ANA ENRIQUETA TERÁN O EL CORAZÓN DEL ÁGUILA
José Carlos De Nóbrega///
Quién dijo que todo está perdido: / yo vengo a ofrecer mi corazón. Fito Páez./// Las cuatro juntas: cómo ir contra el clan, aceptaron destino. Ana Enriqueta Terán.///
Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes (2014) de Doña Ana Enriqueta Terán, primera incursión novelística publicada por la Fundación Editorial El perro y la rana, nos obsequió una experiencia inigualable y harto placentera: El discurso narrativo excede la historia del clan familiar e incluso la reivindicación de la voz femenina; su tersa y franca urdimbre está enclavada en la celebración conmovedora del habla de la infancia y el lenguaje poético que construye túneles de amor y memoria. Esta maravillosa novela coquetea, por fortuna, con la musicalidad clásica del soneto y la oralidad popular, rural y andina de la décima. La palabra recrea así nomás mestizajes alambicados y entrañables, eso sí, en el predatorio y dinámico marco de las relaciones de poder que encabritan a los hombres. Si bien no sólo hay alusiones autobiográficas sino también al devenir mismo de su obra poética (léase, por ejemplo, en voz alta el poema “Lo sagrado del sueño”), la novela nos parece uno de los mejores ejercicios de ficción literaria de los últimos treinta años en el país. Son abundantes sus virtudes narrativas que redundan en la calidad plástica y sinestésica de sus atmósferas, la construcción apasionada de los personajes y las modulaciones múltiples de la voz que cuenta y canta hasta cien para desandar o revisitar un siglo. Paradójicamente, autores como Gabriel García Márquez o Adriano González León cierran el ciclo con libros sobre la depreciación nostálgica de la vejez; en cambio, Doña Ana intenta la senda inversa, esto es la recuperación poética de la infancia que trasciende la Utopía romántica (se trata de la consolidación de una voz singular cargada de humanidad tocable).///
Las protagonistas son indudablemente maravillosas en la precariedad, la contrariedad, la fortaleza y los silencios de afuera y de adentro: Doña Juana Teresa, la abuela y la casa; Ama Ina, la sierva devota y celestina; y, por supuesto, Manuela, Isabel María, Niña Chayo, y Niña Candela, nietas y cuentas preciosas del rosario familiar contingente que se reconcilia con los anillos de la sierpe que pende de la viga principal del techo. Panchita, la culebra tuquí, no encarna la culpabilidad veterotestamentaria de la mujer infligida por el macho semental y patriarca, ni muerde su calcañar, por el contrario, las acompaña en las lazadas cómplices viga a viga (tal es el solidario cariz cenital de la voz narrativa que las enaltece, en el decir dubitativo y provocativo de Manuela, que reduce a los hombres temidos, amados, castrados y manipulados a emulsiones fantasmagóricas). El mea culpa tampoco funciona a nivel socio-económico, pues cunde la humanidad inmediata de godos y campesinos, niñas mantuanas y guarichas: “¿A ras de quién establecer culpas? Eran circunstancias. Intensos momentos en extensión de paño interno”. He aquí la hermosísima irrupción del Bestiario, factor poético y metafórico de primer orden que afinca la compleja, sentida y escurridiza personalidad de cada quien, “el goce del tacto era el acercamiento a la bestia de uno”: el escudo matriarcal encarnado en el águila de Doña Juana Teresa, encadenadas ambas en la casa; el cordero de Isabel María, “agobiado de blancura mística”; o el coleccionismo entomológico de Niña Chayo que se apropió no sólo de coleópteros y escarabajos, sino de otros animales y seres humanos amados. Se nos hace difícil no asociar la novela con dos obras maestras del cine: Gritos y Susurros de Ingmar Bergman, un evangelio coral feminista a cuatro voces, y Cría Cuervos de Carlos Saura que edifica un delicioso y complejo universo femenino en el opresivo confinamiento de la mansión burguesa poco antes de la muerte del franquismo. Por supuesto, nuestras mujeres se oponen sutil y silenciosamente al conservadurismo seco de la sociedad andina de aquel entonces: el “PURO LEER” de la matriarca, desde los clásicos rusos al Siglo de Oro español; pasando por la depredación sexual de Niña Candela o el ateísmo encubierto en la compulsiva religiosidad de Niña Chayo; hasta el dolorosísimo y vindicador ejercicio escritural de Manuela, desprovista de toda Victoria posible, “¿Será la palabra la única victoria de Manuela?” (qué tal les parece este llamado interior: “Despacito, Manuela, no se desboque; prados de hoja menuda no destruya”, sazonado con la musicalidad inherente de un verso de arte mayor).///
Si nos pidiesen llevar textos narrativos de nuestra predilección al Ágora o, mejor aún, a un espacio público más bondadoso, seleccionaríamos entre otros títulos “Acento de Cabalgadura” de Enrique Mujica, “En virtud de los favores recibidos” y “Los días mayores” de Orlando Chirinos, además de esta novela de Ana Enriqueta Terán. Privaría en esta arbitraria y sentida escogencia una concepción lúdica y transgenérica de la novelística y la cuentística, amén de la conjunción de la memoria y la oralidad como propuesta poética transparente e inmediata. Reiteramos que el lenguaje, en sus diversas implicaciones, es la línea central e indagatoria de Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes. Constituye por una parte la revisión y recapitulación de la pasión escritural de nuestra autora. Son evidentes los puentes que establece con la Autobiografía en tercetos… de 2007, especialmente en los casos de “Invocación a la madre” y “Ríos de infancia”; asimismo con la Antología poética de 2005, lo cual comprende la afinidad temática y las peculiaridades musicales e imaginativas de su discurso vital y personalísimo. Más importante aún, hemos de destacar el afán multidisciplinario que repercute hondamente en la construcción de este microcosmos novelístico: la prosa es olorosa al fogón de Ama Ina y al jardín cuidado por el infértil Juan Carlos Macchi; el discurso científico botánico y zoológico es motivo de apropiación y reconversión poéticas de la tierra y el paisaje; la condición de mujer se expone con bella crudeza comadrona y sin concesiones estilísticas: “Qué significa sangre menstrual en trapos viejos, (…), como si la sangre necesitara símbolos de poder, de tradición, para el holocausto de la inocencia y el suceso inaudito de la belleza”. Los recovecos del habla que mixturan lo culto y lo popular no sólo recobran viejos términos, sino que imponen al cuerpo y el alma significados inéditos y juguetones: “Todos recuperaban el habla. ‘Pasó un ángel’, no sería mejor: ‘pasó un demonio’ “. La lengua absuelta por el vuelo y el reptar poético, nos mueve al morbo y al voyeurismo cuando de espejos se trata: la mirada oblicua que se desparrama en el pie equino de Isabel María (acariciado por Cheo Castejón o el mismísimo lector) o la desnudez virginal de Niña Chayo. La ceremonia transcurre entre la mascarada y la deglución caníbal del objeto luminoso del deseo, digresión sensual mediante.///
Excusen, pues, el entusiasmo de estas notas dispersas y enamoradas, que celebran a nuestra queridísima Ana Enriqueta en su cumpleaños pleno de mocedades.///
En Valencia, Rosa Única de Doña Ana, domingo 4 de mayo de 2014.
Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Thursday, August 21, 2014
Saturday, August 09, 2014
CARTA A CLARICE LISPECTOR CON MOTIVO DEL QUINCUAGÉSIMO CUMPLEAÑOS DE G.H.. José Carlos De Nóbrega
CARTA
A CLARICE LISPECTOR CON MOTIVO DEL QUINCUAGÉSIMO CUMPLEAÑOS DE G.H.
José
Carlos De Nóbrega.
No
me pidas coherencia, yo soy una metamorfosis ambulante. Sócrates
Brasileiro Sampaio de Sousa Vieira de Oliveira (1954-2011), jugador número 8
del Corinthians (1978-1984) y de la selección brasileña de fútbol (1982-1986).
Valencia de San
Simeón el estilita, jueves 27 de febrero de 2014.
Queridísima Clarice:
Un abrazo solidario de parte de este
polemista compulsivo. Celebramos hasta la convulsión de los sentidos, los
cincuenta años de nuestra amiga en común: la flaca G.H., con sus manías,
adhesiones y repulsiones que, por fortuna, la vindican en nuestros corazones.
Chucho y Karibay se suman también a esta salutación afectuosa; ambos se
confiesan parte de la entusiasta colmena que te lee apasionadamente. Esta
pareja de amigos persiste en su tránsito diverso y travieso por las trochas del
arte, desde la poesía y la narrativa, pasando por el teatro de títeres, hasta
el rebelde sonido salvaje de la música punk. ¿Qué cuentas? ¿Qué te traes entre
manos a contracorriente de la banalización del discurso político y estético?
Por mi parte, en medio del ruido mediático y reaccionario –además de la
violencia política reciente- que pretende envilecer a Venezuela, me desquito de
la mezquindad del entorno traduciendo a dos grandes amigos: Lêdo Ivo, con dos
de sus poemarios que más me tocan, Las
Imaginaciones y El Soldado Raso;
y por supuesto, La Pasión según G.H. (1964),
una de tus novelas más conmovedoras, cuya traducción les ofrezco a ustedes dos
como regalo de cumpleaños. Espero que la disfruten en la intimidad de vuestro
Rio de Janeiro, compartiendo la sobremesa con cigarrillos y café. ¿Cómo va tu
salud? ¿La mía? Regular, pues nuestra militancia en el partido nicotínico
afecta los pulmones y de vez en cuando alborota la hipertensión arterial. Son
los estigmas de la compulsión terrena y concupiscente de siempre.
