LA PASIÓN SEGÚN SERGIO RAMÍREZ
Aproximación cómplice a la novela Castigo Divino
José Carlos De Nóbrega
El mal que nos hiciste, ¡oh maestro!
Porque en tus filosofías de culebra
guindadas de unas ramas nos dejaste tus mudas
que vistieron después los papanatas.
“A Don Rubén Darío” de Manolo Cuadra.
A Don Abelardo Cuadra y José Francisco Jiménez
A Sergio Ramírez lo he leído a raíz de mi vinculación con la figura de Don Abelardo Cuadra (1904-1993), papá de mi amigo el Doctor Víctor Cuadra Elmer. Asumo el atrevimiento de afirmar que Sergio y yo compartimos la admiración por este Legionario del Caribe, personaje que pasa inadvertido en la Historia Contemporánea de Nicaragua. Publiqué en mi blog (http://salmoscompulsivos.blogspot.com) una breve semblanza sobre su vida afincada en la única conversación que sostuve con él y en sus memorias –pasadas en limpio y editadas por Sergio bajo el sello de la Editorial Universitaria Centroamericana- que se titulaban Hombre del Caribe (1979, segunda edición). No puedo negar la incidencia de mi entusiasmo adolescente por el proceso revolucionario sandinista en sus inicios. Ni mucho menos obviar la versión televisiva de la novela Castigo Divino, llevada a cabo por RTI de Colombia, bajo la dirección de Jorge Alí Triana y el guión de Carlos José Reyes. Don Abelardo, si bien perteneció a la Guardia Nacional somocista y levantó el informe sobre la muerte de Sandino (leamos esta dramática y sentida confesión: “Total: catorce asesinos y conmigo quince”, luego de inventariar a los que planearon y ejecutaron tan cobarde y repudiable asesinato), se le rebeló a Tacho Somoza ganando la prisión perpetua; sólo que escapó a pie hacia Costa Rica para iniciar la Jodisea –como el viejo nos decía- que le metió de lleno en el combate a las dictaduras que estigmatizaban una buena parte de Centroamérica. Finalmente, se detuvo en Venezuela donde –con algunas intermitencias- dio descanso a su brazo guerrero, encapillado y refugiado en los Altos Mirandinos. Quizá Alejandro Rossi pueda explicar mejor la índole de nuestra mutua veneración por quien era apodado Sangre’mula: “Más aún, con el tiempo he logrado una auténtica repugnancia por las grandes figuras, por los héroes culturales; desde hace muchísimos años mis lecturas se nutren de epígonos, de confortables personajes secundarios cuya luz es un reflejo de los grandes astros. Encuentro en ellos más claridad, más orden, menos impertinencia. No extrapolan, carecen de visiones totalitarias, los puedo abandonar sin resentimientos”. La vida de Abelardo Cuadra está cargada de profunda humanidad, se nos antoja más cercana a la poesía de las novelas de Conrad o London, o a la épica desmitologizada patente en la poesía de Pablo Antonio Cuadra: “Así nació, así acogimos el metro largo, medido con cansancios de llano, con respiraciones de jornadas –algo como el metro de los salmos bíblicos, poesía de un pueblo en peregrinación”. La enjundiosa y vivaz conversación de Don Abelardo va de la mano con la poesía conversacional y del decir practicada por Ernesto Cardenal, más allá de la hiperbólica puesta en escena de las escuelas historiográficas y literarias.
Nos llama la atención que Sergio Ramírez prescindiera del testimonio de Abelardo Cuadra respecto a la polifónica disposición narrativa de la novela Castigo Divino. Como se sabe, la obra está basada en el asesinato múltiple por envenenamiento atribuido al abogado guatemalteco Oliverio Castañeda, acaecido en la ciudad de León (Nicaragua) a principios de los años treinta. En sus memorias, Don Abelardo nos cuenta que compartió la prisión en la XXI de León con Castañeda, hasta el extremo de soñar con él en el mismo instante de que la Guardia Nacional le aplicara la trapera ley de fuga: “Se sentó en el borde de la cama, y me dijo en tono misterioso: ‘Ahora te voy a revelar mi secreto’. En el sueño, yo estaba boca arriba leyendo un libro, y para decirme el secreto se me fue acercando hasta pegar su cara a la mía, pero yo lo rechacé con repugnancia. ‘No te me pegués tanto’, le dije. En ese instante descubrí que tenía el rostro ensangrentado, y que en sus ojos había una lumbre extraña”. Sin embargo, la novela no sólo constituye un puzzle de este caso real, sino la proposición de un ars novelística enclavada en el abordaje problematizador y crítico de la realidad: se deshacen las fronteras de género por vía de la parodia del discurso literario y la estructuración a la manera de un pastiche; la poesía se infiltra en el juego polifónico que raya en la heteronimia; el tono aparenta realismo, pues al fragmentar el hilo lineal y la perspectiva de la narración, la incertidumbre se enseñorea del lector apuntando a la relativización del juicio moral y estético.
