Monday, June 25, 2012

DOS POETAS PORTEÑOS EN VALENCIA DE SAN DESIDERIO. José Carlos De Nóbrega

DOS POETAS PORTEÑOS EN VALENCIA DE SAN DESIDERIO

José Carlos De Nóbrega



¿Y qué es en verdad un cuerpo sino los

últimos minutos de una fiesta?

Freddy Ñáñez.



Es harto gratificante toparnos con voces poéticas en las que impera un decir transparente, sin que importe lo generacional. Aquí y ahora celebramos la presencia de dos poetas que hacen vida en Puerto Cabello: Mirih Berbín (Ciudad Bolívar, 1983) y Arnaldo Jiménez (La Guaira, 1963). Nos referiremos a sus poemarios más recientes: “Mareas” de Berbín y “Caballo de Escoba” de Jiménez. Ambos libros recrean el paisaje de la costa y el mundo de la infancia recobrada respectivamente. Realizaremos un paseo lúdico y placentero en ese mismo orden.

“Mareas” es una colección poética solar: Manifiesta una sed irreductible por la luz que la vincula a Armando Reverón y Friedrich Nietzsche, dos de sus profetas más conspicuos. Efectivamente, “El sol se oculta, no se va: No pierdas el rayo de luz / que se asoma en tu boca // no desperdicies tus abrazos / en la noche // Aguarda la mañana / y ven”. El poema breve no se justifica en la economía expresiva del discurso, por el contrario, apuesta por el acceso inmediato y enamorado del objeto poético: “juego a dejarme llevar / en esta hoja en blanco que desnudo / para ver las playas de tu luz”. Las palabras y las blancuras del silencio se apropian del paisaje interior por oleadas: el tríptico poético (Soles, Oleajes y Resacas) introduce otro poemario (I-XII) que completará este mosaico marino. El cuarto libro o la cuarta parte propuesta, nos parece un texto de búsqueda interior que colinda con el misticismo cristiano de San Juan de la Cruz, o las novelas de formación de Hermann Hesse. Es notable, a tal respecto, el poema VII: “Hurgar en lo más profundo / hacer de eso un hogar / es algo que consume”. La iluminación de adentro no implica una escritura apolínea y unívoca: la voz se transparenta en la contingencia, la caída, la denuncia ética y la configuración de un ars poética personal. Sometámonos a la confesión descarnada del poema IX: “me convertí en noche / hasta no tener idea / de cómo empecé a ser un esqueleto / sin sepultura / sin epitafio”. O poner en evidencia nuestro afán destructivo y caníbal: “pisotea todo / mientras se cambian las piezas / que lo hacen cárcel”.

La interiorización del paisaje costero y marino marca el corpus poético hasta la conmoción: “El lenguaje de las olas / rompe el fuego peligroso / que se viste en una piel lozana y brillante // deja rodar en todas direcciones / sus grandes y verdes ojos”. “Oleajes” nos recuerda una magnífica fotografía de Luis Alberto Angulo en la que un perro mestizo se revuelca placenteramente en la playa: “Sabueso del destino / permanecí en calles / flanqueadas de pulgas / desaparecí kilos del alma / choqué contra mares inhóspitos”. Caminamos, al punto, la estrechez de las calles porteñas para desembocar en La Alcantarilla. Los perros realengos trafican, negocian y se emborrachan de aguardiente y carne alquilada en sus innumerables garitos. El tratamiento de la luz se mueve entre la estridencia y la placidez: En “Playa nocturna”, por ejemplo, la mirada encandilada busca reposo, no en balde “trepan por palmeras / mis instintos / chocan con líneas / que electrocutan mentiras”. El salitre deprecia no sólo al cuerpo, sino también a la búsqueda del ser.