No pretendo con la presente superar a
Cortázar contándole a su señorita en París sobre hermosos conejitos vomitados;
ni a Chico Buarque solapándonos su requisitoria contra los milicos a ritmo de
samba, fútbol y foxtrot; ni mucho menos ganarle a la epístola maravillosa que
Susan Sontag le tributa a nuestro Jorge Luis Borges: “Yo lo echo de menos (…) Y usted seguirá siendo nuestro patrono y
nuestro héroe”. Dios me libre de las pretensiones egóticas del intelecto. Se
trata más bien de evidenciar mi goloso gozo como lector y traductor al
castellano de vuestra novela. Clarice: A G.H. no podemos dejarla por fuera en
tanto coautora, no vaya a ocurrir que salga del papel y se haga carne para
contrariarte sin descanso; así le ha ocurrido a Cervantes, Boccaccio y Otero Silva
en los disparatados callejones sin salida que Orlando Chirinos nos pinta en sus
últimos libros.
La
Pasión según G.H. posee muchísimas virtudes que espero poder sintetizar en
este medio. Tu novela es también un gran poema en prosa. La austeridad y el
minimalismo de la anécdota nos comunica, paradójicamente, muchas cosas: Apunta
a una épica de la cotidianidad que se fundamenta en la legión de voces de
adentro. La introspección de nuestra G.H., plagada de repeticiones, balbuceos,
idas y vueltas, nos atrapa iluminando el laberinto interior. Me retrotrae un
maravilloso cuento del escritor venezolano Andrés Mariño Palacio, El camarada del atardecer, donde Natalia
confronta la soledad con su cuerpo desnudo. Ella contempla su cuerpo en el acto
onanístico de palparse, desvestirse y bañarse abrasada por la soledad: “El
atardecer ha muerto. Natalia sale del baño. Su cuerpo está cansado, como si
hubiera recibido multitud de caricias”. La indagación ontológica y metafísica
de tu amiga ante la cucaracha aplastada, se nos antoja un viaje portentoso que
simula el trance místico de un San Juan de la Cruz o los desvaríos alucinógenos
de Jack Kerouac, Henri Michaux o William Burroughs. Por supuesto, el arte de la
novela es dignificado en tu propuesta, pues vindica las retículas amorosas que
vinculan, en este caso, al lector, el autor, el personaje principal y los
clásicos de la literatura y el arte. G.H. no sólo nos lleva de la mano, sino
también nos impele a llevar su cruz a un Gólgota portátil y personal harto
impactante. Nos refiere Pedro Téllez, en alusión crítica a los sonetos barrocos
y conceptistas de Miguel de Guevara, una versión nada cómoda de la vía
dolorosa: “En Poned al hijo en la cruz
será Dios mismo el que descienda, por segunda vez, al idioma castellano. En el
soneto pasa por el ojo de la cerradura con sus camellos y ricos”. La
transfiguración ficcional no estriba en una unidimensional imitación de Cristo,
sino en una versión problematizadora de los evangelios: Se sacude el alma en la
consideración solidaria del dolor del Otro, encaramando el cuerpo estragado en
el oprobioso madero, para bajarlo luego y regresar triunfante del Sheol, el
Hades o el Orco.
Sigo creyendo que el tenor esencialista,
existencialista y experimental de tu novela, no sólo tiene como antecedente a
la narrativa europea de voces tales como James Joyce y Virginia Woolf, amén de
textos muy significativos de Albert Camus y Jean Paul Sartre. Te creo lectora
cómplice de Memorias póstumas de Blas
Cubas (1880) de Joaquín Machado de Assis. Ambas novelas coinciden en la
brevedad de los capítulos, el tratamiento difuso y nada convencional de la
trama, además del cariz poético, inquisitivo y autorreferencial del lenguaje. Permíteme
convocar nuevamente a otra gran amiga nuestra, la estimada escritora
norteamericana Susan Sontag: “Tal como el aislamiento de Blas Cubas parodia una
soledad elegida o emblemática, su liberación por medio de la comprensión de sí
mismo es, a pesar de su confianza y agudeza, la parodia de esta suerte de
triunfo”. Por supuesto, la liberación de cada personaje es muy particular. G.H.
parte de su atormentada condición humana y pequeñoburguesa para configurar su ritual eucarístico y expiatorio:
consumir la asquerosa hostia que es la gelatina blancuzca que exprimió de la
cucaracha. En otras palabras, nuestra escultora exorciza sus demonios, su tedio
y su indolencia tibia para con el Otro (Janair, la sirvienta despedida, y el
leproso encarnado en la cucaracha). Si bien, en una carta que dirigiste a tu
amiga Olga Borelli, denunciaste la incomprensión de los editores respecto a tu
propia obra -argumentándolo con los afortunados casos de Jorge Amado y Érico
Veríssimo-, el tiempo te ha dado un espaldarazo tardío pero justo: Formas parte
importante de la admiradísima literatura brasileña contemporánea, poderosa en
la diversidad y la extraordinaria calidad de sus voces. Ello con tu estilo
personal e inimitable. Ya habías manifestado tu ars narrativa en la referida carta: “Mis libros no se preocupan
mucho por los hechos en sí, porque, para mí, lo importante no son los hechos en
sí, sino las repercusiones de los hechos en el individuo”.
También considero injusto que ciertos
susurros y chillidos críticos descalifiquen tu propuesta novelística, bajo la
sorda y malsana etiqueta de “insipidez política y social”. El que quiera ver,
que así lo haga, esta vez con amplitud y generosidad. Esos ciegos que guían a rebaños
invidentes, padecen de mezquindad y confortabilidad crítica, pues no pueden
exigirte que plantees la problemática histórica como lo hace, por ejemplo,
Jorge Amado en Cacao, su segunda
novela, cuya humanidad nos ganó por la inmediatez en el Decir. En el caso de tu
G.H., subyace una (auto) crítica social dirigida al despropósito propio de esa
ficción funcional-burguesa denominada Clase Media. Aquí, algunos de sus
miembros más histéricos, aplauden el hecho de decapitar y volcar motorizados
proletarios con alambre galvanizado y barricadas de basura en la vía pública. La
godarria vitoreó, en su momento, la decapitación de José Félix Ribas en 1815 y
la exposición de su cabeza -jamás escarmentada- en la Puerta de Caracas. G.H.,
ama de casa y escultora pequeñoburguesa, reconoce en el Otro, su prójimo más
humilde y marginal, la gigantesca dimensión de sus prejuicios de clase: La
lucha de clases con sus odios recíprocos y viscerales (los de Janair y G.H.), amén
del maremágnum de las contradicciones que trae consigo, la proveen a ella del
instrumental que haga posible su liberación y paz interior. La revolución no es
un mero cataclismo exterior, como nos lo dijo el poeta Luis Alberto Angulo,
pues su completación sólo es realizable y tocable cuando el alma se estremezca
en el cambio. A tal respecto, G.H. cuestiona su relación con un Dios que la
reseca: Se trata de la reconciliación por vía de un cristianismo comunitario en
la Catacumba de su apartamento de lujo. Cada quien edifica a su manera la casa
y la tumba, Nelson Guzmán se lo hace decir a uno de sus personajes: “La bilis
por ese entonces comenzó a invadirme, yo había vivido encallado como los viejos
barcos”. La fe no es sin contradicciones, de la misma manera que la paz no es
un dulzón estado artificial endógeno y exógeno: por el contrario, se hace carne
y espíritu en el teatro de operaciones de una guerra sin cuartel (consigo mismo
y con el mundo exterior). Claro está, G.H. conoce la advertencia de Murena a
tal respecto: la libertad postiza de aquel que huye de Dios para caer en las
manos sanguinarias del Poder edificado por otros dioses, los hombres, sus
mismos congéneres.
El cielo y el infierno, Tolstoi dixit, intercambian fluidos y se
superponen aquí y ahora. G.H. los forja en la cuasi antiséptica habitación de
la reina africana que es Janair. El mural garrapateado por la sirvienta, con
sus tres personajes inconexos como ciertas esculturas de Giacometti, representa
el mismísimo Juicio Final en el que se sumerge la psique de nuestra amiga bien
amada. Su Infierno es una construcción escritural sin par, pues no amerita del
Barroco de Bernini o Loyola para aterrarnos con maestría, sino de una prosa
limpia e inmediata que posee la musicalidad atonal del corazón humano en las
tinieblas y el encandilamiento del Señor Sol. En tal sentido, mi modesta
traducción respeta tu cadencia y tu melodía, muy tuyas y ahora mucho más nuestras.
Traté de ser fiel en lo tocante a la puntuación, la conjugación íntima de los
verbos (por ejemplo, procurar y precisar), además de la repetición de los
términos que recrean el balbuceo del alma en trance.
Que el Dios de mi religión anarco-teísta las
acompañe a ambas, todo amor y todo afecto, dilectos por demás. Espero
encontrarte pronto, Clarice, en las páginas de tus libros, en El Mesías de
Haendel y en los poemas cantados por Tom Jobim.
Amada Mía, saudades de quien te ama…
José
Carlos De Nóbrega, tu salmista compulsivo.
POR UN LEVE TEMBLOR: UNA PROPUESTA NOVELÍSTICA FRANCA Y SIN CONTEMPLACIONES. José Carlos De Nóbrega
POR UN LEVE TEMBLOR: UNA PROPUESTA
NOVELÍSTICA FRANCA Y SIN CONTEMPLACIONES
José Carlos De Nóbrega
Sólo
los ojos de Dios se masturbaron. Eduardo Sifontes.
Huíamos de la tempestad y nos
herían otros dolores. Alfredo Armas Alfonzo.