Coincidimos con Carlos Fuentes, Ernesto Cardenal y Tomás Eloy Martínez en la pericia narrativa de Sergio Ramírez relativa al enhebramiento de discursos genéricos dispares: el lenguaje legal de voluminosos expedientes que reposan en esas instituciones aterradoras que son los tribunales; el remedo decadente del modernismo dariano; el efectismo periodístico de provincias; el discurso epistolar pleno de cursilería e, incluso, el morbo pegajoso y prevaricador de la chismografía callejera. La carnavalización del caso Castañeda en la novela, recurre al personaje masa típico de la dramaturgia de Lope de Vega: El pueblo erige tribunales paralelos, siendo la mesa maldita su Corte Suprema y su Jurisprudencia. Incluso se inmiscuye la voz misma del autor, impunemente, violando la preceptiva literaria y lo políticamente correcto: “Esos documentos (la libreta de la Casa Squibb en la que el Doctor Salmerón llevaba el expediente paralelo) no habían llegado a mis manos para las fechas de nuestras pláticas del año 1964 (el autor se refiere al juez de la causa, Mariano Fiallos, prologuista de su primer libro de cuentos), pues solamente los obtuve en 1981”. El autor logra la misión divina de infiltrar y despedazar el enfoque realista por dentro. No repara en utilizar a personas reales, ajenas o no a su entorno afectivo, para dibujar una figura en el tapiz que no sea de fácil acceso al lector. Nos recuerda con facilidad el film Rashomon de Akira Kurosawa, pues hay un registro de las diversas versiones del hecho que tan sólo conducen a la amargura que causa la precariedad del hombre en su desolación y desarraigo. La Pasión Nicaragüense de Oliverio Castañeda, pan y circo de los habitantes de León, oculta la mano criminal de Anastasio Somoza que en 1936 se haría del poder en Nicaragua. Al contrario de la novela ¿Te dio miedo la sangre?, editada por Monte Ávila Editores en 1977, o en cuentos como De la afición a las bestias de silla, donde la figura del dictador se muestra y fractura en el ejercicio omnímodo del poder a través de un sentido crítico y terrorista del humor, en Castigo Divino se oculta tras bastidores en la persistencia de una actitud de acecho predatorio; las sombras chinescas atravesarán las puertas a pesar de las contras, los ensalmes y el sacrificio de la víctima propiciatoria que fue Castañeda. He allí el poder de seducción de las historias o versiones del hecho que distraigan la abulia y el miedo de la comunidad, el oprobio de la lucha por la subsistencia en un país latinoamericano atrasado. Abelardo nos lo revela en el castillo feudal que es el presidio: “los prisioneros escuchaban las narraciones heroicas que hacían los más ilustrados, que entre la común admiración cumplían su papel de juglares: Carlomagno entraba en guerra con Herodes por la matanza de los inocentes, pero sucumbía al fin Carlomagno en una batalla, y morían con él los doce pares de Francia; continuaba la guerra Alejandro Magno, su hijo, que se enamora de Cleopatra y desafiaba a Nerón, e iban apareciendo todos los personajes de El Mártir del Gólgota, hasta terminar con la muerte de Cristo en Roma”. La desfiguración de la realidad a punta de chismes, rumores y pistas falsas enriquece su abordaje multifactorial: la comedia de tenor estafador deviene en tragedia movida por el discurso de poder que legitima la vía dolorosa de Oliverio Castañeda y los Contreras.
