OTROS DOS AFORISMOS DE MIJAIL BAJTIN SOBRE EL CRONOTOPO
(CON SU RESPECTIVO COMENTARIO).
1.- Vamos a llamar cronotopo (lo que en traducción literal significa “tiempo-espacio”) a la conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura. La categoría cronotopo es una herramienta valiosa y, si se quiere, indispensable en la comprensión y el análisis del discurso novelístico. No constituye un compartimiento que estanca y estigmatiza a la novela, dejándola a merced de críticos académicos atrapados en el laberinto de paradigmas tibios e inútiles. Tampoco justifica el absurdo y disparatado entramado de equívocas taxonomías que simplifican el caótico y maravilloso universo que edifica el texto novelístico. Por el contrario, el cronotopo representa el principal indicio que nos conduce a la tipología de todo texto narrativo. Como bien lo dice Tzvetan Todorov, los géneros provienen de la transformación y la superación de géneros anteriores por vía de la transgresión; además, “Como cualquier institución, los géneros evidencian los rasgos constitutivos de la sociedad a la que pertenecen” (El Origen de los Géneros). Las novelas de Louis-Ferdinand Céline apuntan a una visión desamparada y fragmentada de la vida, enclavada en la caída y el desarraigo del hombre occidental del período de entreguerras del siglo XX. En el caso de La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo, tenemos un remedo –desafortunado o no- de la novela griega antigua de aventuras: si bien la trama tiene un tiempo y espacio específicos, la ciudad de Medellín en la década narcótica del 90, la relación amorosa del protagonista con los sicarios Alexis y Wilmar no se enriquece ni cambia significativamente en el giro de las acciones violentas que embuchan al lector durante ciento veinte páginas. Pareciera más bien una postal macabra, fatalista y desesperanzadora de Colombia, producto de una visión del exilio cargada de una intención reaccionaria, conservadora y exhibicionista por parte del autor que, además, mediatiza la voz narrativa con descaro e impunidad. El cronotopo es una categoría dinámica que problematiza el tiempo y el espacio histórico real, obsequiando –por fortuna- una imagen descarnada del hombre en el discurso multidimensional de la novela. Por supuesto, inmerso en la dialogización como abstruso tapiz persa en el cual sacudimos las esquirlas de nuestros pies de barro. Es la relación dialéctica entre la ficción y la realidad.
2.- El novelista tiene necesidad de alguna máscara esencial formal, de género, que defina tanto su posición para observar la vida, como su posición para hacer pública esa vida. Se refiere, sin duda, al cronotopo de la plaza pública, de la carpa que alberga el mundo circense y de la puesta en escena teatral. La mascarada de pícaros, bufones y tontos echa a andar un discurso contra el poder y sus convencionalismos que restringen las libertades. Estos personajes poseen un origen y un espíritu de corte popular: La vocinglería desatada por este trío mueve a la risa de las galerías, pues supone una ruptura desmitificadora de la cotidianidad circunscrita al imperativo de la ideología, bien sea la que proviene de los púlpitos o de las cortes absolutistas (monárquicas o republicanas, como lo escribe Ambrose Bierce en el Diccionario del Diablo). Mijail Bajtin confirma su aforismo revelador: Tienen la particularidad, y el derecho, de ser ajenos a este mundo; no se solidarizan con ninguna de las situaciones de la vida de este mundo, no les conviene ninguna, porque ven el reverso de cada situación y su falsedad. En las artes plásticas, Javier Téllez realiza instalaciones en las que el manicomio, templo de la sin razón, denuncia la asepsia del museo como sepulcro blanqueado del arte y –mejor aún- depósito de mercancías culturales que envilece la relación con el espectador. En el Diario del Enano (1995) de Eduardo Liendo, el discurso novelístico nos propone la yuxtaposición de diversos planos del tiempo y el espacio (de la España retratada por Goya al Miranda cautivo en La Guaira como antesala de La Carraca) para enhebrar un alegato contra el poder, ello en la voz cantante y grotesca del enano cronista: “Es el precio de todo verdadero poder: ser el enterrador de sí mismo”. Por otra parte, el relato (¿noveleta?) El Cerco de Bogotá (2003) del colombiano Santiago Gamboa evidencia la ridiculización del discurso mezquino del poder que impregna la situación límite, colindante con la comedia carnavalesca, en la cual los personajes se encuentran fuera de lugar en medio de la balacera y el estallido de los obuses en una Bogotá escindida por la guerrilla, los paracos y el ejército. La discoteca subterránea, apodada La Catedral de la Carne, constituye uno de los tablados en los que se desarrolla un Auto Sacramental que cuestiona mordazmente los mecanismos del poder en todas sus instancias y desencuentros: “La gente parece tener la obligación, un poco agresiva, de divertirse. Algunas de las mujeres podrían ser prostitutas”. Notas garrapateadas en el absurdo que paradójicamente gorjean una conmovedora humanidad.