Constituye para mí, un privilegio, por tercera vez, presentar un libro
de Juan Medina Figueredo. Su obra literaria se solaza en la poligrafía: Desde
la musicalidad enternecedora y variada de poemarios tales como
“Reverberaciones” (1995); atravesando por
el libro comuna que es “Siglo XXI, educación y revolución” (2010) con su
estructura reticular que comunica a la crónica y el ensayo; hasta el volumen de
cuentos “La Visita del Ángel” (2010) que hace posible la recuperación del Edén
por asalto, no obstante la desilusión ideológica y estética. Hoy nos toca
conversar brevemente sobre la novela “Por un leve temblor” (2014), mural
narrativo acreedor del IV Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2013. Esta
obra es un ejercicio de apego compulsivo a la tierra que apareja su refundación
poética, no en balde la traición y el despropósito político. El lirismo
inmanente de su propuesta novelística, transgenérica y polifónica, forja una
crónica contingente y mágica de Aragua de Barcelona, prefigurada en textos
poéticos como “La muerte del bodeguero” e iniciada en el conjunto de cuentos
“La Visita del Ángel”.
Es harto destacable la urdimbre de sus múltiples puntos de vista
narrativos: Consta o se apoya en el contrapunteo entre Pancho, profesor y juez
jubilado, y su discípulo Hussein, guerrillero y trabajador sobreviviente. Esta
conversación al borde del precipicio existencial, revela la contundencia
polifónica de su discurso narrativo trémulo y lúdico. La cosa apunta
paradójicamente al tratamiento poético de la acción y el espacio rescatados por
la memoria, la crítica implacable al impío Poder burgués, además de la
impostura y la parodia del discurso ideológico y literario. Este concierto
complejo de voces disímiles y díscolas, roza las situaciones extremas que van
del plagio a la falsificación: Pero,
nunca me he atrevido a escribir esa novela, bajo esa perspectiva o punto de
vista de un homosexual (Tacho, el partero) … van a decir que este viejo como que es un marico, un raro, sería lo
menos que dirían de mí. El inventario portentoso de personajes asemeja al
cardumen de tembladores que asombró al Barón de Humboldt, coreografía fluvial y
eléctrica de Carlos del Pozo mediante. Estos seres de papel, carnadura y tinta
son invocados por la Historia de Venezuela, la imaginación y la memoria
colectiva: por ejemplo, la estirpe de los Arreaza Calatrava, la presencia
solapada de caudillos godos y liberales, así como también la gente de a pie,
Santa Esperanza rezandera, Santa la comadrona, Tacho el partero e incluso el
poeta arriero Juan Villaquirán.
La estructuración y rotulación de los capítulos no sólo apunta a la
consolidación de una propuesta transgenérica que emparenta a la crónica, las
memorias, el cuento popular y la novela misma, sino también a la riqueza
variopinta y conmovedora de las voces que hablan al lector. Sugerimos la
cuidadosa revisión del relato humorístico y escatológico que nos recuerda al
Salvador Garmendia de “El Inquieto Anacobero y otros relatos” (El camino de los
muertos); el cuento breve que, valga la cercanía lingüística y poética, rinde
un sentido homenaje al libro “El Osario de Dios” de Armas Alfonzo con sus
fantasmas de la Guerra Federal; o el discurso lírico-erótico del texto
narrativo de formación que nos vincula al “Cantar de los Cantares” de la dupla
Salomón / Fray Luis de León (No sé si, algún día, escribiré esta carta). ¿Qué
decir de la dicotomía metafórica que es “Ramón Benito cayó sobre su propia
sangre”, en la que la degustación del jobo y el mango supone a la vez el
regreso a la Infancia, la Arcadia o el Paraíso, y una requisitoria viva y cruda
del oro mal habido?
Esta novela se lee y se oye con sumo placer, pues en su discurso
conviven la oralidad de corte popular, el desencuentro entre las voces
autorizadas y los gritos apóstatas, así como también el tenor poético más
acabado. Si en la novela “El Otoño del Patriarca”, Gabriel García Márquez apela
a la enumeración caótica para evidenciar la decadencia senil del Poder
totalitario, Juan Medina Figueredo enumera vocablos y elementos en pos de un
estado de gracia que vindique y reconcilie lo culto y lo popular en tanto
mixtura indisoluble. Lo dialógico se sostiene en lo paradójico de la existencia,
tal como la compulsión por la vida lo hace ante las acechanzas de la muerte.
Sólo nos resta invitarlos a compartir la afortunada experiencia que
representa la inmersión en estas páginas vitalísimas.
En Caracas, bonita hechicera que encapricha y seduce a un Goya rebelde y
solidario, sábado 2 de agosto de 2014.
LA BÚSQUEDA DEL PARAÍSO EN UNA ENCRUCIJADA DE LENGUAS. José Carlos De Nóbrega
LA
BÚSQUEDA DEL PARAÍSO EN UNA ENCRUCIJADA DE LENGUAS
José
Carlos De Nóbrega
No consintió que abandonara las demás
lenguas, la cultura se hallaba en la literatura de todas las lenguas que
conocía, pero la lengua de nuestro amor -¡y qué gran amor!- sería el alemán. Elías
Canetti, “La Lengua Absuelta”.
Soy uno de los muchos hijos de la diáspora europea en Venezuela de la
segunda postguerra. Me muevo hoy entre dos lenguas: el castellano hablado en el
país y el honrado en la literatura de América Latina y, por supuesto, el portugués
oral de mis padres madeirenses que recaló a posteriori en la musicalidad
asombrosa de la poesía contemporánea de Brasil y Portugal. Por lo tanto, no
deja de asombrarme que nuestro Elías Cañete (escritor judeo-sefardí y búlgaro)
estableciera con su madre una comunión íntima y amorosa en la que se conversa
en alemán, no obstante las otras tres lenguas que salpicaban su casa con
vivacidad. Tampoco me es ajena la calidad lingüística, narrativa y polifónica
de la novela “El Paraíso Prestado. Wörter” de la escritora y docente
universitaria Doris Poreda, texto que se adjudicó el Premio Stefania Mosca,
mención narrativa, en su cuarta edición correspondiente al año 2013. Como
lector y miembro del jurado, me atrapó la inusual convivencia simultánea del
texto narrativo en castellano y las palabras y frases cortas en alemán que
configura la Odisea femenina protagonizada por Dorly, su madre Elli y su abuela
Mutti. Siguiendo al poeta alemán Gottfried Benn, este trío de mujeres se nos
antoja una pequeña bandada de “golondrinas que rozan el oleaje, / y beben viaje
y beben de la noche”. Los vocablos germánicos constituyen las llaves que
vinculan el reino perdido y el paraíso prestado por venir, coordenadas a las
que se aferra el discurso del exilio. Son evidentes los nexos con la literatura
clásica, pues el desplazamiento o la peripecia física traen consigo un viaje
interior complejo, paradójico y conmovedor que reúne a estas tres heroínas.
Sólo que la atmósfera novelada no apunta a la nostalgia de ramplón corte
romántico, sino a una requisitoria dura y sufriente que embiste a la cultura
machista occidental, con su esencia discriminatoria y utilitarista. La mayoría
de los títulos alude a términos en alemán que fungen de catalizadores en esta
bien habida encrucijada de lenguas.
Dorly centra su compulsión vital en la ausencia de Hans, el padre
biológico, sumada a la sucesión de padres postizos que padeció durante sus años
de formación, desde el abusivo y pederasta Werner hasta el patético Pero
Markoviç y sus siseos en serbo-croata. El odio al padre, en este caso, nos
retrotrae dos volúmenes de cuentos de Slavko Zupcic, Dragi Sol (1989) y Vinko Spolovtiva, ¿Quién te mató? (1990),
en los cuales se propone varias versiones del parricidio o la venganza del hijo
venezolano abandonado por el padre yugoslavo de origen croata. En el caso de
Dorly, la anima el despecho y el desprecio de Electra vomitados en la escritura
de su Diario y de un relato alusivo a Hans, su engendrador desconocido: Has hecho de mí, sin sospecharlo –Ohne
es zu ahnen- la perfecta ciudadana
cósmica: sin maleta ni patria, sin padre ni nombre. Nada desdeñable, aunque
demasiado abstracto para el entendimiento de una niña que comienza a hacer
preguntas. Unos párrafos antes, la díscola hija nos habla de la
peculiaridad de su propio desarraigo en la selvática Guayana, muy distante del
diálogo y la contrastación de experiencias y paisajes que va del hijo al padre
en “Mi padre, el inmigrante” de Vicente Gerbasi: Tal vez por eso no me había dado cuenta de esta carencia de manera tan
intensa, por vivir en un país de machos rocheleros donde lo materno llena todos
los baches, donde todos los caminos conducen a la madre. La lengua es un
afilado cuchillo a la par y a pesar del resentimiento acumulado, franca y sin
concesiones, pues no se ahorra epítetos zahirientes, críticas punzantes ni
giros satíricos. La repulsión respecto al patriarcado comprende también la obra
de Kafka y su irresoluta vida sentimental, “Los hermanos Karamazov” de
Dostoievski que prefiguraría la ejecución sumaria del Zar, o películas
recientes como “Magnolia” y “Petróleo Sangriento” del norteamericano Paul
Thomas Anderson. Lo que entre machos representa una conflagración sin cuartel,
para la mujer –hija, esposa o amante maltratadas- supone una oportunidad única
de castración del poder patriarcal, sin importar si el instrumento es una
hojilla de afeitar escondida bajo la lengua o en el área genital, o una pluma
de ganso aguerrida que chapotea la superficie blanca y nutricia del papel. Las
palabras no sólo implican una posición responsable ante la vida, sino una
instancia válida y sentida de expiación y liberación. Nuestra esencia divina y
profana se desdobla en la multiplicidad de las voces que estallan en el
laberinto de adentro: Soy las palabras
perdidas de la niñez. Soy Elli. Soy Mutti. Soy Bert. Soy Dorly. Soy aquella que
habla por todos. Soy todos los que hablan por mí. Musicalidad atonal
mediante que recurre a la aliteración y a la repetición ebria y persistente de
preces que enhebran las cuentas del alma. Este concierto barroco y minimalista
a la vez, se explaya placenteramente en la transparencia formal e inmediata de
la prosa bien dicha.
