Sunday, March 19, 2006

FABIO, EL LEÓN DE LA AVENIDA


Fabio, el León de la Avenida, se enjugó sudor y lágrimas luego de maquillar el cadáver del profesor T. La mayor dificultad estribó en la perforación de la sien derecha. Ocultó la chamusquina tras una patilla artificial abundante, la cual tuvo que corresponder con su par en la sien izquierda. Había abandonado el colegio a mitad de año, dedicándose a tiempo completo a las labores de belleza en el Atelier de sus amigas, ubicado en la Avenida Alberto Ravel. No soportó que la Coordinadora de Seccional le reprendiese por sacarse las cejas con esmero. Muy a pesar del escarnio al que era sometido por machistas vecinos y miradas octagenarias de desaprobación, las jornadas de ocho horas le reportaban un ingreso mucho más decente. Sobre todo la gratificación de tomar unas cuantas cervezas soleras azules, conversando con las amigas acerca de nalgas, vergas y torsos masculinos. Incluso las hembritas de su sección le visitaban al Salón de Belleza, poniéndole al tanto de las últimas nuevas del liceo: A Orteguita lo retiraron del Colegio por consumir piedra en el baño; para el viernes en la tarde lanzarían una bomba lacrímogena en solidaridad con el compañero amonestado; el profe T estaba cada vez más marico y cabrón en el aula... Miró el cadáver por última vez, embargado por el desconsuelo. Recordó una conversación íntima en la sala africanísima de su casa: el estigma de la condición gay que conformaba su rabia, vileza y arrogancia académica; la poesía de Esdras Parra y el film Querelle de Brest de Fassbinder; los afiches de Ava Gardner y Dolly Parton que acompañaban las palabras tristes del querido T en la menguada tarde. El colofón fue una danzarina meneadita de culo al compás de La Batidora, pues ya estaba bien de Chavela Vargas y las lágrimas que aparejaba.
Fabio, pues, pensó que era la última asignación del profesor T en atención a su breve amistad: la sonrisa de Gioconda con el platinado cabello en apretado afro.

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