“Caballo de Escoba” es el cuarto volumen poético de Arnaldo Jiménez. Nos complace su lindura como objeto: la portada de Javier Téllez y su apariencia de catálogo artístico. Por supuesto, este poemario es fundamentalmente un obsequio con el que juegan sus dos hijas, Gabrielys y Gracielys. Se trata de recobrar la infancia, el origen de los sueños pospuestos por una adultez desencaminada en la producción y el consumo de bienes. El poema homónimo del libro no sólo reconstruye la infancia, sino también nos remite a la relectura poética de Orlando Araujo, Teófilo Tortolero y Enrique Mujica: “un día mi caballo de escoba / empequeñeció // y escuchó dentro de mí / el relincho de su propio agotamiento // así cabalgó hasta desvanecerse / en el sucio adiós que mis palabras / dejan caer sobre esta hoja”. En “Cajas”, la voz poética deviene en sujeto y objeto a la vez, pues la travesura embochincha “La Tienda de Muñecos” como estancia e instancia intertextual: “la llegada de mis hijas / le devolvían calor a las cosas / y todos los muñecos / nos salíamos de las cajas / y jugábamos a vivir”. Recobrar la niñez no sólo en la evocación y el garabato juguetón, sino en el uso primigenio y transparente del lenguaje que apuntala a la Poesía del Decir: “da miedo no entenderse / no encontrar el comienzo / del enredijo / (…) / al nacer somos exactos / después un amasijo de rayas”. La ventana desparrama el verdor del parque en la casa, la cual se convertirá en un circo comunitario y amoroso: “después de esa calma / mis hijas y yo / nos ensuciamos de horas / juguetes de nosotros mismos”. Bien nos lo dice Susan Sontag, resulta desalentadora la fealdad del adulto a la luz de la perfección del bebé: “la visión aumentada es desconcertarse con las imperfecciones”.

Una diversidad de objetos sirve de pretexto para el lúdico retorno: los muñecos, los amuletos, la arcilla entre las manos, la escoba, un perol de agua. El juego constituye una de nuestras primeras actividades de socialización, amén de simular el curso mágico y posible del mundo. He aquí un cancionero que supone un elogio entusiasta a la imaginación, afín al espíritu de estos versos de Rosalía de Castro: “¡ai, con qué prisa voara, / toliña de tan contenta, / para cantar a alborada / nos campos da miña terra”. “El sudor de las partidas” explora la figura del padre, temática abordada por voces poéticas nacionales como Reynaldo Pérez Só, Ramón Palomares, Teófilo Tortolero y Pepe Barroeta. Oigamos atentamente este conmovedor ejercicio que le honra: “no hundas tu lejanía / en el temor que siento / de tropezarme / con tus ropas / y no poder quitarme / el sudor de las partidas”. La diafanidad radical del discurso poético facilita los notables dividendos rítmicos, melódicos y expresivos de esta propuesta: “si ellas supieran de la mesa en el alma / y reunieran la sed / hasta nacerme senos de padre // yo ganaría transparencia / y no tendría astillas mi horma”. “Carta a la muerte” significa un pertinente cierre del ciclo, paradójico canto solar y celebratorio de la vida: “muerte / gracias por espantar con tu presencia / los terrores de mi vigilia // no dejes de abrir el amanecer”.

Sólo nos resta agradecer a ambos poetas la calidad amorosa de sus voces, dispuestas desde hoy a sacudir la rutina y el tedio que nos agobian. Se trata, pues, de vomitar pequeños conejos que alboroten nuestra casa.



En Valencia de San Desiderio, sábado 17 de septiembre de 2011.

Monday, June 11, 2012

SALMOS COMPULSIVOS, JUEGO DE ENSAYOS. MARISOL PRADAS

Domingo, 10 de junio de 2012
Salmos compulsivos, juego de ensayos
Marisol Pradas



Foto que integra la portada del libro Salmos Compulsivos (2011) de José Carlos De Nóbrega

Agradecemos a Marisol Pradas su atenta nota a nuestro libro "Salmos Compulsivos" (2011) editado por Luis García. Para aquellos que se interesen por este libro de ensayos, pueden contactarnos para sus pedidos a traves de los buzones electrónicos c_denobrega@hotmail.com ó josecarlosdenobrega@gmail.com .

Ediciones Protagoni, c.a. editó a finales del año pasado el ensayo Salmos compulsivos de José Carlos De Nóbrega, autor de otros estudios como Textos de la prisa (1996), Derivando a Valencia en la deriva (1997) y Salmos compulsivos por la ciudad (2007).

Pocos se dedican a realizar ensayos porque requiere de una lectura atenta a las ideas y de una reflexión constante que hilvane las lecturas de las que se alimentarán y los muchos hechos y acontecimientos culturales que puedan aumentar esa fuente que es el pensamiento.