La estructuración de la novela en dos dípticos de catorce capítulos cada
uno, propende a abordar tan intensas y abstrusas historias por vía apolínea y
transgenérica al punto de simular la escalera de Jacob, las entrañas de la
ballena que engulló a Jonás y la danza frenética de David al inaugurar el
Templo que destruirían los romanos siglos después. Apolínea, pues la simetría
greco-latina de las formas exalta al paroxismo la belleza contingente y
dispareja de las cosas; transgenérica, porque la novela se mixtura con el arte
del relato breve en su completación abierta y sugerente. La multiplicidad de
los puntos de vista narrativos se emparenta con los cuatro evangelios
autorizados e incluso con los evangelios apócrifos: La totalidad a la que
aspira el ejercicio novelístico, no fracasa en el absoluto sinsentido del
compartimiento estanco, sino en la reconstrucción viva de los acontecimientos
que le acontecen a esta “Cofradía de la Jaqueca”; conversación amorosa que
involucra a Dorly en primera y tercera persona, a la astuta actriz de carácter
y diva matriarcal que es Mutti, a la bellísima Elli atascada en su magnífica
precariedad, a la solidaridad paternal y sacrificada del tío Bert e incluso al
morboso y cómplice lector. Todos ellos inmersos en la dicotomía universal del
dolor y el amor. Ya nos acompaña otro escritor alemán de nuestros afectos, Alexander
Kluge, en cuanto a los experimentos amorosos que nos enervan y angustian: ¿Quiere todo ello decir que al llegar a un
determinado punto de la desgracia no es ya posible el amor?
El Paraíso Prestado. Wörter constituye una exploración
conmovedora y poética del mundo femenino, teniendo como coordenadas el
desarraigo y la desesperanza. Son notables su discurso transgenérico
(encrucijada de la literatura epistolar, el cuento y la novela), la musicalidad
bilingüe (alemán-español) y, en especial, la transparencia e inmediatez del
lenguaje. La problemática existencial
de estos personajes maravillosos y humanos al extremo, está magistralmente
delineada en el marco generoso de un discurso narrativo accesible, lúdico y
harto asertivo. Doris Poreda, por fortuna, ejerce el oficio novelístico con la
pasión febril y el devoto respeto que obsequia a todo lector entusiasta. Esta
estupenda novela confirma que la escritura femenina en Venezuela atraviesa hoy
por un momento estelar y promisorio; a tal respecto, revisemos con sumo placer
los títulos más recientes de Laura Antillano, Sol Linares, Ximena Benítez y Ana
Enriqueta Terán. Bienvenidos, pues, a esta fiesta de la palabra y el buen
decir.
En la ciudad de Caracas, enclave revoltoso y libertario, miércoles 30 de
julio de 2014.
Friday, April 18, 2014
ELOGIO POR PARTIDA TRIPLE DESDE CASI MIS CINCUENTA AÑOS
ELOGIO POR PARTIDA TRIPLE DESDE CASI MIS CINCUENTA AÑOS
José Carlos De Nóbrega
Este jueves santo de 2014, se despidieron tres amigos de mi adolescencia escurridiza que va y viene impunemente: Cheo Feliciano (1935), Gabriel García Márquez (1927) y Mayra Alejandra Rodríguez Lezama (1955). Tres muertes que comprendieron causas disímiles: el accidente de tránsito que incrustó al primero en un poste de concreto, la severa afección respiratoria del Gabo que lo despegó por fin del mal del sueño y el cáncer terminal que apagó el shock postraumático inducido vía T.V. a la desdichada y acartonada Leonela. Sin embargo, la nostalgia, además de la cruel y traviesa Providencia, los emparentan en ese concierto barroco y maravilloso –periferia escarnecida y prostituida por el Centro- que es la cultura popular y literaria de América Latina. La voz tierna y viril de Cheo, antípoda extraordinaria que aún agradece el melómano y el bailador, nos acompañó desde la devota sintonización de Radio Aeropuerto, enclave de la Salsa en la Venezuela de los setenta. Recordamos su estilo inigualable, gallardo y heredero de Tito Rodríguez, Joe Cuba y Eddie Palmieri tanto en la tesitura aterciopelada del bolero como en el tenor salvaje y montuno de la guaracha y el sonido boogaloo: “El Ratón”, “El Pito”, “Busca lo tuyo”, “Amada Mía” y “Delirio” (el último surco es una brillante versión de este clásico así como la de Ismael Quintana con Palmieri) así lo ratifican cada vez que la aguja o el láser lamen el acetato o el CD para complacer los oídos y el corazón. Si de yuntas se trata –evocamos a Ismael y Cortijo o a Colón y Blades-, es histórica la simbiosis perfecta de Feliciano y Catalino “Tite” Curet Alonso: “Anacaona”, “Naborí” y “Los Entierros de mi pobre gente pobre” son hitos indiscutibles del Repertorio Latinoamericano en virtud de su poesía sentida, conmovedora y solidaria con las causas contestatarias de nuestros pueblos. Desprovisto de los alardes mediáticos propios de lo políticamente correcto, Cheo Feliciano adversó la Guerra de Vietnam (llevado por los acordes de “Despedida” de Don Pedro Flores) y el aislamiento con el que aún pretenden los corsarios protestantes oprimir a Cuba por mampuesto (por supuesto, todavía les duele Playa Girón). Cheo fue desde siempre amigo de nuestro país, bien sea en compañía de Tito Rodríguez, La Fania All Stars o la Rondalla Venezolana. Su presentación en PDVSA La Estancia, a propósito del Festival de Boleros en 2012, nos reconcilió con sus mejores días, esta vez echando un pie con Coco, su mujer bien amada, sazonada la noche con los estupendos arreglos del profesor y tresista Luis García. //
Qué decir del Gabo, cuando aparentemente todo está dicho y llueve sobre mojado para bien o para mal: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas. Si “La Hojarasca” me trajo visceralmente a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos veterotestamentarios, no en balde los catorce grados centígrados de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes, “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza, bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos, que la que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia, la de San Simeón el estilita. Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, indudablemente una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de nuestra Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubencho Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas monstruosas de las grandes novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el lamedero magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo. //
Mi aversión por las teleculebras latinoamericanas a lo Delia Fiallo no me alejó de Mayra Alejandra, por el contrario, excitó mi febril sensibilidad e inclinación por las guarichas, hembraje avasallador a fuerza de nuestro proverbial mestizaje no mediatizado por la palurda miopía misógina de Osmel Sousa y sus viles cómplices mediáticos. Sabotear esperpentos dramáticos como “Leonela” fue un oportuno pretexto para importunar al matriarcado amantísimo de mi casa, zanjando brechas generacionales y eludiendo el rigor de la correa o la chancleta airada. Sin embargo, el morbo patente en el tratamiento cursi del tema de la violación y el increíble ascenso social del violador, le imprimió un toque extraño y paradójico a las húmedas ensoñaciones eróticas de entonces: chupar los grandes pezones de bondadosas papayas, perderse en esos ojos negrísimos de muchacha broncínea. Nos simpatizaba más, por supuesto, la Carmen fogosa que encarnó en la película de Chalbaud, o la impúdica Barbarita agarrada del brazo de Cabrujas e importunada por la muerte de un viejo actor que gustaba de “La Gaviota” de Chejov. //
Estimado trío que se asomó a mi pubertad: ¡Buen Viaje, Familia! Sus cenizas se sumergirán en las aguas cálidas de los ríos, el bramar de las cataratas y la saudade que trae consigo las lluvias de mayo.
En Valencia de San Desiderio, viernes santo, 18 de abril de 2014. Así sea.
