Tuesday, March 17, 2009

EL COMPLOT DE LAS CACHIFAS SEGÚN ZABALETA. JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA


EL COMPLOT DE LAS CACHIFAS SEGÚN ZABALETA
José Carlos De Nóbrega

El proceso de los más escandalosos crímenes se cierra con un gracejo; las mayores infamias, sólo dan origen a una cuchufleta. ¡Momo se divierte y nos divierte! Un nivelamiento rasero ha rebajado las cumbres y elevado las charcas, y a las cumbres enanas elevan himnos las ranas ensoberbecidas. Pío Gil (alias Pedro María Morantes).

Valga una aclaratoria, nos referimos al primer libro de Orlando Zabaleta, Crónicas de un opositor en tiempos descoordinados (2008, Ediciones OPSU), título susceptible de ser atribuido a su otro yo o Némesis: Wladimir, artista plástico opositor que en un acceso místico acusó al camarada Oswaldo Guayasamín de ser franquista; tan sólo con el equívoco fin de darle un espaldarazo a la cuestionada gestión neogoda de José Napoleón Oropeza al frente del Ateneo de Valencia. Esta primera incursión narrativa de Orlando nos embarga de mórbido y travieso placer: Recuperando la tradición satírica de nuestros costumbristas, caricaturistas y escritores tales como Pedro Emilio Coll, Pío Gil, Leoncio Martínez, Job Pim y el Otero Silva de Las Celestiales y El Morrocoy Azul, recrea el final de fiesta de una clase política decadente estigmatizada en un ánima en pena llamada adequidad. Sin embargo, la crítica es festiva y a la vez compasiva: El personaje que protagoniza el discurso narrativo y la condición actancial, es víctima de la más caótica de las imposturas; se confunden el despropósito, la estulticia y la futilidad de esa camada politiquera y demagógica con la visión despiadada del polemista político que es Orlando. Esto es transitar del discurso estridentista de la intolerancia (nada qué ver con Rulfo en la literatura, ni con Bernardo Valencia en la tauromaquia), patente en el complot de las cachifas, comerse este país que nosotros, la clase media, levantamos (Milagros Socorro nos lo dice); hasta devenir sin trucos estilísticos en la más abyecta simulación que nos conduce a una crítica pertinente y no menos contundente, Pero, ay, hoy ningún verbo de fuego puede conjurar el frío del alma de este cenáculo de caras blancas. Pudiéramos afirmar que el libro es un pastiche criollo (en un préstamo del poeta Luis Enrique Mármol) que parodia el changuérico discurso oral y político del valenciano Henry Ramos Allup: traquitraqui-traquitraqui / el serial de la espoleta es / A-D-se-nec-tud. “Fusilando” o plagiando al poeta Manuel Bandeira, tenemos al muy pobre Sapo-cururu / de la barriga hinchada. / ¡Vote! Salte con él… / Sapo-cururu es senador de la República.


Poco importa entonces si nuestro adeco dedichado nos hable desde Caurimare, Chacao, Prebo, Trigal Centro o descanse su desilusión en cualquiera de esos camastrónicos púlpitos en serie denominados Sambil. Más allá de la fracasada estampida política que devela su lamento, de su misoginia manifiesta en la prisión del varón domado, o del divorcio que trae consigo disputarse los críos, los corotos y la cachifa, resulta de una obscenidad terrible su desesperanza afincada en la imposibilidad de redimir el destino con su propia mano. El personaje se escinde en las hablillas mismas: es rumor, frustración y precariedad al punto. Salvando las circunstancias estéticas e históricas, recuerda a personajes atribulados de nuestra literatura: Crispín Luz de El Hombre de Hierro de Blanco Bombona, Mateo Martán de Los Pequeños Seres de Garmendia, o Claudio del cuento Ese turbio amor de Mariño Palacio. Sólo que el tratamiento del humor a lo largo del relato –es significativa la estructuración de los capítulos a la manera de una rocola latinoamericana-, posibilita la risa del lector ante tan descocada tragicomedia. Evidentemente, el protagonista es víctima y victimario del “control del mercado político por medio del sufragio universal” (como lo postulan Espinoza y Gorodeckas en su libro La Adequidad de 1985). Sin embargo, la “representatividad” es buche y pluma na’má: El voto de un analfabeto vale igual al de un doctor, el de un malandro al de un general. El de un vago desempleado al de un empresario que le da trabajo a cientos de trabajadores, la mayoría malagradecidos, por cierto. Tanto es así que le esconde a los lectores sus gustos y placeres elementales. ¿Este adeco es magallanero o caraquista? La recua apocalíptica de su discurso no da para más: Lo vimos el día sábado pitando a Magglio Ordóñez en el Dolphin Stadium, el muy desgraciado padece de cretinismo diamantino (tonto césar apuñalando con el pulgar el diamante de juego, sus pocas bolas y el escuálido seso); hoy su endecha despechada aturde con el pase de la selección a las semifinales del Clásico Mundial de Béisbol.


Es innegable que estas crónicas constituyen un estupendo y peculiar ejercicio de nuestra memoria reciente. La democracia del Pacto de Punto Fijo fue haciendo agua en la demagogia y el capitalismo de Estado, para luego ir siendo prisionera del largo brazo de un Poseidón fondomonetarista que desencadenó el tsunami del tan mentado neoliberalismo (lo cual no justifica un ataque al pensamiento liberal bajo ópticas oscurantistas y supersticiosas) y luego el discurso eufemístico de la economía social de mercado: De entrada se le aclaró bien el guión: Nunca diga “privatizar”, profesor, diga: “Abrir cauce a la participación de la sociedad”. Menos diga: “desnacionalización”, diga: “los necesarios aportes del capital foráneo”. He allí el desaguisado criminal contante y sonante del paro petrolero promovido por la nomenclatura meritocrática de la industria, por ejemplo. Qué decir del golpe de abril, una intentona torpe y artera que le dio la espalda al orden jurídico y a una consideración seria de nuestra historia contemporánea. Este volumen puede ser un oportuno pretexto para abordar un análisis necesario de la actual coyuntura política, signada muchas veces por la prisa, el oportunismo y la improvisación. Es menester la discusión política bajo ópticas diversas, creativas y encaminadas a la solución de nuestros más ingentes problemas y vicios. La promoción de la lectura ha de ser una red de múltiples implicaciones que enriquezca –so pena de persistir en la banalización y la frivolidad- el diálogo entre los venezolanos. Cierta burocracia cultural –otra cosa son los verdaderos promotores y actores culturales- no puede justificar su mezquino espacio espantando arañas del catre para solazarse en proyectos descabellados. No se preocupen, incluso el libro puede hacerse pasar por literatura que consuele a aquellos que se desquician viendo al Mataduras despotricar su propia sombra de lunes a viernes en la tarde. La lectura lúdica es la antípoda de la que subvocalizan los idiotas y los amargados en un crujir de dientes.

Valencia de San Simeón el estilita, 17 de marzo de 2009.

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