Retomando la novela objeto de esta crónica, llama poderosamente la atención que la polifonía asuma las múltiples caras de la heteronimia: la mayoría de los involucrados escribe poesía. El reo, el juez, el secretario y los cronistas del proceso se debaten en un certamen declamatorio y floral; en la tradición de las disputas entre poetas, tales como Quevedo y Góngora. Así lo reconoce Manolo Cuadra, hermano de Don Abelardo: “Poetas, poetas, repite el pregón... en los papeles requisados al reo en sus baúles se han hallado poesías de factura romántica. Escribe poesías, de talante vanguardista, Alí Vanegas, secretario judicial; nos las ha leído y nos informa que dará pronto a luz un libro. Su padre, Juan de Dios Vanegas, quien se prepara a asumir la acusación frente al reo, según es el decir, pulsa también el estro, heredero de la corriente modernista que hizo de León su plaza fuerte... Y Mariano Fiallos, juez de la causa, poeta”. Más que panorama velado de la poesía en la Nicaragua de entonces, los heterónimos reales versifican anticipando la tragedia nacional que se hará patente más temprano que tarde con el asesinato de Sandino y el establecimiento del reinado negro de los Somoza. Es el Evangelio Apócrifo o transfiguración ficcional que se escribe a varias manos para preconizar el Pacto o la Alianza del Pueblo en pos de su redención, pese a la tortura, la dispersión y la degollina del rebaño.
Aproximación cómplice a la novela Castigo Divino
José Carlos De Nóbrega
El mal que nos hiciste, ¡oh maestro!
Porque en tus filosofías de culebra
guindadas de unas ramas nos dejaste tus mudas
que vistieron después los papanatas.
“A Don Rubén Darío” de Manolo Cuadra.
A Don Abelardo Cuadra y José Francisco Jiménez
A Sergio Ramírez lo he leído a raíz de mi vinculación con la figura de Don Abelardo Cuadra (1904-1993), papá de mi amigo el Doctor Víctor Cuadra Elmer. Asumo el atrevimiento de afirmar que Sergio y yo compartimos la admiración por este Legionario del Caribe, personaje que pasa inadvertido en la Historia Contemporánea de Nicaragua. Publiqué en mi blog (http://salmoscompulsivos.blogspot.com) una breve semblanza sobre su vida afincada en la única conversación que sostuve con él y en sus memorias –pasadas en limpio y editadas por Sergio bajo el sello de la Editorial Universitaria Centroamericana- que se titulaban Hombre del Caribe (1979, segunda edición). No puedo negar la incidencia de mi entusiasmo adolescente por el proceso revolucionario sandinista en sus inicios. Ni mucho menos obviar la versión televisiva de la novela Castigo Divino, llevada a cabo por RTI de Colombia, bajo la dirección de Jorge Alí Triana y el guión de Carlos José Reyes. Don Abelardo, si bien perteneció a la Guardia Nacional somocista y levantó el informe sobre la muerte de Sandino (leamos esta dramática y sentida confesión: “Total: catorce asesinos y conmigo quince”, luego de inventariar a los que planearon y ejecutaron tan cobarde y repudiable asesinato), se le rebeló a Tacho Somoza ganando la prisión perpetua; sólo que escapó a pie hacia Costa Rica para iniciar la Jodisea –como el viejo nos decía- que le metió de lleno en el combate a las dictaduras que estigmatizaban una buena parte de Centroamérica. Finalmente, se detuvo en Venezuela donde –con algunas intermitencias- dio descanso a su brazo guerrero, encapillado y refugiado en los Altos Mirandinos. Quizá Alejandro Rossi pueda explicar mejor la índole de nuestra mutua veneración por quien era apodado Sangre’mula: “Más aún, con el tiempo he logrado una auténtica repugnancia por las grandes figuras, por los héroes culturales; desde hace muchísimos años mis lecturas se nutren de epígonos, de confortables personajes secundarios cuya luz es un reflejo de los grandes astros. Encuentro en ellos más claridad, más orden, menos impertinencia. No extrapolan, carecen de visiones totalitarias, los puedo abandonar sin resentimientos”. La vida de Abelardo Cuadra está cargada de profunda humanidad, se nos antoja más cercana a la poesía de las novelas de Conrad o London, o a la épica desmitologizada patente en la poesía de Pablo Antonio Cuadra: “Así nació, así acogimos el metro largo, medido con cansancios de llano, con respiraciones de jornadas –algo como el metro de los salmos bíblicos, poesía de un pueblo en peregrinación”. La enjundiosa y vivaz conversación de Don Abelardo va de la mano con la poesía conversacional y del decir practicada por Ernesto Cardenal, más allá de la hiperbólica puesta en escena de las escuelas historiográficas y literarias.