José Carlos De Nóbrega
Este jueves santo de 2014, se despidieron tres amigos de mi adolescencia escurridiza que va y viene impunemente: Cheo Feliciano (1935), Gabriel García Márquez (1927) y Mayra Alejandra Rodríguez Lezama (1955). Tres muertes que comprendieron causas disímiles: el accidente de tránsito que incrustó al primero en un poste de concreto, la severa afección respiratoria del Gabo que lo despegó por fin del mal del sueño y el cáncer terminal que apagó el shock postraumático inducido vía T.V. a la desdichada y acartonada Leonela. Sin embargo, la nostalgia, además de la cruel y traviesa Providencia, los emparentan en ese concierto barroco y maravilloso –periferia escarnecida y prostituida por el Centro- que es la cultura popular y literaria de América Latina. La voz tierna y viril de Cheo, antípoda extraordinaria que aún agradece el melómano y el bailador, nos acompañó desde la devota sintonización de Radio Aeropuerto, enclave de la Salsa en la Venezuela de los setenta. Recordamos su estilo inigualable, gallardo y heredero de Tito Rodríguez, Joe Cuba y Eddie Palmieri tanto en la tesitura aterciopelada del bolero como en el tenor salvaje y montuno de la guaracha y el sonido boogaloo: “El Ratón”, “El Pito”, “Busca lo tuyo”, “Amada Mía” y “Delirio” (el último surco es una brillante versión de este clásico así como la de Ismael Quintana con Palmieri) así lo ratifican cada vez que la aguja o el láser lamen el acetato o el CD para complacer los oídos y el corazón. Si de yuntas se trata –evocamos a Ismael y Cortijo o a Colón y Blades-, es histórica la simbiosis perfecta de Feliciano y Catalino “Tite” Curet Alonso: “Anacaona”, “Naborí” y “Los Entierros de mi pobre gente pobre” son hitos indiscutibles del Repertorio Latinoamericano en virtud de su poesía sentida, conmovedora y solidaria con las causas contestatarias de nuestros pueblos. Desprovisto de los alardes mediáticos propios de lo políticamente correcto, Cheo Feliciano adversó la Guerra de Vietnam (llevado por los acordes de “Despedida” de Don Pedro Flores) y el aislamiento con el que aún pretenden los corsarios protestantes oprimir a Cuba por mampuesto (por supuesto, todavía les duele Playa Girón). Cheo fue desde siempre amigo de nuestro país, bien sea en compañía de Tito Rodríguez, La Fania All Stars o la Rondalla Venezolana. Su presentación en PDVSA La Estancia, a propósito del Festival de Boleros en 2012, nos reconcilió con sus mejores días, esta vez echando un pie con Coco, su mujer bien amada, sazonada la noche con los estupendos arreglos del profesor y tresista Luis García. //
Qué decir del Gabo, cuando aparentemente todo está dicho y llueve sobre mojado para bien o para mal: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas. Si “La Hojarasca” me trajo visceralmente a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos veterotestamentarios, no en balde los catorce grados centígrados de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes, “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza, bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos, que la que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia, la de San Simeón el estilita. Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, indudablemente una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de nuestra Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubencho Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas monstruosas de las grandes novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el lamedero magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo. //
Mi aversión por las teleculebras latinoamericanas a lo Delia Fiallo no me alejó de Mayra Alejandra, por el contrario, excitó mi febril sensibilidad e inclinación por las guarichas, hembraje avasallador a fuerza de nuestro proverbial mestizaje no mediatizado por la palurda miopía misógina de Osmel Sousa y sus viles cómplices mediáticos. Sabotear esperpentos dramáticos como “Leonela” fue un oportuno pretexto para importunar al matriarcado amantísimo de mi casa, zanjando brechas generacionales y eludiendo el rigor de la correa o la chancleta airada. Sin embargo, el morbo patente en el tratamiento cursi del tema de la violación y el increíble ascenso social del violador, le imprimió un toque extraño y paradójico a las húmedas ensoñaciones eróticas de entonces: chupar los grandes pezones de bondadosas papayas, perderse en esos ojos negrísimos de muchacha broncínea. Nos simpatizaba más, por supuesto, la Carmen fogosa que encarnó en la película de Chalbaud, o la impúdica Barbarita agarrada del brazo de Cabrujas e importunada por la muerte de un viejo actor que gustaba de “La Gaviota” de Chejov. //
Estimado trío que se asomó a mi pubertad: ¡Buen Viaje, Familia! Sus cenizas se sumergirán en las aguas cálidas de los ríos, el bramar de las cataratas y la saudade que trae consigo las lluvias de mayo.
En Valencia de San Desiderio, viernes santo, 18 de abril de 2014. Así sea.
Wednesday, April 02, 2014
LAS 4 ESTACIONES: UNA TETRALOGÍA POÉTICA DE ANTONIO MIRANDA. José Carlos De Nóbrega
LAS 4 ESTACIONES: UNA TETRALOGÍA POÉTICA DE ANTONIO MIRANDA
José Carlos De Nóbrega
Deixa o teu corpo entender-se com outro corpo. Manuel Bandeira.
Antonio Miranda (1940) es otro gran amigo brasileño de Venezuela. Más que escritor y bibliotecólogo, se nos antoja un coreógrafo salvaje de la palabra. Rebeldía, resistencia, crónica impenitente y poesía se mixturan gozosas en su personalísimo discurso literario. El canto no sólo conmociona al sacudir entornos inhóspitos y esterilizantes, sino también conmueve a los desheredados de la tierra, los pasajeros del oprobioso transporte público y los hambrientos de justicia. Las salas de las bibliotecas, entonces, dejarán de ser sepulcros mohosos de libros y periódicos, para erigirse en instancias amorosas de la palabra viva que reivindican el Decir libertario de la Humanidad. Ya lo canta, acompañado por la música de Xulio Formoso, revirtiendo la soledad del acto escritural que gana al punto una vinculación solidaria con el mundo: “¿Cómo pensar en poesía en los días que vivimos? / Pasando hambre / ni la poesía sobre el hambre interesa. // Todos ¡Libertad!” La Poesía no constituirá un antifaz elegante que distraerá a las élites en las cabriolas de una almibarada danza rococó, mientras la peste asola a las mayorías. El baile se hará al desnudo, denunciando paraísos artificiales que se divorcian del Otro. Los versos que se musitan al oído de la mujer amada o arrullan a la crianza, así como los que se cantan en las calles, opondrán diques al despropósito político y la banalización de sus discursos propagandísticos.///
Celebramos en un espíritu comunitario la publicación de Las 4 estaciones de Antonio Miranda, bajo el sello amistoso de Fundarte: Esta tetralogía poética nos permitirá revisitar la musicalidad underground de “Tu país está feliz” (recordado montaje teatral del grupo Rajatabla en febrero de 1971); escuchar, con oídos atónitos, ese contundente y crítico narcocorrido en clave de samba que es “San Fernando Beira-Mar” (2006); leer con afinidad la reconstrucción poético-biográfica de Constantino Cavafis, 2007, en el asedio bárbaro; y auscultar estupefactos el fraseo fragmentario y experimental de “Creador de mí” (2011), apretada plaquette que se regodea en el caos o la intemperie interior a la luz de un enésimo juicio final. Es notable el cariz transgenérico del conjunto, eso sí, sin los remilgos ni las poses fútiles del académico que coloca la carreta antes que los caballos, tanteando inútilmente la indudable poesía del texto y de las cosas con palabras huecas y tibias. Parafraseando a Cabral de Melo Neto, la lucha con las palabras que enturbia la blancura de la página, implica dejar los efluvios corporales en la configuración de mundos nuevos y posibles, no en balde la finitud de la expresión escrita. El oficio literario, más allá de la literatura, asume denodadamente responsabilidad social, estética y vital: Muerto seguiré debiendo. Por supuesto, en la ausencia de los sistemas financieros chupasangres, la vocinglería cagatinta que pretende acompañar el primer café de la mañana y la disfuncionalidad de la familia pequeñoburguesa.///
“Tu país está feliz” es un libreto lírico de espíritu rebelde que no remeda la superficie contestaria al inicio de los años setenta: La disposición de las canciones y los poemas a dos columnas, entraña un ácido reproche inconformista que triza el Poder autoritario ejercido en el marco de la sociedad capitalista y el régimen democrático-liberal. No observaremos jóvenes corriendo desnudos y drogados en los jardines de una universidad norteamericana, despojados de una conciencia de clase precisa en el entendimiento y el corazón. Las punzadas críticas comprenden sorprendentes gradaciones anarquistas que transitan del trotskismo a un teísmo problematizador, lo cual incluye un guiño al anarquismo literario de Ambrose Bierce: “Reina la más completa calma en todo el país / Reina la más completa calma en todo / Reina la más completa calma / Reina la más completa / Reina!!”. O su acepción del demonio a la luz de una teología personal de la liberación: “Para eso fue inventado: para medir la grandeza de Dios”. La deconstrucción del texto apunta a la erosión del status quo por vía de la ironía y el desparpajo. Hasta el punto de abalanzarse sobre la institucionalidad cristiana, esta vez en la redacción de un evangelio apócrifo y apóstata: “Bautizó gente / hizo proclamas marxistas / e inauguró el parto sin dolor // Jesucristo estaba loco de pila / vendiendo terrenos en el cielo / cinturones de castidad / LSD // (…) El cristianismo / hecho imperialismo / ecuménico / alucinó a nuestro querido Nietzsche”. Nada que ver con el Cristo-guarapo dulzón de Zeffirelli: Nos parece una rotunda identificación con el “Nazarín” de Buñuel o el Cristo lírico, humanístico y popular de Pasolini, transfiguraciones ficcionales mucho más cercanas y tocables en la vivacidad y la autenticidad. La incontrovertible vigencia del libro no acompañará a las histéricas turbas desclasadas que obstruyen el libre tránsito de motorizados –al punto de batir sus cabezas en el asfalto- y trabajadores, ni a los discursos efectistas y amargos de una clase política indolente que añora privilegios mal habidos. Tampoco, por fortuna, justificará esa tumoración que es la burocracia aún campante (integrada no sólo por ineptos funcionarios venales, sino también por pregoneros sociolistos que destilan sin tapujos su chauvinismo y su misantropía). Basta con leer la magnífica e irreverente “Autobiografía Tardía” o ese retablo maravilloso y atrabiliario de personajes sin par contenido en “El mundo está lleno de palabras”, para solazarnos en una indudable Poesía del Decir que se emparenta con la ciudadanía anónima en la más absoluta complicidad proletaria. Todo apunta al Amor como fuente insustituible de vida y cambio interior que se desparrama a nuestro alrededor: “Poder amar por el amor mismo / sin esperar del amor más que el amar”; el sustantivo abandona el marasmo sedentario y se hace verbo, esto es la conjugación viva que afecta a una colmena díscola y generosa cotidianamente. Fiel a la tradición poética de Brasil, la elaboración lúdica del ars poética se contrapone con firmeza a los experimentos vacuos que malogran la reflexión sobre la palabra poética misma. Desdice el divorcio de la palabra respecto a la humanidad, con su pretexto de masturbarse en la oscuridad de una habitación de lujo y chatura literarios: “Tu cuerpo es un poema / completo, indivisible. // Tu cuerpo es forma / y contenido / prurito / y también es norma”. Es el cuerpo desnudo del poema en la absoluta ausencia de los artificios retóricos que pretenden entenebrecerlo.///
