Tuesday, August 13, 2013

LA CARICIA DEL ANTICRISTO REVISITADA. José Carlos De Nóbrega




Nietzsche según Edvard Munch (1906)


LA CARICIA DEL ANTICRISTO REVISITADA

José Carlos De Nóbrega

Todavía hoy estoy persuadido de que la mano que escribió “El Anticristo” rozó por un momento, en un claro atardecer de otoño, al que sería autor de la “Historia de Cristo”. Giovanni Papini, Pasado Remoto (1885-1914).

SUCEDE lo mismo… / Se repite el enigma // a la menor llovizna / la tristeza se enciende / y quema lejos // como la lámpara del Cínico. Freddy Ñáñez, Siempre en Invierno.

La certeza sólo se justifica en la precariedad del soporte que nos tropieza, esto es la carne expuesta a los juegos equívocos del lenguaje que aún perturban a la humanidad. Pisamos en falso día a día, no obstante nuestra terca militancia cultural que descansa en Occidente. Friedrich Nietzsche (1884-1900) nos tira salvajemente de las patillas, la barba o las orejas: No hay ningún estado de hecho, todo es fluido, inaccesible, huidizo; lo más duradero, son nuestras opiniones. El Orden se desmonta en el imperio de la irrelevancia, el caos y la apostasía. No importa que el status quo transite del fetichismo religioso a la plusvalía capitalista. La indagación o aproximación en torno a Nietzsche quema aún el velo del paladar, pues su afán filosófico se ha prestado por igual a las más intensas polémicas, injustas especulaciones, ridículas supercherías, e incluso magníficos acercamientos. Por fortuna, “Nietzsche: la moral como envenenamiento. Metafísica, historia y nihilismo” (primera edición bajo el sello de Fundarte, 2010) de Nelson Guzmán, reeditado por el CELARG (2013), nos lo presenta en una prosa transparente y accesible que mueve una (re)lectura atenta y harto interactiva. Este diálogo filosófico, vital y estético a calzón quitao que ambos sostienen, evidencia la desnudez moralista y el despropósito de la burguesía, sus diáconos y pontífices academicistas. La embriaguez que conduce a una pulsión comprometida por la vida, desdice no sólo al mesianismo religioso y político, sino también a un racionalismo extremo que fracasa en cosificar la legión abstrusa de adentro: Los deseos serán planteados como irresponsabilidad, el lenguaje debe saber gobernar al cuerpo, a los instintos. La palabra controla y domestica al hombre por las leyes, el fundamento se pierde en nombre de la formalidad. Por lo pronto, este libro ganará lectores agradecidos en virtud de su cualidad objetual que apunta a la exquisita colmena, no a los archivos o nichos esterilizantes.

Nelson Guzmán nos obsequia uno de sus libros más diáfanos, no en balde su compleja estructuración conceptual. El Decir provocador y radical de Nietzsche que abomina del Canon Occidental, se comenta en un tono conversado que nos recuerda a Alejandro Rossi en su plenitud expresiva (por ejemplo, su semblanza al filósofo español, “transterrado” en México, José Gaos). El discurso argumentativo, pese a su cariz flemático y calmado, se apoya en la polivalencia y el virtuosismo: La voz asume roles que comprenden al presentador, el relator, el comentarista y el benévolo traductor. Resulta sorprendente que el tratamiento que se le da a tan controversial pensador, se lleve a cabo en el ejercicio de la palabra depurada y tocable. Notamos, en especial, el encadenamiento de oraciones cortas y precisas que vindican el cultivo del aforismo: El hombre sigue inmerso en el pantano de la hipocresía. Para Nietzsche el cristianismo se ha opuesto al desenlace fatal que debe traer la sinceridad. De manera que el lector de a pie, independientemente de su condición académica, pueda acceder y participar sin dificultad en esta apasionante conversación de sobremesa.

El acercamiento de Guzmán a la obra de Nietzsche, excede el ámbito filosófico y académico: Trae consigo el entusiasmo inherente del discurso poético. Redunda en una lectura lúdica y respetuosa que va de un poeta a otro. La captación, la paráfrasis creativa, la falsificación de la voz ajena y la interpretación de los textos, obedecen a un espíritu comunitario y dionisíaco. Disfrutemos, pues, de esta muestra inobjetable: Nietzsche está hablando de las posibilidades de las metáforas, reside fuera de esa técnica de producción de conocimientos que es la razón. Nietzsche prefiere sucumbir al deleite de la palabra, a la posibilidad de creación, de la invención. Por tal motivo, la transparencia e inmediatez del discurso ensayístico es la vía más válida y pertinente para abordar el pensamiento complejo, contradictorio y explosivo del filósofo alemán. La exploración de una estructura reticular no fracasará en el armatoste barroco, por el contrario, nos complacerá en la belleza conmovedora del trazo y el tratamiento primigenio del color en el texto. El confesionario, parafraseando a Gracián, es la instancia que nos permite leer y comprender a los hombres.