El trabajo publicado casi un año atrás de De Nóbrega está dividido en Salmos compulsivos y El libro de los aforismos comentados y posee tres líneas de investigación. En primer lugar la narrativa venezolana actual que se ocupa de la ciudad como ámbito y estado mental, revelando a autores como Guillermo Meneses, Andrés Mariño Palacio, Salvador Garmendia, Francisco Massiani, Eduardo Liendo, Israel Centeno y Orlando Chirinos.

El segundo surco que nutre este ensayo se refiere a la literatura latinoamericana a la luz del desencuentro de lo estético y lo comercial aumentado por un material muy bien reflejado sobre la poesía contemporánea de Brasil.

La tercera exploración es un acercamiento novedoso a las inexistentes fronteras entre los géneros literarios, poesía, ensayo y novela en estos momentos que la dinámica exige elaboración rigurosa de los materiales que se imprimen hoy en día.

Para que los lectores tengan una idea del abanico de temas analizados, con un estilo elocuente y sonoro, colocamos parte los capítulos contenidos en Salmos Compulsivos, libro que parece ser mucho más sencillo de lo que es. Son muchas las horas que hay que dedicar para llegar a estos artículos que con tanta soltura se ofrecen, una vez trascendido su complejidad, su comprensión e importancia.

Guillermo Meneses y el acecho jesuítico; Andrés Mariño Palacio y Salvador Garmendia: dos voces en la diáspora; Francisco Massiani y Eduardo Liendo: de la memoria que seduce al paisaje a trompicones; Israel Centeno o del cerro El Ávila como tabernáculo urbano; Dos cómplices de cuidado; La cuentística más reciente de Orlando Chirinos: entre la falsificación literaria y la apología de la marginalidad (La danza asincrónica de la marioneta; Elogio de un león afeitado al autor de los días mayores: apología a las fiestas macabras); Todos somos hijos de Pedro Páramo; El boom revisitado; El postboom: ¿continuidad o ruptura?

Brasil 0 Venezuela 0, un puente poético y para no abusar del contenido en apenas 114 páginas, bien administradas y con información valiosa, revela De Nóbrega lo que da a conocer como pastiches de aforismos sobre poética, y poética del ensayo, uniéndolo a Diane Arbus, Elías Canetti y Mijail Bajtin. Sin desperdicio.

Para que se tenga una idea de la vena de De Nóbrega tomamos de Pastiche de aforismo sobre poética (Serie I) el siguiente párrafo:

“1.- La poesía es arte que se manifiesta por la palabra, como la música es arte que se manifiesta por los sonidos y la pintura arte que se manifiesta por los colores y las líneas (Johannes Pfeiffer). Pese a su óptica e influjo fenomenológicos, tal concepto es pertinente en su transparencia y simplicidad. La Poesía, sin duda, constituye la afortunada fusión de la palabra, la musicalidad y la imagen en la aproximación paradójica al mundo que seduce tanto al poeta como al lector devoto. Es la más grande y omnipresente de las artes, pues ennoblece la lengua de los hombres, como dice Jorge Luis Borges. Además, no puede circunscribirse al estrecho y mezquino espacio del término “literatura”, o –peor aún- de la infame categoría “género literario”. Ha forjado desde sus inicios –lo cual desborda la mismísima invención de la escritura- un metalenguaje propio que abarca e impregna al mundo y sus objetos. Las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira suponen el vínculo habido entre filosofía y poesía: El asombro contenido en la mítica visión del universo que se ha plasmado en tan ásperas y primigenias paredes”.

Con el anterior párrafo queremos apenas asomar las posibilidades de este ensayista de largo aliento que es De Nóbrega, estudioso al que conocemos apegado a la investigación, a las lecturas, a la escritura y sus clases.

Todo ensayo bien escrito es un tesoro. Este lo es. Clarificador, contundente, sorpresivo y con la magistral confianza de adentrarnos en el mundo del conocimiento, de la luz de las ideas, del interminable camino del pensamiento.

Al comentar sobre lo escrito por Juan Marichal sobre el ensayo y su maleabilidad el propio De Nóbrega sostiene que este género es “endiabladamente pachuco”. Menos mal que éste no lo es porque no pertenece a la voz de “académicos victimarios del placer y víctimas de su frigidez intelectual desvinculada del mundo que les tocó vivir”.