Nos llama la atención que Sergio Ramírez prescindiera del testimonio de Abelardo Cuadra respecto a la polifónica disposición narrativa de la novela Castigo Divino. Como se sabe, la obra está basada en el asesinato múltiple por envenenamiento atribuido al abogado guatemalteco Oliverio Castañeda, acaecido en la ciudad de León (Nicaragua) a principios de los años treinta. En sus memorias, Don Abelardo nos cuenta que compartió la prisión en la XXI de León con Castañeda, hasta el extremo de soñar con él en el mismo instante de que la Guardia Nacional le aplicara la trapera ley de fuga: “Se sentó en el borde de la cama, y me dijo en tono misterioso: ‘Ahora te voy a revelar mi secreto’. En el sueño, yo estaba boca arriba leyendo un libro, y para decirme el secreto se me fue acercando hasta pegar su cara a la mía, pero yo lo rechacé con repugnancia. ‘No te me pegués tanto’, le dije. En ese instante descubrí que tenía el rostro ensangrentado, y que en sus ojos había una lumbre extraña”. Sin embargo, la novela no sólo constituye un puzzle de este caso real, sino la proposición de un ars novelística enclavada en el abordaje problematizador y crítico de la realidad: se deshacen las fronteras de género por vía de la parodia del discurso literario y la estructuración a la manera de un pastiche; la poesía se infiltra en el juego polifónico que raya en la heteronimia; el tono aparenta realismo, pues al fragmentar el hilo lineal y la perspectiva de la narración, la incertidumbre se enseñorea del lector apuntando a la relativización del juicio moral y estético.
Coincidimos con Carlos Fuentes, Ernesto Cardenal y Tomás Eloy Martínez en la pericia narrativa de Sergio Ramírez relativa al enhebramiento de discursos genéricos dispares: el lenguaje legal de voluminosos expedientes que reposan en esas instituciones aterradoras que son los tribunales; el remedo decadente del modernismo dariano; el efectismo periodístico de provincias; el discurso epistolar pleno de cursilería e, incluso, el morbo pegajoso y prevaricador de la chismografía callejera. La carnavalización del caso Castañeda en la novela, recurre al personaje masa típico de la dramaturgia de Lope de Vega: El pueblo erige tribunales paralelos, siendo la mesa maldita su Corte Suprema y su Jurisprudencia. Incluso se inmiscuye la voz misma del autor, impunemente, violando la preceptiva literaria y lo políticamente correcto: “Esos documentos (la libreta de la Casa Squibb en la que el Doctor Salmerón llevaba el expediente paralelo) no habían llegado a mis manos para las fechas de nuestras pláticas del año 1964 (el autor se refiere al juez de la causa, Mariano Fiallos, prologuista de su primer libro de cuentos), pues solamente los obtuve en 1981”. El autor logra la misión divina de infiltrar y despedazar el enfoque realista por dentro. No repara en utilizar a personas reales, ajenas o no a su entorno afectivo, para dibujar una figura en el tapiz que no sea de fácil acceso al lector. Nos recuerda con facilidad el film Rashomon de Akira Kurosawa, pues hay un registro de las diversas versiones del hecho que tan sólo conducen a la amargura que causa la precariedad del hombre en su desolación y desarraigo. La Pasión Nicaragüense de Oliverio Castañeda, pan y circo de los habitantes de León, oculta la mano criminal de Anastasio Somoza que en 1936 se haría del poder en Nicaragua. Al contrario de la novela ¿Te dio miedo la sangre?, editada por Monte Ávila Editores en 1977, o en cuentos como De la afición a las bestias de silla, donde la figura del dictador se muestra y fractura en el ejercicio omnímodo del poder a través de un sentido crítico y terrorista del humor, en Castigo Divino se oculta tras bastidores en la persistencia de una actitud de acecho predatorio; las sombras chinescas atravesarán las puertas a pesar de las contras, los ensalmes y el sacrificio de la víctima propiciatoria que fue Castañeda. He allí el poder de seducción de las historias o versiones del hecho que distraigan la abulia y el miedo de la comunidad, el oprobio de la lucha por la subsistencia en un país latinoamericano atrasado. Abelardo nos lo revela en el castillo feudal que es el presidio: “los prisioneros escuchaban las narraciones heroicas que hacían los más ilustrados, que entre la común admiración cumplían su papel de juglares: Carlomagno entraba en guerra con Herodes por la matanza de los inocentes, pero sucumbía al fin Carlomagno en una batalla, y morían con él los doce pares de Francia; continuaba la guerra Alejandro Magno, su hijo, que se enamora de Cleopatra y desafiaba a Nerón, e iban apareciendo todos los personajes de El Mártir del Gólgota, hasta terminar con la muerte de Cristo en Roma”. La desfiguración de la realidad a punta de chismes, rumores y pistas falsas enriquece su abordaje multifactorial: la comedia de tenor estafador deviene en tragedia movida por el discurso de poder que legitima la vía dolorosa de Oliverio Castañeda y los Contreras.
