Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Sunday, April 26, 2015
3 MUJERES DE NUESTRA POESÍA HOY (1). José Carlos De Nóbrega
3 MUJERES DE NUESTRA POESÍA HOY (1)
José Carlos De Nóbrega
"Todavía me sabes, / quemadura de amor! / Y el cuerpo deletrea / el suplicio feliz". María Calcaño.
"callada no hago peso / desnuda estoy a salvo / lo digo ante el espejo / se lo digo a tu silencio". Lydda Franco Farías.
Teniendo como antecedentes las voces de María Calcaño, Enriqueta Arvelo Larriva y Ana Enriqueta Terán, por ejemplo, nos proponemos conversar sobre la obra poética de tres grandes amigas nuestras: Norys Nicoliello (Falcón, 1966), Niddy Calderón (Valencia, 1972) y María Alejandra Rendón (Valencia, 1986), con las cuales hemos compartido espacios culturales, académicos y festivos en la inhóspita, bien amada y descoordinada ciudad de Valencia de San Simeón el estilita o Valencia de San Desiderio como la mienta Slavko Zupcic. Norys
Nicoliello ha publicado a la fecha tres poemarios: El acecho del cordero (2002), Volverme Alúmina (2008) y La Luna de Adelia (2008). Quehaceres de Adentro (2014) constituye su más reciente título, inédito aún. Embargada la voz poética multitudinaria por la diversidad del paisaje (la serranía falconiana, la altura neblinosa de Carayaca o una derruida Valencia del Rey), esta poeta exhibe un denodado compromiso contundente con la palabra, manifiesto en un oficio escritural brillante e inmediato, desprovisto de las estridencias ornamentales y artificiosas del estilo, no en balde la audacia de su propuesta poética. "El acecho del cordero" configura un tríptico lírico que comprende el bestiario, la recreación de la serranía de Falcón (Corubo) y su confrontación con el paisaje urbano descoyuntado (Casa de paso).
"Volverme Alúmina" es uno de sus poemarios más celebrados por nosotros, no sólo por su alto vuelo poético, plástico e imaginativo, sino también porque representó mi segundo libro como editor en la Imprenta Regional Carabobo de la Fundación Editorial el perro y la rana (el primero fue el volumen de cuentos 13 fábulas y otros relatos de Richard Montenegro). En este precioso y carísimo conjunto predomina un careo aproximativo al tema de la muerte, esta vez ligado a la alquimia de la vida y la palabra que transita de la transformación a la resurrección apoteósica de la carne y el alma.
"La Luna de Adelia" nos ratifica la evolución del discurso poético personal de Norys Nicoliello, pues amplía sus preocupaciones temáticas y estilísticas provenientes de las dos incursiones anteriores, amén de depurar la transparencia expresiva y musical asida vívidamente a la Poesía del Decir. Recurre nuevamente a la estructuración de un tríptico: Se suceden eslabones o peldaños en ascenso titulados "Juegos de Niebla", "Soñamos con días ilesos" y "La Luna de Adelia". La interiorización y plasticidad del paisaje de montaña se desdibuja en la inmediatez del lenguaje, mixtura primaria de la lengua culta y la oralidad que tapiza el ámbito familiar (la casa y el conuco). Persiste la simplicidad de la expresión poética en la presencia de metáforas elementales que casi aniquilan a la puntuación y la adjetivación; el ritmo y la melodía son proveídos por el verso breve y despojado.
"Quehaceres de adentro", en las apariencias de una primera lectura apurada, representa la coleta del gracioso papagayo o cometa que es el corpus poético de Norys Nicoliello antes esbozado. Sólo que si la mirada se prende al rabo multicolor, experimentaremos las hojillas que cortan salvajemente el aire y las manos que pretenden asirlo con desesperación. La inmediatez y diafanidad del poema albergan, esta vez, la contundencia y la aspereza de la palabra forjadas en la tensión vertiginosa del vivir: "Me aquejan los quehaceres de la casa / me obnubilan en la rutina / por qué esa manía de orden / por qué esa obsesión de limpieza / la rutina es el escape / de los quehaceres de adentro". Esto es el desencuentro entre Apolos y Dionisio: No logramos distinguir ni conciliar la Utopía y la Distopía en procura del cambio endógeno que repercuta en el entorno exterior.
ELOGIO RETICULAR DEL LIBRO Y SUS ALREDEDORES. José Carlos De Nóbrega
ELOGIO RETICULAR DEL LIBRO Y SUS ALREDEDORES
José Carlos De Nóbrega
A la amada dupla doctoral de Pedro Téllez Carrasco y Teresa Pacheco Miranda.
La obra ensayística de Pedro Téllez Pacheco se goza en la consideración sensual, objetual y conceptual del libro. Por supuesto, dista de una apología fetichista de la literatura, pues el oficio de los escritores de raza se sustenta en su vinculación dialógica con las letras que lo anteceden y la vida misma que acarrea sus objetos voluptuosos, manjares y bebidas. Hoy nos corresponde presentar su más reciente colección de ensayos, Elogio en cursiva del Libro de Bolsillo (2014), bajo el sello amigo de Ediciones Protagoni, c.a. de Luis García. Valga mi entusiasmo como lector y comentarista, nos parece que este título no sólo confirma la recapitulación obsesiva de los temas que siempre han ocupado a Pedro Téllez, amén del afilado instrumental de disección crítica y expresiva, sino también la evolución y consolidación de una de las voces más interesantes y comprometidas del momento literario en Venezuela.
El ensayista es entomólogo, bibliotecario y reportero del mundo que lo embarga en sacudidas que colindan entre la revelación poética y el malabarismo intelectual que despotrica de los convencionalismos academicistas. Los trece comensales de la cena del ensayo, paradójicamente, se trasladan a la carnadura de las trece especies animales que se desplazan con suma vivacidad por el jardín que alude, a su vez, al Paraíso y el Infierno del cual nos habló Malcolm Lowry en sus desquiciantes novelas. Las ratas que no leen pero sí orinan, defecan y habitan los bloques de la biblioteca, nos remiten al poema objeto que es el ensayo homónimo de este libro. El culto al libro como objeto y texto cobra suma vitalidad en un discurso harto amoroso: No nos sorprende la inmediatez y la oralidad picante de una conferencia como Biblioteca Personal del Diablo: Su texto vivo, afín a un espíritu sedicioso y charlatán, centra su desnudez en el cambio frenético de la vestimenta, desde el retruécano hasta la sátira y la carnavalización de su discurso: "El Diablo se excita con los místicos del Siglo de Oro español, con las traducciones del Cantar de los Cantares de Fray Luis de León, y con la tercera redacción del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y con la Séptima Morada de Santa Teresa".
