Valencia es una ciudad a la cual detesto y sufro (no siempre en ese orden) con insana vehemencia. Su actividad creadora la hace cada tanto tolerable. Sus poetas, pintores, actores de teatro y algunos dementes escapados del psiquiátrico de Bárbula le otorgan su picaresca y ese acorde pintoresco sin igual; sin mencionar su godarria histórica que todavía sobrevive en los intersticios de la vida mundana y silvestre.
La historia literaria de la ciudad es tan ancestral como su emperifollado conservadurismo. Escribir es fácil, pero lo complicado es convertirse en un escritor que pueda sobresalir de la foto de grupo y para ello a veces el talento es menos importante que las relaciones públicas. A sotto voce se especula que el medio cultural valenciano es sólo una maricocracia en pleno ejercicio de sus poderes y facultades. Algo ferdydurkiano posee la atmósfera literaria de Valencia y por esa razón quizá también me gusta el ambiente. El manicomio de egos inflados de inmadurez y nadería va campante por las tertulias, los brindis y cualquier otro sarao literario. Escritores de primer, segundo y tercer orden se labran sus orillas, sus feudos a fuerza de triquiñuelas viles o risueñas. Quienes tengan veleidades de escritor más que preocuparse por el estilo deben abocarse por encontrar su sitio en el ladrillaje de autores que conforman la gran pared literaria de la ciudad. Como nunca he tenido claro cuál es mi lugar, intento trepar los muros y traspasar cualquier tipo de lindero.
La ciudad con todo su vaho literario viene de nuevo, pero esta vez no vuelve en algún nostálgico recuerdo, sino que llega en formato de libro antológico: Palabras de anunciación y otras adyacencias. Titulo algo elucubrado, un poco críptico, pero enseguida el subtitulo lo esclarece: antología plural en celebración de los 415 años de la fundación de la ciudad de Valencia. La selección y el prólogo pertenecen a Néstor I. Rivera Urdaneta.
Sin abrir el libro traslado la mirada a la contraportada atiborrada de rostros conocidos, de autores que he leído (algunos por cumplir con la tarea y otros por el sólo placer de leer buena literatura), de escritores amigos (y uno que otro no tanto) con quienes he compartido alguna cerveza o una buena discusión sobre literatura. El libro es una buena excusa para hacer algunas digresiones sobre las antologías y en ese plan.
Toda antología que se precie es más significativa por los autores que no incluye que por aquellos que la conforman. Otro rasgo necesario y distintivo es la excusa (o razones) del compilador para antologizar a un determinado autor y dejar al margen a otro. De igual forma es necesario destacar que las antologías antes que ser una guía de los derroteros literarios, es el surrealista encuentro de autores dispares en la mesa de operaciones de un compilador equis con paraguas incluido o casi.
Sobre la antología en particular que ha suscitado estas líneas se puede aseverar que sobran los nombres de José Napoleón Oropeza, José Joaquín Burgos y Fracisco Martínez Liccioni. Oropeza no necesita de esta antología, pero quizá el compilador consideró que el libro sí lo necesitaba a él, ya saben, para darle seriedad y status al libro. Burgos es un caballero andante de la poesía y la narrativa, con sus aciertos y yerros a la par, demostrando una constancia envidiable. Honradez y oficio con la palabra le permiten estar o no estar en cualquier antología. Liccioni tiene un pulso poético firme que ya ha marcado sus pautas correspondientes. Entre los nombres que faltan tenemos a Jesús Puerta, María Narea, Luis Cedeño, Sergio Quitral, Carlos Osorio, Héctor Gustavo Alvarado.
Con respecto a los textos que conforman el libro ninguno tiene desperdicio. Por supuesto los cuentos escritos por Slavko y Rafael Simón tiene ese talante de inmejorable literatura. Los ensayos de Pedro Téllez y José Carlos De Nóbrega son síntoma de que el género ensayístico se encuentra en buenas manos. En suma, el libro deja un buen sabor en el alma y eso ya es bastante. Antología para iniciados y novicios con veleidades de tinta impresa.
Como coda final sólo tengo que citar al compilador: “Es obligante acotar, recordando los criterios subjetivos del compilador a la hora de escoger los trabajos que nutren una antología, que palabras de anunciación y de otras adyacencias no es concluyente ya que importantes nombres no aparecen en el texto,…” Esta tampoco es una crítica concluyente y uno que ha llegado a esto de la literatura con pie plebeyo va deshojando la margarita del si me quieren o no me quieren por pura maricada. Pero la literatura con el tiempo hace su propia selección natural, su conclusiva antología, lo que no hay es que desesperarse.
Tomado de Tiempo Universitario, Valencia 02 de Julio de 2007 / 4ªEtapa / Año XII, Nº 553, Columna Muestras sin Retoques, página 6. Por supuesto, es cortesía de nuestro amigo Rafael Simón Hurtado.
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