José Carlos De Nóbrega
“Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” (2014) de Doña Ana Enriqueta Terán, primera incursión novelística publicada por la Fundación Editorial El perro y la rana, nos obsequió una experiencia inigualable y harto placentera: Esta maravillosa novela coquetea, por fortuna, con la musicalidad clásica del soneto y la oralidad popular, rural y andina de la décima. La palabra recrea así nomás mestizajes alambicados y entrañables, eso sí, en el predatorio y dinámico marco de las relaciones de poder que encabritan a los hombres. Si bien no sólo hay alusiones autobiográficas sino también al devenir mismo de su obra poética [léase, por ejemplo, en voz alta el poema “Estancia de las Casas Vividas”, Piedra de Habla, 2014, Biblioteca Ayacucho, pp. 305-309], la novela nos parece uno de los mejores ejercicios de ficción literaria de los últimos treinta años en el país. Son abundantes sus virtudes narrativas que redundan en la calidad plástica de sus atmósferas, la construcción apasionada de los personajes y las modulaciones múltiples de la voz que cuenta y canta hasta cien para desandar o revisitar un siglo. Paradójicamente, autores como Gabriel García Márquez o Adriano González León cierran el ciclo con libros sobre la depreciación nostálgica de la vejez; en cambio, Doña Ana intenta la senda inversa, esto es la recuperación poética de la infancia que trasciende la Utopía romántica.
Las protagonistas son indudablemente maravillosas en la precariedad, la contrariedad, la fortaleza y los silencios de afuera y de adentro: Doña Juana Teresa, la abuela y la casa; Ama Ina, la sierva devota y celestina; y, por supuesto, Manuela, Isabel María, Niña Chayo, y Niña Candela, nietas y cuentas preciosas del rosario familiar contingente que se reconcilia con los anillos de la sierpe que pende de la viga principal del techo. Panchita, la culebra tuquí, no encarna la culpabilidad de la mujer infligida por el macho semental y patriarca, ni muerde su calcañar, por el contrario, las acompaña en las lazadas cómplices viga a viga. El mea culpa tampoco funciona a nivel socio-económico, pues cunde la humanidad inmediata de godos y campesinos, niñas mantuanas y guarichas: “¿A ras de quién establecer culpas? Eran circunstancias. Intensos momentos en extensión de paño interno”. He aquí la hermosísima irrupción del Bestiario, factor poético y metafórico de primer orden que afinca la compleja, sentida y escurridiza personalidad de cada quien, “el goce del tacto era el acercamiento a la bestia de uno”: el escudo matriarcal encarnado en el águila de Doña Juana Teresa, encadenadas ambas en la casa; el cordero de Isabel María; o el coleccionismo entomológico de Niña Chayo que se apropió no sólo de coleópteros y escarabajos, sino de otros animales y seres humanos amados.
Por supuesto, nuestras mujeres se oponen sutil y silenciosamente al conservadurismo seco de la sociedad andina de aquel entonces: el “PURO LEER” de la matriarca, desde los clásicos rusos al Siglo de Oro español; pasando por la depredación sexual de Niña Candela o el ateísmo encubierto en la compulsiva religiosidad de Niña Chayo; hasta el dolorosísimo y vindicador ejercicio escritural de Manuela, desprovista de toda Victoria posible, “¿Será la palabra la única victoria de Manuela?” [¿Qué tal les parece este llamado interior: “Despacito, Manuela, no se desboque; prados de hoja menuda no destruya”, sazonado con la musicalidad inherente de un verso de arte mayor?].
Reiteramos que el lenguaje, en sus diversas implicaciones, es la línea central e indagatoria de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes”. Constituye por una parte la revisión y recapitulación de la pasión escritural de nuestra autora. Son evidentes los puentes que establece con la “Autobiografía en tercetos…” de 2007, especialmente en los casos de “Invocación a la madre” y “Ríos de infancia”; asimismo con la “Antología poética” de 2005, lo cual comprende la afinidad temática y las peculiaridades musicales e imaginativas de su discurso vital y personalísimo. Más importante aún, hemos de destacar el afán multidisciplinario que repercute hondamente en la construcción de este microcosmos novelístico: la prosa es olorosa al fogón de Ama Ina y al jardín cuidado por el infértil Juan Carlos Macchi; el discurso científico botánico y zoológico es motivo de apropiación y reconversión poéticas de la tierra y el paisaje; la condición de mujer se expone con bella crudeza comadrona y sin concesiones estilísticas: “Qué significa sangre menstrual en trapos viejos, (…), como si la sangre necesitara símbolos de poder, de tradición, para el holocausto de la inocencia y el suceso inaudito de la belleza”. Los recovecos del habla que mixturan lo culto y lo popular no sólo recobran viejos términos, sino que imponen al cuerpo y el alma significados inéditos y juguetones: <
Aplastando la cabeza mezquina de la deslenguada mapanare que fracasa en herir su calcañar, nos reunimos en el hospitalario patio para enhebrar un texto amoroso, encuentro de la poesía, el ensayo y la pintura, con el cual José María, Luis Alberto, Vladimir y José Carlos celebren a Ana Enriqueta acicalándose y persignándose en la ceremonia cotidiana y salvífica del poema.
Excusen, pues, el entusiasmo de estas notas dispersas y enamoradas, que celebran a nuestra queridísima Ana Enriqueta en su cumpleaños pleno de mocedades.
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