No podemos pasar por debajo de la mesa un libro carnal, callejero y desternillante: Conversaciones con Taxistas que complace y se conduele del morbo de todo lector que se precie de serlo y vivirlo. Persiste la mirada entomológica que excede la del psiquiatra y el sociólogo, pues no sólo aprisiona los testimonios contra el papel como coleópteros clavados con chinches, sino clasifica a los taxistas además de incorporar categorías como “taxear” y “ruletear”. Incluso nos podríamos topar con un pastiche que involucra los géneros de la crónica urbana, el cuento breve o la fábula que troca en bestiario envilecido. Se mixtura lo académico con lo popular, no obstante lo que le dice el taxista As a su colega Travis Bickle en el film “Taxi Driver” de Martin Scorsese: "No soy Bertrand Russell, tan sólo soy un taxista". El taxista pareciera pues falsificar la voz poética y revulsiva de Juan Calzadilla: "A mí no me gusta mujer con perro, porque al perro le encanta lamer cuca". Otro conductor explotado se redime estrellándose contra las grandes tetas de una mujer: "¡esto es una maravilla!"
Otro de los hallazgos notables de este conjunto ensayístico es el fabuloso Mapa Temporal del Ensayo en la Venezuela del Siglo XX. ¿Persiste entonces el tono entomológico o epidemiológico? Por fortuna, Téllez construye una cartografía crítica invaluable del género en el país nacional y contemporáneo que, junto al Paisaje del ensayo venezolano (1999) de Oscar Rodríguez Ortiz, han de tenerse en cuenta como aproximaciones que se oponen al clima insulso de las Universidades venezolanas, bonapartistas o no. Coexisten en un sancocho cruzado, diverso y disímil el conservadurismo sociológico de Laureano Vallenilla Lanz, la escritura clasicista de Arturo Uslar Pietri, el egotismo de Rufino Blanco Fombona adosado a su comentarista Ángel Rama, y la heterodoxia marxista de Ludovico Silva, por supuesto, en la multiplicidad factorial de sus afectos y repulsiones en el campo político, cultural y estético. En un futuro, a corto o mediano plazo, nos tocará incluir este magnífico mural ensayístico en un Canon nacional flexible, problematizador y dialéctico.
He aquí otro salto en la discontinuidad reticular de este elogio al libro en rústica: Amistad y Sabiduría, homenaje que festeja a su padre, el Doctor Téllez Carrasco, y a sus amigos Humberto Giugni, Roman Prypchan y Rafael Carías. La relación con la figura paterna no es para nada kafkiana, por el contrario, nos remite a una visión plena de ternura y de muy buen humor, tal como lo celebran y lo poetizan los cuentos del escritor y dibujante polaco Bruno Schulz [como si ocurriese en la pista humilde y dionisíaca de un circo latinoamericano].
Leer y revisitar este estupendo libro no es un desangrar del corazón, sino un abrazo fraternal y solidario con el lector de a pie. No nos queda duda, es uno de los mejores libros publicados en los últimos treinta años por los valencianos de San Simeón el estilita, San Desiderio o Rasputín el monje bonchón. Si no lo creen así, sugerimos cruzar y contrastar su lectura con títulos tales como "Antología del Decir" de Luis Alberto Angulo, "La luna no es de pan de horno" de Laura Antillano, "Acento de Cabalgadura" de Enrique Mujica, "Círculo Croata" de Slavko Zupcic, "Matadero" de Reynaldo Pérez Só y "Última luna en la piel" de Orlando Chirinos. Este libro objeto de Pedro Téllez muestra impúdicamente su carnadura, sus coyunturas y cartílagos. No nos interesa, pues, el discurso terrorista de la valencianidad proferido por un ex burgomaestre y sibarita sin alma.
José Carlos De Nóbrega
A la amada dupla doctoral de Pedro Téllez Carrasco y Teresa Pacheco Miranda.
La obra ensayística de Pedro Téllez Pacheco se goza en la consideración sensual, objetual y conceptual del libro. Por supuesto, dista de una apología fetichista de la literatura, pues el oficio de los escritores de raza se sustenta en su vinculación dialógica con las letras que lo anteceden y la vida misma que acarrea sus objetos voluptuosos, manjares y bebidas. Hoy nos corresponde presentar su más reciente colección de ensayos, Elogio en cursiva del Libro de Bolsillo (2014), bajo el sello amigo de Ediciones Protagoni, c.a. de Luis García. Valga mi entusiasmo como lector y comentarista, nos parece que este título no sólo confirma la recapitulación obsesiva de los temas que siempre han ocupado a Pedro Téllez, amén del afilado instrumental de disección crítica y expresiva, sino también la evolución y consolidación de una de las voces más interesantes y comprometidas del momento literario en Venezuela.
El ensayista es entomólogo, bibliotecario y reportero del mundo que lo embarga en sacudidas que colindan entre la revelación poética y el malabarismo intelectual que despotrica de los convencionalismos academicistas. Los trece comensales de la cena del ensayo, paradójicamente, se trasladan a la carnadura de las trece especies animales que se desplazan con suma vivacidad por el jardín que alude, a su vez, al Paraíso y el Infierno del cual nos habló Malcolm Lowry en sus desquiciantes novelas. Las ratas que no leen pero sí orinan, defecan y habitan los bloques de la biblioteca, nos remiten al poema objeto que es el ensayo homónimo de este libro. El culto al libro como objeto y texto cobra suma vitalidad en un discurso harto amoroso: No nos sorprende la inmediatez y la oralidad picante de una conferencia como Biblioteca Personal del Diablo: Su texto vivo, afín a un espíritu sedicioso y charlatán, centra su desnudez en el cambio frenético de la vestimenta, desde el retruécano hasta la sátira y la carnavalización de su discurso: "El Diablo se excita con los místicos del Siglo de Oro español, con las traducciones del Cantar de los Cantares de Fray Luis de León, y con la tercera redacción del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y con la Séptima Morada de Santa Teresa".
