DOS AFORISMOS DE MIJAIL BAJTIN SOBRE LA PALABRA EN LA NOVELA (CON SU RESPECTIVO COMENTARIO).
1.- La novela es la diversidad social, organizada artísticamente, del lenguaje; y a veces, de lenguas y voces individuales. Abordar el discurso novelístico va más allá de la mera disección positivista, no se limita tampoco a una indagación de corte estructuralista que se centra tan sólo en la forma y el estilo. El lenguaje presenta diversas manifestaciones, múltiples registros de la lengua provenientes de lo heterogénea y caótica que es la sociedad en un determinado momento histórico. El novelista no ha de usurpar con una voz unívoca y didáctica el concierto de voces de la sociedad que le embarga, sin importar escuelas ni tendencias literarias e ideológicas que pretendan la uniformidad salvadora (a la manera del Realismo Socialista, por ejemplo). Se trata de exorcisar a la inversa la legión de voces que se refractan dentro del endemoniado: a éste hay que enseñarle a convivir y auscultar con sumo placer los gritos y susurros que le dignifican en la disonancia. En otras palabras, el escritor exhibe o muestra a los personajes actuando libremente en el entorno, esto es minimizando la mediación del autor, ocultando en la abigarrada figura de la alfombra sus intenciones adheridas a su propia visión del mundo. El imperativo en el arte novelístico es propiciar el diálogo y la confrontación entre posiciones vitales diversas: como nos lo dice José Luis Arria, “Ser dialógico significa otorgarle libertad al otro”. El salto al vacío constituye el vasallaje del novelista respecto al siglo que le ha tocado vivir y padecer. Esclavitud necesaria para sintetizar y fustigar el espíritu de su tiempo histórico, tal como lo manifiesta Elías Canetti en tanto profesión de fe. En La Virgen de los Sicarios del novelista colombiano Fernando Vallejo, el narrador de primera persona mezcla su lengua de gramático finisecular con la del vulgo de Medellín, específicamente el calé de los sicarios y gamines, en un beso de aguardiente y mortandad: “Como cuando un muchacho de allí dice: ‘Ese tombo está enamorado de mí’. Un ‘tombo’ es un policía, ¿pero ‘enamorado’? ¿Es que es marica? No, es que lo quiere matar” (páginas 55-56). La voz narrativa simula la de un cronista exiliado y desconsolado que no halla cabida en esa colmena ebria de cocaína y violencia. El discurso académico se despeña en un texto reaccionario que pareciera una enésima visita a las jarchas y moaxajas que vinculan impunemente lo culto y lo popular.
2.- El plurilingüismo introducido en la novela (sean cuales sean las formas de introducción), es el discurso ajeno en lengua ajena y sirve de expresión refractada de las intenciones del autor. Del juego de los espejos se desprende un sinnúmero de ecuaciones expresivas posibles que propenden a la dialogización. La bivocalidad del discurso novelístico supone la yuxtaposición de las voces y las intenciones tanto del héroe hablante como las que refracta el autor. Al igual que en la lengua, es inmanente su dinamismo y dialéctica de un cariz seductor. El plurilingüismo no puede atisbarse en la cresta de la ola, sino en las corrientes internas, los flujos y reflujos que la empujan contra la costa. No se trata de un debate simplista entre ambas instancias a los fines que venza y prevalezca una sobre la otra. Tal es el error de un relato realista que resbala entre lo arquetipal y lo pedagógico, por lo que se rompe un enriquecedor diálogo con el narratario y el lector. Si el lenguaje del autor amputa irresponsablemente el plurilingüismo, como lo hiciera el padre Sergio con su mano proclive a los senos generosos de la libidinosa y noble mujer, el discurso novelístico se limitaría a una larga e inútil cita al pie de página de la anécdota que nos pretende contar. Retomando la novela La Virgen de los Sicarios, tenemos un tono irónico e hiperbólico que recrea cruelmente una apocalíptica ciudad de Medellín, vestida de gala cuando los fuegos artificiales anuncian el tráfico exitoso de la merca a los Estados Unidos. No sorprende ni conmueve el desfile de la muerte patente en cientos de muñecos agujereados en sus calles y comunas, pero sí como rutina cotidiana y, peor aún, su bizarra motivación. La crítica social refracta –no hay parodia ni simulación- un discurso propio de la ultraderecha, sin misericordia ni medias tintas: “Españoles cerriles, indios ladinos, negros agoreros: júntelos en el crisol de la cópula a ver qué explosión no le producen con todo y la bendición del papa. Sale una gentuza tramposa, ventajosa, perezosa, envidiosa, mentirosa, asquerosa, traicionera y ladrona, asesina y pirómana” (p. 90). Retórica en el confortable código del escándalo, muy a pesar que el protagonista ame a dos de sus hijos y efebos con fervor y ternura: Alexis y Wilmar, sicarios que ejecutaron los papeles contrapuestos de Caín y Abel en el carnaval de sangre imperante en Medellín. El Holocausto, al igual que el diálogo novelístico, se hace interminable en la ausencia del conservadurismo exacerbado y lo políticamente correcto.
Valencia de San Desiderio, julio de 2006.