“San Fernando de Beira-Mar” (traducción de Ricardo Ruiz) no sólo se refiere a un narcotraficante brasileño renombrado, Fernandinho, sino al universo abigarrado de las favelas y las colonias penitenciarias. El apelativo que simula el santoral católico y mestizo equiparable a la Corte Malandra del venezolano Ismaelito, construye el vínculo épico, político y corrupto entre el antihéroe y la favela misma: “Estandartes exhiben a San Fernando / de remera y bermudas / en la procesión de los desheredados. / Por eso es feriado, día santo”. El impacto de las imágenes se escurre en el amarillismo mediático, el hiperrealismo y el hip hop que mixtura a la samba y los narcocorridos norteños; la cotidianidad de la muerte en espacios plenos de escalinatas, trochas y veredas nos retrotrae no sólo filmes brasileños como “Pixote”, “Ciudad de Dios” y “Carandirú”, sino en especial el western clásico norteamericano y su versión revisionista italiana: “Plan extravagante pero verosímil. / Hiperrealismo alucinante: fantasía / sangrienta, fútil, absurda, violenta, / bella y terrible como en el cine”. El duelo al mediodía entre Fernandinho y el mustio y envilecedor Ministro de Seguridad, nos remite al caos inducido por la rapacidad de modelos políticos y económicos que hacen más eficientes los mecanismos de la represión y la explotación del proletariado urbano y rural. No hay manera más descarnada posible de decirlo: “El ministro lo tiene como asesor / especial / quiere equiparar la policía / a su organización / equiparar sus efectivos (?!) / a los de él. // Eso lo llamamos joint venture, / asociación”. Nuestros vetustos métodos educativos, no traerán de vuelta la atención de los muchachos encandilados por los tiroteos en el barrio mal copiados en la televisión.///
“Yo Konstantinos Kaváfis de Alejandría” (traducción de Jorge Ariel Madrazo y Elga Pérez-Laborde) resulta ser un ejercicio biográfico, poético y crítico que rinde un homenaje sentido a este valiosísimo poeta. Sin fracasar en la explicación unidimensional de la obra por vía de la anécdota de vida, Antonio Miranda relee, cita y comenta al Otro, su poeta congénere, en el entusiasmo del encuentro y el convivio. Recientemente, escribimos acerca de una experiencia similar y significativa del poeta mexicano José Emilio Pacheco respecto al haikú y a las endechas febriles de amor que Catulo tributa a la escurridiza y caprichosa Lesbia. He allí la auténtica salvaguarda del lenguaje poético, la revisita trascendental de los clásicos y los nuestros: “Protegido de mí mismo y de los demás / sé qué significa el preconcepto: / soy un griego de Alejandría, / extranjero en mi propia tierra / por la que pasaron pueblos conquistadores, / ahora sirvo a la colonia británica / por unas mínimas libras / que me garantizan / vicios y virtudes”. La contemplación cruenta e inmisericorde de sí mismo, ennoblece la confesión en la búsqueda de un paraíso distinto al teatro de guerra en el que el cuerpo, el raciocinio y lo visceral se ven inmiscuidos. No es una confrontación parricida de uno respecto a otro, más bien conversación franca y afectuosa en el que los versos bailan y se funden por amor a la Poesía, a contracorriente de la retórica que ha atascado la legión interior de autores, críticos y lectores, impidiéndoles a todos ellos la liberación de la que nos hablaba Manuel Bandeira. Cavafis así nos lo confirma: “Porque los bárbaros llegan hoy / y a ellos los aburren la retórica y las alocuciones. // (…) // ¿Y qué vamos a hacer sin bárbaros? Esa gente era una especie de solución”.///
“Creador de mí” (traducción de Aurora Cuevas), supone un autoanálisis asistemático de las múltiples voces que asaetean a Miranda, quizá en una alusión al autoexamen que Loyola expone en los Ejercicios Espirituales: “Soy tantos a la vez. Tal vez”. En este caso, el ajiaco poético tiene como ingredientes el carnet o tarjeta garrapateados en la frente y el cogote, el aforismo y la nota marginal que descansan o, mejor aún, penden del techo de caña brava susceptibles de la caída libre al caos. La invocación al inicio y el resto de los textos, forjarán una cruz en la cual se cuelga el poeta. La construcción verbal posee un cariz experimental, conceptual y reticular; sin embargo, se mantiene el tono confesional y el tenor dialógico enclavados en las paradojas que trae consigo el vivir: “Incendios en mí, bibliotecas crepitando, frases / cambiadas de un estante a otro. / Soy un plagio. / Cabellos dispersos, ideas desaliñadas. ¡Entiéndanme!” No en balde la referencia a Lêdo Ivo que oscila entre el contentamiento y el desengaño: “Ledo engaño. Lêdo Ivo. Vana filosofía, o poesía”.///
Valga la morbosa y placentera invitación a navegar las aguas de este fantástico libro, eso sí, midiendo el dorso de las canoas. Se trata de un viaje a partir de una perspectiva inédita y vivencial: “Amores contaminados, sentidos cambiados, astros en diáspora”. Las 4 estaciones excederán las inclemencias y bondades del clima, pues la música y la poesía se reencontrarán en una pieza sinfónica enternecedora que nos permitirá la recuperación de nuestros sentidos en su condición originaria.///
En Caracas liberada y enaltecida por el canto transparente, domingo 16 de marzo de 2014.
José Carlos De Nóbrega
Deixa o teu corpo entender-se com outro corpo. Manuel Bandeira.
Antonio Miranda (1940) es otro gran amigo brasileño de Venezuela. Más que escritor y bibliotecólogo, se nos antoja un coreógrafo salvaje de la palabra. Rebeldía, resistencia, crónica impenitente y poesía se mixturan gozosas en su personalísimo discurso literario. El canto no sólo conmociona al sacudir entornos inhóspitos y esterilizantes, sino también conmueve a los desheredados de la tierra, los pasajeros del oprobioso transporte público y los hambrientos de justicia. Las salas de las bibliotecas, entonces, dejarán de ser sepulcros mohosos de libros y periódicos, para erigirse en instancias amorosas de la palabra viva que reivindican el Decir libertario de la Humanidad. Ya lo canta, acompañado por la música de Xulio Formoso, revirtiendo la soledad del acto escritural que gana al punto una vinculación solidaria con el mundo: “¿Cómo pensar en poesía en los días que vivimos? / Pasando hambre / ni la poesía sobre el hambre interesa. // Todos ¡Libertad!” La Poesía no constituirá un antifaz elegante que distraerá a las élites en las cabriolas de una almibarada danza rococó, mientras la peste asola a las mayorías. El baile se hará al desnudo, denunciando paraísos artificiales que se divorcian del Otro. Los versos que se musitan al oído de la mujer amada o arrullan a la crianza, así como los que se cantan en las calles, opondrán diques al despropósito político y la banalización de sus discursos propagandísticos.///
Celebramos en un espíritu comunitario la publicación de Las 4 estaciones de Antonio Miranda, bajo el sello amistoso de Fundarte: Esta tetralogía poética nos permitirá revisitar la musicalidad underground de “Tu país está feliz” (recordado montaje teatral del grupo Rajatabla en febrero de 1971); escuchar, con oídos atónitos, ese contundente y crítico narcocorrido en clave de samba que es “San Fernando Beira-Mar” (2006); leer con afinidad la reconstrucción poético-biográfica de Constantino Cavafis, 2007, en el asedio bárbaro; y auscultar estupefactos el fraseo fragmentario y experimental de “Creador de mí” (2011), apretada plaquette que se regodea en el caos o la intemperie interior a la luz de un enésimo juicio final. Es notable el cariz transgenérico del conjunto, eso sí, sin los remilgos ni las poses fútiles del académico que coloca la carreta antes que los caballos, tanteando inútilmente la indudable poesía del texto y de las cosas con palabras huecas y tibias. Parafraseando a Cabral de Melo Neto, la lucha con las palabras que enturbia la blancura de la página, implica dejar los efluvios corporales en la configuración de mundos nuevos y posibles, no en balde la finitud de la expresión escrita. El oficio literario, más allá de la literatura, asume denodadamente responsabilidad social, estética y vital: Muerto seguiré debiendo. Por supuesto, en la ausencia de los sistemas financieros chupasangres, la vocinglería cagatinta que pretende acompañar el primer café de la mañana y la disfuncionalidad de la familia pequeñoburguesa.///