No podemos pasar por debajo de la mesa un libro carnal, callejero y desternillante: Conversaciones con Taxistas que complace y se conduele del morbo de todo lector que se precie de serlo y vivirlo. Persiste la mirada entomológica que excede la del psiquiatra y el sociólogo, pues no sólo aprisiona los testimonios contra el papel como coleópteros clavados con chinches, sino clasifica a los taxistas además de incorporar categorías como “taxear” y “ruletear”. Incluso nos podríamos topar con un pastiche que involucra los géneros de la crónica urbana, el cuento breve o la fábula que troca en bestiario envilecido. Se mixtura lo académico con lo popular, no obstante lo que le dice el taxista As a su colega Travis Bickle en el film “Taxi Driver” de Martin Scorsese: "No soy Bertrand Russell, tan sólo soy un taxista". El taxista pareciera pues falsificar la voz poética y revulsiva de Juan Calzadilla: "A mí no me gusta mujer con perro, porque al perro le encanta lamer cuca". Otro conductor explotado se redime estrellándose contra las grandes tetas de una mujer: "¡esto es una maravilla!"
Otro de los hallazgos notables de este conjunto ensayístico es el fabuloso Mapa Temporal del Ensayo en la Venezuela del Siglo XX. ¿Persiste entonces el tono entomológico o epidemiológico? Por fortuna, Téllez construye una cartografía crítica invaluable del género en el país nacional y contemporáneo que, junto al Paisaje del ensayo venezolano (1999) de Oscar Rodríguez Ortiz, han de tenerse en cuenta como aproximaciones que se oponen al clima insulso de las Universidades venezolanas, bonapartistas o no. Coexisten en un sancocho cruzado, diverso y disímil el conservadurismo sociológico de Laureano Vallenilla Lanz, la escritura clasicista de Arturo Uslar Pietri, el egotismo de Rufino Blanco Fombona adosado a su comentarista Ángel Rama, y la heterodoxia marxista de Ludovico Silva, por supuesto, en la multiplicidad factorial de sus afectos y repulsiones en el campo político, cultural y estético. En un futuro, a corto o mediano plazo, nos tocará incluir este magnífico mural ensayístico en un Canon nacional flexible, problematizador y dialéctico.
He aquí otro salto en la discontinuidad reticular de este elogio al libro en rústica: Amistad y Sabiduría, homenaje que festeja a su padre, el Doctor Téllez Carrasco, y a sus amigos Humberto Giugni, Roman Prypchan y Rafael Carías. La relación con la figura paterna no es para nada kafkiana, por el contrario, nos remite a una visión plena de ternura y de muy buen humor, tal como lo celebran y lo poetizan los cuentos del escritor y dibujante polaco Bruno Schulz [como si ocurriese en la pista humilde y dionisíaca de un circo latinoamericano].
Leer y revisitar este estupendo libro no es un desangrar del corazón, sino un abrazo fraternal y solidario con el lector de a pie. No nos queda duda, es uno de los mejores libros publicados en los últimos treinta años por los valencianos de San Simeón el estilita, San Desiderio o Rasputín el monje bonchón. Si no lo creen así, sugerimos cruzar y contrastar su lectura con títulos tales como "Antología del Decir" de Luis Alberto Angulo, "La luna no es de pan de horno" de Laura Antillano, "Acento de Cabalgadura" de Enrique Mujica, "Círculo Croata" de Slavko Zupcic, "Matadero" de Reynaldo Pérez Só y "Última luna en la piel" de Orlando Chirinos. Este libro objeto de Pedro Téllez muestra impúdicamente su carnadura, sus coyunturas y cartílagos. No nos interesa, pues, el discurso terrorista de la valencianidad proferido por un ex burgomaestre y sibarita sin alma.
Sunday, April 19, 2015
ELOGIO A TRES VIEJOS AMIGOS. José Carlos De Nóbrega
ELOGIO A TRES VIEJOS AMIGOS
José Carlos De Nóbrega
Hace un año me despedí de tres amigos de mi adolescencia escurridiza que va y viene impune: Cheo Feliciano, Gabriel García Márquez y Mayra Alejandra. Tres muertes que comprendieron causas disímiles: el accidente de tránsito que incrustó al primero en un poste de concreto, la severa afección respiratoria del Gabo que lo despegó por fin del mal del sueño y el cáncer terminal que apagó el shock postraumático inducido vía TV a la desdichada y acartonada Leonela. Sin embargo, la nostalgia, además de la cruel y traviesa Providencia, los emparentan en ese concierto barroco y maravilloso que es la cultura popular y literaria de América Latina.
La voz tierna y viril de Cheo Feliciano nos acompañó desde la devota sintonización de Radio Aeropuerto, enclave de la Salsa en la Venezuela de los setenta. Recordamos su estilo inigualable, gallardo y heredero de Tito Rodríguez, Joe Cuba y Eddie Palmieri tanto en la tesitura aterciopelada del bolero como en el tenor salvaje y montuno de la guaracha y el sonido boogaloo: “El Ratón”, “El Pito”, “Busca lo tuyo”, “Amada Mía” y “Delirio” así lo ratifican cada vez que la aguja o el láser lamen el acetato o el CD para complacer los oídos y el corazón. Si de yuntas se trata, es histórica la simbiosis perfecta de Feliciano y “Tite” Curet Alonso: “Anacaona”, “Naborí” y “Los Entierros de mi pobre gente pobre” son hitos indiscutibles del Repertorio Latinoamericano en virtud de su poesía sentida, conmovedora y solidaria con las causas contestatarias de nuestros pueblos. Desprovisto de los alardes mediáticos propios de lo políticamente correcto, Cheo adversó la Guerra de Vietnam y el aislamiento con el que aún pretenden los corsarios protestantes oprimir a Cuba por mampuesto. Él fue desde siempre amigo de nuestro país, bien sea en compañía de Tito Rodríguez, La Fania All Stars o la Rondalla Venezolana. Su presentación en PDVSA La Estancia, a propósito del Festival de Boleros en 2012, nos reconcilió con sus mejores días, esta vez echando un pie con Cocó, su mujer bien amada, sazonada la noche con los estupendos arreglos del profesor Luis García.
