Monday, July 21, 2008

EPÍSTOLA A UN ENSAYISTA DE TINAQUILLO (¿EN TIEMPOS DE LA DISPENSACIÓN?)




Epístola a un ensayista de Tinaquillo (¿en tiempos de la dispensación?)
José Carlos De Nóbrega
Fotografía de Luis Alberto Angulo

Estimado Julio Rafael Silva:



He recibido de un amigo común, el poeta Adhely Rivero, tu más reciente libro "Cinco ensayos como (pre)textos para a(r)mar a Venezuela", fechado este año. Más allá de tu acertada apreciación y comprensión de la obra de escritores venezolanos de importancia en el devenir reciente de nuestra literatura (Uslar Pietri, Ramos Sucre, Antonia Palacios y José León Tapia), amén de otros cuya labor data de los setenta en adelante (Carlos Noguera, el mismo Adhely, Gabriel Jiménez Emán, Caupolicán Ovalles y Teófilo Tortolero), este volumen delata no sólo preocupación por el país sino ambición en la consolidación de un afán inquisitivo que apunte precisamente a la venezolanidad como tal. Sólo que tu óptica no resbala en la ortodoxia de los bandos que hoy pretenden el señorío, apuntalados en un discurso intolerante y vacuo. Permíteme hurgar en el epistolario de dos ensayistas paradigmáticos paridos en nuestra tierra, de Briceño-Iragorry a Picón - Salas: "Tú has escrito acerca de la tolerancia como para ser entendido por un pueblo ya educado en las luchas civiles. Olvidaste la pasiva realidad de nuestro medio, erizado de intolerancia, y la actitud violenta de quienes creen que el sol hace su amanecer apenas para alumbrar el tejado de sus viviendas. En nuestro medio faltan al día horas para predicar la virtud austera que pone la sal en el banquete de la libertad". Pese a que la carta está fechada en junio de 1940, el diagnóstico es el mismo. De allí que te empecines en un discurso heterodoxo y de amplitud intelectual divorciado de las letanías ciegas del momento que han sumido al país en un clima signado por el palo y la piedra. La atmósfera apocalíptica y harto pavosa generada por actores políticos indolentes y mezquinos, supone la estridencia de los zamuros revolcándose en la carroña, lo cual trae consigo la antítesis de la construcción de una nación. Se insiste en refundar la patria desde la atalaya histórica -vaya qué contrasentido!-, lo cual sólo es válido en el discurso poético. No conviene el fortalecimiento de las instancias y las instituciones democráticas, por el contrario, la miseria y la confusión tejen el blasón y tienden la cama a la demagogia y el envilecimiento del pináculo a la base. La ilusión fútil de la riqueza petrolera de los setenta se nos ha convertido en una pirámide perversa. Valga como colofón de este párrafo, lo que le respondió Picón Salas a Briceño-Iragorry en octubre de 1940: "En un momento en que toda política tiene un sentido y un alcance mundial, estamos haciendo una política toscamente provinciana. Se transporta de una aldea a aquel personaje aldeano que allá daba mucho rendimiento y se le entrega un servicio público de singular complejidad".



De vuelta a lo que me anima escribirte, hace tres o cuatro años otros amigos nuestros, Carlos Villaverde y Carlos Yusti, me proporcionaron de ti magníficas referencias. Ambos, pese a lo diverso y -si se quiere- opuesto de sus estilos (el uno sobrio y el otro "desbraguetado"), concuerdan conmigo en la heterogeneidad y la iluminación patentes en tu prosa (¿prozac para Yusti?) : No te preocupa en absoluto la severidad esterilizante del discurso académico, pues los textos están gratificados por la espontaneidad y el entusiasmo en la lectura de los autores que abordas en un juego placentero de complicidad intelectual y estética. Tu libro encuadra en la concepción lúdica de Julio Cortázar: Después de una larga jornada de trabajo, compartir unas copas con los amigos y así sentirse querido. Incluso, de la sobremesa podrás exprimir la aparente aleatoriedad de los parlamentos intercambiados con ellos en medio de la festividad, para reemprender la tarea que nos vincula con fortuna a las palabras.



Otra de tus virtudes es la pertinencia de las citas, la cual se me antoja producto de la relectura atenta de la obra de tus autores preferidos. Tal como lo pontificaba Vladimir Nabokov, he aquí el hallazgo, la relectura de un texto conduce a un estado de gracia permanente. Quizá Lolita, la nínfula que cada vez nos perturba más en el ardor, sea su metáfora más asombrosa y afortunada. Sin duda es el magma de lo cotidiano, dispensa que te tome el comento prestado. A ello se suma un inusual pero estupendo manejo de la paráfrasis, por lo que el discurso gana en transparencia incitando a una benévola y solazadora lectura.



Has triunfado en la asunción del riesgo: se vindica el carácter conversacional del ensayo (su subjetividad e inmediatez), contra el cual queda desnuda y flaca de muerte la soberbia de los académicos y gramáticos que han importunado a todos los posibles lectores con sus fruslerías y piruetas manieristas y afectadas. A tal respecto, me conmovió y convenció tu aproximación a José Antonio Ramos Sucre en cuatro tiempos; nada que ver con otros trabajos que han fracasado en convertir su obra en una moda o estilo a seguir al pie de la letra, eufemismo o medianía intelectual que ha conducido lamentablemente a su fetichización. Muchos de nuestros intelectuales adolecen de un sentido responsable de la crítica y la promoción de nuestros autores, al punto de encajonar la literatura venezolana en la isla del provincianismo. Si no, fíjate en el deplorable estado de Monte µvila Latinoamericana, gestado mucho tiempo ha. Quebrada en lo financiero, quebrantada en su equívoca y -por qué no- deprimente labor en pro de divulgar nuestra la literatura dentro y allende nuestras fronteras.



En síntesis, tu dinámica prosa deja respirar al autor y su obra en el acogedor y problematizador marco del discurso ensayístico bien entendido y ejecutado. Es indudablemente fiel a los maestros del género, Montaigne y Bacon, y contraría con denuedo a los rigurosos e indigestos manuales de literatura que han hecho perder el tiempo y el camino a más de uno (qué te parece, por ejemplo, la preceptiva de Sambrano Urdaneta en su manual de apreciación literaria; me quedo con Rodríguez Ortiz, a Dios gracias).



Espero que un día de éstos nos encontremos por allí y compartamos una generosa lapa y una de dieciocho años, al amparo del paisaje cojedeño, interiorizado y revisitado. Saludos a los tuyos, agradeciendo tu libro se despide,

José Carlos De Nóbrega.
Valencia, 27 de junio de 2002.

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