Sunday, October 21, 2007

BESO DE LENGUA: LA NOVELA ENMANTILLADA POR VENIR


BESO DE LENGUA: LA NOVELA ENMANTILLADA POR VENIR
José Carlos De Nóbrega

Era tal nuestra obsesión que nos bautizaron las pulgas, porque siempre andábamos chupándole las historias a la gente. Richard Montenegro: La Conejera, último cuento del libro “13 fábulas y otros relatos”.

Todavía muchos críticos y lectores desprevenidos aguardan la Parusía de la Novela que nos contenga y explique como nación: esta isla hecha astillas en nuestra precaria memoria. Otros, no menos incautos que aquéllos, negarán la posibilidad del advenimiento del Gran Relato en función de nuestra advenediza y primigenia condición de Capitanía General del Imperio Español. Muy a pesar de la campaña franciscana, villana y urbanística que pretende deconstruir la ciudad –es harto significativo el derrumbe del hotel Excélsior, con su carga de Art Deco, para vindicar el horrendo espejo kitch de la Torre Da Vinci-, la mezquindad de nuestra crítica profesoral y resentida apunta precisamente a los caminos que no han de transitar los lectores. Ha pasado por debajo de la mesa la atenta lectura de algunas notables propuestas que escarnecen el mito de la gran novela venezolana por venir: revisemos, por ejemplo, Círculo Croata de Slavko Zupcic, Parte de Guerra y Los Días Mayores (este último, volumen de cuentos que simula una novela o viceversa) de Orlando Chirinos. En ninguno de los tres casos se halla una fútil y posada sed por la fama y la trascendencia extramuros: el apego a la tierra de confusión que es el país descansa en el asombro y el juego lingüístico, llamada entre líneas a la complicidad y el morbo; los personajes no son arquetipos mohosos ni encarnan valores que salven a la humanidad, por el contrario, son abrasados por un humanismo cotidiano, tierno y poético; la estructura narrativa no copia las imposturas de paradigmas académicos a la moda, va de la mano con los espasmos eléctricos del cuerpo aturdido y ardiente de amor.


Es para mí un placer anclado en la sin razón del corazón, presentar esta fabulosa novela enmantillada que es Beso de Lengua de nuestro amigo Orlando Chirinos. En mi adolescencia -mientras festejaba la lectura de autores como Hermann Hesse, Thomas Mann, Robert Musil y Pancho Massiani (en especial, las novelas de formación o Bildungsroman)-, topé con un precioso y sentido volumen de cuentos titulado Última Luna en la Piel, editado en 1979 por Fundarte. Aún Orlando me debe la dedicatoria de la maravillosa novela En Virtud de los Favores Recibidos, en su primera edición de 1987, la cual sobrevivió el incendio del resto de los ejemplares en el abasto de unos chinos adosados al sol marabino (razón más que suficiente para la reedición cuidadosa que hizo Laura Antillano en el año 2000, para exorcizar el Fin del Mundo). Años después, recibí de Carlos Villaverde el primer y único pago –hasta ahora- por mi escritura: una reseña entusiasta al libro de cuentos Mercurio y otros metales, editado en 1997 por Ediciones Huella de Tinta y Fondo Editorial Predios (el ensayo cobrador de marras se halla en la revista Predios, nº 14, septiembre de 1999). En el año 2005, luego de ver clases con Orlando en el inicio de la Maestría de Literatura Latinoamericana en la UPEL de Maracay, fui sacudido por otra colección de cuentos suyos (que ahora confieso míos y vuestros): Los Días Mayores, libro que habría querido escribir alguna vez, sobre todo Sagrado Vino de los Dioses y Cegato como Homero. Como ven, no hay lugar para la imparcialidad y la ecuanimidad en mi corazón, la literatura de Orlando Chirinos me ha acompañado a lo largo de mi vida como agradecido lector y compulsivo escritor.


Este fervor cómplice no es ajeno al abordar la lectura de Beso de Lengua, novela que para y por la gracia de la Editorial Planeta forma parte de su amplio y diverso catálogo (allá otra empresa –cuyo nombre no vamos a mencionar- que extravió tal fortuna a merced de la estrechez mental y su nomenclatura políticamente correcta de Centro Comercial). Los setenta capítulos de la novela son los discos de 45 rpm que nos conmueven a la beira u orilla de las cervezas, los tragos y las candorosas ficheras en el botiquín. El corpus está transido y estremecido por la saudade que destila la musicalidad polifónica del bolero, el tango y por qué no el fado que se mimetizan en el ejercicio de la palabra poética cantada y bien dicha, sin concesiones a esa hondonada abisal y absurda que separa lo culto de lo popular: “Ahí se nos hizo e’noche. Yo insistí con lo de los tragos y quise animalo parándome pa’poné unos tangos, pero él me dijo na’ de tangos ni de na’, ya se hizo e’noche y estas calles quedan muy solas. Mejor vámonos” (Sin tangos, por favor). La oralidad del concierto variopinto de la calle no necesita de mayor comento, habla por sí misma y ennoblece el discurso literario como tal.


