ENTRETEXTOS/Francisco Arévalo
Poéticas del ojo
Poéticas del ojo, una mirada impertinente acerca de las artes visuales (1999-2008). Carlos Yusti. Ediciones El Perro y la Rana. Colección Armando Reverón. Serie Laberinto. 235 páginas.
Comentar un libro de un pana es un atolladero. Suele ser un trance angustioso donde uno teme meter un miembro inferior o medio cuerpo en el error. Es más fácil comentar libros de gente desconocida, fuera de la complicidad afectuosa, porque si se comenta algún entuerto o algún desacuerdo, ese señor lo que más puede es nombrarme a mi progenitora y ella ni se enterará y tampoco yo, pues me haré el Güili como hace la mayoría en este país de gente intoxicada por lo light y cierta indiferencia que a veces uno cree es ignorancia y no es más que comodidad porque otro hará lo que a ti te corresponde o el pendejo de atrás que resuelva. Por ley natural algún día llegaremos a puerto seguro, ojalá y no sea ruinosos y con las tablas del navío en la cabeza.
Vuelvo con lo del comentario del libro de Carlos Yusti, porque tenía pautado hacerlo el domingo 26 de agosto a las 2:30 de la tarde en nuestro Parque Cachamay en el marco de la no sé qué edición de la Feria del Libro gubernamental, capítulo Bolívar, pero la tragedia de Amuay nos suspendió la conversa. Será el sábado 22 de septiembre en la Sala de Arte Sidor, a las 11:30 am, que lo haremos llueva o relampaguee. Por supuesto que yo no iba a leer, iba a intentar explayarme sobre esta recopilación de apreciaciones escritas, concentradas esta vez en las artes plásticas nacionales e internacionales. Carlos es multidireccional en lo relacionado a crítica literaria y estética general. Por cierto que las nacionales me conmovieron; recordé a ese extraordinario pintor que es Francisco Guerra España (Don Chicho) y que a mi entender, dentro de la ignorancia propia de quien ve y aprecia la vida en colores (en este caso el que escribe) no es nada ingenuo sino un ser humano sensible y excepcional cuyo instrumento es un pincel, habitante de nuestro barrio Los Monos de Puerto Ordaz. Ese recorrido nos lleva también a Juan Loyola. Si viviera me gustaría saber cuál sería su obsesión en estos tiempos de turbulencia; Miguel Von Dangel; Juvenal Ravelo; Roger Herrera; Jesús Carneiro; María Eugenia Catoni; Montse Morillo, esto en lo que tiene que ver con los nuestros. La segunda parte consta de artistas de otros países donde destacan: El Bosco; Andy Warhol; Jean Michel Basquiat; Francis Bacón, Christian Boltansky… Es la última parte titulada Ensayos sobre arte, donde Yusti da a conocer su vehemencia y criterio estético aunado al de un lector erudito de los movimientos plásticos que se han movido en el amplio espectro mundial. No olvidemos que el autor también es un provocador de vuelo alto que ha incursionado en la pintura y la caricatura manteniendo siempre un perfil audaz que trata de pintar con la ingenuidad de un niño pero manteniendo los criterios de un adulto: sus mujeres (pintadas) son de una lascivia que atosiga, sensualidad y sugerencias que van a destrozar las formas femeninas implantadas desde los centros del mercado humano de hembras.
Tengo amistad con Yusti desde hace tres décadas, nos conocíamos por referencias e inevitablemente cuando nos vimos cara a cara hubo empatía y acuerdo en la manera de ver lo que nos rodeaba y vivimos la intensidad de la inquietud en un país donde lo que sobraban eran buenas intenciones, pero como dicen en las esquinas de la picaresca con eso no se preña: se necesita mucho sudor y movimiento y a decir verdad aquí le dejamos el país a los menos indicados: los incultos, los impostados, los aduladores, los roedores y, los más peligrosos, los resentidos que no se cansan de utilizar como cuña la predestinación mesiánica que da paso al todo desacomodo peligroso que va en hondo progreso. Todas estas variantes ya pasaban por nuestras cabezas tres décadas atrás. Ante eso sólo nos quedó el recurso de la escritura y, por supuesto, el de la lectura como principio hasta ético de la vida. Asumimos un compromiso con la palabra que, haciendo una retrospectiva, no para queja, a pesar de los Corleones de la literatura y la cultura (palabras de él) que siempre ignoran adrede y creen que porque vivimos en el otro país (así nos dicen en otras latitudes) no pensamos más allá de nuestras narices. Ese otro país que le ha resuelto la vida de forma y fondo a una cáfila de malandros disfrazados de funcionarios y otros títulos inventados por el trance que vivimos, y que me temo no va a pasar nada porque este país no ha variado desde que José Ignacio Cabrujas (quien tenía parecido con el personaje motivo de estos dislates) lo comparó con un hotel donde cada huésped que toca el poder deja las cosas peor que como las consiguió. Estamos muy jodidos porque de la renta petrolera vivimos todos y roen sustancialmente los de siempre: los aduladores, los lobiteros, los parapetos con títulos de empresarios que de 30 años para acá descubrieron que política y negocio es ganar-ganar y los demás que se masquen un cable o coman pasto del que aquí sobra.
En una tarde de cervezas, mientras me hablaba Carlos de sus Poéticas del Ojo, hicimos esta radiografía de esta tierra que nos duele en los huesos, pero teniendo claro que escribir es una manera de amar este país de equivocaciones a veces divinas. Carlos tiene en su haber varios libros publicados: Pocaterra y su mundo (91), Vírgenes necias (94), Cuaderno de Argonauta (96), De ciertos peces voladores (97), Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasion (2006) y Dentro de la metáfora (2009).
Mi buhardilla tiene en sus paredes, colgadas alrededor de una docena de dibujos que me han dado, el itinerario de Carlos Yusti en su oficio de escritor y pintor en serio. Por supuesto que ninguno de esos cuadros los he movido de su sitio, ni siquiera en los tiempos de los desencuentros y las indisposiciones que las hemos trabajado con discreta distancia, pues el tiempo nos ha creado a ambos un catálogo de amigos detestables o insufribles. Ni siquiera eso ha mellado el respeto que nos tenemos como oficiantes de algo que en estos tiempos de frivoleo pudiera parecer trabajo de desahuciados, pero cómo gozamos haciéndolo, sobre todo en esta ciudad de clanes y bandas nada santas. Bienvenidas esas Poéticas del Ojo.
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