestiales constituye un ejercicio transgenérico a la par de referentes notables como Borges, Bioy Casares e incluso Héctor Murena: La copla, destacada en negritas y caracteres gigantes, se fusiona con la prosa dialógica que se regodea en la impostura, el humor negro y una apasionada óptica crítica de la Historia de la Iglesia Católica. El Papado es la alcabala religiosa que tan sólo merece un jalón de papada aparejado con la carcajada del vulgo: “Al Papa Ruperto Doce / ni lo menciona la Historia, / porque se cagó una noche / en la Silla Gestatoria”. En este fetiche, nada que ver con la estupenda silla de Van Gogh, queda al descubierto el trasero y los testículos del Papa electo, pues el colegio cardenalicio debe templar las dos bolitas para evitar que otra Juana la Papisa escarnezca tan sagrada institución machista. Fetichismo y escatología van de la mano en lo que toca a la crítica del catolicismo, a los fines de configurar un intervalo estético y apóstata que nos retrotrae a Rabelais, el Decamerón de Boccaccio y Pasolini, el Nazarín de Galdós y Buñuel, el Satiricón de Petronio y Fellini e incluso el crucifijo inverso del cura Carlos Borges que lame y eyacula el voluptuoso cuerpo femenino. Qué decir de los prejuicios y mitos urbanos que aún despierta la orden jesuítica, suponemos entonces una dulce venganza de parte de ambos coautores: “Hiciste lo que quisiste, / San Ignacio de Loyola, / pero quisiste ser Papa / y te pisaste una bola”.
A la espera de una pía, edificante y sensata actitud del Episcopado venezolano que le permita reencontrar al país, les invitamos a releer este libro extraordinario y cincuentenario. Sólo Dios y el Diablo nos complacen en la compulsión por la vida.