Salmos Compulsivos tiene un tono motivador, sincero; capaz de despertar conciencias y trabajar por un mundo mejor, donde las sensaciones cobran su verdadera dimensión. Un juego de ensayos necesarios, trabajados con la rigurosa espontaneidad del conocimiento (Notitarde, domingo 10/06/2012, LECTURA TANGENTE).-

Sunday, June 10, 2012

CARACAS REVISITA A EDDIE PALMIERI (SC 76). JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA

Salmos Compulsivos (76)



CARACAS REVISITA A EDDIE PALMIERI


José Carlos De Nóbrega



Esto si se pone mejor se daña. Eddie Palmieri en la celebración de sus setenta y cinco años.



Caracas se puso de fiesta al reencontrarse con uno de los suyos, el Sapo Eddie Palmieri. Son memorables sus presentaciones a cable pelao en el Nuevo Circo en 1967 y tiempo después en San Agustín del Sur. No en balde sus setenta y cinco años de edad y sus cincuenta y cinco de carrera musical, Palmieri nos obsequió el sábado 26 de mayo de 2012 en la Plaza Diego Ibarra una antología mínima de su son montuno, experimental y comprometido con las barriadas bailómanas de América Latina. Su orquesta “La Perfecta II”, sin fotocopiar inútilmente las glorias del pasado ni sentirse fuera de lugar muy a pesar de la perorata monocorde de la música idiota (Sabina dixit), le acompañó con suma dignidad y sabrosura. Destacaron el tresista Nelson González –en especial sus solos en “Tirándote flores” y “Ritmo Caliente”, una fusión del sonido tradicional y la distorsión eléctrica del instrumento-, la flautista que desbordó su garbo africano y la transparencia de la charanga, amén de la sección de metales integrada por el trombonista Conrad Herwing y el trompetista Brian Lynch.

El concierto, previamente concebido a la manera del Agendario de Juan Calzadilla, consistió en un repertorio de ocho canciones: Ajiaco Caliente, Tirándote Flores, Muñeca, Lázaro y su Micrófono, Sujétate la Lengua, Ritmo Caliente, El Molestoso y Azúcar pa’ti. Este corpus o mosaico musical extenso reivindica la esencia de la compleja y cadenciosa propuesta estética de Eduardo Palmieri: Las líricas breves y precisas, que abordan el desamor, la denuncia político-social, el desmadre festivo y la pincelada anecdótica y urbana, tienden una alfombra propicia a la perfecta mixtura musical que reivindica sin artilugios discursivos nuestra condición mestiza. El son, la guaracha, el cha cha cha, la charanga, lo clásico y el jazz se funden en un ajiaco o cruzao unitario, insurgente y lúdico que complace tanto al melómano como al bailador de la calle. Leíamos en “El Libro de la Salsa” de César Miguel Rondón que la peculiar configuración del mercado de la Salsa en los 70’s, nos referimos al Imperio de la Fania y especialmente a su controversial mentor Jerry Masucci, evidenció la relativa soledad del genio de Palmieri en la transgresión del género musical afrocubano. No obstante, no somos pocos de sus seguidores que argumentamos a su favor con desparpajo y fervor: “El montuno de Palmieri es el montuno de Palmieri, y nadie, nadie lo pone y lo suelta como él”. Esta apología se canta siguiendo a Ismael Quintana en el tema “Mozambique”, en el momento más alto de la primera orquesta “La Perfecta”, esto es ‘arrollando como é’.

Lamentamos no haber estado allí (tampoco al día siguiente y en otro lugar, cuando Luis Ernesto Gómez y Carmen Borregales presentaron sus estupendos “Cantos Veloces”, malanga que se come entre lo clásico y el jazz), pues nos vacilamos el festejo por televisión, pero el público visible e invisible fue unánime en una retahíla de peticiones: Palo pa’rumba, La Malanga, Justicia, Twist Africano. Invocando nuevamente a Ismael Quintana, quien junto a Cheo Feliciano y la India de Nueva York integran lo mejor de las voces líderes de la banda de Eddie Palmieri, hicimos nuestra una rogativa proveniente del corazón astillado entre el amor correspondido y el más autodestructivo de los despechos: “Tú, mi delirio” de César Portillo de la Luz (la Vieja Trova en su esplendor) y “Amor Ciego” de Rafael Hernández. Ambos boleros son una demostración indubitable de las extraordinarias condiciones vocales, orquestales e incluso poéticas de la dupla Quintana / Palmieri: En el primero, la atmósfera es plena del placer indecible, intenso y breve de la felicidad del que ama y es amado (la voz y la orquesta van a la par en un arreglo limpio y armónico que es rematado por un magnífico solo de trompeta). En el segundo, la voz se quiebra en la desesperanza y la desolación, mientras que la orquesta coquetea con la distorsión y la estética de la precariedad hecha carne despedazada en el fraseo ronco de la guitarra eléctrica.