“Tu país está feliz” es un libreto lírico de espíritu rebelde que no remeda la superficie contestaria al inicio de los años setenta: La disposición de las canciones y los poemas a dos columnas, entraña un ácido reproche inconformista que triza el Poder autoritario ejercido en el marco de la sociedad capitalista y el régimen democrático-liberal. No observaremos jóvenes corriendo desnudos y drogados en los jardines de una universidad norteamericana, despojados de una conciencia de clase precisa en el entendimiento y el corazón. Las punzadas críticas comprenden sorprendentes gradaciones anarquistas que transitan del trotskismo a un teísmo problematizador, lo cual incluye un guiño al anarquismo literario de Ambrose Bierce: “Reina la más completa calma en todo el país / Reina la más completa calma en todo / Reina la más completa calma / Reina la más completa / Reina!!”. O su acepción del demonio a la luz de una teología personal de la liberación: “Para eso fue inventado: para medir la grandeza de Dios”. La deconstrucción del texto apunta a la erosión del status quo por vía de la ironía y el desparpajo. Hasta el punto de abalanzarse sobre la institucionalidad cristiana, esta vez en la redacción de un evangelio apócrifo y apóstata: “Bautizó gente / hizo proclamas marxistas / e inauguró el parto sin dolor // Jesucristo estaba loco de pila / vendiendo terrenos en el cielo / cinturones de castidad / LSD // (…) El cristianismo / hecho imperialismo / ecuménico / alucinó a nuestro querido Nietzsche”. Nada que ver con el Cristo-guarapo dulzón de Zeffirelli: Nos parece una rotunda identificación con el “Nazarín” de Buñuel o el Cristo lírico, humanístico y popular de Pasolini, transfiguraciones ficcionales mucho más cercanas y tocables en la vivacidad y la autenticidad. La incontrovertible vigencia del libro no acompañará a las histéricas turbas desclasadas que obstruyen el libre tránsito de motorizados –al punto de batir sus cabezas en el asfalto- y trabajadores, ni a los discursos efectistas y amargos de una clase política indolente que añora privilegios mal habidos. Tampoco, por fortuna, justificará esa tumoración que es la burocracia aún campante (integrada no sólo por ineptos funcionarios venales, sino también por pregoneros sociolistos que destilan sin tapujos su chauvinismo y su misantropía). Basta con leer la magnífica e irreverente “Autobiografía Tardía” o ese retablo maravilloso y atrabiliario de personajes sin par contenido en “El mundo está lleno de palabras”, para solazarnos en una indudable Poesía del Decir que se emparenta con la ciudadanía anónima en la más absoluta complicidad proletaria. Todo apunta al Amor como fuente insustituible de vida y cambio interior que se desparrama a nuestro alrededor: “Poder amar por el amor mismo / sin esperar del amor más que el amar”; el sustantivo abandona el marasmo sedentario y se hace verbo, esto es la conjugación viva que afecta a una colmena díscola y generosa cotidianamente. Fiel a la tradición poética de Brasil, la elaboración lúdica del ars poética se contrapone con firmeza a los experimentos vacuos que malogran la reflexión sobre la palabra poética misma. Desdice el divorcio de la palabra respecto a la humanidad, con su pretexto de masturbarse en la oscuridad de una habitación de lujo y chatura literarios: “Tu cuerpo es un poema / completo, indivisible. // Tu cuerpo es forma / y contenido / prurito / y también es norma”. Es el cuerpo desnudo del poema en la absoluta ausencia de los artificios retóricos que pretenden entenebrecerlo.///
“San Fernando de Beira-Mar” (traducción de Ricardo Ruiz) no sólo se refiere a un narcotraficante brasileño renombrado, Fernandinho, sino al universo abigarrado de las favelas y las colonias penitenciarias. El apelativo que simula el santoral católico y mestizo equiparable a la Corte Malandra del venezolano Ismaelito, construye el vínculo épico, político y corrupto entre el antihéroe y la favela misma: “Estandartes exhiben a San Fernando / de remera y bermudas / en la procesión de los desheredados. / Por eso es feriado, día santo”. El impacto de las imágenes se escurre en el amarillismo mediático, el hiperrealismo y el hip hop que mixtura a la samba y los narcocorridos norteños; la cotidianidad de la muerte en espacios plenos de escalinatas, trochas y veredas nos retrotrae no sólo filmes brasileños como “Pixote”, “Ciudad de Dios” y “Carandirú”, sino en especial el western clásico norteamericano y su versión revisionista italiana: “Plan extravagante pero verosímil. / Hiperrealismo alucinante: fantasía / sangrienta, fútil, absurda, violenta, / bella y terrible como en el cine”. El duelo al mediodía entre Fernandinho y el mustio y envilecedor Ministro de Seguridad, nos remite al caos inducido por la rapacidad de modelos políticos y económicos que hacen más eficientes los mecanismos de la represión y la explotación del proletariado urbano y rural. No hay manera más descarnada posible de decirlo: “El ministro lo tiene como asesor / especial / quiere equiparar la policía / a su organización / equiparar sus efectivos (?!) / a los de él. // Eso lo llamamos joint venture, / asociación”. Nuestros vetustos métodos educativos, no traerán de vuelta la atención de los muchachos encandilados por los tiroteos en el barrio mal copiados en la televisión.///
“Yo Konstantinos Kaváfis de Alejandría” (traducción de Jorge Ariel Madrazo y Elga Pérez-Laborde) resulta ser un ejercicio biográfico, poético y crítico que rinde un homenaje sentido a este valiosísimo poeta. Sin fracasar en la explicación unidimensional de la obra por vía de la anécdota de vida, Antonio Miranda relee, cita y comenta al Otro, su poeta congénere, en el entusiasmo del encuentro y el convivio. Recientemente, escribimos acerca de una experiencia similar y significativa del poeta mexicano José Emilio Pacheco respecto al haikú y a las endechas febriles de amor que Catulo tributa a la escurridiza y caprichosa Lesbia. He allí la auténtica salvaguarda del lenguaje poético, la revisita trascendental de los clásicos y los nuestros: “Protegido de mí mismo y de los demás / sé qué significa el preconcepto: / soy un griego de Alejandría, / extranjero en mi propia tierra / por la que pasaron pueblos conquistadores, / ahora sirvo a la colonia británica / por unas mínimas libras / que me garantizan / vicios y virtudes”. La contemplación cruenta e inmisericorde de sí mismo, ennoblece la confesión en la búsqueda de un paraíso distinto al teatro de guerra en el que el cuerpo, el raciocinio y lo visceral se ven inmiscuidos. No es una confrontación parricida de uno respecto a otro, más bien conversación franca y afectuosa en el que los versos bailan y se funden por amor a la Poesía, a contracorriente de la retórica que ha atascado la legión interior de autores, críticos y lectores, impidiéndoles a todos ellos la liberación de la que nos hablaba Manuel Bandeira. Cavafis así nos lo confirma: “Porque los bárbaros llegan hoy / y a ellos los aburren la retórica y las alocuciones. // (…) // ¿Y qué vamos a hacer sin bárbaros? Esa gente era una especie de solución”.///
“Creador de mí” (traducción de Aurora Cuevas), supone un autoanálisis asistemático de las múltiples voces que asaetean a Miranda, quizá en una alusión al autoexamen que Loyola expone en los Ejercicios Espirituales: “Soy tantos a la vez. Tal vez”. En este caso, el ajiaco poético tiene como ingredientes el carnet o tarjeta garrapateados en la frente y el cogote, el aforismo y la nota marginal que descansan o, mejor aún, penden del techo de caña brava susceptibles de la caída libre al caos. La invocación al inicio y el resto de los textos, forjarán una cruz en la cual se cuelga el poeta. La construcción verbal posee un cariz experimental, conceptual y reticular; sin embargo, se mantiene el tono confesional y el tenor dialógico enclavados en las paradojas que trae consigo el vivir: “Incendios en mí, bibliotecas crepitando, frases / cambiadas de un estante a otro. / Soy un plagio. / Cabellos dispersos, ideas desaliñadas. ¡Entiéndanme!” No en balde la referencia a Lêdo Ivo que oscila entre el contentamiento y el desengaño: “Ledo engaño. Lêdo Ivo. Vana filosofía, o poesía”.///
Valga la morbosa y placentera invitación a navegar las aguas de este fantástico libro, eso sí, midiendo el dorso de las canoas. Se trata de un viaje a partir de una perspectiva inédita y vivencial: “Amores contaminados, sentidos cambiados, astros en diáspora”. Las 4 estaciones excederán las inclemencias y bondades del clima, pues la música y la poesía se reencontrarán en una pieza sinfónica enternecedora que nos permitirá la recuperación de nuestros sentidos en su condición originaria.///
En Caracas liberada y enaltecida por el canto transparente, domingo 16 de marzo de 2014.
Tuesday, February 18, 2014
CAVALO MORTO. LÊDO IVO . Traducción de José Carlos De Nóbrega
CAVALO MORTO
LÊDO IVO
A Xavier Placer
Traducción de José Carlos De Nóbrega.
En Cavalo Morto las muchachas acostumbran a pasear con los soldados. Y después a amar. Aparece entonces un despropósito: después del amor, ellas bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, los nombres de los enamorados: José, Antonio, Manuel, Juan. Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores en el matorral. Vuelven intrépidas, excitadas por el filtro de la luna. Y para ellas no hay exigencias, cobardías, acontecimientos. Hay los soldados del batallón. En agosto, enero y asimismo en septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y dejan en la arena de la carretera alguna cosa que es espuma o velo. ¡Los soldados no saben hacer sonetos, mas como aman! En la noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si usted un día pasa por allá y oye voces, risas y gemidos de amor, no se asuste con miedo a los fantasmas. Son las muchachas amando a los soldados en Cavalo Morto.
LÊDO IVO
A Xavier Placer
Traducción de José Carlos De Nóbrega.
En Cavalo Morto las muchachas acostumbran a pasear con los soldados. Y después a amar. Aparece entonces un despropósito: después del amor, ellas bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, los nombres de los enamorados: José, Antonio, Manuel, Juan. Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores en el matorral. Vuelven intrépidas, excitadas por el filtro de la luna. Y para ellas no hay exigencias, cobardías, acontecimientos. Hay los soldados del batallón. En agosto, enero y asimismo en septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y dejan en la arena de la carretera alguna cosa que es espuma o velo. ¡Los soldados no saben hacer sonetos, mas como aman! En la noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si usted un día pasa por allá y oye voces, risas y gemidos de amor, no se asuste con miedo a los fantasmas. Son las muchachas amando a los soldados en Cavalo Morto.
Saturday, February 15, 2014
4 POEMAS DE HENRY RÍOS FÁBREGAS
4 POEMAS DE HENRY RÍOS FÁBREGAS
Juan preguntó por mi yunta,
Y atiné a decir lo que es:
¡El Pambelé barinés
golpea mejor que nunca!
Chelena, nuestro universo,
la más bella de las madres,
muy dulcitos los hojaldres
que canta el gallo en verso.
