Friday, March 17, 2006

TALIBÁN


Su figura delgada y sus ademanes afectados hacían insoportable el calor y la pesada humedad del aula. Siempre exhibía su arrogancia y descontrol emocional al desconcierto de los alumnos. Gozaba sobremanera al presionarlos indebidamente como si sufriese un coito anal suministrado por la enorme verga de un guerrero Masai. Su promedio de aplazados excedía los límites permisibles de la normativa escolar. Aporreaba la autoestima erosionada del grupo a la par de solazarse en la contemplación de los más apuestos y bien dotados efebos del colegio. Finalizando el segundo lapso, les ofrecería a algunos de ellos una fiesta en su casa para intercambiar notas aprobatorias por escarceos sexuales furtivos en baños públicos y pubs gays de la ciudad. Imaginó ser prensado por todos y cada uno de ellos, gritando en la claustrofóbica habitación la calificación de su ars amatoria y la zahiriente descalificación a su condición de lúmpen proletariado. Cuatro de los más grandes aceptaron gustosos la invitación. El viernes a las seis y media de la tarde, comenzó el festejo. La salita simulaba la corte de un reino africano con sus palmas, escudos y lanzas largas y afiladas. Se atavió con esmero porque encarnaba a la reina de Saba. Los cuatro marines la asediaron sin mediar halagos a punta de chopos y treinta y ochos: gimió con mórbido placer, gruñó de desesperación y rasguñó pectorales y poderosos brazos mientras la poseían una y otra vez. La sometieron a indecibles torturas: entrecortaban su respiración con una bolsa de plástico, mutilaban los dedos de manos y pies inmisericordemente, rasgaron con hojillas su magro cuerpo en búsqueda de la marca del diablo. Finalmente, le dieron muerte disparándole a la cabeza, interpuesta una gruesa almohada de la exótica sala. Dos días después, cuatro centinelas vestidos de blue jeans y chemisse beige -relamidos de vicio homicida e impunidad- custodiaban sus restos mortales en una de las funerarias más lujosas de la ciudad. Nadie se explicaba la sonrisa de mona lisa en su rostro, dada la saña y brutalidad de su muerte.

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