Qué decir del Gabo, cuando aparentemente todo está dicho y llueve sobre mojado para bien o para mal: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas. Si “La Hojarasca” me trajo a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos míticos [no en balde los 14°C de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes], “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza, bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos, que la que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia de San Desiderio. Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubén Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas de las monstruosas novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el río magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo. No nos importan las lecturas descontextualizadas, escuálidas y reaccionarias de Diomedes Cordero y Héctor Espinoza que fracasan en escatimar la maestría del Gabo. Tampoco cuenta que “Las Venas Abiertas de América Latina” de Galeano aún aguarden a un lector desmemoriado como Barack Obama. Se reencuentran Roque Dalton y Danton en el despropósito converso y predatorio de sus asesinos.
Mi aversión por las teleculebras a lo Delia Fiallo no me alejó de Mayra Alejandra, por el contrario, excitó mi febril sensibilidad e inclinación por las guarichas, hembraje avasallador y pardo no mediatizado por la miopía misógina de Osmel Sousa y sus viles cómplices mediáticos. Sabotear esperpentos dramáticos como “Leonela” fue un oportuno pretexto para importunar al matriarcado amantísimo de mi casa, zanjando brechas generacionales y eludiendo el rigor de la correa o la chancleta airada. Sin embargo, el morbo patente en el tratamiento cursi del tema de la violación y el increíble ascenso social del violador, le imprimió un toque extraño y paradójico a las húmedas ensoñaciones eróticas de entonces: chupar los grandes pezones de bondadosas papayas, perderse en esos ojos negrísimos de muchacha broncínea. Nos simpatizaba más, por supuesto, la Carmen fogosa que encarnó en la película de Chalbaud, o la impúdica Barbarita agarrada del brazo de Cabrujas en la pista de un circo.
Estimado trío que se asomó a mi pubertad: ¡Buen Viaje, Familia! Sus cenizas se sumergirán en las aguas cálidas de los ríos, el bramar de las cataratas y la saudade que trae consigo las lluvias de mayo.
José Carlos De Nóbrega
Hace un año me despedí de tres amigos de mi adolescencia escurridiza que va y viene impune: Cheo Feliciano, Gabriel García Márquez y Mayra Alejandra. Tres muertes que comprendieron causas disímiles: el accidente de tránsito que incrustó al primero en un poste de concreto, la severa afección respiratoria del Gabo que lo despegó por fin del mal del sueño y el cáncer terminal que apagó el shock postraumático inducido vía TV a la desdichada y acartonada Leonela. Sin embargo, la nostalgia, además de la cruel y traviesa Providencia, los emparentan en ese concierto barroco y maravilloso que es la cultura popular y literaria de América Latina.
La voz tierna y viril de Cheo Feliciano nos acompañó desde la devota sintonización de Radio Aeropuerto, enclave de la Salsa en la Venezuela de los setenta. Recordamos su estilo inigualable, gallardo y heredero de Tito Rodríguez, Joe Cuba y Eddie Palmieri tanto en la tesitura aterciopelada del bolero como en el tenor salvaje y montuno de la guaracha y el sonido boogaloo: “El Ratón”, “El Pito”, “Busca lo tuyo”, “Amada Mía” y “Delirio” así lo ratifican cada vez que la aguja o el láser lamen el acetato o el CD para complacer los oídos y el corazón. Si de yuntas se trata, es histórica la simbiosis perfecta de Feliciano y “Tite” Curet Alonso: “Anacaona”, “Naborí” y “Los Entierros de mi pobre gente pobre” son hitos indiscutibles del Repertorio Latinoamericano en virtud de su poesía sentida, conmovedora y solidaria con las causas contestatarias de nuestros pueblos. Desprovisto de los alardes mediáticos propios de lo políticamente correcto, Cheo adversó la Guerra de Vietnam y el aislamiento con el que aún pretenden los corsarios protestantes oprimir a Cuba por mampuesto. Él fue desde siempre amigo de nuestro país, bien sea en compañía de Tito Rodríguez, La Fania All Stars o la Rondalla Venezolana. Su presentación en PDVSA La Estancia, a propósito del Festival de Boleros en 2012, nos reconcilió con sus mejores días, esta vez echando un pie con Cocó, su mujer bien amada, sazonada la noche con los estupendos arreglos del profesor Luis García.
Qué decir del Gabo, cuando aparentemente todo está dicho y llueve sobre mojado para bien o para mal: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas. Si “La Hojarasca” me trajo a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos míticos [no en balde los 14°C de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes], “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza, bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos, que la que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia de San Desiderio. Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubén Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas de las monstruosas novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el río magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo. No nos importan las lecturas descontextualizadas, escuálidas y reaccionarias de Diomedes Cordero y Héctor Espinoza que fracasan en escatimar la maestría del Gabo. Tampoco cuenta que “Las Venas Abiertas de América Latina” de Galeano aún aguarden a un lector desmemoriado como Barack Obama. Se reencuentran Roque Dalton y Danton en el despropósito converso y predatorio de sus asesinos.
Mi aversión por las teleculebras a lo Delia Fiallo no me alejó de Mayra Alejandra, por el contrario, excitó mi febril sensibilidad e inclinación por las guarichas, hembraje avasallador y pardo no mediatizado por la miopía misógina de Osmel Sousa y sus viles cómplices mediáticos. Sabotear esperpentos dramáticos como “Leonela” fue un oportuno pretexto para importunar al matriarcado amantísimo de mi casa, zanjando brechas generacionales y eludiendo el rigor de la correa o la chancleta airada. Sin embargo, el morbo patente en el tratamiento cursi del tema de la violación y el increíble ascenso social del violador, le imprimió un toque extraño y paradójico a las húmedas ensoñaciones eróticas de entonces: chupar los grandes pezones de bondadosas papayas, perderse en esos ojos negrísimos de muchacha broncínea. Nos simpatizaba más, por supuesto, la Carmen fogosa que encarnó en la película de Chalbaud, o la impúdica Barbarita agarrada del brazo de Cabrujas en la pista de un circo.