Beso de Lengua constituye una apología festiva a la literatura misma: la parodia del discurso literario se pasea con impunidad entre la angustia de las influencias –trabajada con pulso firme y despiadado por Harold Bloom- y la falsificación que raya en las innumerables lecturas de los clásicos. Bordea el plagio con el mero fin de celebrar la lectura amorosa y cómplice. Por ejemplo, Sancho Panza no sale del limbo al que el ejercicio novelístico lo ha condenado lúdicamente: va del Cándido de Voltaire al Decamerón de Boccaccio inundado de historias que tejen una red ebria y placentera. Valga este sentimental intermezzo: “-¿Tú te has puesto a pensar quién teje las redes? Cada vida, cada historia se va bifurcando y una persona te conduce a otra u otras, y cada una de éstas, a su vez, te remite a otra y así sucesivamente. Algunas se miran entre sí o varias de ellas miran a una y la van armando. Como un juego de espejos ¿verdad?” No hay otra: las voces de nuestros autores amados se apiñan en el imaginario, si bien nos angustia el efecto de repetir versos y líneas formidables proferidos por los textos paternos, no es un contrasentido que los hijos registren y custodien las metamorfosis que del origen se derivan para enriquecer lo que se escribe a la luz del presente.


El novelista -¿el narrador omnisciente, el autor espúreo, y/o el director?- denuncia a Don Miguel de Cervantes el extravío de Sancho, quien cual Rey de la Puntualidad lo somete al escarnio de la espera incómoda y húmeda de la página en blanco: “Sé de autores, obras y personajes que se ahogaron en ese océano pese a las buenas intenciones de los primeros, la perfecta estructura de las segundas y la inocencia, la buena fe de los terceros, que al fin y al cabo están condenados, (los personajes) como los del Infierno de Alighieri, a ser lo que son, por los siglos de los siglos amén. Sostengo que ellos son los que portan sobre sus hombros la mayor carga. Son, y me disculpa la expresión: los pagapeos”. Sin embargo, la sátira no sólo conduce a la risa compasiva que falla en consolar al autor preocupado por la página perfecta o la colocación de una escurridiza y perturbadora coma; el lector se encontrará con un cuadro abigarrado de personajes hermosísimos y conmovedores, recreados a la sombra de la nostalgia, la desilusión y el amor en sus implicaciones más caras y viscerales. Apelar al discurso fotográfico no descansa en la parafernalia del discurso transgenérico, cuando no se tiene nada lindo que decir; por el contrario, como bien lo exponía con crudeza la cámara de Lissette Model, se trata de golpear el estómago inmisericordemente, sin concesiones a los discursos autorizados y a la estandarización de la belleza: “-¿De qué sarcófago sacaste ésta? ¡Madre mía! Este es el cafetín del galleguito Castro. Cada quien cogió su camino ¿no? Lo que más me impresiona es la cara de felicidad que la mayoría tiene. Bueno... a esa edad la felicidad es fácil, no cuesta casi nada, te empeñas en almacenar esperanzas ¡hazme tú el favor!” Es admirable no sólo la ternura polifónica de la novela, en el carnaval del habla que es el mercado periférico, sino la transición que va del texto de formación al hondo canto de una contemplación aferrada a la madurez de aquél que ama y celebra la vida, eso sí en el esplendor y la miseria. Por lo tanto, no es casual que su lectura me retrotraiga filmes que te hagan balbucear del asombro: Fresas Salvajes de Ingmar Bergman o, mejor aún, Vivir y Los Sueños de Akira Kurosawa. Por otra parte, la novela provoca erecciones de campeonato, orgasmos titánicos que estremecen hasta la cartilaginosa consistencia del alma: el agradecimiento no escatima el entusiasmo patente en la pelusilla eléctrica que acaricia la espina dorsal mientras le hacemos el amor a una bellísima puta acodada en la ventana, con la ciudad a su merced.


Sin duda, el lector tendrá la sartén por el mango en el puente que le tiende la implacable poesía de este Beso de Lengua, inequívocamente carnal y voluptuoso. No está de más un prudente consejo: Maneje con precaución: lenguas en la vía.


Valencia de San Simeón el estilita, 20 de octubre de 2007.


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