Friday, February 19, 2010

CRÓNICAS DEL OLVIDO DE ALBERTO HERNÁNDEZ: "HUAYRA: LA TRANSPARENCIA" (VIAJE DE FREDDY HERNÁNDEZ ÁLVAREZ EN UNA NOVELA CON ARMANDO REVERÓN)


Crónicas del olvido
Alberto Hernández
Huayra: la transparencia
(Viaje de Freddy Hernández Álvarez en una novela con Armando Reverón)


1

Un mar verbal dilata la mirada de quien narra a través de una máscara de carnaval, de héroe de lucha libre, mientras en el Castillete la luz se difumina en el silencio de Armando Reverón.


Juanita aguarda —detenida en el tiempo, suspendida en el aire— el último relámpago de las manos del loco de Macuto. Por ese tejido frecuenta Freddy Hernández Álvarez, quien con Huayra: la transparencia regresa al pintor, constante en sus afanes como narrador de largo aliento y de porfiado navegar por las aguas de su costa natal.


Publicada por la editorial En Ancas, esta novela de Hernández Álvarez obtuvo el Primer Premio de Narrativa de la VIII Bienal Literaria “José Antonio Ramos Sucre” y fue finalista del Premio Planeta “Miguel Otero Silva”.


Lamentablemente, la difusión y la crítica en nuestro país son demasiado mezquinas y displicentes. Sin embargo, el silencio en que la han mantenido enriquece su vigencia, la coloca en el sitio de las buenas y extrañas novelas dedicadas al país.


El narrador, que se desdobla en muchos personajes y multiplica en el tiempo, recorre el territorio de una nación desleída, un imaginario en el que la costa se funda desde un nombre de profunda sangre indígena, y en el que mora la luz de quien fragua la transparencia plástica.

2

“Juanita me dice: ‘Una rosa tan roja, tan roja como la sangre, tan rojo como el amor de Armando Reverón’, y se acercan desde El Playón Armando y César y yo le digo a Juanita que los dejemos solos, tienen mucha luz que decirse, que eso de hablar de la luz es muy serio. Ese sueño del globo azul fue vespertino, hay otros sueños tan azules, quizás más brillantes, los de la ciudad nocturna, los azules infinitos del neón. Es otra ciudad y también aprendemos a soñarla”.


En este segmento podría estar el centro de la novela de Freddy Hernández Álvarez. El sueño, una realidad que cuestiona el olvido, fecunda las acciones que el narrador usa como justificación para mostrarnos la pequeña arcadia a la orilla del Caribe: en el sueño, invadido por una intensa luz, los actantes de la historia de un territorio visible: Armando Reverón, César Rengifo, Juanita y las múltiples voces o personajes que estructuran este trabajo del escritor guaireño radicado en Puerto La Cruz.


El discurso de un país por donde vemos pasar el poder en la figura de presidentes que discurren por las páginas como manchas, como simples susurros, como un eco ininteligible, y dejan un momento estático, rodeado por la efervescencia lúdica del niño que frecuenta las acciones. Relata el narrador sus andanzas por Macuto, el niño que aprende de un loco, que entra y sale de la mirada extraviada del barbudo. El niño —¿será el mismo Freddy?— que sube al techo del Castillete, juega con el mono y con las muñecas y se imagina el mar en los colores de Reverón. Prevalido de una rica historia, el autor juega con el tiempo, con su tiempo, lo traspone, carnavaliza eventos, los desubica: en esta pertinencia metaficcional Freddy Hernández Álvarez revisa la magia doméstica de una voz ajena que se inserta en los acontecimientos colaterales de un espacio histórico que lo atrapa, lo obsesiona, lo remueve y lo extrema.

3

A esta novela se entra y se sale por el mar. El personaje crece en la medida en que el tiempo hace su labor. La Caracas de los años 50, la de los techos rojos dibujados por la prosa de Enrique Bernardo Núñez, relata sus avatares, sumerge a los personajes en el fárrago de una ciudad festiva, aturdida por los primeros brotes de la violencia urbana.


Las referencias a la realidad de la época fortalecen el contenido de esta obra: Enrique Bernardo Núñez se revela en la transparencia de Reverón, y Guillermo Meneses es circundado por los hallazgos de su propio imaginario: la Balandra Isabel se libra del silencio, vacía la tripulación en los burdeles de aquella vieja Guaira donde una mano toca los muros de la sombra, el azul escondido en los placeres de la nocturnidad inundada por el salitre y el olor a pescado. Muchas son las historias que navegan en esta excelente novela de Freddy Hernández Álvarez, cuya armazón es una sola voz multiplicada.

Coda: Hace poco se marchó el pariente, como él mismo me saludaba, por aquello de venir del mismo apellido, como hacíamos con Montejo. El hígado de Freddy, su templo de la bohemia, sucumbió, como el de Orlando, como el cerebro de Pepe Barroeta, como las entrañas de Eugenio. Una muerte que se nos anota en el alma, porque en este país de olvidos y desdenes el amor por los amigos, sobre todo por los poetas, se ha convertido en una navaja silenciosamente amolada.


La muerte de mi pariente Freddy es también una forma de silenciar las horas. De cavilar frente al mar de su eternidad.

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