Estimado trío que se asomó a mi pubertad: ¡Buen Viaje, Familia! Sus cenizas se sumergirán en las aguas cálidas de los ríos, el bramar de las cataratas y la saudade que trae consigo las lluvias de mayo.
Sunday, April 12, 2015
PAÚL DEL RÍO Y LA BATALLA DE ARGEL. José Carlos De Nóbrega
PAÚL DEL RÍO Y LA BATALLA DE ARGEL
José Carlos De Nóbrega
A Gilberto Mora Muñoz, nuestro querido Comisario.
Paúl del Río (1943-2015), alias Máximo Canales, nos acaba de dejar por el momento atascados en estas calles donde Dios y el Diablo juegan una partida de ajedrez incesante. Es otro más de los nuestros, un antihéroe fabuloso y poco conocido que nos vincula a personajes como Rafael de Nogales Méndez, Arévalo Cedeño o el nica Abelardo Cuadra. Este egregio, de los mejores del pardaje nuestro, concilia la osadía rebelde, la solidaridad inquebrantable y el idealismo vivo con que se edifican los sueños. Ascendiendo los escalones sangrientos de “La Pirámide de Quetzalcóatl”, Pablo Antonio Cuadra remeda al represor aterrado “-Mirad- dijeron / allí duerme el soñador, / matémosle, / así veremos de qué le sirven sus sueños”. Sus aventuras guerrilleras no sólo retumbaron en Venezuela [el abordaje corsario del buque “Anzoátegui”, el secuestro del futbolista Alfredo Di Stéfano en Caracas y su participación en “El Porteñazo”], sino en países como Nicaragua donde acompañó al Frente Sur que colaboraría en el derrocamiento del último de los Somoza en 1979. Las operaciones de toma y secuestro, bajo la bandera revolucionaria del MIR originario y las FALN, se caracterizaron por su limpieza en la ejecución, la estridencia pública y mediática y, en especial, la ausencia de crueldad innecesaria. Nos recuerda gratamente a esa “Comuna en Alta Mar” que fue el asalto al trasatlántico portugués “Santa María” el 22 de enero de 1961: El disparate de Galvão, Soutomaior y Velo refundó su navío de locos como el “Santa Liberdade”, siendo el nombre quijotesco de la operación “Dulcinea”, al punto de poner de cabeza no sólo a las dictaduras de Franco y Salazar, sino también a la mismísima VI Flota norteamericana.
El gran personaje que es Máximo Canales, comandante guerrillero, se nos antoja pues una fusión del paladín subversivo y el gentilhombre mestizo que dignifica cualquier conversación de sobremesa. No en balde su estancia en sórdidas prisiones como el Cuartel San Carlos y la Cárcel Modelo, experiencia universal que lo emparenta con Miguel Hernández: “Un hombre que ha soñado con las aguas del mar, / y destroza sus alas como un rayo amarrado, / y estremece las rejas, y se clava los dientes / en los dientes del trueno”. Trocó la amargura del confinamiento por la curaduría del espacio estético, político e histórico que es el Cuartel San Carlos, oponiendo una denodada resistencia a los burócratas que desde siempre buscan ultrajar la memoria con sus adefesios arquitectónicos y discursivos. No resulta, pues, casual que el funcionarismo bancario abominara de una propuesta de epónimo para nuestra escuela del barrio en Valencia de San Desiderio, U.E. Jorge Rodríguez padre, para sustituirlo por otro ligado al conservadurismo local. Paradójicamente, el film “La Batalla de Argel” (1966) de Gillo Pontecorvo sirve de paradigma revolucionario que vindica la violencia como método de liberación de los pueblos y, al mismo tiempo, funciona como recurso audiovisual que explicita la represión burguesa como crueldad necesaria justificada en la campaña contrarrevolucionaria. El Capitalismo nos provee una de sus clásicas contradicciones: Convertir a los héroes de la Resistencia Francesa en un ejército imperialista de ocupación con el General Massu (el Coronel Mathieu de la película) fungiendo de Torturador Mayor. Por fortuna, surgen hombres como el argelino Yacef Saadi, el nicaragüense Carlos Fonseca y el internacionalista Paúl del Río para desgracia de la afectación pequeñoburguesa que se atraganta con las semillas de la patilla y sus babosadas.
Paúl del Río nos legó una obra plástica interesante y harto simpática que mixtura lo clásico y lo contemporáneo. Por ejemplo, el lienzo “Sueño de un obrero sobre fondo rojo” [forma parte de la colección del CELARG] conjuga la eficacia del cartel o mural con la belleza metafórica, simbólica y colorista que nos recuerda a Toulouse-Lautrec o Magritte. ¿Qué decir de la escultura “La Mano Mineral”, sobre cuya palma descansa una torre petrolera, como metáfora posible del desarrollo auténtico? Este artista figurativo de raza, con sus bailarinas en solemne reposo, sus mujeres noctámbulas acodadas en la musicalidad de la serenata, los magos aborígenes y los arlequines rojinegros, rescata la simplicidad de la línea y la inmediatez de los colores primarios que lo ponen a dialogar en la sabrosura con modernistas brasileños de la estatura de Emiliano di Cavalcanti y Vicente do Rêgo Monteiro. Bien lo dice el “Manifiesto de Poesía Palo-Brasil”: “El contrapeso de la originalidad nativa para inutilizar la adhesión académica”. La propuesta artística no es más que un discurso libertario y sin cortapisas. Valga como sugerencia, rogativa y homenaje la realización de una exposición antológica e itinerante de su obra plástica que comprende la caricatura, el dibujo, la pintura y la escultura.