Retomando la novela objeto de esta crónica, llama poderosamente la atención que la polifonía asuma las múltiples caras de la heteronimia: la mayoría de los involucrados escribe poesía. El reo, el juez, el secretario y los cronistas del proceso se debaten en un certamen declamatorio y floral; en la tradición de las disputas entre poetas, tales como Quevedo y Góngora. Así lo reconoce Manolo Cuadra, hermano de Don Abelardo: “Poetas, poetas, repite el pregón... en los papeles requisados al reo en sus baúles se han hallado poesías de factura romántica. Escribe poesías, de talante vanguardista, Alí Vanegas, secretario judicial; nos las ha leído y nos informa que dará pronto a luz un libro. Su padre, Juan de Dios Vanegas, quien se prepara a asumir la acusación frente al reo, según es el decir, pulsa también el estro, heredero de la corriente modernista que hizo de León su plaza fuerte... Y Mariano Fiallos, juez de la causa, poeta”. Más que panorama velado de la poesía en la Nicaragua de entonces, los heterónimos reales versifican anticipando la tragedia nacional que se hará patente más temprano que tarde con el asesinato de Sandino y el establecimiento del reinado negro de los Somoza. Es el Evangelio Apócrifo o transfiguración ficcional que se escribe a varias manos para preconizar el Pacto o la Alianza del Pueblo en pos de su redención, pese a la tortura, la dispersión y la degollina del rebaño.
Manolo hace su reclamo al modernismo cosmopolita vindicando la poesía exteriorista:
Y ahora, ¿quién no sabe
que tus ninfas de dedos satinados
gastan unas manos puercas
de cigarrillos y volantes,
y que mejor que tus pájaros exóticos
vuelan nuestros zopilotes nacionales
y que a tu luna veneciana
le da luz nuestro sol?.
La dosis de humor aparejada a la crueldad se evidencia en la parodia del discurso literario que es la polémica médico-farmacológica entre los doctores Darbishire y Salmerón, maestro y discípulo respectivamente, en la explicación de las muertes de la esposa de Castañeda , Matilde y Don Carmen Contreras. Nombres tales como Théophile Gautier, G. Grass, Mallarmé, William Styron, son cómplices de la intoxicación de la ciudad en especulaciones sobre la idiosincracia refractaria y otros tópicos inútiles en la develación del misterio. Más bien su discurso académico y enrevesado nos ha pringado al revolver la mierda del bacín. En este caso, simular la voz del otro –o falsificarla- significa la detentación del poder a través del uso de máscaras amistosas que ocultan la hostilidad. Nos dice Elías Canetti en Masa y Poder: “La tensión entre la rigidez de la apariencia y el misterio tras ella puede alcanzar una dimensión monstruosa. Ella es la razón propiamente dicha de lo amenazante de la máscara. ‘Yo soy exactamente lo que ves –dice la máscara- y todo lo que temes detrás’. Fascina y al mismo tiempo impone una distancia”. Del mismo modo, las teorías conspirativas son un recurso que permite desviar la atención del debate de temas trascendentales en la transformación de la sociedad. A tal respecto, Sergio Ramírez en el prólogo de Hombre del Caribe, nos lo aclara definitivamente: “La ingenuidad, o la perversidad del esquema, se demuestra con su rápido fracaso, al articularse la Guardia Nacional como base primera del poder personal de Somoza, que una vez avasallados los restos de las instituciones civiles empieza a reacomodarlas, creando para los dos partidos políticos tradicionales la alternativa única de plegarse a ese esquema cuya efectividad proviene nada menos que de la intervención norteamericana misma y es prolongación de la intervención”.
Y ahora, ¿quién no sabe
que tus ninfas de dedos satinados
gastan unas manos puercas
de cigarrillos y volantes,
y que mejor que tus pájaros exóticos
vuelan nuestros zopilotes nacionales
y que a tu luna veneciana
le da luz nuestro sol?.