Disculpándonos esta divagación decadente en el guayabo, sin importar incluso los inconvenientes técnicos que no afectaron la respiración del concierto, Eddie y su Perfecta II ofrecieron como colofón y ñapa dos piezas cónsonas con la descarga a rumbear: “Óyelo, que te conviene” y “Camagüeyanos y Habaneros”. Es un privilegio, aunque sea vía T.V., compartir esta experiencia sensorial, emotiva y artística con uno de los más grandes hijos adoptivos de Caracas. Eddie, pulsa las teclas con compulsión latina, pues las dientes de leche tienen quien las saque a bailar en los locales espontáneos que colindan el Ciclo Básico Común Simón Bolívar y el rancherío y sus habitantes (gatos, perros vikingos y trabajadores pintados por César Rengifo) que aún en la memoria le ven las tripas al Puente El Guanábano.



Sunday, June 03, 2012

EN LA SENDA DE OTROS SALMOS. CARLOS YUSTI


En la senda de otros salmos



Carlos Yusti



La biblia que es de esos libros que uno lee a ratos, no tanto por urgencias espirituales sino más bien por culpa de aquella sentencia de Borges: “Somos producto de la Biblia y los cantos homéricos”. Bíblicamente hablando me inclino más por los proverbios que por los salmos. Mi amigo José Carlos De Nóbrega ha publicado un libro, “Salmos compulsivos”, ediciones Protagoni, c.a. (2011). A decir verdad los textos del libro tienen más de compulsivos que de salmos.



Antes de conocerlo personalmente leí primero sus escritos publicados en periódicos y revistas en los que notaba cierto desdén inteligente (y razonado) por lo sagrado. Luego hemos coincidido con nuestros amigos en común (nada comunes por cierto) que de alguna manera crean invisibles redes, necesarios puntos de encuentros. Después hemos conversado y bebido lo necesario. En nuestras diálogos, nada platónicos, pasamos revista a ese zoológico de escritores de la ciudad de Valencia en la que escasean eruditos, pero sobran agoreros con título universitario, escritores de cubículo universitario, poetas con agudos despechos nostálgicos por las musas, novelistas de entelarañadas pasiones con obra que nadie lee y demás bicho de uña con veleidades de escritores domingueros, todos buscando un espacio en un medio cultural que aburre y lastra cualquier iniciativa artística. No obstante De Nóbrega ha tratado de salir del bostezo valenciano de la manera más elegante: escribiendo.



De Nóbrega ha utilizado como trinchera el ensayo para dispararle al tedio con ínfulas y al boato con discurso de orden o sotana. Octavio Paz, un gran ensayista, aseguraba que los buenos ensayistas eran escasos debido a que el género poseía una sutil complejidad y que en sus extremos rozaba con el tratado y por el otro con el aforismo, la sentencia y la máxima, pero que aparte poseía cualidades un tanto locas y contrarias: debía ser breve, pero no lacónico, ligero y no superficial, hondo sin pesadez, apasionado sin patetismo telenovelero, completo sin ser exhaustivo y a un tiempo también tenía que ser leve y penetrante, risueño sin mover músculo alguno del rostro, melancólico sin lagrimas y en fin ser convincente sin argumentar.



A pesar de ello el ensayo fue tomado por asalto por profesores para infumables tesinas e investigaciones de ascenso o postgrado, por poetas rumiantes para el elogio almibarado a otros poetas y allanar así el camino para gestionarse algún premio. Devolverle al ensayo su tono irreverente para incomodar a la administración, su aire de creación literaria autónoma que nada a contracorriente como único camino posible que se traza el genuino ensayista.



De Nóbrega ha tratado de asumir el ensayo desde esa perspectiva del incordio y la incomodidad, pero no con un sentido de vengador justiciero, sino más bien como el invitado desaliñado que dice aquello que nadie desea escuchar. Su libro “Salmos Compulsivos” (dividido en dos partes) es un exacto ejemplo de su estilo: incomodar con inteligencia, sobriedad (o ebriedad sobria que es lo mismo) y un preciso manejo de las palabras.