Nos resta entonces crear una sala lúdica y polimórfica, a la manera de Purgatorio, donde vivos y muertos conversen plácidamente: Sus vasos comunicantes empalmarán el artículo sencillo y sentido de Julio Escalona; los textos narrativos de Nelson Guzmán en los que todos somos Palmiro Avilán multiplicado en Paúl del Río, Valdemar Guzmán, Bárbaro Rivas o Alfredo Marcano; los cuentos breves y astillados de Eduardo Sifontes y una muestra arbitraria pero solidaria del Decir Poético en lengua castellana: Hernández, Cuadra, Angulo, Salomón de la Selva o Roque Dalton. Esculpamos en relieve un texto de Pablo Antonio en tanto Epitafio esperanzador: “Sólo tú –guerrillero- con tu inquieta lealtad a los aires nativos / centinela desde el alba en las altas vigilias del ocote / guardarás para el canto esta historia perdida”. He aquí la encrucijada entre la mística y la revolución convertida en poesía morena, tocable y concreta.
José Carlos De Nóbrega
A Gilberto Mora Muñoz, nuestro querido Comisario.
Paúl del Río (1943-2015), alias Máximo Canales, nos acaba de dejar por el momento atascados en estas calles donde Dios y el Diablo juegan una partida de ajedrez incesante. Es otro más de los nuestros, un antihéroe fabuloso y poco conocido que nos vincula a personajes como Rafael de Nogales Méndez, Arévalo Cedeño o el nica Abelardo Cuadra. Este egregio, de los mejores del pardaje nuestro, concilia la osadía rebelde, la solidaridad inquebrantable y el idealismo vivo con que se edifican los sueños. Ascendiendo los escalones sangrientos de “La Pirámide de Quetzalcóatl”, Pablo Antonio Cuadra remeda al represor aterrado “-Mirad- dijeron / allí duerme el soñador, / matémosle, / así veremos de qué le sirven sus sueños”. Sus aventuras guerrilleras no sólo retumbaron en Venezuela [el abordaje corsario del buque “Anzoátegui”, el secuestro del futbolista Alfredo Di Stéfano en Caracas y su participación en “El Porteñazo”], sino en países como Nicaragua donde acompañó al Frente Sur que colaboraría en el derrocamiento del último de los Somoza en 1979. Las operaciones de toma y secuestro, bajo la bandera revolucionaria del MIR originario y las FALN, se caracterizaron por su limpieza en la ejecución, la estridencia pública y mediática y, en especial, la ausencia de crueldad innecesaria. Nos recuerda gratamente a esa “Comuna en Alta Mar” que fue el asalto al trasatlántico portugués “Santa María” el 22 de enero de 1961: El disparate de Galvão, Soutomaior y Velo refundó su navío de locos como el “Santa Liberdade”, siendo el nombre quijotesco de la operación “Dulcinea”, al punto de poner de cabeza no sólo a las dictaduras de Franco y Salazar, sino también a la mismísima VI Flota norteamericana.
El gran personaje que es Máximo Canales, comandante guerrillero, se nos antoja pues una fusión del paladín subversivo y el gentilhombre mestizo que dignifica cualquier conversación de sobremesa. No en balde su estancia en sórdidas prisiones como el Cuartel San Carlos y la Cárcel Modelo, experiencia universal que lo emparenta con Miguel Hernández: “Un hombre que ha soñado con las aguas del mar, / y destroza sus alas como un rayo amarrado, / y estremece las rejas, y se clava los dientes / en los dientes del trueno”. Trocó la amargura del confinamiento por la curaduría del espacio estético, político e histórico que es el Cuartel San Carlos, oponiendo una denodada resistencia a los burócratas que desde siempre buscan ultrajar la memoria con sus adefesios arquitectónicos y discursivos. No resulta, pues, casual que el funcionarismo bancario abominara de una propuesta de epónimo para nuestra escuela del barrio en Valencia de San Desiderio, U.E. Jorge Rodríguez padre, para sustituirlo por otro ligado al conservadurismo local. Paradójicamente, el film “La Batalla de Argel” (1966) de Gillo Pontecorvo sirve de paradigma revolucionario que vindica la violencia como método de liberación de los pueblos y, al mismo tiempo, funciona como recurso audiovisual que explicita la represión burguesa como crueldad necesaria justificada en la campaña contrarrevolucionaria. El Capitalismo nos provee una de sus clásicas contradicciones: Convertir a los héroes de la Resistencia Francesa en un ejército imperialista de ocupación con el General Massu (el Coronel Mathieu de la película) fungiendo de Torturador Mayor. Por fortuna, surgen hombres como el argelino Yacef Saadi, el nicaragüense Carlos Fonseca y el internacionalista Paúl del Río para desgracia de la afectación pequeñoburguesa que se atraganta con las semillas de la patilla y sus babosadas.
Paúl del Río nos legó una obra plástica interesante y harto simpática que mixtura lo clásico y lo contemporáneo. Por ejemplo, el lienzo “Sueño de un obrero sobre fondo rojo” [forma parte de la colección del CELARG] conjuga la eficacia del cartel o mural con la belleza metafórica, simbólica y colorista que nos recuerda a Toulouse-Lautrec o Magritte. ¿Qué decir de la escultura “La Mano Mineral”, sobre cuya palma descansa una torre petrolera, como metáfora posible del desarrollo auténtico? Este artista figurativo de raza, con sus bailarinas en solemne reposo, sus mujeres noctámbulas acodadas en la musicalidad de la serenata, los magos aborígenes y los arlequines rojinegros, rescata la simplicidad de la línea y la inmediatez de los colores primarios que lo ponen a dialogar en la sabrosura con modernistas brasileños de la estatura de Emiliano di Cavalcanti y Vicente do Rêgo Monteiro. Bien lo dice el “Manifiesto de Poesía Palo-Brasil”: “El contrapeso de la originalidad nativa para inutilizar la adhesión académica”. La propuesta artística no es más que un discurso libertario y sin cortapisas. Valga como sugerencia, rogativa y homenaje la realización de una exposición antológica e itinerante de su obra plástica que comprende la caricatura, el dibujo, la pintura y la escultura.