El poeta y filósofo Nelson Guzmán no realiza una apología ni una requisitoria falaz a Friedrich Nietzsche que lo pervierta en una exegesis puritana. Halla su contentamiento en una exposición crítica y sentida a su obra; nos invita gentilmente a pasear por sus libros más imprescindibles, auscultando su carnadura en la musicalidad templada del río. El efecto roza -¡acaricia?- lo transgenérico y lo sinestésico, tal como lo ejemplifica Juan Calzadilla: A ras de la cordura, va de regreso el ángel de la espada infinita / sedienta detrás de las aguas del deslave de ayer. Aspectos puntuales del pensamiento nietzscheano como la voluntad de poder, el superhombre, el eterno retorno y la genealogía de la moral, son tratados con suma claridad en tanto manifestación insurgente, prevaricadora e iconoclasta en contra de la cultura occidental. El propio Nietzsche nos comenta uno de los principios de su ars bélica: yo no ataco jamás a personas, -me sirvo de la persona tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual se puede hacer visible una situación de peligro general, pero que se escapa, que resulta poco aprehensible. Por supuesto, se trata de destruir el Templo Pío de la religión y la razón cartesiana, con su intoxicación ideológica, metafísica y filosófica. He allí la posibilidad del nuevo orden por venir, más allá del bien y del mal. Si lo sabrá el comentarista conspicuo que es Guzmán, desprendido del necio egotismo catedrático: Los valores ancestrales nada aportan en el desciframiento de la nueva vida, desde esa vertiente no hay otra cosa que la resignación, se ha señalado al asno como un animal afirmativo que no sabe sino decir sí y que lleva en su lomo todo el peso del mundo. Lo cual nos retrotrae el cuento “El Catire” de Rufino Blanco Fombona, indagación que se solaza en la vileza del peón catirrucio que tortura al borrico untándole la manteca del tigre. De lo que se desprende la necesidad de ahogar la cultura decadente y reactiva en su propia sangre. Nietzsche y Guzmán coinciden en la urgencia de la tarea, sólo que difieren en lo correspondiente al instrumental de la guerra: en el uno prevalece el tenor incendiario e infamante proclive al voluntarismo filosófico y afirmativo; en el otro importa la conciencia de clase como constructo colectivo y proletario a la luz del materialismo dialéctico, lo cual reconviene a la nobleza elitista del superhombre.

Sin embargo, ambos se reencuentran en un afán crítico que liquide la servidumbre humana de manera definitiva: A ese mundo trivial es a lo que Nietzsche propone renunciar. El hombre se ha convertido en un repetidor de virtudes, los hombres copian la manera como sus amos conciben la vida. A esa conducta la llama Nietzsche decadente puesto que no hace sino repetir la tradición cultural “Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos”. La moral occidental, de arraigo judeo-cristiano, instituye la subcultura de la debilidad a como dé lugar (hasta el punto de someter a los aliados, v.g. algunos gobiernos europeos que doblan hoy la cerviz ante el Imperialismo histérico y enfermizo). El hombre rebelde había muerto bajo la domesticación impuesta por los libros sagrados, los discursos autorizados, el deber ser y el soso revisionismo que apuntalan la supremacía moral de los pocos sobre los muchos. Configuración del mundo pobrísima que se registra de esta manera: El hombre que anuncia Platón en la República no ve, vive reducido a las tinieblas. De allí que la prudencia platónica haya expulsado a los poetas de su Paraíso Artificial, sucedáneo poco convincente del Olimpo idealista. El Decir poético se forja su orgía y ágape dionisíacos a contracorriente de lo establecido: Entre tanto la palabra poética aguardó su turno y su tono para salir de sí, para dar a conocer al homoterapéutico que ha hecho reverdecer su césped utilizando su propio abono y condumios. No nos sometemos a coreografías contranatura que nos uniformen y resequen. Celebramos lo caótico y lo contingente en la danza rota que sacude a la aurora. Nos jactamos, acompañados por el poeta Ludovico Silva, de las sombras que reafirman la personalidad propia.

En resumidas cuentas, valga una auténtica y gustosa invitación para nadar y bucear en las aguas cálidas de este precioso libro. Su autor, al igual que Tiradentes –precursor despedazado de la independencia brasileña del siglo XVII- y Doc Holliday –dentista tísico, apostador y pistolero temible del siglo XIX norteamericano-, les sacará las muelas y experimentarán al punto un arrebatamiento cuasi alucinógeno pero reconfortante. Les garantizamos que no se quedarán varados y embalsamados en el viaje.

     En Caracas, dama de compañía y trémula carne apetitosa, miércoles 31 de julio de 2013.

  

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