Thursday, August 04, 2011

NUNCA RASURARSE EN DOMINGO. CARLOS YUSTI


Nunca rasurarse en domingo
Carlos Yusti

“La carrera literaria más difícil es la de lector”.
Macedonio Fernández

Existe un consenso mayoritario entre escritores que tiende a considerar el medio literario como mezquino y sembrado de iniquidad en pequeña escala, al punto tal que parece haber más caballerosidad en el mundillo de los tahúres y apostadores. Sin mencionar el rechazo al por mayor de que es objeto todo escritor primerizo. En el medio literario hay egos para todo y muchas veces el ego se traspapela con el divismo y las pequeñas miserias humanas se desatan. Pero obviando ese infierno de guardarropía que es el ambiente literario siempre me ha intrigado ese salto que muchos lectores anónimos realizan hacia la escritura. Que los motiva a cruzar el espejo de tinta impresa para aventurarse por el mundo de la palabra escrita.
Novelas como Don Quijote y Madame Bovary son exploraciones sobre las consecuencias trágicas de la lectura. Alonso Quijano pierde la razón por los libros de caballerías y a la pobre Emma Bovary la pierde la lectura de esas noveletas de amor romántico. Ninguno de los dos escribe, pero ambos tratan de vivir su propia novela en la realidad; realidad que no se anda con delicadezas para destrozar a patadas los sueños y las ensoñaciones de cualquiera. En la segunda parte del Quijote, Alonso Quijano pasa por una imprenta y le da un vistazo al libro que contiene sus hazañas, en otra parte del libro también aduce que no escribe debido a su vida atareada de caballero andante y al poco tiempo disponible. En esencia tanto Emma como Quijano son unos peculiares lectores, especies de cisnes negros y tenebrosos o para decirlo con palabras de un gran lector como Borges: “A veces creo que los buenos lectores son cisnes más tenebrosos y singulares que los buenos autores”.

Susan Sontag ha escrito que casi siempre la lectura es la antesala propiciatoria de la escritura. “Y el impulso de escribir casi siempre se desata por la lectura”. Aunque ella descubre que este axioma no es del todo cierta. Hay una buena porción de escritores que no son lectores y ella pudo comprobarlo cuando en un encuentro coincidió con V. S. Naipaul y Sontag le comentó al escritor sobre una novela inglesa del siglo 19 que a ella le resultaba apasionante. Naipaul le dijo que no la había leído. Ella lo miró con cara de asombro y Naipaul le explicó tajante: “Susan, soy escritor, no un lector”. Algo parecido me ha sucedido con algunos poetas y escritores a quienes he visitado por casualidad y descubro una incipiente (por no decir escuálida) biblioteca.

Siempre me veo como lector y por supuesto trato de leer a quienes como yo han sorteado miles de obstáculos para publicar sus libros. Hace poco el ensayista Carlos De Nóbrega ha escrito una nota sobre mi libro “Para evocar el olvido” y esto de leer reseñas sobre lo que uno escribe siempre es gratificante e incluso bastante raro y aunque uno sabe que la amistad está presente, sabe también que hay un lector detrás, sin mencionar que nuestros estilos de escritura son opuestos. Con Pedro Téllez, otro amigo e inmejorable ensayista, sucede que a veces hemos escrito sobre los mismos libros o autores desde ópticas bastante dispares sin un propósito preestablecido. Con esto quiero significar que en nosotros, por separado, prevalece con subrayado ahínco el lector y que dimos sin duda el salto a la escritura debido a la lectura.
También sucede que con estos forcejeos de la lectura y la escritura uno termina traspapelado en minucias ficcionales, en anécdotas nada sublimes y en cuentos de camino y barra. Los editores de la revista Labrapalabra, editada en Colombia, y que gentilmente publicaron mi ensayo sobre Capote se han inventado la siguiente ficha: “Venezolano, amigo de los libros ajenos. Nunca se rasura los día domingos. A veces viaja en avión para poder controlar su miedo a la muerte. Dice que sus nietas son su nuevo pasatiempo divertido para no envejecer del todo. Sus textos están coloreados con una carga de cinismo y humor negro”. Aunque todo esto se lo inventaron es verdad y coinciden con De Nóbrega en algo: “…más allá de su tono conversado, el afán crítico –rayando la durísima sátira- no le permite al lector atento quedar indiferente…”

Susan Sontag parece acertar cuando escribe: “Un escritor es antes que nada un lector; un lector que se ha vuelto loco; un lector granuja; un lector impertinente que afirma que es capaz de hacerlo mejor”. Y esto de intentar hacerlo mejor es lo que complica todo este trabajo con las palabras. La fama y que te paguen por lo que te gusta hacer sería lo ideal, pero cuando de escribir se trata son otros los acordes que tensan las cuerdas para esa música especial de la gran literatura. Se conocen casos de escritores que han obtenido el éxito con sus libros y se sienten unos fracasados a los que le aguarda el olvido. Allí está Borges sin el Nobel y por allí andan muchos escritores que lo obtuvieron y ya nadie ni les recuerda y lo que es peor ni se leen. De lo que se trata es de escribir y si es posible de la hacerlo bien. Enrique Vilas-Mata ha escrito que “…escribir es corregir la vida—aunque sólo corrijamos una sola coma al día—, es lo único que nos protege de las heridas insensatas y golpes absurdos que nos da la horrenda vida auténtica…” Orhan Pamuk ha escrito que quizá la auténtica necesidad no sea la literatura sino el estar a solas en una habitación y fantasear.

Se escribe para corregir, para pasar en limpio los gazapos del alma, los errores de nuestra pequeñez humana que opera a la sombra y en los detalles del día a día. Seguir leyendo es desintoxicarse un poco de la escritura propia, es tratar de encontrar el camino de la imaginación para volver al lugar del inicio en la que uno era sólo un lector anónimo acostado en el sofá de la sala.

Me veré siempre como un lector, que de joven, sin otra cosa en los bolsillos que sueños y aire, robaba libros para leerlos, mea culpa. Ah y sobre los domingos no me gusta hacer nada, ni siquiera leer y mucho menos rasurarme. Lo que pasa es que la literatura se parece a la vida, pero no es la vida, cuestión que ni Emma Bovary ni Alonso Quijano entendieron a cabalidad.

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