Los ensayos del libro son variados y el nexo común podría ser lo literario analizado desde una perspectiva abierta, intentado encontrar esos ocultos puntos de contactos de la vida con lo literario y viceversa. Como por ejemplo cuando escribe sobre ese sempiterno protagonista de la novela “El hombre de hierro” de Rufino Blanco Fombona: ”…Críspin tenía como slogan ‘mis derechos, los derechos que la sociedad y la iglesia me acuerdan’, traducido en el paradigma del buen ciudadano que no duda en ningún momento de su rol impuesto de guisa inconsulta por la sociedad”. O cuando hace referencia al trabajo fotográfico de Rulfo ligado a su narrativa: “Recordamos una secuencia fotográfica suya, Los músicos, Oaxaca (1955): En el agreste paisaje de campo, la soledad y la desesperanza se adueñan de los músicos y los instrumentos. No pareciera haber un ánimo festivo, más bien amargo como los surcos que el verano abrió a cuchilladas en la tierra. Tal secuencia fotográfica la podemos hallar en Juan Rulfo…”



El libro “Salmos compulsivos” es un paseo por autores particulares en dupla como Mariño Palacio y Salvador Garmendia, Francisco Masiani y Eduardo Liendo, Pedro Téllez y Slavko Zupcic. Del mismo modo da cuenta por separado de escritores como Israel Centeno, Orlando Chirinos, Juan Rulfo, Guillermo Meneses, Rufino Blanco Fombona. La segunda parte del libro: “El libro de los aforismos comentados” pasa revista a Diane Arbus, Elías Canetti, Mijail Batjin. Todos estos abordajes ensayísticos que hace de De Nóbrega los realiza desde la piel del lector insomne alejado años luz del crítico literario de solapa ensopada y nariz respingada al que todo le huele a estructuralismo, hipertextualidad y posmodernidad con música de joropo al fondo para no desentonar con los tiempos que corren de identidad (como perfil de los pueblos) y fervor de fronteras cerradas (con su cuota de xenofobia) a pesar la globalización y la Internet. De Nóbrega va a los temas literarios sin ínfulas de profesor ni petulancias estudiadas de crítico literario en ciernes y esto se agradece.



El ensayo es un ejercicio del yo, de los gustos literarios y mundanos del autor. Otra característica de los genuinos ensayistas es que siempre están reflexionando sobre el ensayo como género, sobre sus posibilidades y sobre lo que no es. Como es lógico Dé Nóbrega ensaya con respecto al ensayo buscándole una quinta extremidad a un felino poco dado a la comodidad tanto del pensar como del estilo y por ese motivo escribe: “Si bien el ensayo se caracteriza por su sentido de la totalidad (al contrario de la especificidad de la crítica literaria), no es su pretensión decirlo y abarcarlo todo: es un diálogo abierto y continuo en su discontinuidad”.
Andrés Mariño Palacio. Ilustración de Orlando Oliveros.


Uno que tiene más de advenedizo de las letras que de escritor profesional sabe que la escritura ensayística comporta un compromiso en primer lugar con la forma estilística y en segunda instancia con eso que llaman yo. Se ensaya para hacer un conteo de lo odiado y lo amado sin perder el humor (a veces vitriólico) y con toda la desfachatez posible (ah y con demasiado libros colocados en la estantería del alma como bien lo enseñó Montaigne). No por azar el mismo De Nóbrega escribe: “El ensayo no da nunca por concluida la discusión y la confrontación: el diálogo es perpetuo, en ocasiones cíclico pero enriquecedor; tiene el poder de reexpresar cuadros abstrusos con una conmovedora sencillez e inmediata contundencia. A contracorriente de los vetustos manuales de literatura, procura una aproximación en libertad a lo que nos toca, preocupa, constituye y seduce”.