Nos resta entonces crear una sala lúdica y polimórfica, a la manera de Purgatorio, donde vivos y muertos conversen plácidamente: Sus vasos comunicantes empalmarán el artículo sencillo y sentido de Julio Escalona; los textos narrativos de Nelson Guzmán en los que todos somos Palmiro Avilán multiplicado en Paúl del Río, Valdemar Guzmán, Bárbaro Rivas o Alfredo Marcano; los cuentos breves y astillados de Eduardo Sifontes y una muestra arbitraria pero solidaria del Decir Poético en lengua castellana: Hernández, Cuadra, Angulo, Salomón de la Selva o Roque Dalton. Esculpamos en relieve un texto de Pablo Antonio en tanto Epitafio esperanzador: “Sólo tú –guerrillero- con tu inquieta lealtad a los aires nativos / centinela desde el alba en las altas vigilias del ocote / guardarás para el canto esta historia perdida”. He aquí la encrucijada entre la mística y la revolución convertida en poesía morena, tocable y concreta.
Sunday, April 05, 2015
LAS POESÍAS DE SANTA TERESA DE JESÚS. José Carlos De Nóbrega
LAS POESÍAS DE SANTA TERESA DE JESÚS
José Carlos De Nóbrega
A Monseñor Romero, en los 35 años de su martirio.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582), sin aparente intencionalidad estética, incursionó en diversos géneros literarios: la poesía mística en prosa [Las Moradas] y en verso, el diario de viajes [Libro de las Fundaciones], la autobiografía [Libro de la Vida] y el ensayo [Conceptos del amor de Dios sobre algunas palabras de los Cantares de Salomón]. Nos identificamos con su obra literaria más allá de sus implicaciones religiosas, por supuesto, a contracorriente de la burocracia episcopal y de la Inquisición. Se abraza con fuerza al evangelio del amor predicado por Cristo que desdice al conservadurismo cardenalicio, la salvaguarda avara de las riquezas y su discurso de Poder. No creemos que sus “Poesías” sean parte de una obra menor, sino una humilde y deliciosa prolongación de sus libros capitales.
A propósito de su Quinto Centenario que se cumple el sábado 28 de marzo de 2015, es menester releer su obra y la de sus coetáneos San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, en el reencuentro de la llama viva de su poesía y la militancia cristiana auténtica. La dulzura del habla mística y ferviente, afín a lo festivo, nos reivindica en la esterilidad y el doble discurso del episcopado venezolano que se oponen a Santa Teresa, voz paladina que sazona con la conversación cotidiana una propuesta poética del Decir. Valga como pretextos el diálogo ecuménico o la chirriante discusión que involucra a un budista del camino del diamante, un ateo y un anarco-teísta.
La poesía en verso de Santa Teresa de Jesús coquetea con la inefable experiencia mística y una épica cristiana comprometida. No sorprende que el estribillo persiga tanto la armonía musical como la recreación proverbial de las atmósferas propias del Amor que el Alma le tributa a Cristo, el esposo apetecido por el lenguaje llano. La oración constituye no sólo un acto de fe sino una instancia de celebración permanente. Se establece no sólo un diálogo con “El Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz y, por ende, con el “Cantar de los Cantares” de Salomón, sino también con las raíces mismas de la literatura española: las jarchas mozárabes, su arista lírica. En “Vivo sin vivir en mí”, el juego lúdico del barroco se nos muestra complejo, revelador y paradójico en correspondencia con el idilio provisto por la inteligencia mística: “Vivo ya fuera de mí, / después que muero de amor, / porque vivo en el Señor, / que me quiso para sí: / cuando el corazón le di / puso en él este letrero, / que muero porque no muero”. La poeta también apuesta con una simplicidad sin par por himnos militantes como “Hacia la Patria” o “Abrazadas a la Cruz”, este último de un tenor marcial que emparenta a las Carmelitas Descalzas con la Orden Jesuita, ello en la esencia combativa de la Contrarreforma. La Trova sorprendente se pasea por la recreación balbuceante del éxtasis místico patente en Las Moradas [cuyo Castillo interiorizado nos remite a Sade y a Kafka], los villancicos [Pastores que veláis y Al Nacimiento de Jesús], las canciones emblemáticas de la orden carmelita y, en especial, el coloquio amoroso entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
“Ayes del destierro” es una endecha conmovedora, cuya cadencia y saudade vinculan la anécdota terrena o peripatética y el éxtasis en Amor místico superlativo, lo que traducido en voz de San Juan de la Cruz es ‘adamar’ o amar mucho. El destierro es sinónimo de la desadaptación al medio, lo cual trae consigo la disconformidad de la voz poética que se encarnará luego en el Quijote de Cervantes o el Nazarín de la dupla Pérez Galdós-Buñuel: “¿Quién es el que teme / la muerte del cuerpo, / si con ella logra / un placer inmenso?”. La fusión incendiaria de Dios y el alma, a la luz de la poesía de todos los tiempos, recurre al orgasmo sexual como una analogía aproximativa a la anulación del ego. Coincidiendo con Auden, el éxtasis místico y el amor erótico no son idénticos. Por supuesto, leer la sensualidad de la escultura de Bernini con ojos caníbales, nos conduce al estremecimiento revulsivo y concupiscente. Santa Teresa no sólo sufrió el acoso inquisitorial y la incomprensión de la nomenclatura católica, sino incluso la intermediación de pésimos correctores y censores [es el caso del padre Gracián, cuyos yerros fueron revertidos por Fray Luis de León en una cuidadosa edición de Las Moradas].
Encontramos dos curiosos textos poéticos dedicados a la circuncisión con su sangre vertida y su llanto infantil derramado al punto: El ritual terrorista que sacude la condición de pecado desde el inicio, al cual se contrapone el amor maternal. El habla se convierte en una contra o un mantra que provee un bálsamo amoroso: “¿Tú no lo has mirado, / que es niño inocente? / -Ya me lo han contado Brasillo y Llorente. / Gran inconveniente / será no amarle, / ¡Dominguillo, eh!”; o la simbología inmanente en el rito que simula a su vez las calamidades de la existencia: “Vino del cielo a la tierra / para quitar nuestra guerra; / ya comienza la pelea, / su sangre se está derramando. / Mírale, Gil, que te está llamando”. Parafraseando la apología de Fray Luis de León, la poesía de Santa Teresa compone asombrosas y ardientes canciones de Amor con la elegancia y la inmediatez del habla castellana del siglo XVI. Responde decidida y obcecadamente a la frase “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”, eso sí, en la contradicción que implica la dispersión atormentada del alma, la cual coincidió con el desmembramiento de su propio cuerpo (al igual que el de su amigo San Juan de la Cruz) a merced de los fines inconfesables de los mercaderes de reliquias y fetiches religiosos. A nuestros poetas místicos hay que leerlos en Carnavales que excitan más que la Cuaresma.