(CON SU RESPECTIVO COMENTARIO).
1.- Vamos a llamar cronotopo (lo que en traducción literal significa “tiempo-espacio”) a la conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura. La categoría cronotopo es una herramienta valiosa y, si se quiere, indispensable en la comprensión y el análisis del discurso novelístico. No constituye un compartimiento que estanca y estigmatiza a la novela, dejándola a merced de críticos académicos atrapados en el laberinto de paradigmas tibios e inútiles. Tampoco justifica el absurdo y disparatado entramado de equívocas taxonomías que simplifican el caótico y maravilloso universo que edifica el texto novelístico. Por el contrario, el cronotopo representa el principal indicio que nos conduce a la tipología de todo texto narrativo. Como bien lo dice Tzvetan Todorov, los géneros provienen de la transformación y la superación de géneros anteriores por vía de la transgresión; además, “Como cualquier institución, los géneros evidencian los rasgos constitutivos de la sociedad a la que pertenecen” (El Origen de los Géneros). Las novelas de Louis-Ferdinand Céline apuntan a una visión desamparada y fragmentada de la vida, enclavada en la caída y el desarraigo del hombre occidental del período de entreguerras del siglo XX. En el caso de La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo, tenemos un remedo –desafortunado o no- de la novela griega antigua de aventuras: si bien la trama tiene un tiempo y espacio específicos, la ciudad de Medellín en la década narcótica del 90, la relación amorosa del protagonista con los sicarios Alexis y Wilmar no se enriquece ni cambia significativamente en el giro de las acciones violentas que embuchan al lector durante ciento veinte páginas. Pareciera más bien una postal macabra, fatalista y desesperanzadora de Colombia, producto de una visión del exilio cargada de una intención reaccionaria, conservadora y exhibicionista por parte del autor que, además, mediatiza la voz narrativa con descaro e impunidad. El cronotopo es una categoría dinámica que problematiza el tiempo y el espacio histórico real, obsequiando –por fortuna- una imagen descarnada del hombre en el discurso multidimensional de la novela. Por supuesto, inmerso en la dialogización como abstruso tapiz persa en el cual sacudimos las esquirlas de nuestros pies de barro. Es la relación dialéctica entre la ficción y la realidad.
2.- El novelista tiene necesidad de alguna máscara esencial formal, de género, que defina tanto su posición para observar la vida, como su posición para hacer pública esa vida. Se refiere, sin duda, al cronotopo de la plaza pública, de la carpa que alberga el mundo circense y de la puesta en escena teatral. La mascarada de pícaros, bufones y tontos echa a andar un discurso contra el poder y sus convencionalismos que restringen las libertades. Estos personajes poseen un origen y un espíritu de corte popular: La vocinglería desatada por este trío mueve a la risa de las galerías, pues supone una ruptura desmitificadora de la cotidianidad circunscrita al imperativo de la ideología, bien sea la que proviene de los púlpitos o de las cortes absolutistas (monárquicas o republicanas, como lo escribe Ambrose Bierce en el Diccionario del Diablo). Mijail Bajtin confirma su aforismo revelador: Tienen la particularidad, y el derecho, de ser ajenos a este mundo; no se solidarizan con ninguna de las situaciones de la vida de este mundo, no les conviene ninguna, porque ven el reverso de cada situación y su falsedad. En las artes plásticas, Javier Téllez realiza instalaciones en las que el manicomio, templo de la sin razón, denuncia la asepsia del museo como sepulcro blanqueado del arte y –mejor aún- depósito de mercancías culturales que envilece la relación con el espectador. En el Diario del Enano (1995) de Eduardo Liendo, el discurso novelístico nos propone la yuxtaposición de diversos planos del tiempo y el espacio (de la España retratada por Goya al Miranda cautivo en La Guaira como antesala de La Carraca) para enhebrar un alegato contra el poder, ello en la voz cantante y grotesca del enano cronista: “Es el precio de todo verdadero poder: ser el enterrador de sí mismo”. Por otra parte, el relato (¿noveleta?) El Cerco de Bogotá (2003) del colombiano Santiago Gamboa evidencia la ridiculización del discurso mezquino del poder que impregna la situación límite, colindante con la comedia carnavalesca, en la cual los personajes se encuentran fuera de lugar en medio de la balacera y el estallido de los obuses en una Bogotá escindida por la guerrilla, los paracos y el ejército. La discoteca subterránea, apodada La Catedral de la Carne, constituye uno de los tablados en los que se desarrolla un Auto Sacramental que cuestiona mordazmente los mecanismos del poder en todas sus instancias y desencuentros: “La gente parece tener la obligación, un poco agresiva, de divertirse. Algunas de las mujeres podrían ser prostitutas”. Notas garrapateadas en el absurdo que paradójicamente gorjean una conmovedora humanidad.
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