Sunday, April 12, 2015

PAÚL DEL RÍO Y LA BATALLA DE ARGEL. José Carlos De Nóbrega

PAÚL DEL RÍO Y LA BATALLA DE ARGEL
José Carlos De Nóbrega

A Gilberto Mora Muñoz, nuestro querido Comisario.

Paúl del Río (1943-2015), alias Máximo Canales, nos acaba de dejar por el momento atascados en estas calles donde Dios y el Diablo juegan una partida de ajedrez incesante. Es otro más de los nuestros, un antihéroe fabuloso y poco conocido que nos vincula a personajes como Rafael de Nogales Méndez, Arévalo Cedeño o el nica Abelardo Cuadra. Este egregio, de los mejores del pardaje nuestro, concilia la osadía rebelde, la solidaridad inquebrantable y el idealismo vivo con que se edifican los sueños. Ascendiendo los escalones sangrientos de “La Pirámide de Quetzalcóatl”, Pablo Antonio Cuadra remeda al represor aterrado “-Mirad- dijeron / allí duerme el soñador, / matémosle, / así veremos de qué le sirven sus sueños”. Sus aventuras guerrilleras no sólo retumbaron en Venezuela [el abordaje corsario del buque “Anzoátegui”, el secuestro del futbolista Alfredo Di Stéfano en Caracas y su participación en “El Porteñazo”], sino en países como Nicaragua donde acompañó al Frente Sur que colaboraría en el derrocamiento del último de los Somoza en 1979. Las operaciones de toma y secuestro, bajo la bandera revolucionaria del MIR originario y las FALN, se caracterizaron por su limpieza en la ejecución, la estridencia pública y mediática y, en especial, la ausencia de crueldad innecesaria. Nos recuerda gratamente a esa “Comuna en Alta Mar” que fue el asalto al trasatlántico portugués “Santa María” el 22 de enero de 1961: El disparate de Galvão, Soutomaior y Velo refundó su navío de locos como el “Santa Liberdade”, siendo el nombre quijotesco de la operación “Dulcinea”, al punto de poner de cabeza no sólo a las dictaduras de Franco y Salazar, sino también a la mismísima VI Flota norteamericana.

El gran personaje que es Máximo Canales, comandante guerrillero, se nos antoja pues una fusión del paladín subversivo y el gentilhombre mestizo que dignifica cualquier conversación de sobremesa. No en balde su estancia en sórdidas prisiones como el Cuartel San Carlos y la Cárcel Modelo, experiencia universal que lo emparenta con Miguel Hernández: “Un hombre que ha soñado con las aguas del mar, / y destroza sus alas como un rayo amarrado, / y estremece las rejas, y se clava los dientes / en los dientes del trueno”. Trocó la amargura del confinamiento por la curaduría del espacio estético, político e histórico que es el Cuartel San Carlos, oponiendo una denodada resistencia a los burócratas que desde siempre buscan ultrajar la memoria con sus adefesios arquitectónicos y discursivos. No resulta, pues, casual que el funcionarismo bancario abominara de una propuesta de epónimo para nuestra escuela del barrio en Valencia de San Desiderio, U.E. Jorge Rodríguez padre, para sustituirlo por otro ligado al conservadurismo local. Paradójicamente, el film “La Batalla de Argel” (1966) de Gillo Pontecorvo sirve de paradigma revolucionario que vindica la violencia como método de liberación de los pueblos y, al mismo tiempo, funciona como recurso audiovisual que explicita la represión burguesa como crueldad necesaria justificada en la campaña contrarrevolucionaria. El Capitalismo nos provee una de sus clásicas contradicciones: Convertir a los héroes de la Resistencia Francesa en un ejército imperialista de ocupación con el General Massu (el Coronel Mathieu de la película) fungiendo de Torturador Mayor. Por fortuna, surgen hombres como el argelino Yacef Saadi, el nicaragüense Carlos Fonseca y el internacionalista Paúl del Río para desgracia de la afectación pequeñoburguesa que se atraganta con las semillas de la patilla y sus babosadas.

Paúl del Río nos legó una obra plástica interesante y harto simpática que mixtura lo clásico y lo contemporáneo. Por ejemplo, el lienzo “Sueño de un obrero sobre fondo rojo” [forma parte de la colección del CELARG] conjuga la eficacia del cartel o mural con la belleza metafórica, simbólica y colorista que nos recuerda a Toulouse-Lautrec o Magritte. ¿Qué decir de la escultura “La Mano Mineral”, sobre cuya palma descansa una torre petrolera, como metáfora posible del desarrollo auténtico? Este artista figurativo de raza, con sus bailarinas en solemne reposo, sus mujeres noctámbulas acodadas en la musicalidad de la serenata, los magos aborígenes y los arlequines rojinegros, rescata la simplicidad de la línea y la inmediatez de los colores primarios que lo ponen a dialogar en la sabrosura con modernistas brasileños de la estatura de Emiliano di Cavalcanti y Vicente do Rêgo Monteiro. Bien lo dice el “Manifiesto de Poesía Palo-Brasil”: “El contrapeso de la originalidad nativa para inutilizar la adhesión académica”. La propuesta artística no es más que un discurso libertario y sin cortapisas. Valga como sugerencia, rogativa y homenaje la realización de una exposición antológica e itinerante de su obra plástica que comprende la caricatura, el dibujo, la pintura y la escultura.

Nos resta entonces crear una sala lúdica y polimórfica, a la manera de Purgatorio, donde vivos y muertos conversen plácidamente: Sus vasos comunicantes empalmarán el artículo sencillo y sentido de Julio Escalona; los textos narrativos de Nelson Guzmán en los que todos somos Palmiro Avilán multiplicado en Paúl del Río, Valdemar Guzmán, Bárbaro Rivas o Alfredo Marcano; los cuentos breves y astillados de Eduardo Sifontes y una muestra arbitraria pero solidaria del Decir Poético en lengua castellana: Hernández, Cuadra, Angulo, Salomón de la Selva o Roque Dalton. Esculpamos en relieve un texto de Pablo Antonio en tanto Epitafio esperanzador: “Sólo tú –guerrillero- con tu inquieta lealtad a los aires nativos / centinela desde el alba en las altas vigilias del ocote / guardarás para el canto esta historia perdida”. He aquí la encrucijada entre la mística y la revolución convertida en poesía morena, tocable y concreta.

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