Allá va el impío Ismael,
hacia su valle de la muerte
en vida, onoto de pura hiel
que lo maquilla por suerte.
Los ojos lindos de Anuska
no se deprecian en vano
en la maldad que ofusca,
son luces de amor a la mano.
Juan preguntó por mi yunta,
Y atiné a decir lo que es:
¡El Pambelé barinés
golpea mejor que nunca!
Chelena, nuestro universo,
la más bella de las madres,
muy dulcitos los hojaldres
que canta el gallo en verso.
Allá va el impío Ismael,
hacia su valle de la muerte
en vida, onoto de pura hiel
que lo maquilla por suerte.
Los ojos lindos de Anuska
no se deprecian en vano
en la maldad que ofusca,
son luces de amor a la mano.
Tuesday, February 04, 2014
EL RELOJ DE ARENA DE JOSÉ EMILIO PACHECO. José Carlos De Nóbrega
EL RELOJ DE ARENA DE JOSÉ EMILIO PACHECO
José Carlos De Nóbrega
El Día de los Muertos: / ayer fui el anfitrión, / ahora soy el huésped. –Sufu. José Emilio Pacheco, El viento entre los pinos: 24 aproximaciones al haikú.
Este poeta mexicano, recientemente fallecido, no sólo nos ofreció el placer que se adhiere goloso a un Decir poético inigualable, transparente y accesible, sino también los muy esperados encuentros mensuales con El Reloj de Arena, su columna publicada a la siniestra de su amigo Octavio Paz (sí, a principios de este siglo en la revista Letras Libres, sentada a la derecha de Vuelta, el magazine-padre que Paz se llevó a su tumba). En este espacio, cultivó la poesía, la reseña crítica y el ensayo con vitalísima maestría. “Wilde en su (tercer) mundo” es una de las mejores aproximaciones al autor de La importancia de llamarse Ernesto: Propone que el dandy irlandés usó una vía inédita para desmontar críticamente la arrogancia colonialista británica. He aquí un argumento contundente: “Todo su arte y su persona pública se fundan en una crítica del ahínco británico victoriano de establecer antítesis no sólo entre lo inglés y lo irlandés sino entre el bien y el mal, el amo y el siervo, lo masculino y lo femenino”. Ejercicio de brillantez intelectual propia de nuestras más grandes voces latinoamericanas: Ir a contracorriente de lo eurocéntrico, esto es hacer añicos sus veleidades de superioridad y moralina desde sus mismas tripas, a la manera de un incómodo foco infeccioso. Este texto finisecular nos lo confiesa impunemente, Contra Harold Bloom: “Al doctor Harold Bloom lamento decirle / que repudio lo que él llamó “la ansiedad de las influencias”. / Yo no quiero matar a López Velarde ni a Gorostiza ni a Paz ni a Sabines. / Por el contrario, / no podría escribir ni sabría qué hacer / en el caso imposible de que no existieran / Zozobra, Muerte sin fin, Piedra de Sol, Recuento de poemas.” Por supuesto, nos hacemos cómplices de este golpe por mampuesto al Canon Occidental, despropósito del Centro que desprecia e ignora a la periferia (¿por qué aparece La Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa y no Los sertones de Euclides Da Cunha? ¿Prevalece el valor comercial del subsecuente sobre el antecedente que lo inspiró?). Otro ensayo inolvidable es “Leopoldo Lugones y el amor en la hora de la espada”: Cuerpo ensayístico apasionado que vincula el dato biográfico, la pasión amorosa otoñal, el contexto histórico y el aliento poético a la configuración del paradójico personaje que fue Lugones, el último de los modernistas, militarista, luego católico y al final poeta suicida. Bien lo afirma José Emilio Pacheco: “Lugones nunca se repitió. Cada libro es distinto del anterior. El defecto de esta virtud fue la mutabilidad de sus ideas”. En “Siete aproximaciones a Catulo” verificamos su gratitud a los Clásicos en la apropiación respetuosa y amorosa de la voz del Otro, en este caso un contemporáneo y no un poeta antiguo: “Lesbia habla mal de mí. Nunca se calla. / Que me muera si Lesbia no me ama. // ¿Cómo puedo saberlo? Hago lo mismo / y me muero de amarla”. Más de veinticinco años antes, un joven Pacheco publicaba tres sorprendentes poemas en la revista Poesía de la Universidad de Carabobo –no nos cansaremos de decir que la calidad de la publicación dirigida por Oliveros, Pérez Só y Rivero superó con creces a la universidad auspiciante-, esto es tres textos de entrañable sensibilidad poética alusivos al invierno en Canadá. La sencillez e inmediatez de la expresión, la multiplicidad de las lecturas que sugiere sin artificio formal alguno, amén de conjugar el amor, la nostalgia, la vida y la muerte en una danza sin fin, son los atributos de estos textos juveniles que se perpetuarían a lo largo de su obra poética. Oigamos simultáneamente la cadencia del poema y la caída de la nieve en la tierra: “¿A dónde irá esta nieve que hoy te rodea? / Esta nieve que misteriosamente circunda / la casa y la ciudad volverá al aire / será agua, viento y luego otra vez nieve / Tú no tienes sus virtudes mutantes / y te irás morirás serás tierra / serás polvo en que viene a apagarse la nieve”. Salud, José Emilio, dondequiera que estés.
En Valencia de San Simeón el estilita, enero de 2014.
José Carlos De Nóbrega
El Día de los Muertos: / ayer fui el anfitrión, / ahora soy el huésped. –Sufu. José Emilio Pacheco, El viento entre los pinos: 24 aproximaciones al haikú.
Este poeta mexicano, recientemente fallecido, no sólo nos ofreció el placer que se adhiere goloso a un Decir poético inigualable, transparente y accesible, sino también los muy esperados encuentros mensuales con El Reloj de Arena, su columna publicada a la siniestra de su amigo Octavio Paz (sí, a principios de este siglo en la revista Letras Libres, sentada a la derecha de Vuelta, el magazine-padre que Paz se llevó a su tumba). En este espacio, cultivó la poesía, la reseña crítica y el ensayo con vitalísima maestría. “Wilde en su (tercer) mundo” es una de las mejores aproximaciones al autor de La importancia de llamarse Ernesto: Propone que el dandy irlandés usó una vía inédita para desmontar críticamente la arrogancia colonialista británica. He aquí un argumento contundente: “Todo su arte y su persona pública se fundan en una crítica del ahínco británico victoriano de establecer antítesis no sólo entre lo inglés y lo irlandés sino entre el bien y el mal, el amo y el siervo, lo masculino y lo femenino”. Ejercicio de brillantez intelectual propia de nuestras más grandes voces latinoamericanas: Ir a contracorriente de lo eurocéntrico, esto es hacer añicos sus veleidades de superioridad y moralina desde sus mismas tripas, a la manera de un incómodo foco infeccioso. Este texto finisecular nos lo confiesa impunemente, Contra Harold Bloom: “Al doctor Harold Bloom lamento decirle / que repudio lo que él llamó “la ansiedad de las influencias”. / Yo no quiero matar a López Velarde ni a Gorostiza ni a Paz ni a Sabines. / Por el contrario, / no podría escribir ni sabría qué hacer / en el caso imposible de que no existieran / Zozobra, Muerte sin fin, Piedra de Sol, Recuento de poemas.” Por supuesto, nos hacemos cómplices de este golpe por mampuesto al Canon Occidental, despropósito del Centro que desprecia e ignora a la periferia (¿por qué aparece La Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa y no Los sertones de Euclides Da Cunha? ¿Prevalece el valor comercial del subsecuente sobre el antecedente que lo inspiró?). Otro ensayo inolvidable es “Leopoldo Lugones y el amor en la hora de la espada”: Cuerpo ensayístico apasionado que vincula el dato biográfico, la pasión amorosa otoñal, el contexto histórico y el aliento poético a la configuración del paradójico personaje que fue Lugones, el último de los modernistas, militarista, luego católico y al final poeta suicida. Bien lo afirma José Emilio Pacheco: “Lugones nunca se repitió. Cada libro es distinto del anterior. El defecto de esta virtud fue la mutabilidad de sus ideas”. En “Siete aproximaciones a Catulo” verificamos su gratitud a los Clásicos en la apropiación respetuosa y amorosa de la voz del Otro, en este caso un contemporáneo y no un poeta antiguo: “Lesbia habla mal de mí. Nunca se calla. / Que me muera si Lesbia no me ama. // ¿Cómo puedo saberlo? Hago lo mismo / y me muero de amarla”. Más de veinticinco años antes, un joven Pacheco publicaba tres sorprendentes poemas en la revista Poesía de la Universidad de Carabobo –no nos cansaremos de decir que la calidad de la publicación dirigida por Oliveros, Pérez Só y Rivero superó con creces a la universidad auspiciante-, esto es tres textos de entrañable sensibilidad poética alusivos al invierno en Canadá. La sencillez e inmediatez de la expresión, la multiplicidad de las lecturas que sugiere sin artificio formal alguno, amén de conjugar el amor, la nostalgia, la vida y la muerte en una danza sin fin, son los atributos de estos textos juveniles que se perpetuarían a lo largo de su obra poética. Oigamos simultáneamente la cadencia del poema y la caída de la nieve en la tierra: “¿A dónde irá esta nieve que hoy te rodea? / Esta nieve que misteriosamente circunda / la casa y la ciudad volverá al aire / será agua, viento y luego otra vez nieve / Tú no tienes sus virtudes mutantes / y te irás morirás serás tierra / serás polvo en que viene a apagarse la nieve”. Salud, José Emilio, dondequiera que estés.
En Valencia de San Simeón el estilita, enero de 2014.