1.- La novela es la diversidad social, organizada artísticamente, del lenguaje; y a veces, de lenguas y voces individuales. Abordar el discurso novelístico va más allá de la mera disección positivista, no se limita tampoco a una indagación de corte estructuralista que se centra tan sólo en la forma y el estilo. El lenguaje presenta diversas manifestaciones, múltiples registros de la lengua provenientes de lo heterogénea y caótica que es la sociedad en un determinado momento histórico. El novelista no ha de usurpar con una voz unívoca y didáctica el concierto de voces de la sociedad que le embarga, sin importar escuelas ni tendencias literarias e ideológicas que pretendan la uniformidad salvadora (a la manera del Realismo Socialista, por ejemplo). Se trata de exorcisar a la inversa la legión de voces que se refractan dentro del endemoniado: a éste hay que enseñarle a convivir y auscultar con sumo placer los gritos y susurros que le dignifican en la disonancia. En otras palabras, el escritor exhibe o muestra a los personajes actuando libremente en el entorno, esto es minimizando la mediación del autor, ocultando en la abigarrada figura de la alfombra sus intenciones adheridas a su propia visión del mundo. El imperativo en el arte novelístico es propiciar el diálogo y la confrontación entre posiciones vitales diversas: como nos lo dice José Luis Arria, “Ser dialógico significa otorgarle libertad al otro”. El salto al vacío constituye el vasallaje del novelista respecto al siglo que le ha tocado vivir y padecer. Esclavitud necesaria para sintetizar y fustigar el espíritu de su tiempo histórico, tal como lo manifiesta Elías Canetti en tanto profesión de fe. En La Virgen de los Sicarios del novelista colombiano Fernando Vallejo, el narrador de primera persona mezcla su lengua de gramático finisecular con la del vulgo de Medellín, específicamente el calé de los sicarios y gamines, en un beso de aguardiente y mortandad: “Como cuando un muchacho de allí dice: ‘Ese tombo está enamorado de mí’. Un ‘tombo’ es un policía, ¿pero ‘enamorado’? ¿Es que es marica? No, es que lo quiere matar” (páginas 55-56). La voz narrativa simula la de un cronista exiliado y desconsolado que no halla cabida en esa colmena ebria de cocaína y violencia. El discurso académico se despeña en un texto reaccionario que pareciera una enésima visita a las jarchas y moaxajas que vinculan impunemente lo culto y lo popular.
2.- El plurilingüismo introducido en la novela (sean cuales sean las formas de introducción), es el discurso ajeno en lengua ajena y sirve de expresión refractada de las intenciones del autor. Del juego de los espejos se desprende un sinnúmero de ecuaciones expresivas posibles que propenden a la dialogización. La bivocalidad del discurso novelístico supone la yuxtaposición de las voces y las intenciones tanto del héroe hablante como las que refracta el autor. Al igual que en la lengua, es inmanente su dinamismo y dialéctica de un cariz seductor. El plurilingüismo no puede atisbarse en la cresta de la ola, sino en las corrientes internas, los flujos y reflujos que la empujan contra la costa. No se trata de un debate simplista entre ambas instancias a los fines que venza y prevalezca una sobre la otra. Tal es el error de un relato realista que resbala entre lo arquetipal y lo pedagógico, por lo que se rompe un enriquecedor diálogo con el narratario y el lector. Si el lenguaje del autor amputa irresponsablemente el plurilingüismo, como lo hiciera el padre Sergio con su mano proclive a los senos generosos de la libidinosa y noble mujer, el discurso novelístico se limitaría a una larga e inútil cita al pie de página de la anécdota que nos pretende contar. Retomando la novela La Virgen de los Sicarios, tenemos un tono irónico e hiperbólico que recrea cruelmente una apocalíptica ciudad de Medellín, vestida de gala cuando los fuegos artificiales anuncian el tráfico exitoso de la merca a los Estados Unidos. No sorprende ni conmueve el desfile de la muerte patente en cientos de muñecos agujereados en sus calles y comunas, pero sí como rutina cotidiana y, peor aún, su bizarra motivación. La crítica social refracta –no hay parodia ni simulación- un discurso propio de la ultraderecha, sin misericordia ni medias tintas: “Españoles cerriles, indios ladinos, negros agoreros: júntelos en el crisol de la cópula a ver qué explosión no le producen con todo y la bendición del papa. Sale una gentuza tramposa, ventajosa, perezosa, envidiosa, mentirosa, asquerosa, traicionera y ladrona, asesina y pirómana” (p. 90). Retórica en el confortable código del escándalo, muy a pesar que el protagonista ame a dos de sus hijos y efebos con fervor y ternura: Alexis y Wilmar, sicarios que ejecutaron los papeles contrapuestos de Caín y Abel en el carnaval de sangre imperante en Medellín. El Holocausto, al igual que el diálogo novelístico, se hace interminable en la ausencia del conservadurismo exacerbado y lo políticamente correcto.
Valencia de San Desiderio, julio de 2006.
Feliz navidad y un abrazo de Feliz año...Nos reunimos a leer poesia del siglo pasado, nos reunimos a sentirla,...es una maravilla.
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