“Quien tiene cuidado de lo que dice, nunca se mete en problemas”, asegura un proverbio bíblico. Ese no es el caso de mi amigo De Nóbrega. Escribir desde lo compulsivo siempre concita amigos y enemigos no siempre en proporciones equilibradas, pero escribir para formar parte de las focas o de la manada es tedioso y desangelizado. El libro “Salmos compulsivos” tiene ese tono de eso que se escribe con cierta aprehensión, pero su alabanza (si hay alguna) es hacia la inteligencia prodigada en una variedad de temas que presentan la cara menos enfática y fúnebre de lo literario. De Nóbega escribe estos salmos con cierta dosis de sátira, de humor sagaz, lo que convierte su escritura es un paseo despreocupado por la buena literatura.

EL MITO CONTEMPORÁNEO DEL ANTICRISTO. JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA


Salmos Compulsivos



EL MITO CONTEMPORÁNEO DEL ANTICRISTO


José Carlos De Nóbrega



Indudablemente que el mito del Anticristo transita la vía equívoca que va de la leyenda, preñada de superchería medieval, a la propaganda política en procura de un chivo expiatorio a los efectos de consolidar una utopía, sea el Reich Milenario Nazi, el paraíso monolítico del stalinismo, o el falso pluralismo de las democracias occidentales. Va de la mano con el mítico tema de la conspiración judía mundial o más bien la eufemística “cuestión judía”, la cual es el mero producto del antisemitismo de la institución cristiana que la impuso en la cultura de Occidente (al punto de filtrarla en el mismísimo marxismo soviético con sus Gulags y aislados lobos esteparios).

Si bien tenemos un Anticristo literal que proviene de las especulaciones de los protestantes fundamentalistas (Hal Lindsey y John F. Walvoord, quienes reviven de manera maniqueísta a Teddy Roosevelt, el cazador magníficamente cantado por Darío), o del ya decadente histerismo católico patente en la intoxicación mística ante finiseculares apariciones marianas; otros Anticristos literales notables, además de Adolfo Hitler, fueron Jim Jones de la Iglesia del Pueblo y el davidiano David Koresh, cuyos casos se asimilan a la sintomatología de la desilusión política que conduce a las catacumbas sombrías de las sectas religiosas de variopinta calaña. Algunos destacados escritores, como Fedor Dostowievski, se han aproximado a las contradicciones, crisis, y contramarchas de nuestra sociedad invocando un Anticristo literario o de ficción. “El Gran Inquisidor” pulveriza la falaz e interesada hermenéutica de predicadores y propagandistas de oficio, más pendientes de hacer y aterrorizar prosélitos que de auscultar en la profecía el rostro oscuro de la condición humana. Nos parece un texto magistral e insoslayable al igual que “El Corazón de las Tinieblas” de Joseph Conrad, pues hurga y disecciona con fiereza sin igual la vocación y el ejercicio del Poder: El Inquisidor se sabe manipulador y sojuzgador de los hombres que cambian la primogenitura –el libre arbitrio y albedrío- por un suculento y confortable guiso de lentejas que les hace babear ad infinitum como el perro de Pavlov. Reconviene a Cristo su rechazo al milagro, el misterio y la autoridad, pues achica y dificulta el camino de la salvación que es el ejercicio libertario y dialéctico de la ciudadanía, sin responsabilidades ni afanes respecto a la quijotesca empresa de transformar el mundo.

Por su parte, Carl Gustav Jung evade también la morbosa escatología pre y postmilenarista que nos hace calzar el puritanismo provenga de dónde provenga. Manifiesta que el Anticristo complementa necesaria y obligatoriamente a Cristo, sin que sea posible ninguna disociación contra natura, tal como pretendía el Doctor Jeckyll de Stevenson, no el pervertido por Hollywood. Lo cual corresponde con el misticismo inverso de escritores como Sade, Baudelaire y Rimbaud, para quienes la búsqueda de la esencia debía comenzar en el albañal, en el estercolero, en la dispersión hambrienta y lujuriosa de los sentidos. En otras palabras, es “la manifestación final kenótica (de autovaciamiento) de Cristo”; nos despojamos de nuestros miedos, tabúes y terrores atávicos con complacencia a los efectos de confrontarnos a nosotros mismos sin riesgo de “quedarnos en el viaje para siempre”.

Acompañemos entonces a Pedro Navaja, Juanito Alimaña, Paula C, Catalina la O y Juana Peña en un jolgorio travieso y perpetuo, eso sí en la espera de la nueva peste por venir: “Despídete de tu barrio / y del mundo en general / y que en la Tierra / nadie quede sin bailar / la canción del final del mundo”.