La dosis de humor aparejada a la crueldad se evidencia en la parodia del discurso literario que es la polémica médico-farmacológica entre los doctores Darbishire y Salmerón, maestro y discípulo respectivamente, en la explicación de las muertes de la esposa de Castañeda , Matilde y Don Carmen Contreras. Nombres tales como Théophile Gautier, G. Grass, Mallarmé, William Styron, son cómplices de la intoxicación de la ciudad en especulaciones sobre la idiosincracia refractaria y otros tópicos inútiles en la develación del misterio. Más bien su discurso académico y enrevesado nos ha pringado al revolver la mierda del bacín. En este caso, simular la voz del otro –o falsificarla- significa la detentación del poder a través del uso de máscaras amistosas que ocultan la hostilidad. Nos dice Elías Canetti en Masa y Poder: “La tensión entre la rigidez de la apariencia y el misterio tras ella puede alcanzar una dimensión monstruosa. Ella es la razón propiamente dicha de lo amenazante de la máscara. ‘Yo soy exactamente lo que ves –dice la máscara- y todo lo que temes detrás’. Fascina y al mismo tiempo impone una distancia”. Del mismo modo, las teorías conspirativas son un recurso que permite desviar la atención del debate de temas trascendentales en la transformación de la sociedad. A tal respecto, Sergio Ramírez en el prólogo de Hombre del Caribe, nos lo aclara definitivamente: “La ingenuidad, o la perversidad del esquema, se demuestra con su rápido fracaso, al articularse la Guardia Nacional como base primera del poder personal de Somoza, que una vez avasallados los restos de las instituciones civiles empieza a reacomodarlas, creando para los dos partidos políticos tradicionales la alternativa única de plegarse a ese esquema cuya efectividad proviene nada menos que de la intervención norteamericana misma y es prolongación de la intervención”.
La frase final de la novela (“Que el novelista no se olvide de ponerle ese cierre a su libro. Si con Rosalío empezó, justo es que con Rosalío termine”) alude a la serpiente que se muerde la cola, a la configuración cíclica de la obra. Se homenajea a Cien Años de Soledad del Gabo, se la reconoce como hito de la novelística hispanoamericana, pero plantea el fin de un ciclo y el inicio de otro mucho más contingente aún por construir. No en balde Don Abelardo Cuadra se nos emparenta con el coronel Aureliano Buendía, héroe ignorado de las mil batallas perdidas: cambió los honores burocráticos por la elaboración ad infinitum de pescaditos de oro. Abelardo Cuadra ejerció, en los tiempos libres que le dejaba su “jodisea”, la pintura de brocha gorda, el entrenamiento de pugilistas y la tan mal pagada docencia. Sin duda utilizó el lápiz como bien manda la Biblia: escribió páginas plenas de vida, con sus virtudes y defectos, y corrigió los errores restregando el borrador rojo contra su dialéctica y poética superficie. Me hago acompañar por la voz de Sergio, treinta años antes: “Una vida, en fin, intensa y contradictoria y llena de esperanzas pendientes, de sueños incumplidos y de viejos recuerdos torturantes. La vida de un hombre del caribe que no desespera de ganar aún su primera batalla”.
Valencia de San Desiderio, 1º de octubre de 2007.
SALUD A NUESTRO AMIGO SERGIO RAMÍREZ.
Valencia de San Desiderio, 1º de octubre de 2007.
SALUD A NUESTRO AMIGO SERGIO RAMÍREZ.
Me hago eco de su comentario sobre la vida del Tnte. Abelardo Cuadra. Tan llena de humanismo. En su caso, esta, la vida, tuvo que acoplarse a él, y no al revés.
ReplyDeleteLa pluma de Sergio esculpe en lo eterno, la memoria de Abelardo.
Luciano Cuadra W
lcw(arroba)nicaraguense.ws
Estimado Luciano: Creo que mi elogio a Don Abelardo se queda corto: es un personaje que estimo y quiero mucho. Es más, estoy preparando un libro de ensayo sobre él. Me encantaría su ayuda a tal respecto. Puede usted comunicarse conmigo a través de los siguientes e mails:
ReplyDeletec_denobrega@hotmail.com,
grupolipo@gmail.com. Aguardando con impaciencia vuestra respuesta, queda de usted, José Carlos De Nóbrega.