La visita se justificó en el cariñoso encuentro con mi amiga María Narea, además de toparme con el conformismo de un Víctor sumiso y patético en su complicidad con la perfecta valencianidad (ahora entiendo la fotografía que publicó en la más reciente entrega de Laberinto de Papel: las baldosas nazis tan sólo enmascaran la óptica complaciente respecto al conservadurismo valenciano, de allí que apelara al discurso autorizado del Cronista Guillermo Mujica Sevilla). Pese a su terca actitud iconoclasta, combativa y visceral, me parece más auténtica la visión fotográfica de Yuri Valecillo respecto al basurero en que hemos reducido a la ciudad.
En relación a la exposición, se nos antoja una muestra de fin de curso que funciona como acicate del ego de Rafael Bustillos antes que una selección seria del quehacer plástico de la Valencia de hoy. Las paredes de la Casa de la Estrella, donde se fraguó la traición a Bolívar, se hallan estigmatizadas por una línea estética que colinda con lo decorativo, lo cursi y el narcisismo. Se salvan -valga mi arrogante y entenebrecido juicio- José Antonio Barrios, en virtud de su coherencia conceptual; y Marcolina Herrera, por razones de simpatía y afinidad electiva. Le recomendamos a Rafael Bustillos que no sublime la autopropaganda -me niego a creer que no tenga discípulo ni testaferro mercenario que le escriban- en el homenaje a terceros; mucho menos que oculte su poca pericia en la escritura apelando a categorías abstrusas y mal sonantes. Coño, ¿qué quieres decir con "una sintaxis luminosa capaz de establecer correlatos de empatías entre los minerales de la Tierra y las joyas del espíritu"? Por lo menos, provocas la añoranza del discurso salvaje, obsesivo y satírico de Cristóbal Ruiz. Un vikingo lunático que no se andaba con esas pavadas rococó.
No comments:
Post a Comment