José Carlos De Nóbrega
A Monseñor Romero, en los 35 años de su martirio.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582), sin aparente intencionalidad estética, incursionó en diversos géneros literarios: la poesía mística en prosa [Las Moradas] y en verso, el diario de viajes [Libro de las Fundaciones], la autobiografía [Libro de la Vida] y el ensayo [Conceptos del amor de Dios sobre algunas palabras de los Cantares de Salomón]. Nos identificamos con su obra literaria más allá de sus implicaciones religiosas, por supuesto, a contracorriente de la burocracia episcopal y de la Inquisición. Se abraza con fuerza al evangelio del amor predicado por Cristo que desdice al conservadurismo cardenalicio, la salvaguarda avara de las riquezas y su discurso de Poder. No creemos que sus “Poesías” sean parte de una obra menor, sino una humilde y deliciosa prolongación de sus libros capitales.
A propósito de su Quinto Centenario que se cumple el sábado 28 de marzo de 2015, es menester releer su obra y la de sus coetáneos San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, en el reencuentro de la llama viva de su poesía y la militancia cristiana auténtica. La dulzura del habla mística y ferviente, afín a lo festivo, nos reivindica en la esterilidad y el doble discurso del episcopado venezolano que se oponen a Santa Teresa, voz paladina que sazona con la conversación cotidiana una propuesta poética del Decir. Valga como pretextos el diálogo ecuménico o la chirriante discusión que involucra a un budista del camino del diamante, un ateo y un anarco-teísta.
La poesía en verso de Santa Teresa de Jesús coquetea con la inefable experiencia mística y una épica cristiana comprometida. No sorprende que el estribillo persiga tanto la armonía musical como la recreación proverbial de las atmósferas propias del Amor que el Alma le tributa a Cristo, el esposo apetecido por el lenguaje llano. La oración constituye no sólo un acto de fe sino una instancia de celebración permanente. Se establece no sólo un diálogo con “El Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz y, por ende, con el “Cantar de los Cantares” de Salomón, sino también con las raíces mismas de la literatura española: las jarchas mozárabes, su arista lírica. En “Vivo sin vivir en mí”, el juego lúdico del barroco se nos muestra complejo, revelador y paradójico en correspondencia con el idilio provisto por la inteligencia mística: “Vivo ya fuera de mí, / después que muero de amor, / porque vivo en el Señor, / que me quiso para sí: / cuando el corazón le di / puso en él este letrero, / que muero porque no muero”. La poeta también apuesta con una simplicidad sin par por himnos militantes como “Hacia la Patria” o “Abrazadas a la Cruz”, este último de un tenor marcial que emparenta a las Carmelitas Descalzas con la Orden Jesuita, ello en la esencia combativa de la Contrarreforma. La Trova sorprendente se pasea por la recreación balbuceante del éxtasis místico patente en Las Moradas [cuyo Castillo interiorizado nos remite a Sade y a Kafka], los villancicos [Pastores que veláis y Al Nacimiento de Jesús], las canciones emblemáticas de la orden carmelita y, en especial, el coloquio amoroso entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
“Ayes del destierro” es una endecha conmovedora, cuya cadencia y saudade vinculan la anécdota terrena o peripatética y el éxtasis en Amor místico superlativo, lo que traducido en voz de San Juan de la Cruz es ‘adamar’ o amar mucho. El destierro es sinónimo de la desadaptación al medio, lo cual trae consigo la disconformidad de la voz poética que se encarnará luego en el Quijote de Cervantes o el Nazarín de la dupla Pérez Galdós-Buñuel: “¿Quién es el que teme / la muerte del cuerpo, / si con ella logra / un placer inmenso?”. La fusión incendiaria de Dios y el alma, a la luz de la poesía de todos los tiempos, recurre al orgasmo sexual como una analogía aproximativa a la anulación del ego. Coincidiendo con Auden, el éxtasis místico y el amor erótico no son idénticos. Por supuesto, leer la sensualidad de la escultura de Bernini con ojos caníbales, nos conduce al estremecimiento revulsivo y concupiscente. Santa Teresa no sólo sufrió el acoso inquisitorial y la incomprensión de la nomenclatura católica, sino incluso la intermediación de pésimos correctores y censores [es el caso del padre Gracián, cuyos yerros fueron revertidos por Fray Luis de León en una cuidadosa edición de Las Moradas].
Encontramos dos curiosos textos poéticos dedicados a la circuncisión con su sangre vertida y su llanto infantil derramado al punto: El ritual terrorista que sacude la condición de pecado desde el inicio, al cual se contrapone el amor maternal. El habla se convierte en una contra o un mantra que provee un bálsamo amoroso: “¿Tú no lo has mirado, / que es niño inocente? / -Ya me lo han contado Brasillo y Llorente. / Gran inconveniente / será no amarle, / ¡Dominguillo, eh!”; o la simbología inmanente en el rito que simula a su vez las calamidades de la existencia: “Vino del cielo a la tierra / para quitar nuestra guerra; / ya comienza la pelea, / su sangre se está derramando. / Mírale, Gil, que te está llamando”. Parafraseando la apología de Fray Luis de León, la poesía de Santa Teresa compone asombrosas y ardientes canciones de Amor con la elegancia y la inmediatez del habla castellana del siglo XVI. Responde decidida y obcecadamente a la frase “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”, eso sí, en la contradicción que implica la dispersión atormentada del alma, la cual coincidió con el desmembramiento de su propio cuerpo (al igual que el de su amigo San Juan de la Cruz) a merced de los fines inconfesables de los mercaderes de reliquias y fetiches religiosos. A nuestros poetas místicos hay que leerlos en Carnavales que excitan más que la Cuaresma.